Precursores desde Roma al Renacimiento de la Investigación en Cáncer y de la Oncología
Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, Bizancio despertó la ciencia a través del surgimiento de prominentes eruditos, incluidos Oribasio de Pérgamo (325-403), Aecio de Amideno (502-575) y Paulus Ægineta (625-?). Oribasius destacó la naturaleza dolorosa del cáncer y describió diversos tumores faciales, de seno y genitales. Aecio fue reconocido por la notable observación de que los vasos sanguíneos y la inflamación del cáncer de seno emula la distribución anatómica del cangrejo.
Este, creía que la cirugía del cáncer de útero era demasiado riesgosa, pero defendía la escisión de los cánceres de seno potencialmente tratables. En sus escritos confirmó las observaciones sobre el cáncer de seno hechas por Leonides de Alejandría en el siglo II d.C., “El cáncer de seno aparece principalmente en mujeres y rara vez en hombres.
“El tumor es doloroso debido a la intensa tracción del pezón … por lo que evite operar cuando el tumor se ha apoderado de toda la arquitectura y se ha adherido al tórax; pero si el tumor escirro comienza en el borde del seno y se extiende más allá de la mitad, debemos intentar amputar el seno sin cauterización” (13).
Por otra parte, Paulus Ægineta publicó siete libros dos siglos después, incluyendo un tratado “la descripción, las causas y la cura de todas las enfermedades tumorales, ya sea que estén situadas en partes de textura uniforme, en órganos particulares, o que consistan en soluciones de continuidad, y eso no meramente de manera resumida, sino con la mayor amplitud posible” (13).
En el libro IV, sección 26, Ægineta afirmó que el cáncer “Ocurre en todas las partes del cuerpo” … pero es más frecuente en los senos de las mujeres.
En el libro VI, sección XLV, citó el tratamiento quirúrgico de Galeno para el cáncer de seno, que él defendió como el manejo de elección para todos los cánceres operables, “Si alguna vez intenta curar el cáncer mediante una operación, comience sus evacuaciones purgando el humor melancólico y habiendo cortado toda la parte afectada, de modo que quede una raíz.
Permitir que la sangre se descargue y no contenerla rápidamente, sino apretar las venas circundantes para expulsar la parte gruesa de la sangre y luego curar la herida como otras úlceras” (14). También llamó la atención sobre la presencia de ganglios linfáticos en las axilas de las mujeres con cáncer de seno y abogó por los extractos de amapola para combatir el dolor.
La tradición científica griega también se extendió ampliamente a través de escritores, eruditos y científicos cristianos siríacos que llegaron a tierras árabes principalmente a través de traducciones de textos griegos al árabe por parte de los “nestorianos”; seguidores de Nestorio, Patriarcado de Constantinopla.
El nestorianismo se extendió por Asia Menor a través de iglesias, monasterios y escuelas donde los monjes se mezclaron con los árabes hasta que la secta fue abolida por herética en el Concilio de Calcedonia (451 d.C.). Un elemento fundamental para la adopción del pensamiento griego por los árabes fue la inclinación progriega de Ja’far Ibn Barmak, ministro del Califa de Bagdad, junto con miembros de ideas afines del séquito del Califa.
“Así, la herencia nestoriana de la erudición griega pasó de Edesa y Nisibis, a través de Jundi-Shapur, a Bagdad”, los médicos eruditos islámicos y los escritores médicos se hicieron preeminentes en la temprana Edad Media, incluido el ilustre e influyente Abu Bakr Muhammad Ibn Sazariya Razi, conocido como Rhazes (865? – 925?), Abū ʿAlī al – Ḫusayn ibn ʿAbd Allāh ibn Sīnā, conocido como Avicenna (980-1037), Abū – Marwān ‘Abd al – Malik ibn Zuhr o Avenzoar (1094 1162), y Ala – al – din abu Al – Hassan Ali ibn Abi – Hazm al – Qarshi al – Dimashqi conocido como Ibn Al – Nafis (1213-1288) (15).
