Por un Cuidado sin Mascaras
For a care whithout masks
Audrey Dayana Cruz Torres
Palabras clave: enfermería, profesión, cuidado intensivo
El acto de cuidar es la práctica suprema del profesional de enfermería, donde no solamente se brinda un cuidado físico , emocional y espiritual. A diario nos enfrentamos a situaciones únicas e irrepetibles en las que aprendemos que cada ser humano tiene una necesidad diferente pese a que tengan la misma patología o los mimos antecedentes.
Iniciando el año 2020, el mundo estuvo obligado a enfrentar una enfermedad de la que aún se desconoce sobre la prevención específica, el diagnóstico, el tratamiento y la cura. Lo cual, ha resultado en un reto, no solo para la humanidad, sino también para el cuidado de enfermería. Ya que no solamente afectaba la salud física y emocional de los seres humanos, sino que también afectó a las personas que enfrentan en primera línea esta pandemia, “el personal de salud”. Aquellas personas involucradas en actividades en pro del mejoramiento continuo de la salud, expuestos sin lugar a duda a situaciones extremas, de alto riesgo de contagio, jornadas laborales extensas, miedo, angustia, agotamiento laboral, incertidumbre, dilemas éticos y estigma social.
Soy enfermera, especialista en cuidado crítico del adulto, ejerzo mi profesión hace aproximadamente tres años. El 90% de mi ejercicio profesional lo he desarrollado en la unidad de cuidados intensivos. Actualmente, presto mi servicio a la Fundación Santafé de Bogotá, pero ninguna de las actividades que he desarrollado durante este tiempo pudo haberme preparado para el reto que estamos viviendo actualmente debido al COVID-19.
“enfrentarnos a la guerra como soldados sin armas”, y así me sentía…”
En la unidad de cuidado intensivo nos enfrentamos a diario a enfermedades infecciosas teniendo claridad frente al manejo clínico. Las precauciones de bioseguridad, y el aislamiento específico para cada virus o infección, pero la COVID-19 es algo desconocido para nosotros. Por esta razón, el manejo de estos pacientes lo realizamos siguiendo un estricto protocolo de bioseguridad, en el que debemos vestir dos capas de equipo protector.
La primera, se compone de un traje quirúrgico de tela habitual y sobre él nos colocamos un traje azul plastificado que estará en contacto con el paciente. El cual nos cubre desde la cabeza hasta los pies, también usamos monogafas y tapabocas N95. Los cuales resultan incómodos hasta el punto de generar lesiones por presión en la nariz.
Me sentía incomoda al usar este traje, ya que me limitaba el movimiento en la realización de mis actividades cotidianas de cuidado del paciente. Después de 2 horas de uso continuo del traje, se empañaban las gafas y me sentía deshidratada.
De igual forma el uso del equipo de protección dificulta que el paciente pueda identificarnos cuando tenemos que valorarlo, administrar medicamentos o realizar cualquier procedimiento invasivo. Lo que impide generar un contacto de confianza entre enfermero y paciente. Es difícil que no nos vean como extraterrestres, como lo afirman muchos pacientes.
Y es aquí, donde inicio mi narrativa.
Siempre sentí temor a la situación que enfrentaba el mundo con el coronavirus. Ya que a diario en los canales informativos se veía el colapso sanitario, la incertidumbre de la gente frente a la enfermedad. El sufrimiento de las familias que perdieron a sus seres queridos sin tener la oportunidad de visitarlos durante su enfermedad o darles una cristiana sepultura.
Sin embargo, guardaba la esperanza de que mi país no viviría esa misma situación. Pero, hacia mediados de marzo cuando confirmaron el primer caso positivo en la ciudad de Bogotá. Aun así siguiendo las medidas de confinamiento que ordenó el gobierno nacional, creí que el coronavirus sería controlado. Pero llego el día en el que en nuestra institución ya había casos positivos y debíamos, como dicen muchos “enfrentarnos a la guerra como soldados sin armas”. Y así me sentía yo, a pesar de que la institución me brindaba todas las medidas de bioseguridad no dejaba de sentir miedo. Yya que era algo desconocido para mí y para el mundo.
Sin embargo, con la fe puesta de que todo saldría bien, y haciendo una oración en mi mente inicie a ponerme el traje para ingresar al área de coronavirus.
Recuerdo que el tercer día que ingrese con los pacientes de COVID-19:
Conocí al paciente Juan2 de 48 años, oriundo de Venezuela, quien por la coyuntura social por la que atraviesa su país tuvo que emigrar a Colombia. Se desempeña como abogado de una importante empresa de la ciudad de Bogotá. Y en días anteriores había tenido una cena empresarial en la que había compartido con españoles.
