Métodos y Estímulos del Aprendizaje
1. Condicionamiento.
Es condicionar o disponer al sujeto a una respuesta; por ejemplo, las horas de comida, los hábitos de aseo, los juegos, etc., a su tiempo.
2. Repetición.
De lo que desea ser aprendido o enseñado.
3. Generalización y discriminación.
Del material por aprender; por ejemplo, se discriminan los modales o movimientos en el comedor y se generaliza el acto para todas las situaciones de ese tipo.
4. Distribución temporal.
Se aprende más repartiendo por etapas el contexto o conducta por aprender, poco a poco y no de una sola vez.
5. Darle significado y sentido coordinado.
Para que se pueda comprender.
6. Hacer la verbalización de lo que se desea enseñar.
7. Hacer ver el propósito, intensión o fines y ventajas que se persiguen; por ejemplo, se economiza tiempo siendo ordenado; la comida nos da la vida; el aseo nos preserva de enfermedades.
8. Facilitar el orden en lo que se enseña, en el aprender a comer en la mesa; primero enseñar cómo sentarse y luego cómo llevar la comida a la boca.
9. Permitir la expresión de los impulsos y motivar al niño con incentivos; darle elementos para que dibuje y ensucie con el fin de crear algo que pueda tomar algún valor, ponerlo a competir con otros la obra realizada y ver quien lo hizo mejor.
10. Hacer la enseñanza a través del juego o recreación.
Se puede enseñar al niño cómo gastar el dinero jugando al almacén o puede enseñarle a respetar a los adultos a través de las leyes de un juego, haciendo el adulto de árbitro o juez; también el niño puede aprender a que no siempre se gana y que hay que saber perder, no pudiendo estar siempre en el primer puesto.
Otra manera de estimular es jugando a los títeres o muñecos y ciudades, personificándolos con los seres de la vida cotidiana. La recreación es en el fondo una forma de volver a crear o volver a producir de nuevo alguna situación, relación o comunicación, desde la pre-verbal hasta la motórica-verbal; con el fin de alegrar se recrea, desde el grito de una risa hasta el silencio de una soledad, pasando por la movilización del cuerpo o la relajación y quietud del mismo. Se puede enseñar o aprender a recrearse solos o acompañados.
11. Dar buenos modelos. Valores e ideales de identificación:
Por ejemplo, tener una vida armónica y amorosa en el hogar, en el trabajo y en la sociedad, es lo que se llama comúnmente dar “buen ejemplo”. Facilitar lecturas biográficas del personaje que represente un buen ideal de bondad, cultura, constancia, verdad, etc.
12. Hacer ver el resultado de lo que se aprende, a la vez que ayudar en la competencia y superación.
A un niño tímido hay que estimularlo haciéndole trabajar y competir con su pasado en relación con un contendor, y uno desinhibido se le debe buscar competidores superiores haciéndole ver los errores que lo impiden progresar, más que mostrarle sus éxitos.
13. Reforzar con frecuencia lo que se enseña.
Es decir, repetir de tiempo en tiempo.
14. La dramatización y expresión artística.
A un niño egoísta que exige de los padres determinada conducta u objeto, puede hacérsele jugar el papel de papá, para que pueda ver él a su padre desde sí mismo y así mismo desde afuera, o bien haciéndole que exprese en forma plástica la tendencia que le inhibe o bloquea.
15. El tono y la melodía son también métodos benéficos de estimulación.
Se aprende mejor con la voz melodiosa de una madre, pero también puede ser necesario en determinado momento un tono alto para fijar el estímulo. Esto no quiere decir que se deba enseñar siempre con los opuestos o sea en tono melodioso o a gritos. De todas maneras la actitud debe ser siempre de seguridad. También hay que tener en cuenta el momento y lugar en donde se enseña. Las preguntas de los niños deben contestarse siempre con la verdad. En lenguaje comprensible para ellos, pero tampoco quiere decir que no se pueda usar un término poco frecuente, el cual deberá ser explicado al niño; de esta manera ampliará su vocabulario.
16. Los cuentos, las historias, los relatos, las poesías y lecturas en general también sirve para estimular al niño, para que deje libre su fantasía y aprenda.
Por ejemplo, se le dice: “si tú cumples con esto, yo te leeré o te contaré un cuento”. Las lecturas deben ser hechas por los adultos, pero también hay que impulsar a los niños a que ellos mismos las hagan para recrear a los adultos o que ellos mismos relaten sus cuentos.