Avenzoar fue el de mayor interés para la primitiva oncología ya que describió por primera vez los síntomas del cáncer de esófago y estómago, en su libro Kitab al-Taysir fi ‘l-Mudawat wa’ l-Tadbir, y propuso el uso de enemas de alimentación para mantener pacientes vivos con cáncer de estómago, un enfoque de tratamiento que sus predecesores intentaron sin éxito. Como Hipócrates, insistió en que el futuro cirujano recibiera capacitación práctica antes de que se le permitiera operar por su cuenta. A finales del siglo XIV, Avenzoar se hizo muy conocido en los círculos universitarios de Padua, Bolonia y Montpellier, donde fue considerado uno de los más grandes médicos de todos los tiempos (16).
Las sucesivas publicaciones de su Kitab al-Taysir y sus traducciones aseguraron su influencia durante el siglo XVII cuando el nuevo paradigma de tratamiento de Paracelso, que enfatizaba los ingredientes químicos en lugar de las hierbas, difundido en la lengua vernácula en lugar de en griego o latín, puso en marcha el declive del Greco.
La rápida expansión del cristianismo y su omnisciencia a través de la Europa madura de la baja edad media permitió la aparición de los Hospitiums.
El más famoso fue el Studium de Salerno del siglo IX, una ciudad costera en el sur de Italia clave para el comercio con Sicilia y otras ciudades mediterráneas. Aunque inicialmente fue un humilde dispensario sostenido por las necesidades de los peregrinos en camino a Tierra Santa, evolucionó hasta convertirse en la Schola Medica Salernitana.
La llegada a una abadía cercana en 1060 de Constantino el Africano, un monje benedictino de Cartago cuya guía médica para viajeros titulada Viaticum y sus traducciones y anotaciones de textos griegos y árabes, llevaron a Salerno a ser conocido como Hippocratica Civitas (Ciudad de Hipócrates). A finales del siglo XI, la fama del Studium se había extendido por Europa gracias a la erudición y los escritos de sus profesores y eruditos todavía anclados en la tradición hipocrático-galénica.
Los escritos médicos prominentes que surgen del Studium incluyen el Breviario sobre los signos, causas y curas de enfermedades de Joannes de Sancto Paulo, el Liber de Simplici Medicina de Johannes y Matthaeus Plantearius, y De Passionibus Mulierum Curandorum, una recopilación de problemas de salud de la mujer atribuidos a Trotula, la médica más famosa de su tiempo. Dada su enseñanza ecléctica que fusionó las tradiciones médicas griegas, latinas, judías y árabes, el Studium se convirtió en la Meca para estudiantes, profesores y académicos.
Su sucesora, la Schola Medica Salernitana, sirvió de modelo a las influyentes y duraderas facultades de medicina prerrenacentistas de Montpellier, Bolonia y París que se convirtieron en mecas del estudio y la práctica de la medicina y, finalmente, en el renacimiento del conocimiento sobre el cáncer (17).
El Renacimiento fue testigo de un resurgimiento del interés por la cultura griega, fomentado por la llegada a Europa occidental de doctos griegos que huían de Constantinopla después de la conquista turca de Bizancio, lo que permitió a los occidentales abandonar las traducciones al árabe de los maestros griegos.
Este y otros acontecimientos trascendentales de esa época, como la invención de la imprenta, el descubrimiento de América y la Reforma, provocaron un cambio de dirección y perspectiva.
Esta curiosidad tenía una base amplia, y abarcaba todas las áreas del conocimiento y el esfuerzo humanos, desde el estudio de la anatomía hasta el escrutinio de los cielos, como lo demuestra la publicación de dos tratados revolucionarios e inmensamente influyentes. “De Humani Corporis Fabrica Libri Septum” (Siete libros sobre la estructura del cuerpo humano) de Andrés Vesalio (1514-1564) (18).
Asimismo, se avanzó en las técnicas quirúrgicas y el tratamiento de las heridas, gracias a Ambrosio Paré (1510-1590), cirujano de los ejércitos franceses y médico privado de tres reyes franceses, padre de la cirugía moderna y la patología forense.
Sin embargo, esta explosión de conocimiento renacentista no se extendiósignificativamente al ámbito del cáncer. Por ejemplo, Paré llamó al cáncer Noli me tangere (no me toques) y declaró: “Cualquier tipo de cáncer es casi incurable y…si se opera…cura con gran dificultad” (19).
No obstante, comenzaron a surgir algunos de los atributos físicos del cáncer. A Gabriele Fallopius (1523- 1562) se le atribuye el mérito de haber descrito las diferencias clínicas entre tumores benignos y malignos, lo que es ampliamente aplicable a la modernidad y en la actualidad.