Siendo este el nexo epidemiológico que lo llevó a contraer el coronavirus, tengo presente que cuando ingrese a la habitación. Él se encontraba reciente al proceso de extubación y se observaba desorientado y triste. Cuando ingrese lo primero que hice fue presentarme y decirle: “necesita algo, estoy con gusto para servirle”.
Después, le pregunte que como se sentía, él me respondió: “me siento bien, un poco triste porque las cosas afuera no están tan bien”. Con su rostro lleno de tristeza me pidió que lo escuchara porque se sentía perdido.
Juan inicio contándome cómo fue el día que ingresó a la institución, me dijo:
“yo estaba en mi casa, ya sabiendo que era positivo para coronavirus y después empecé a sentir que no podía respirar. Tenía mucha fiebre y desaliento, llame inmediatamente a la ambulancia y cuando ingrese al servicio de urgencias, el médico me explicó que debía conectarme a un respirador artificial porque mi capacidad para respirar se había deteriorado. Después de la intubación, yo empecé a ver una cantidad de doctores en un recinto donde todo era blanco, ellos tenían equipos de cirugía.
Recuerdo que abrieron mi tórax, yo veía como salía pus, después me conectaron un tubo, por este también se veía salir pus. Yo sentía mucho dolor y creía que iba a morir.
Pero, todos los doctores me decían que todo iba a estar bien, también veía muchas enfermeras vestidas de blanco y cuidándome. Pero hoy que despierto de la anestesia, no sé si todo eso fue real o simplemente fue un sueño”.
Sentí escalofrío al escuchar esta historia, sin embargo, le explique a Juan todo el proceso por el que había pasado, confirmando que no se le había realizado ninguna cirugía. Pero que los doctores y las enfermeras siempre habían estado al pendiente de él.
Después de esto, él me dijo:
“Quiero ver a mi familia, quiero que ellos estén aquí, con ellos a mi lado sería más fácil de sobrellevar esta enfermedad. Me siento aislado, solo, sin apoyo”.
Entonces, le manifesté la importancia de mantener el aislamiento, ya que la probabilidad de que el contagiara a su familia si ingresaban a visitarlo era muy alta. Le explique la razón por la que nosotros teníamos puesto el traje y después de esto me refirió: “solo Dios me puede ayudar a enfrentar la soledad que siento en este momento, si tú eres creyente de Dios te pido que o remos”.
M e asombró la petición de mi paciente, ya que durante el ejercicio de mi profesión nunca algún paciente me había pedido algo así. Sentí tristeza de imaginar que mis padres o mi familia se encontraran en esta situación. Y así iniciamos a orar pidiendo a Dios que protegiera y librará a nuestras familias de este virus.
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La soledad y el aislamiento de los pacientes contagiados con COVID-19 es una de las experiencias más tristes que he vivido durante mi carrera profesional, el dolor que provoca en los pacientes y las familias. La carencia de información sobre la evolución de los pacientes internados. Y el hecho de vivir durante su hospitalización aislados viendo diariamente enfermeros y médicos vestidos como extraterrestres.
Es una situación que nos lleva a reflexionar como enfermeros sobre el cuidado humanizado que debemos brindar a estos pacientes.
La enfermera durante el desarrollo de sus actividades realiza múltiples tareas, como valorar a los pacientes, planificar el cuidado, administrar medicamentos, realizar procedimientos invasivos y no invasivos, y finalmente evaluar el resultado de las intervenciones que se realizaron. Pero durante todo este proceso se debe tener en cuenta la función dela familia y la humanización que brinda el personal de enfermería durante su cuidado como lo manifiesta Jean Watson en su teoría de cuidado humanizado. Y que lo define como una actividad que requiere de un valor personal y profesional encaminado a la conservación, restablecimiento y autocuidado de la vida que se fundamenta en la relación terapéutica enfermera y paciente.
En conclusión, el cuidado de enfermería que brindamos al paciente con COVID-19 debe ser cien por ciento humanizado, teniendo en cuenta el contexto de aislamiento. La falta de acompañamiento e interacción familiar, y el hacinamiento social que vive a diario. Teniendo un contacto enfermera y paciente mejorando la calidad de vida en su contexto físico, emocional y espiritual basado en valores humanísticos aumentando la calidad del cuidado que brindamos.
Autor
Audrey Dayana Cruz Torres. Enfermera de Unidad de cuidado intensivo.
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