17. Permitir que el niño solo haga sus ensayos y falle, esto es lo que llamamos “ensayo-error”; como cuando comienza a caminar, permitirle que se caiga y él solo descubra la forma de sostenerse, de adquirir la capacidad de equilibrio, coordinación y control.
18. Los premios son otro de los estímulos necesarios.
Cada sujeto necesita su premio. Los premios pueden variar desde un elogio en privado o en público, hasta dar un objeto concreto o simbólico. Es aconsejable saber conocer el momento y lugar en donde se debe dar el premio, así como éste debe estar de acuerdo con lo que se premia. Nunca premiar y luego quitar el premio. Nunca prometerlo y no darlo. No todo debe ser premiado; por ejemplo, hay niños con mayores capacidades que otros; por ende a aquellos no se les puede premiar igual que aquel que con gran esfuerzo ha conseguido un éxito. El esfuerzo hay que premiarlo; el esfuerzo por igualarse, por superarse, viene de la intimidad y abarca la igualdad e individualización, además el sacrificio que implica renunciar a cierto placer para conseguir otro de mayor valor. Hay niños que necesitan ser emulados delante de otros o de ellos mismos, dándoles seguridad, pero por regla general no hay que estimular o despertar la envidia de los compañeros o hermanos.
El premio delante del grupo debe hacerse recalcando lo que se premia, el ideal, el valor o el cumplimiento de la norma más que el de la persona premiada.
Hay niños que por envidia o resentimiento no aprenden, se revelan contra la norma; a éstos hay que ayudarlos a expresar su rebeldía y luego premiar el cumplimiento de alguna norma. El niño debe aprender a recibir el premio con cierto grado de humildad, comprendiendo que lo merece, pero que eso no es todo. Los niños no deben recibir premios por preferencia de los adultos y más aún, no darles, como se dijo anteriormente, los premios que los adultos desearan cuando niños.
¿Qué se debe premiar?
La respuesta ya planteada al comienzo, se puede simplificar así: Se debe premiar lo bueno. Los buenos modales, los hábitos de orden, aseo, cumplimiento, capacidades, intensiones, la aplicación, el buen uso del lenguaje, la cooperación, las aptitudes de liderazgo, si es que existen, las capacidades físicas, el esfuerzo, la inventiva e investigación, la disciplina, etc. Cada uno de estos atributos tiene su valor en la escala de valores. El premio debe darse, como se dijo, a su tiempo, en una medida y con cariño.
Un error que cometemos los padres con frecuencia es que a veces confundimos el premio con el amor natural a los hijos, es decir, les hacemos ver que el premio es el amor de padres. Otras veces los confundimos consintiéndoles sus errores, dándoles regalos a destiempo, tolerando sus tendencias hostiles o descontroladas que cuando nos llenan de tención explotamos en furia controlada o infligimos castigos severos. El tercer paso en este fenómeno es la culpa por el castigo; entonces vienen los deseos de reparación a través de consentimientos, tolerancia de lo que se castigo y hasta llegamos a justificarlos tratándolos como: “pobrecitos, no tuvieron la culpa”. Es así como el niño se llena de angustia, de tensión, de confusión y no sabe si lo que hizo en realidad estuvo bien o mal hecho. A todo esto el niño responde con agresividad o se aprovecha de la situación, sacándole los beneficios que de ella surgen, y es así como se crean círculos viciosos confundiéndose el premio y el castigo, anulándose el estímulo positivo y constructivo. Varios de los estímulos positivos que sirven para ser usados como premios son, por ejemplo, el juego, la recreación, la dramatización, la ejecución de un arte plástico, las lecturas, los relatos de cuentos, etc.
19. Los castigos. Son también otros de los métodos y estímulos para enseñar.
Padres y maestros presentan el dilema: ¿castigo o no castigo? Y si se castiga, ¿cómo hacerlo?, o si no se castiga, ¿Qué ocurre?
La confusión se presenta por que los adultos no tenemos claro los fines que nos proponemos. En segundo lugar, la mayoría de las veces los adultos castigan cuando están irritados, emocionados o furiosos y luego se siente culpables de la agresión que ellos mismos no saben controlar; entonces los niños siente temor del padre descontrolado y no pueden aprender bien sus reglas. El padre, a la vez, repite lo que hicieron con él.