Identificó los tumores malignos por su firmeza leñosa, forma irregular, multilobulación, adhesión a tejidos vecinos y por vasos sanguíneos congestionados, que a menudo rodean la lesión.
Por el contrario, masas más blandas de forma regular, móviles y no adherentes a estructuras adyacentes sugirieron tumores benignos. Al igual que sus predecesores, abogó por un enfoque cauteloso del tratamiento del cáncer, “Quiescente cancro, medicum quiescentrum” (cáncer latente; médico inactivo).
Más importante aún, por primera vez en 1.500 años, la teoría de la bilis negra de Galeno sobre el origen del cáncer fue cuestionada y se formularon nuevas hipótesis. Por ejemplo, Wilhelm Bombast von Hohenheim (1493-1541) mejor conocido como Paracelso, propuso sustituir la bilis negra de Galeno por varios “ens” (entidades): astrorum (cósmico); veneni (tóxico); naturale et spirituale (física o mental); y deale (providencial).
De manera similar, Johannes Baptista van Helmont (1577-1644) concibió un misterioso sistema “Archeus” (20). Si bien estas hipótesis eran retrocesos a las creencias prehipocráticas en las fuerzas sobrenaturales que gobiernan la salud y la enfermedad humanas, fue en este momento cuando René Descartes (1590- 1650) publicó su “Discours de la méthode pour bien conduire sa raison et chercher la verité dans les sciences”.
Luego, el descubrimiento de la circulación sanguínea por William Harvey (1578-1657), de la linfa por Gaspare Aselli (1581-1626) y su drenaje hacia la circulación sanguínea a través del conducto torácico por Jean Pecquet (1622-1674), llevó a la opinión de que la bilis negra de Galeno implicada en el cáncer no se podía encontrar en ninguna parte, mientras que la linfa estaba doquier en la estructura corporal, y por lo tanto consentía por primera vez la noción de metástasis (20).
(Lea También: El Legado del Radium en la Oncología)
Los padres de la modernidad
El médico francés Jean Astruc (1684-1766) fue clave para la desaparición del vínculo entre la bilis negra, la melancolía y el cáncer. En 1759, comparó el sabor de las rebanadas cocidas de carne de res y el cáncer de seno, y al no encontrar diferencias apreciables, concluyó que el tejido mamario no contenía bilis ni ácido adicionales.
Con base en esta nueva pista, Henri François Le Dran (1685-1770), uno de los mejores cirujanos de su tiempo, postuló que el cáncer se desarrollaba localmente y se diseminaba a través de los linfáticos y se volvía inoperable y fatal, una observación tan cierta hoy como entonces (21).
Su contemporáneo, Jean-Louis Petit (1674-1750), abogó por la mastectomía total para el cáncer de seno, incluida la resección de las glándulas axilares (ganglios linfáticos), que consideró correctamente necesaria “para evitar recurrencias”.
Tres siglos y medio después, el enfoque quirúrgico de Petit para la cirugía del cáncer de seno sobrevive después de muchas modificaciones que fueron posibles gracias al enorme progreso logrado en técnicas quirúrgicas (22).
Cómo fue el comienzo del cáncer y cuáles fueron sus causas seguían siendo un misterio:
Por lo que varias instituciones académicas promovieron la búsqueda de una respuesta. Por ejemplo, en 1773, la Academia de Lyon, Francia, ofreció un premio al mejor informe científico sobre “Qu’est-ce que le cancer” (¿Qué es el cáncer?).
Lo ganó la tesis doctoral de Bernard Peyrilhe (1735-1804); la primera investigación para explorar sistemáticamente las causas, la naturaleza, los patrones de crecimiento y el tratamiento del cáncer que catapultó a Peyrilhe como uno de los fundadores de la investigación experimental del cáncer (Figura 4).
Postuló la presencia de una “materia Icorosa”; un factor promotor del cáncer similar a un virus, que emerge de la linfa degradada. Para probar si la materia Icorosa era contagiosa, inyectó extractos de cáncer de seno debajo de la piel de un perro, que mantuvo en casa bajo observación.
Sin embargo, el experimento se interrumpió cuando sus sirvientes ahogaron al perro que aullaba constantemente. Peyrilhe también se suscribió a la noción del origen local del cáncer y llamó cáncer consecuente de enfermedad distal (metástasis), término posteriormente acuñado en 1829 por Joseph Recamier (1774-1852) (23).
