La Comunicación y el Grupo de Socialización en el que se Encuentra el Paciente
En el caso de las enfermedades cardiovasculares los profesionales de la salud suelen tener una formación adecuada para evaluar y tratar aspectos biomédicos: control de tensión arterial y sus complicaciones, considerar el tratamiento de otros factores de riesgo cardiovascular; saben tratar e identificar las complicaciones de la diabetes etc., pero no tienen la misma preparación para hacer frente a los aspectos psicosociales de estas dolencias que además, tiene que ver con un trabajo muy cercano con la familia.
La experiencia de la enfermedad cardiovascular afecta profundamente al núcleo familiar y a su vez según como ésta la asuma, puede mejorar o empeorar el curso de la enfermedad crónica del paciente afectado. Es decir, cuan-do en una familia un miembro tiene una enfermedad crónica (cardiopatía hipertensiva, diabetes y esclerosis múltiple, entre otras), es la familia y en especial un miembro de ella, general-mente la madre, esposa, hija, la que pasa a ser la cuidadora principal del paciente, sobre todo si el paciente está en las edades extremas de la vida (niñez o ancianidad). El paciente tiende a volverse dependiente y la persona cuidadora se convierte en protagonista del cuidado, vigilancia y control del paciente y su enfermedad: la persona cuidadora asume la preparación de la dieta adecuada, supervisa el cumplimiento terapéutico así como de las re-visiones periódicas, hasta el punto de que algunas veces no es capaz de decidir nada si su cuidador no se lo autoriza.(33,34)
El profesional de salud debe estar atento a esta situación. Tiene un rol muy importante en relación con la educación al cuidador para que éste, sin descuidar al paciente estimule procesos de autonomía y autocuidado. También debe observar las señales de cansancio que el cuidador manifieste de forma tal que la familia esté atenta al proceso que significa convivir con una persona enferma.
Teniendo en cuenta lo anterior es posible señalar que la reacción de las familias ante una enfermedad cardiovascular no es igual en todos los casos. La mayoría de los pacientes y sus familias se adaptan adecuadamente a la nueva situación y, a pesar de las tensiones y reestructuraciones que exige, son capaces de reorganizarse e incluso fortalecer sus lazos. Sin embargo, el profesional de la salud ha de estar atento a aquellas familias que se cierran en sí mismas y quedan atrapadas, asumen en exceso la responsabilidad del cuidado del enfermo y limitan su autonomía o independencia. Nouvilas y Peiro describieron el funcionamiento de familias psicosomáticas de niños afectados de diabetes, asma o anorexia nerviosa en las cuales una forma extrema de esta conducta de sobre compromiso tiene como resultado la exacerbación de la enfermedad.(35-39)
En otras situaciones con pacientes crónicos la familia en cambio se distancia a causa de la presión de la enfermedad, hasta el punto de desintegrarse por la vía del divorcio, la institucionalización o la muerte.
Es importante también tener en cuenta que los cónyuges de los pacientes crónicos a menudo experimentan un padecimiento subjetivo mayor que el del propio enfermo. Los profesionales de la salud con frecuencia se centran en la atención al paciente y pasan por alto el sufrimiento del cónyuge descuidando sus necesidades físicas y emocionales, la mejor manera es establecer una relación con todos los miembros de la familia e implicarles en su labor de cuidadores.(40-43)
Ya que la persona cuidadora como los demás miembros de la familia son la principal fuente de apoyo emocional y social del paciente y quienes le pueden ayudar en la atención a su enfermedad, es importante entonces, generar estrategias de intervención que favorezcan la relación terapéutica también con la familia que enriquezcan la comunicación con el paciente cardiovascular.(44-50) A continuación se describen dichas estrategias:
• Usar un lenguaje apropiado para la persona y el cuidador, evitando palabras o conceptos que para el paciente pueden ser elementales pero que no todo el mundo tiene por qué conocer o comprender.
• A la hora de dar indicaciones o prescripciones acerca de su tratamiento farmacológico y no farmacológico hacerlo de manera clara, concisa y completa, evitar la ambigüedad y la polisemia, y confirmar que el paciente puede repetir con sus palabras lo comprendido.
• Dejar hablar al paciente y no interrumpir, hacerle saber que se le está poniendo atención a través del lenguaje no verbal. Interrumpir sólo cuando no se entienda algo importante, cuando se pierda el hilo de la información, o cuando el interlocutor divague de manera exagerada. Evitar cortar sus frases, o acabarlas por cuenta propia.
• Ayudar al paciente a que se sienta cómodo y libre expresando lo que quiera. Para ello será necesario propiciar un clima de cordialidad.
