El Azar Determinista en “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez

DR. GUILLERMO SÁNCHEZ MEDINA

Premio Nobel Gabriel García Márquez en la obra “Cien Años de Soledad”

Traigo algún ejemplo de la literatura del Premio Nobel Gabriel García Márquez en la obra “Cien Años de Soledad” para plantear ciertos hechos psíquicos que aparecen en el texto y son comunes en la psicodinamia, a la vez pueden servir como una aclaración e introducción al psicoanálisis aplicado a una obra literaria para comprender mejor el acontecer psíquico en general y luego el particular en una lectura escogida al azar determinista. Por lo tanto se va a develar en la obra literaria cómo esta atañe tanto a cada individuo como a la colectividad.

Para un lector común y corriente del siglo XXI esta obra puede no ser muy apasio­nante, porque rompe con el tiempo, con la realidad consciente y pasa a la dimensión in­consciente como ocurre en los sueños. En esta última se describen hechos que, al igual que los sueños, algunas veces son confusos. Sin embargo, hay en Cien años de soledad, como en todo, una ordenación, un principio y un final.

Aquí desearía mostrar que desde el punto de vista del modelo psicoanalítico kleiniano, la narración oscila entre las posi­ciones esquizoparanoides (en que predominan la disociación, el control omnipotente, la magia y el desprecio, así como la negación y confusión) y la depresión, en la cual trata al final de integrar objetos para obtener un encuentro con el pasado.

Prueba de esto úl­timo son “…los pergaminos escritos en sánscrito, que no tiene posibilidad de repetirse y cómo todo lo escrito en ellos era irrepetible de siempre y para siempre pues no hay una segunda oportunidad”. Aquí plantea específicamente García Márquez que si no reparamos y reconstruimos el objeto dañado, si no lo reencontramos en el ahora, puede no haber una segunda oportunidad.

Algunos psicoanalistas desearán conocer qué pensaría Bion:

El famoso psicoana­lista inglés que construyó la teoría del pensamiento. La respuesta puede ser ambigua.

Por una parte, como fácilmente entenderán los lectores psicoanalistas, existen en Cien años de soledad muchos impulsos y deseos que tienden a la descarga (“elementos beta” de Bion). A pesar de ello, hay también modificación, aplazamiento y tolerancia a la frustración, es decir, “elementos y funciones alfa” que permiten simbolizar y generar un pensamiento onírico con identificaciones proyectivas continuas.

Esto nos permite entender el porqué de la construcción del discurso, la comunicación, la preconcepción, la realidad, las concepciones y los conceptos, y cómo el escritor no se queda o se refu­gia en la psicosis, sino que permanece en una franja entre la realidad, la fantasía y la identificación proyectiva.

De esa manera logra la comunicación de pensamientos con una gran capacidad de modificar, transformar y manejar la realidad. Más aún, esto le permite plantear verdades espacio-temporales comunes del ser humano. No puede aquí descartarse que los vínculos de amor, odio y conocimiento oscilen de un extremo a otro, no sin entrar en posibles patologías o disociaciones, y llegando también a la realidad del aquí-y-ahora.

Otros psicoanalistas, los estudiosos de la teoría objetal:

Van a preguntarse ¿cómo el autor organiza y trata los objetos, y cuál es la calidad de los mismos? La respuesta es múltiple. En efecto, hay una gran multiplicidad de objetos, desde el objeto prima­rio determinado por la filogenia y la ontogénesis hasta el objeto muerto.

Es así como García Márquez escribe: “… buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe” y “… Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando olvidó sus muertos y el dolor de sus muertos…”. He aquí una posición mental más allá del olvido, del duelo y la reparación.

En cada personaje de la novela, como en todas, hay una relación objetal. Ésta puede ser parcial, dependiente, culposa, fóbica, ambivalente, total, componente, controladora, pasivo-agresiva, aletargada, simbiótica, narcisista, persecutoria, destructora, disociada, escindida o fragmentada.