¿Qué hacer entonces si tenemos que aplicar el castigo? Para poder respondernos es necesario tener en cuenta que:
1°. La última medida por tomar debe ser el castigo físico. Además de estos castigos existen los intelectuales, los psíquicos y emocionales, los cuales pueden hacer más daño; por ejemplo, una humillación, la privación, la destrucción o pérdida de un ideal, valor u objeto que lleve la identidad o significación de él mismo (una muñeca, un juguete, un animal, etc.); 2°. No dudar si hay que aplicar el castigo físico; obrar seguros, con firmeza, con justicia y comprensión; 3°. Usar el sentido común. Cada niño, cada padre de familia o maestros son distintos y la falta y la circunstancia deben valorarse en el momento, así como cada niño necesita su premio, así necesitara su castigo. 4°. No hay ni puede haber un código o regla precisa para la aplicación de castigo y sanciones. No creo que debe existir la norma exacta y estricta; a tal falta le corresponde tal castigo.
En términos generales se castiga la mentira, el robo, el irrespeto, la crueldad, el desorden, la suciedad, las peleas, la desobediencia, la envidia, la glotonería, el incumplimiento, la falta de aplicación, los malos modales, las conductas obscenas, los actos en donde hay ruptura de objetos, el despilfarro, las acusaciones y el ocio. Todas estas conductas son el resultado de la tendencia insatisfecha y la fantasía correspondiente a las relaciones con las primeras imágenes o personas de la infancia.
Existen otras tendencias expresas en diferentes situaciones que con frecuencia son castigadas porque molestan al adulto, pero que no son castigables; por ejemplo, la sobreexigencia del niño, que se puede expresar por medio de interrupciones repetidas en la conversación de los adultos, el pedido de objetos repetidas veces, la exigencia imperiosa de atención por medio de peleas y otras conductas, inclusive otras veces buscan la sanción o castigo como medio de encontrar la atención o el control de sus tendencias y fantasías que lo intranquilizan.
Si tenemos que aplicar el castigo, nunca hacerlo con rencor, con odio, con furia; nunca castigar privando al niño de comida básica, del cariño de los padres; ejemplo, diciéndole: “no te vuelvo a hablar, no te quiero”. Con frecuencia los padres de familia cometemos el error de castigar privando al niño de salir de su casa, y por eso los niños no deben sentir la permanencia en su casa como fuente de castigo, lo mismo que el colegio, el estudio, el trabajo o el cumplimiento de la norma que se infringe u otra cualquiera.
Las normas, los buenos modales, los hábitos, los ideales, los valores, el trabajo rutinario, de investigación o creador, la actividad artística, etc., no deben usarse como castigo, por que se crea la ligazón de uno y otro, y surge un impulso o deseo como resistencia en contra de la actividad que se utilizó como castigo. De esa manera se establece cierto bloqueo, inhibición y rebeldía.
Los castigos como los premios pueden ser por emisión u omisión. Se emite una censura verbal, en tonos graves y severos (el regaño), se impone una conducta compensatoria u otra norma, por ejemplo. Pedrito le quitó a su hermano menor un juguete y lo rompió. El niño deberá ser reprendido y deberá reponer el juguete destruido. También se puede imponer la norma de que Pedrito no cogerá los juguetes de su hermano sin permiso de éste o de sus padres.
Un niño que desobedece e irrespeta repetidamente y no han valido estímulos positivos (discusión, sanciones verbales), es muy posible que necesite y busque un control más fuerte de los padres a los cuales ve demasiado tolerantes, débiles e inseguros.
En caso de que el niño llegue al extremo de pegar a los padres, no sólo se le deberá castigar verbalmente, sino también físicamente, haciendo ver al niño su falta de respeto y haciéndole comprender que el dolor físico también les afecta a sus progenitores. Seguramente cuando el niño procede de esa manera es cuando está buscando en una u otra forma un castigo más severo e, inclusive, un castigo corporal. En estos casos el niño deberá ser castigado por tres motivo: a) Impedirle la culpa que le pueda invadir después de haber agredido a los padres; b) Prevenir de está manera la repetición de la conducta; y c) Enseñarle los límites y el respeto debido a cualquier clase de autoridad. De cualquier manera el castigo físico debe entenderse como una última medida, que nunca debe aplicarse con pasión o sevicia, las cuales pueden provenir de conflictos y tendencias inconscientes e incontrolables del adulto.
Se puede sancionar por omisión; por ejemplo, se quita un estímulo, una diversión, la recreación, paseo, cine, dinero, televisión, juegos, fiestas, permisos para visitar amigos. El niño entonces para conseguir lo que desea y necesita tendrá que cumplir con la norma.