En proximidad temporal, William Stewart Halsted (1852-1922)
Popularizó en 1882 las mastectomías “radicales”, que se extendían a los ganglios axilares y los músculos pectorales mayores y menores en un bloque.
Sin embargo, los cirujanos más agresivos del siglo XX agregaron ooforectomía profiláctica, adrenalectomía e hipofisectomía, procedimientos que pronto se abandonaron por ser ineficaces y mutilantes.
Mientras tanto, Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) contribuyó en gran medida a comprender la patología del cáncer a través de su monumental “De Sedibus et Causis Morborum per Anatomen Indigatis” (Sobre los asientos y las causas de las enfermedades investigadas por Anatomía), que contiene descripciones detalladas de las autopsias realizadas sobre 700 pacientes que habían muerto de cáncer de seno, estómago, recto y páncreas.
En otro frente, preocupado porque no se satisfacían las necesidades especiales de los pacientes con cáncer, Jean Godinot (1661-1739), canónigo de la catedral de Reims, legó una considerable suma de dinero a la ciudad de Reims para erigir y mantener a perpetuidad un hospital de cáncer. Este Hôpital des cancers fue inaugurado en 1740 con 8 pacientes de cáncer: 5 mujeres y 3 hombres (24).
Mientras tanto, Bernardino Ramazzini (1633-1714), nacido en Capri, se centró en los problemas de salud de los trabajadores visitando lugares de trabajo en un intento por determinar si las actividades y el medio ambiente afectaban su salud.
Después de años de minuciosas observaciones de campo, publicó De morbis artificum diatriba (Enfermedades de los trabajadores). Allí informó una ausencia virtual de cáncer de cuello uterino, pero una mayor incidencia de cáncer de seno en las monjas en comparación con las mujeres casadas, lo que sugirió la actividad sexual como una explicación, una noción cuestionada dos siglos y medio después (25).
Años más tarde (1761), John Hill (1716? – 1775) advirtió sobre los peligros del entonces popular tabaco rapé afirmando:
“Ningún hombre debería aventurarse a aspirarlo si no está seguro de no estar tan expuesto a un cáncer” (Figura 5) (26). Luego, en 1775 Percivall Pott (1714-1788) llamó la atención sobre el cáncer de escroto en los deshollinadores.
En sus “Observaciones quirúrgicas relativas a la catarata, el pólipo de la nariz y el cáncer de escroto, etc.”, señaló con precisión, “El cólico de Poictou es un moquillo bien conocido, y todo el mundo está familiarizado con el trastornos de los que son responsables los pintores, fontaneros, vidrieros y los obreros de albayalde; pero hay una enfermedad tan peculiar de cierto grupo de personas que, al menos que yo sepa, no ha sido notada públicamente; Me refiero al cáncer de los deshollinadores.
Es una enfermedad que siempre ataca primero y aparece por primera vez en la parte inferior del escroto; donde produce una llaga superficial, dolorosa, irregular, de mal aspecto, con bordes duros y ascendentes.
El oficio se llamó verruga de hollín”. Ante la evidencia progresiva de la enfermedad también declaró “Si existe alguna posibilidad de detener o prevenir este daño, debe ser la eliminación inmediata de la parte afectada…porque si se deja que permanezca hasta que el virus se haya apoderado del testículo, generalmente es demasiado tarde incluso para la castración.
Muchas veces hice el experimento; pero, aunque las llagas…se han curado amablemente, y los pacientes han salido del hospital aparentemente bien, en el espacio de unos meses…han regresado con la misma enfermedad en el otro testículo, o glándulas de la ingle, o con enfermedad en algunas de las vísceras, y que pronto ha sido seguido por una muerte dolorosa” (27).
En el Reino Unido, la ley de deshollinadores de 1875 disponía que estos tuvieran licencia y prohibieran el ascenso antes de los 21 años y el aprendizaje antes de los 16. Con el tiempo, varios gremios de deshollinadores sugirieron bañarse diariamente; una medida bien pensada que redujo drásticamente este riesgo laboral.
A pesar de una mejor comprensión de ciertos aspectos de la evolutiva noción sobre el cáncer, otras observaciones desconcertantes de ese momento incluyeron las descripciones sobre recurrencias distales, cánceres múltiples en un solo individuo, y familias con una alta incidencia de cáncer.