Está también la relación agresiva con el objeto madre (conte­nedor). De todas formas hay vínculos que comportan amor y odio, como cuando escribe “Pensaba en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste de cuentas con la vida, empezando a comprender cuánto quería en realidad a las personas que más había odia­do. He aquí toda la ambivalencia.

¿Dónde estaría el complejo de Edipo (o mejor los personajes de Edipo y Layo) en Cien años de soledad?

La respuesta se insinúa desde el principio de la obra: “Frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Podríamos aventurar la hipótesis de que todos los fusilamientos, las muertes de los mayores y aun las diferentes masacres que se plantean en la obra representarían la muerte del padre de Edipo.

Edipo bien puede estar en Aureliano Tercero (Aurelianito), que tiene relaciones sexuales con su tía Amaranta Úrsula a las cuatro y media de la tarde. En toda la obra encontramos cómo el autor bus­ca la genealogía de los personajes y halla siempre la paternidad, aunque sea incestuosa, y al mismo tiempo encuentra la madre que desea al hijo. Así pues, Edipo positivo y negativo, vida y muerte, padre y madre, patriarcado y matriarcado están descritos en Cien años de soledad con lujo de competencia.

Lo que no es muy evidente en García Márquez son los períodos de lactancia y gateo de los niños, pero sí están la latencia y el despertar de la adolescencia, que impresiona como algo misterioso que al mismo tiempo es evidente y sorprende. Es, por lo tanto, una metáfora de la naturaleza que se encuentra a sí misma en su desarrollo.

Y ¿dónde estaría Narciso?

Podríamos responder que en muchos de los personajes, desde Arcadio, pasando por Melquíades, el coronel Aureliano Buendía, Pietro Crespi, los Aurelianos Segundo y Tercero, y destacándose muy especialmente en Remedios la bella, y en Úrsula Iguarán y Amaranta Úrsula.

Aquí podemos hacernos aún otra pregun­ta: ¿dónde está el temor al conocimiento que comporta el mito de Narciso? (No olvi­demos que el oráculo le había advertido a Liríope, madre de Narciso, que éste tendría larga vida únicamente si no llegara a conocerse a sí mismo.) La respuesta la muestra el mismo Gabriel García Márquez en el siguiente texto, en el cual se incluyen la con­fusión de los lenguajes (como en el mito de Babel), la unión del cuerpo y el alma, la protección y la belleza:

“…Era la historia de la familia, escrita por Melquíades hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias.
La protección final, que Aureliano empezaba a vislumbrar cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta Úrsula, radicaba en que Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante.
Fascinado por el hallazgo, Aureliano leyó en voz alta, sin saltos, las encíclicas cantadas que el propio Melquíades le hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución, y encontró anunciado el nacimiento de la mujer más bella del mundo que estaba subiendo al cielo en cuerpo y alma, y conoció el origen de dos gemelos póstumos que renunciaban a descifrar los pergaminos, no sólo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras.
En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto. Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces.
No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz.
Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía… (…) … Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. –… empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, desci­frándolo a medida que lo vivía, profetizándose… descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. –… había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos… sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre…

Aureliano Babilonia podría vivir si no se conocía a sí mismo”, pero era la sombra de su imagen refle­jada, y como tal viene y se va consigo mismo. Era una “engañosa imagen”, y más aún cuando todos los tiempos coexistían en el instante que él estaba viviendo, descifrando su propia vida en los pergaminos

como en un espejo hablador, mirándose a sí mismo. Al final “… comprendió que no saldría jamás de su cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos… sería arrasada… y desterrada de la memoria de los hombres…”, porque si “…Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos,… lo escrito en ellos era irrepetible por siempre y para siempre…”, puesto que “…no tenía una segunda oportunidad sobre la tierra” He ahí la tragedia del destino.

Téngase en cuenta que Gabriel García Márquez anuncia “las predicciones de su ejecu­ción” y “el nacimiento de la mujer más bella” y como destino a su vez que la profecía de descifrar los pergaminos y “la ciudad de los espejos” este último como en parte aparece en las profecías de San Juan o la llamada Apocalipsis.