(Lea También: El Aprendizaje y la Relación sujeto-objeto)
La sensación se debe aplicar con naturalidad, espontaneidad, de acuerdo con la falta cometida, según la situación y edad del sujeto; por ejemplo, es diferente el castigo de la mentira de un niño de 8 años, que por temor no confiesa haber roto un vidrio durante su juego, de aquel de 15 años, que mintiendo con frecuencia un día niega haber sacado un objeto de la casa para venderlo con la excusa de que necesitaba dinero para comprar cigarrillos, ir al cine, etc.
¿Cómo castigar al primero y al segundo? Al primero se le da una lección sancionándole verbalmente, para evitar que repita el daño; no se debe castigar si ha sido la primera vez, pero si a pesar de la enseñanza, el niño ha hecho el daño repetidas veces, primero hay que buscar cuál es el problema por el cual tiene que exteriorizar su hostilidad en esa forma, y segundo, hacerle reparar el daño tratando de que él colabore materialmente.
Al segundo, si es la primera vez que lo hace, se le debe llamar, discutir y sancionar la falta, haciéndole ver el error en su conducta; en segundo lugar, resolver cómo el muchacho puede tener sus diversiones naturales y normales de acuerdo con su edad y su grupo social o ambiente sin que tenga que recurrir a la conducta antes mencionada.
Dado el caso de que el muchacho haya presentado esa conducta en forma repetitiva, las medidas disciplinarias, las sanciones, la omisión de premios y los castigos deben ser más severos; pero si a pesar de haber aplicado todos los medios y estímulos posibles, el sujeto persiste en su conducta, el problema debe tratarse en forma técnica por el científico, el cual se ha entrenado para resolver estos problemas de la vida real y que están motivados por conflictos de la realidad interior inconsciente del sujeto.
En ambos casos, la mentira es una verdad no lograda, es decir, aquello que el niño quiere y no puede por diferentes factores tener, hacer o ser; al mismo tiempo obra el temor al castigo, defendiéndose en esa forma de la hostilidad externa. Sin embargo se debe hacer hincapié en que a través de la mentira no se obtiene sino temor, castigo y rechazo.
El niño debe comprender que el adulto suele conocer las mentiras y que engañar al maestro o padre de familia, es tarde o temprano, engañarse a si mismo. Cualquier falta cometida por un niño será estudiada por el adulto, que deberá estar seguro de quien la cometió, para no incurrir en injusticias.
Aquí surge una pregunta. ¿Qué hacer, en resumen, para aplicar sanciones y castigos? Es posible, como se dijo, dar reglas exactas para imponer la sanción o castigo, pero el buen sentido común debe ser la regla; por ejemplo, un niño aprende mejor el sentido del valor, de la propiedad, si tiene que pagar un vidrio o vaso roto; pero, como los niños no tienen dinero, no se puede aplicar éste método, aunque si puede enseñársele a trabajar y ganar para repara el daño.
En síntesis, las sanciones y los castigos deben ser:
1) Cortos, justos y sin rencor; 2) Deben ser a tiempo y sin posponerlos. No deben aplicárseles sanciones y luego quitárselas; 3) Especificas y con sentido de proporción para el niño; por ejemplo, una mala cara del profesor para un niño puede ser una gran sanción y para otros no significar nada; 4) El niño debe saber por qué lo sanciona; 5) El adulto debe saber qué respuesta debe tener el niño y saberla manejar. El niño puede reaccionar al castigo llorando, riendo o insultando; el adulto, a su vez, debe mantenerse firme, sin arrepentirse de su conducta; 6) Pensar en la sanción antes de aplicarla y de sentirla con cólera; 7) Pensar en la situación y en la condición del niño, su edad y el momento (teniendo en cuenta que el niño es, diferente a otro); 8) Juzgar y evaluar la efectividad de las sanciones pasadas para aplicarlas en el presente o prevenirlas en el futuro. Darles responsabilidad y el respeto a si mismos.
Cuando se presenta un conducta repetitiva, quiere decir que hay un conflicto interno sin resolver, el cual muchas veces es tan grave que ya no sirven estímulos positivos, sanciones, castigos, consejos, guías de padres maestros, psicólogos, o psicopedagogos, sino que el niño necesita del tratamiento técnico adecuado, el cual sólo lo puede proporcionar el médico-psiquiatra o el psicoterapeuta quien conoce los mecanismos que produjeron la conducta a normal y que formaron el hábito o fijaron al sujeto en la reincidencia.