Tales sucesos se explicaron por una cierta predisposición al cáncer o diátesis invocada por primera vez por Jacques Delpech (1772-1835) y Gaspard Laurent Bayle (1774-1816), posteriormente revitalizadas en toda Europa por Pierre Paul Broca (1824-1880), Sir James Paget (1814-1899) y Carl von Rokitansky (1804-1878). Los creyentes en la hipótesis de la diátesis vieron el cáncer como una manifestación clínica de un defecto constitucional subyacente.
El patólogo Jean Cruveilhier (1791-1874) consideró la diátesis del cáncer y la caquexia del cáncer como diferentes manifestaciones del mismo proceso causado por la impregnación cancerosa de la sangre venosa (17). En consecuencia, hubo una actitud generalmente nihilista con respecto a la terapia, ya que las recaídas del cáncer eran casi inevitables a menos que se resecara tempranamente.
Otros pioneros de las definiciones sobre el ámbito tumoral fueron el anatomista Heinrich von Waldeyer-Hartz (1836-1931), famoso por su trabajo sobre el tejido linfoide faríngeo o anillo de Waldeyer, y por acuñar las palabras cromosoma y neurona, el cirujano Franz König (1832-1910) a quien se le atribuye el primer uso de los Rayos-X para visualizar un sarcoma en una pierna amputada.
Estas nociones darían paso al ejemplar único de Pierre Paul Broca, cuyo Mémoire sur l’anatomie pathologique du cancer (Ensayo sobre la anatomía patológica del cáncer) proporcionó una base empírica para la estadificación del cáncer y, por lo tanto, la evaluación pronóstica que perdura en la actualidad (28).
En 1839, Johannes Müller (1801-1858) dedicó sus esfuerzos al estudio microscópico de los tumores y, en 1839, publicó “Sobre la estructura fina y las formas de las lesiones mórbidas”, escrito en el que postuló que el cáncer se originaba, no en el tejido normal, sino en la “gemación” anormal de la vida.
Alternativamente, Adolf Hannover (1814–1894) imaginó que el cáncer surgía de una misteriosa “celula cancrosa” que era diferente a la normal en tamaño y apariencia. Sin embargo, Rudolph Virchow (1821-1902), no pudo confirmar la existencia de este tipo de células (29).
La primera orientación sobre el origen celular articulado con el estroma tumoral fue hecha por Alfred Armand Louis Marie Velpeau (1795-1867), quien después de examinar 400 tumores malignos y 100 benignos bajo el microscopio, anticipó clarividentemente las bases genéticas de la escritura del cáncer: “La llamada célula cancerosa es simplemente un producto secundario en lugar del elemento esencial de la enfermedad.
Debajo, debe existir algún elemento más íntimo que la ciencia necesitaría para definir su naturaleza” (Figuras 6A y B) (Velpeau AALM. Traité des maladies du sein et de la régoin mammaire. Paris: Masson, 1853.).
En paralelo, Robert Remak (1815-1865) mejor conocido por sus estudios sobre el vínculo entre las capas germinales embrionarias y los órganos maduros, dio otro paso adelante al postular que todas las células se derivan de la fusión binaria de progenitores preexistentes, y que el cáncer no era un nuevo fenómeno en formación, sino más bien una transformación de los tejidos normales, que se asemeja al original y se produce por la degeneración del tejido de origen.
Para enmarcar su teoría evolucionista del cáncer escribió: “Estos hallazgos son tan relevantes para la patología como para la fisiología. Me atrevo a afirmar que los tejidos patológicos no están formados, como tampoco los tejidos normales, en un citoblasma extracelular, sino que son la progenie o productos de tejidos normales en el organismo” (30).
Louis Bard (1829-1894) amplió las observaciones de Remak sobre la división celular proponiendo, también correctamente, que las células normales son capaces de desarrollarse en un estado diferenciado maduro, mientras que las células cancerosas sufren defectos durante su evolución dando como resultado la formación de lesiones sólidas.
Las nociones de Remak y Bard sobre la división celular fueron importantes para detallar el futuro de la genómica tumoral, sirviendo como precursores de la clasificación histológica actual de muchos subtipos de cáncer.