(Lea También: Algunas Observaciones Psicodinámicas)

Invito al amable lector a hacer ahora otra lectura psicoanalítica, esta vez efectuando el ejercicio del “azar determinista”.

A continuación voy a presentar un material de “Cien años de soledad” tomado del que pudiéramos llamar cuarto capítulo, que no es tal porque no está numerado así. Sin embargo, en la página 63 hay una pausa, después que José Arcadio Buen­día le consigue una casa a la familia del Corregidor.

Hago este ejercicio siguiendo el método del “azar determinista”, dejando de lado cualquier intervención de mi voluntad consciente en la elección del texto. Realizo este ejercicio a propósito, advirtiendo al lector que en dicho proceso que efectué desprevenidamente, intervino únicamente la determinación de mi in­consciente; éste abrió el libro “al azar” y eligió precisamente dicha página para encontrar un “contenido manifiesto” que, como mostraré, ya estaba supuestamente determinado en mi mente.

La primera cuestión que me sale al paso es la de cómo voy a tratar el escrito en mención.

Lo que intentaré realizar es un análisis aplicado de su “contenido manifiesto”, visualizán­dolo como si se tratara de las “asociaciones libres” de un paciente en una sesión analítica.

Entendamos que la asociación libre “es un método especial que consiste en expresar sin discriminación todos los pensamientos que vienen a la mente, ya sea a partir de un elemento dado (palabra, número, imagen de un sueño, representación cualquiera), ya sea de forma espontánea” (394). Este método surgió de métodos preanalíticos de investigación del incons­ciente que fueron luego empleados por Freud en su autoanálisis y en sus análisis clínicos.

Por su parte, la escuela psicológica experimental de Wundt utilizó dicho método para el estudio de los tiempos de reacción frente a palabras inductoras. Jung, a su vez, hizo lo mismo y en­contró que “las ideas estaban relacionadas con un acontecimiento particular dotado de un tinte emocional”. 

En sus “Notas sobre la prehistoria de la técnica analítica” (1920), Freud menciona cómo el escritor Ludwig Borned, a quien leyera durante su juventud, recomendaba para “convertirse en un escritor original en tres días escribir todo lo que viene al pensa­miento, y denunciaba los efectos de la autocensura sobre las producciones intelectuales”. El propio Freud utilizó ampliamente la asociación libre en su obra cumbre, La interpretación de los sueños (1900).

Las asociaciones pueden considerarse “libres” siempre y cuando no estén controladas por una intención selectiva consciente, voluntaria y por lo tanto determinados. 

Su libertad se acentúa cuando no se les proporciona ningún punto de partida. Ahora bien, “la palabra liber­tad” no debe tomarse aquí en el sentido de indeterminación, puesto que siempre hay un deter­minante, a saber, el proceso primario inconsciente, que selecciona involuntariamente un con­tenido u otro. Sin embargo, de lo que se trata aquí es que la determinación no sea consciente (o bien, que sea lo menos consciente posible), es decir, que no participe una censura situada entre el preconsciente y el inconsciente.

En otras palabras, procuramos que no intervenga la segunda censura, puesto que la primera e inevitable es la que tiene lugar entre el inconsciente y el preconsciente. De tal manera, lo que nos interesa es llegar lo más directamente posible al inconsciente, aunque ello no sea posible sin pasar por el preconsciente.

Por ejemplo, cuando abrí al azar el libro “Cien años de soledad” era consciente de que lo iba a abrir, pero seguramente mi preconsciente estaba ubicado en un lugar no percibido por mi conciencia.

Suponía así que el azar operaría en el preciso momento de abrir el libro, y fue así como lo hice en la página 63. Fue también como me di cuenta de que estaba en la cuarta parte. Sin embargo, no era consciente de qué iba a seleccionar. Mi atención estaba flotante pero no dejaba de tener atención. Sabía que tenía el libro en mis manos y que iba a abrirlo, pero no sabía dónde.

