Obituario, Roberto de Zubiría Consuegra

Alfredo Jácome Roca

Alfredo Jácome RocaNo soy quizá la persona más indicada para escribir esta nota recordatoria del Profesor De Zubiría (Roberto, para sus amigos, “Rober” para su hermano, el académico Eduardo De Zubiría Consuegra). Pero tuve la fortuna de tratarlo desde 1960 –cuando fue mi profesor de Medicina Interna en el Hospital de la Samaritana- y luego como colega, participante en varios congresos médicos, director médico en la industria farmacéutica, miembro de la Comisión Revisora de Productos Farmacéuticos del Ministerio de Salud, y finalmente como académico de medicina.

Nació Roberto en Bogotá, el 29 de febrero de 1924, miembro de una familia de origen cartagenero. Destinado a pertenecer a una generación de “cartacachacos”, no olvidó sus ancestros costeños (vascos en realidad) y sobre esto escribió LA FAMILIA DE ZUBIRÍA EN LA HISTORIA DE CARTAGENA DE INDIAS. (Bogotá, Ediciones Utopos, 2006). Hace unos pocos años estuvimos reunidos en la Clínica de Marly con Jorge Cavelier Gaviria y Alonso Restrepo con el fi n de reunir material para escribiruna historia de la medicina en Cartagena, proyecto que aunque no se cristalizó, sirvió para sentarnos alrededor de un café y disfrutar de entretenidas anécdotas sobre médicos cartageneros.

Lo conocí –decía anteriormente- como Profesor de Medicina Interna y Jefe del Departamento Médico del Hospital de la Samaritana. Las clases teóricas en aquella época, no seguían un patrón estructurado sino más bien un “¿de qué quieren que les hable?” (signo de erudición médica) y Roberto no era la excepción. Se paró allí en el auditorio (donde a menudo acudía en calidad de observador el Profesor Cavelier) y nos habló de gastritis. Recuerdo la primera frase: “la gastritis se puede presentar cuando se ingieren alimentos demasiado fríos o demasiado calientes”.

Antes de seguir, quiero citar un párrafo del psicoanalista Mario González Velásquez, quien tomó la palabra en un homenaje que se le rindió a De Zubiría un año antes de su muerte, acaecida en Bogotá el 12 de abril de 2009:

“Lo que sí ha sido Roberto es el gran inspirador del psicoanálisis como acto terapéutico. También fue el gran inspirador del clan que reorganizó la Asociación Psicoanalítica Colombiana y la llevó a su reingreso a la comunidad psicoanalítica Internacional. Internista de primer orden en el campo académico y profesional de la medicina, psicoanalista creativo, investigador clínico en nuevas áreas de aplicación de la terapia analítica e intelectual de profundas y sólidas bases filosóficas y humanísticas, su obra es tan extensa que sería imposible estudiarla en esta breve reseña. Autor de libros sobre diferentes temas médicos y psicoanalíticos: “Orígenes del complejo de Edipo”, publicado por Tercer Mundo en 1968; la “ Biografía del doctor Antonio Vargas Reyes”, publicado por la Academia Nacional de Medicina de Colombia en 1973 (nueva edición en 2005, que aún se encuentra en librerías); “La Medicina en la cultura Muisca”, publicado por la Universidad Nacional en 1985; “La Medicina en el Descubrimiento de América”, publicado por el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica en 1992; y “Muerte y Psicoanálisis”, editado por Grijalbo Ltda. En 1996. A estas obras magistrales se agrega más de un centenar de trabajos médicos y psicoanalíticos y un apreciable número de brillantes intervenciones en Congresos y Simposios, aparte de su destacada participación en la Academia Nacional de Medicina (añado yo “La historia de la Lepra”, publicada en la revista MEDICINA, y una biografía de Hitler que quedó inédita, al no encontrar editor). Recuento elemental, pero que da fe de la labor fructífera de un verdadero científico de la medicina y del psicoanálisis. Vida fértil para la ciencia, como fértil y rica ha sido suexistencia en clientela, en amistades y en progenie (doce hijos y un número importante de discípulos, amigos y pacientes).”

Fue fundador en 1958 – con el profesor Rafael Carrizosa Argáez- y presidente (como su hermano Eduardo) de la Asociación Colombiana de Medicina Interna. En su condición de internista –y de director médico de Laboratorios Winthrop por veinte años lo acompañé a muchos congresos en Colombia, donde debíamos ir como docentes y como directores científicos. Algo bohemio, era gran amigo de sus amigos, como Rafael Gómez Cuevas (“El Marqués”, endocrinólogo de la Samaritana), y de los internistas Diego de Latorre y Manuel Ruiz, de corte muy diferente al anterior. Nunca lo visité en su casa, llena de libros, donde tenía un telescopio para ver las estrellas y vislumbrar a Dios. Quejándose del declinar de la medicina hipocrática –acelerada por la Ley 100- evocaba las épocas cuando era jefe de clínica en San Juan de Dios, adonde iba por la mañana, pues por la tarde atendía una consulta particular muy nutrida. Su labor como miembro de la Comisión Revisora de Ministerio de Salud –luego adscrita al Invima- implicó el estudio de aprobación de numerosas especialidades farmacéuticas que –aún ahora- prescribimos. En la Academia fue vice-presidente durante los dos periodos correspondientes a la presidencia del académico honorario Gilberto Rueda Pérez, y conferencista frecuente en el auditorio “César Augusto Pantoja”, donde nos deleitaba con sus presentaciones.

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