Otro científico notable, que unió las opiniones de Velpeau sobre la causa probable del cáncer con nuestro conocimiento actual, fue Theodor Boveri (1862-1915) (31). En un ensayo titulado Zur Frage der Entstehung maligner Tumoren (El origen de los tumores malignos), Boveri propuso por primera vez el papel de las mutaciones somáticas en el desarrollo del cáncer basándose en observaciones sistemáticas realizadas en erizos de mar.
Descubrió que fertilizar un solo óvulo con dos espermatozoides a menudo conducía a un crecimiento y división anómalos de células progenitoras, un desequilibrio cromosómico y la aparición de masas dependientes del tejido primario (32).
Mientras pequeñas piezas del rompecabezas del cáncer iban cayendo lentamente en su lugar, la verdadera naturaleza de la enfermedad, el código que gobierna su desarrollo, crecimiento y diseminación seguían siendo un misterio, y su tratamiento continuaba siendo esquivo e ineficaz.
Al dirigirse a la Sociedad Médica de Massachusetts en 1860, Oliver Wendell Holmes (1809–1894) resumió el estado de la evolución de los medicamentos para ese momento de la siguiente manera: “Si toda la materia médica, como se usa ahora, pudiera hundirse en el fondo del mar, sería mejor para la humanidad y peor para los peces”.
Este vacío alcanzó un cenit cuando Johannes Andreas Grib Fibiger (1867-1928) recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1926 por su descubrimiento del carcinoma de los espirópteros.
En el discurso de presentación, el Decano del Royal Caroline Institute declaró: “Al alimentar ratones sanos con cucarachas que contienen larvas de espirópteros, Fibiger logró producir crecimientos cancerosos en el estómago de un gran número de animales. Por lo tanto, fue posible, por primera vez, transformar mediante un experimento células normales en células con todas las terribles propiedades del tumor” (33).
Buena parte de los descubrimientos más significativos de la naciente oncología se hicieron al ocaso del siglo XIX.
En 1842 Crawford W. Long descubrió la anestesia (1815-1878), en 1867 Joseph Lister (1827-1912) detalló la utilidad de la asepsia, que junto con el perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas, el advenimiento de antibióticos, y diversas mejoras médicas permitieron a la cirugía propulsar la vanguardia del tratamiento del cáncer en etapa temprana mejorando las tasas de curación.
Asimismo, el descubrimiento de los rayos X en 1895 por Wilhelm Conrad Röntgen (1845-1923), del uranio por Henri Becquerel (1852-1908), y del radio y polonio por Marie Sklodowska – Curie (1867-1934) y su esposo Pierre Curie (1859-1906) (34), marcaron el comienzo de la radiología diagnóstica y terapéutica moderna, eventos que generaron expectativas sobre un tipo de tratamiento más exitoso.
Pronto se descubrió que la curieterapia causaba irritación de la piel y caída del pelo, por lo que los rayos X se utilizaron para tratar varias afecciones tumorales, en especial de la piel. A J. Voigt se le atribuyó su uso en un paciente con cáncer nasofaríngeo, y V. Despeignes (1866-1937) merece también el crédito de haber controlado un cáncer gástrico con rayos X (35).
Durante la primera parte del siglo XX, la introducción de múltiples herramientas de investigación innovadoras permitió explorar sistemáticamente nuevas y antiguas hipótesis sobre el origen y la naturaleza del cáncer, lo que condujo a un progreso incremental en distintos frentes.
Por ejemplo, la convicción de Percivall Pott del vínculo entre el alquitrán y el cáncer en los deshollinadores fue confirmada en 1915 por el asistente de Katsusaburo Yamagiwa (1863-1930), Koichi Ichikawa, quien pudo inducir un carcinoma de células escamosas en las orejas de conejos pintadas crónicamente con alquitrán de hulla.
Del mismo modo, Peyton Rous (1879-1970) confirmó la relación entre los virus y el cáncer al generar tumores en pollos sanos inyectados con un filtrado libre de células y bacterias proveniente del tumor de un ave enferma, un experimento que recuerda al de Peyrilhe, más temprano.
En su informe de 1910, Rous no hizo afirmaciones sobre la naturaleza del agente oncogénico transmisible, por lo que sus hallazgos fueron rechazados por gran parte del establecimiento médico, ya que desafiaban la visión predominante de la herencia genética del cáncer, descripción que le condenó al ostracismo durante muchos años. Su trascendental descubrimiento, ahora conocido como el virus del sarcoma de Rous, fue reconocido 50 años después cuando ganó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1966 (36).