A pesar de todo, existía en mi mente “un determinismo” de abrirlo para luego tratar de analizarlo. De todas maneras existían mis motivaciones conscientes e incons­cientes. Fue así como obtuve el texto que ahora voy a tratar como si fuera una sesión analítica transcrita por un analista estudiante y traída a supervisión, que es uno de los procedimientos para la enseñanza de la clínica psicoanalítica y que toca de cerca el proceso del análisis per­sonal. Sin embargo, aquí no estamos ante un proceso analítico, sino ante un proceso creativo, que es el de Gabriel García Márquez.

Por lo tanto, el escritor quedará excluido, aunque siem­pre esté incluido en forma latente en lo que leemos. De todas maneras el psiquismo de García Márquez intervendrá en el proceso mental que en este momento me atañe, tal como lo hizo en su propio proceso como escritor y creador. Entiéndase que todos estos textos pasaron por la conciencia y la revisión consciente de Gabriel García Márquez, pero primero provinieron del inconsciente, luego llegaron al preconsciente y finalmente se hicieron conscientes.

Antes de permitirme realizarlo quiero hacer la salvedad de que en mí existe una tendencia, algo irreverente y con ciertos visos de uso y abuso, a utilizar un método, el psicoanalítico (psicoanálisis aplicado) específico, para tratar un texto que ya ha sido elaborado y reelabora­do con detenimiento por su autor, además de quienes pudieron haberlo corregido.

Así pues, lo que voy a realizar a continuación no es tan válido, puesto que no pertenece al proceso dual entre paciente y analista que se verifica en el psicoanálisis, donde intervienen los procesos de transferencia y contratransferencia a la par con cierto determinismo psíquico que en parte está guiado por la elección de analista y la aceptación de éste del analizado.

Uno y otro son elegidos y seleccionados en ambas dimensiones, la consciente y la inconsciente. Téngase en cuenta que el inconsciente es atemporal, a la vez que tiene una conexión con lo general, colectivo y aún el creador literato hace un puente develando lo universal sintópico.

De esto podemos concluir que la técnica que emplearé a continuación no es comprobable y válida científicamente sino tan sólo de manera parcial, y que lo que observemos o encontre­mos puede ser como un común denominador para todos los lectores, y especialmente para el autor y no para toda la cultura. Sin embargo, también es muy posible que lo que encontremos sea algo universal y válido para cualquier momento y espacio en que se ubique el lector.395

Así pues, veamos el texto elegido de tal manera, de la página 63:

La casa nueva396, blanca como una paloma, fue estrenada con un baile. Úrsula había concebido aquella idea desde la tarde en que vio a Rebeca y Amaranta convertidas en adolescentes, y casi puede decirse que el principal motivo de la construcción fue el deseo de procurar a las muchachas un lugar digno, donde recibir las visitas.

Para que nada restara esplendor a ese propósito, trabajó como un galeote mientras se ejecutaban las reformas, de modo que antes de que estuvieran terminadas había encargado costosos menesteres para la decoración y el servicio, y el invento maravilloso que había de suscitar el asombro del pueblo y el júbilo de la juventud: la pianola.

La llevaron a pedazos, empacada en varios cajones que fueron descargados junto con los muebles vieneses, la cristalería de Bohemia, la vajilla de la Compañía de las Indias, los manteles en Holanda y una rica variedad de lámparas y palmatorias, y floreros, paramentos y tapices. La casa importadora envió por su cuenta un experto ita­liano, Pietro Crespi, para que armara y afinara la pianola, instruyera a los compradores en su manejo y los enseñara a bailar la música de moda impresa en seis rollos de papel.


394 Laplanche y Pontalis, 1971, pág. 37

395 “Pienso que la ‘validez científica’, no depende de los criterios ‘científicos’ que se estiman como tales. En una obra como esta es universal y la validez científica se da diferente en una época u otra; la certeza no será alcanzada nunca, Descartes y Kant podrían pensar así” (Comentario de A. De Francisco, 2010).

396 La negrilla es mía.

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