• Demostrar interés hacia lo que está escuchando, a través del feedback no verbal y mediante acciones como mirarlo a la cara, colocar el cuerpo frente a él, asentir con la cabeza.
• Crear una verdadera relación de comunicación y evitar: 1. las interferencias físicas, tales como interrupciones, ruido ambiental, espacios físicos inapropiados, 2. las interferencias psicológicas: distracciones, preocupaciones que pudiera tener el profesional en el momento de la interacción, y 3. las interferencias actitudinales: prejuicios sociales, estereotipos negativos, juicios prematuros sobre individuos, afectos negativos experimentados hacia un paciente
• Generar relación de empatía. Recordemos que la empatía consiste en la capacidad para ponerse en el lugar del otro y, por un momento, posicionarse desde la perspectiva ajena y no desde la propia, con la finalidad de comprender los sentimientos y situaciones de la otra persona.
• Ser conscientes de que todas las personas tenemos necesidades físicas, psicológicas y sociales, pe-ro que tanto éstas como la manera de satisfacerlas pueden ser muy distintas entre personas distintas. Hay muy pocas necesidades universales en cuanto al contenido y modo de satisfacción; es necesario respetar las peculiaridades personales, siempre que no entren en conflicto con los derechos ajenos.
• Estar atento a todas las señales de comunicación no sólo al discurso como tal, sino a la forma como éste se manifiesta, la expresión facial, la entonación, la repetición de frases.
El profesional ha de ser plena-mente consciente de que se encuentra ante una persona integral y no sólo ante una colección de da-tos o rótulos patológicos. Las personas son mundos que se manifiestan a través de pensamientos, opiniones, expectativas, temores, creencias, expresiones.
• Hay que considerar el contexto físico y social en el que se de el proceso de comunicación. Lo que para un individuo es un lugar habitual y rutinario de trabajo, para otro puede ser un lugar extraño, incómodo o desagradable. En el ámbito de la salud esta circunstancia es especialmente relevante. Para el profesional, el centro de salud o el hospital es su hábitat, el lugar en el que desarrolla cotidianamente sus rutinas de trabajo. Sin embargo, para el paciente puede ser un espacio caracterizado por sentimientos desagradables e, incluso, penosos; es un lugar al que sólo se acude por dos causas: estar enfermo o visitar a un allegado que lo está; es un contexto despersonalizado, en el que se le puede despojar de su ropa, de su intimidad y de su individualidad; donde los ritmos cotidianos de comidas, sueño o descanso se rompen y se hacen más incómodos; donde está en forma continua recibiendo órdenes y sometiéndose a procedimientos altamente burocratizados e intrusivos
• Por último, entender que el actuar profesional empieza por la cordialidad, la disposición para el diálogo cálido con la persona que acude a una atención, y que exige del profesional una gran capacidad de adaptación, disposición y flexibilidad.
Conclusiones
El manejo integral del paciente, incluye aspectos psicológicos y sociales a los cuales hay que ofrecer atención; el profesional de la salud, especial-mente el de enfermería es el más indicado para ello.
El profesional de enfermería en su acción de cuidado está cercano a las dolencias del paciente, a su interpretación del mundo que lo rodea y a su realidad de persona enferma. El profesional de enfermería tiene la obligación de generar un proceso de comunicación terapéutica con su paciente lo que le permite generar procesos de autocuidado y autonomía y posibilitar la aceptación y convivencia con su enfermedad.
La enfermedad cardiovascular tiene una connotación cultural y social de cercanía a la muerte que hace que los pacientes tiendan a volverse dependientes, temerosos y frágiles frente a su cotidiano vivir. El profesional de enfermería a través de una comunicación clara debe identificar esas creencias y proponer información útil que le permita al paciente comprender sus posibilidades y sus limitaciones sin que eso signifique perder su capacidad de independencia. De forma tal que sea el paciente el que tome decisiones sobre su propio autocuidado.
Identificar el rol del cuidador principal y la dinámica familiar para proponer estrategias de comunicación que faciliten poner en evidencia los temores relacionados con la enfermedad, el tratamiento, la muerte, la responsabilidad en el cuidado, el cansancio del cuidar, los problemas económicos y emocionales, etc. De modo que se facilite un proceso de resolución de conflictos y toma de decisiones con la familia.
Finalmente, el profesional de salud además de su capacidad intelectual y técnica debe generar grandes habilidades en los procesos de comunicación porque es el lenguaje, con sus manifestaciones verbales y no verba-les, el que permite crear contextos favorecedores para el mantenimiento de la salud de las personas aun cuan-do padecen una enfermedad crónica.
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