Asimismo, se estableció la carcinogenicidad de la radiación ionizante, solar y ultravioleta, y de numerosos agentes ambientales (radón), productos industriales (asbestos), y de una lista creciente de productos de consumo (tabaco) (17).
Las grandes guerras del siglo XX cambiaron la historia natural de la investigación en cáncer. Alfred Gilman Sr. (1908-1984) y Louis S. Goodman (1906-2000) evaluaron el potencial terapéutico de la mostaza nitrogenada (donde el átomo de azufre del gas mostaza se sustituye por un átomo de nitrógeno), confirmando en sus estudios iniciales la toxicidad de este último para las células sanguíneas de los conejos, y su actividad antitumoral en ratones xenotrasplantados con tumores linfoides.
Estos resultados alentadores llevaron al primer uso experimental de la mostaza nitrogenada en “JD”, un inmigrante polaco de 48 años con linfosarcoma refractario. Al parecer, en agosto de 1940, JD había desarrollado una lesión amigdalina acompañada de adenopatías submandibulares y cervicales de rápido crecimiento.
Una biopsia ganglionar reveló la presencia de un linfosarcoma, hallazgo por el que fue referido al Centro Médico de la Universidad de Yale en febrero de 1941. JD “Se sometió a radiación de haz externo durante 16 días consecutivos con una reducción considerable del tamaño del tumor y una mejoría de sus síntomas. Sin embargo, en junio del mismo año, requirió cirugía para extirpar algunos de los nódulos cervicales y se sometió a varios ciclos más de radiación para reducir el tamaño de los tumores residuales.
Al final del año dejaron de responder y se habían extendido a la axila. En agosto de 1942 JD sufría de dificultad respiratoria, disfagia y pérdida de peso, y su pronóstico parecía desalentador”. Habiendo agotado lo que entonces era el tratamiento estándar del linfoma, Gilman, Goodman y Gustaf Lindskog (1903–2002), ofrecieron a JD la mostaza nitrogenda como tratamiento experimental. “A las 10 de la mañana del 27 de agosto de 1942, JD recibió su primera dosis de quimioterapia registrada como 0,1 mg kg-1 del “químico linfocida” de origen sintético.
Esta dosis se basó en estudios de toxicología realizados en conejos. Recibió 10 inyecciones intravenosas diarias, y se observó una mejoría sintomática después del quinto tratamiento.
La biopsia que siguió a la finalización del tratamiento no reveló de manera notable ningún tejido tumoral, y pudo comer y mover la cabeza sin dificultad. No obstante, a la semana siguiente, su recuento de glóbulos blancos y plaquetas disminuyeron provocando hemorragia gingival que requirió soporte transfusional.
Para el día 49 del tratamiento los tumores habían reaparecido y se reanudó la quimioterapia con un ciclo de “linfocidina” de 3 días, teniendo una respuesta marginal y posteriormente la muerte. Esta fue, para la historia, la primera vez que se utilizó la quimioterapia (37).
Durante el período 1949-1955, se comercializaron la mecloretamina, el etinilestradiol, la trietilenmelamina, la mercaptopurina, el metotrexato, y el busulfán. Desde entonces, el desarrollo de mejores tratamientos ha permitido mejorar el pronóstico y la calidad de vida de quienes padecen cáncer.
A principios de la década de 1950, la tasa general de curación de la enfermedad fue del 33%. En 1976, la mitad de todos los pacientes con cáncer sobrevivieron más de 5 años después del diagnóstico.
En 2005, cerca de dos tercios estaban vivos 5 años después de documentar la enfermedad.
Y en la actualidad, cerca del 72% de los pacientes logran largas supervivencias gracias a la introducción de la secuenciación, oncología de precisión (terapias blanco dirigidas), inmunoterapia, terapia celular, y otros.
A partir de cura del primer tumor sólido con quimioterapia (Roy Hertz y Min Chiu Li, 1953), la investigación clínica y de transferencia en cáncer no tiene fronteras.
Esta edición especial de la revista Medicina explora en profundidad los innumerables cambios que ha sufrido la historia del cáncer a partir de 1950, y recuerda el papel de un sinnúmero de gigantes.
Referencias
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