Es el psicoterapeuta quien conoce las formas como se resuelven los conflictos, buscando la solución del problema que está motivado por causas que son desconocidas por el sujeto y que desde el inconsciente obran forzando a realizar un determinado tipo de conducta; las causas y los factores que intervienen en esto comienzan desde el nacimiento; por lo cual es difícil su resolución.
El descubrimiento y el análisis de estos factores permiten la solución en el presente. En otras palabras, el problema pasado se resuelve repitiéndolo en el presente ante un sujeto que no haga de un problema otro problema. Esto quiere decir que si un adolescente se somete a robar por conflictos inconscientes y el adulto lo castiga con golpes, la sanción por la fuerza y le impone las normas, así no conseguirá si no producir más conflicto.
Aceptémoslo o no, a los niños podemos hacerlos buenos si los sabemos educar, pero los podemos hacer malos o enfermos si no sabemos sembrar el germen del bien. Los muchachos que a la edad de la adolescencia presenta conductas a normales o antisociales, son unos enfermos y como tales se debe tratar. Pero el mal se inició antes y la enfermedad pudo comenzar en la lactancia aunque los síntomas graves aparecen en la edad puberal o posteriormente.
De todas maneras, apliquemos o no el castigo o la sanción, debemos propiciar antes y después el dialogo con el niño, permitiéndole no sólo comunicar sus deseos, sino sus ideas y fantasías para que se puedan ventilar y a la vez para que el niño tenga la posibilidad de ir formando criterio cada vez más maduros de acuerdo con su edad. El adulto debe bajarse del nivel omnipotente y omnisapiente para poder discutir al nivel del niño; esto no significa que deba renunciar al respeto a su autoridad a su experiencia y a su saber, pues si ello ocurre, sucederá que en la adolescencia el sujeto va a incurrir en rompimiento con los límites de la realidad social y con las normas constituidas por los adultos, los que se suponen deben tener criterios maduros para su elaboración.
En los últimos años ha existido la tendencia de no castigar al niño; más aún, se tienen criterios basados en malentendidos, falsas o erróneas interpretaciones psicológicas, creyendo que se hace muy mal produciendo daños irreparables si se castiga al niño físicamente; con ello el adulto en ocasiones incurre en omisiones punitivas por desear no repetir el daño sentido en sí mismo, ocasionado por sus padres.
Con esto se ha dado la vuelta, se ha invertido la actitud y con ello se han creado prohibiciones al castigo en general; por lo consiguiente, también, desde cierto punto de vista, se han cambiado los papeles; podríamos encontrar la situación de que el niño castiga a los adultos con su conducta, los hace victimas, y aquél, el niño, al no conocer los límites, trata al adulto peyorativamente, lo menosprecia, lo desafía, lo provoca, y este último al final es privado de su función, se deja agredir, abandona o bien desplaza su responsabilidad a otros, a la sociedad en general, la que, a la vez no puede asumir el papel específico de la autoridad paterna o materna; de ahí que se presente en ocasiones la rebeldía y la agresión descontroladas y/o muy racionalizadas con nombres de democracia; esto último puede ocurrir a diferentes niveles en el niño, en el adolescente o en el adulto.
Cada edad debe tener su responsabilidad, su nivel de comprensión y su experiencia. Así como no podemos suprimir la rebeldía, aún más, no sólo está es natural sino en ocasiones es muy positiva, pues con ella se pueden producir cambios necesarios en diferentes ordenes, social, económico, psicológico o familiar, de la misma manera debemos encauzarla por los caminos constructivos y creadores.
Es cierto que el adulto no debe ni puede castigar la sinrazón del niño o los impulsos naturales del mismo; hacerlo equivaldría a caer en el absurdo o a entrar en el juego de anular o suprimir el impulso con otro impulso; es decir, a lo irracional oponerse con lo irracional.
Lo que ha sucedido es que si bien la inconsecuencia y la intolerancia llegaron a su máximo en épocas pasadas, ahora se observa la reacción ante esa actitud; por eso podemos a notar los abusos y la pérdida de los límites entre una generación y otra; el joven ya no acepta y menos cree en los principios de los mayores y éstos, a la vez, son rechazados.
Un fenómeno más que se observa es el cambio de valores, de creencias y de ideologías, y aquellos sujetos sometidos de antes son o se convierten en los revolucionarios, los provocadores de desórdenes, los antisociales, aventureros, anárquicos, que bien pueden abanderarse en un credo político para rebelarse y luchar contra lo establecido y lo normativo.
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