Obituario: Académico Dr. Enrique Nuñez Olarte

Académico Dr. Alfredo Jácome Roca

Dr. Enrique Nuñez OlarteEl académico Enrique Núñez Olarte (1911- 2007) falleció recientemente en Bogotá, a la edad de noventa y seis años. Estudió –tanto medicina como química y farmacia- en la Universidad Nacional de Colombia, y se graduó con una tesis laureada sobre Digitalis purpurea.

Hizo estudios de farmacología experimental en Columbia University de Nueva York, bajo la dirección del profesor Gilman y de fitofarmacología en la Universidad de París, bajo la dirección de Hazard. Fue profesor titular y emérito en su alma mater y ejerció cargos académicos importantes como decanatos- en las dos facultades (de Química y Farmacia y de Medicina).

Estuvo vinculado a la elaboración de toda la legislación inicial sobre medicamentos en Colombia, e hizo parte de la Comisión Revisora de Productos Farmacéuticos por varias décadas.

Aunque no trabajó directamente en la industria farmacéutica del país, un gran número de sus alumnos si lo hizo con gran distinción. Núñez Olarte fue miembro de número de la Academia Nacional de Medicina y prestó sus servicios a los ministerios de Salud y de Justicia.

Cariñosamente se le conocía como “el chato” aunque en sus últimos años en realidad padecía de sordera. Lo conocí en 1958, cuando a la sazón yo era estudiante de segundo año de medicina en la Universidad Javeriana y él era el Jefe de Fisiología en la Universidad Nacional.

Fui a visitarlo para que me ilustrara sobre sí un electrocardiógrafo donado al dispensario médico de la Organización Católica Universitaria Mariana de la Javeriana por la familia del recientemente fallecido doctor Salgar, podría utilizarse en los pacientes que allí asistían.

Me informó que conocía el aparato, que utilizaba papel fotográfico para el trazado, papel que ya no se producía. (Ver: Obituario: Académico Dr. Fernando Torres Restrepo)

Se trataba de un bello equipo, bastante grande –en comparación con los actuales- elaborado en caoba con placas doradas, donde estaban inscritos el nombre del dueño y el de la empresa que lo había fabricado; un rayo de luz que recogía las ondas eléctricas del corazón se encargaba de impresionar el rollo de fotografía.

Por supuesto que fue a parar a una bodega en donde en medio del polvo dormiría el sueño de los justos; sólo para que una década más tarde fuera redescubierto y recuperado para la decoración de la nueva unidad de cardiología del Hospital San Ignacio, donde –elegante y reluciente- se exhibiría como pieza de museo.

Tuve contacto con él durante muchos años, cuando yo por un lado estaba vinculado a la industria farmacéutica y él a la Comisión Revisora de Productos Farmacéuticos.

No aceptaba almuerzos, mucho menos viajes, pero atendía amablemente en su oficina de funcionario o en el consultorio ubicado en su antigua casa de Chapinero, en la calle 69 con carrera 9ª; allí tenía algunos muebles del siglo XIX (entre los que recuerdo un diván en cuero negro), pertenecientes a sus antepasados de Santander, algunos aparatos y muchos libros, ambiente en el que se sentía a gusto.

En su biblioteca se conservan numerosos documentos, de suma importancia cuando se desee escribir la historia de la legislación sobre drogas, la investigación farmacéutica o la introducción de fármacos modernos en nuestro país; ojala esos papeles fuesen donados al Departamento de Farmacia de la Facultad de Medicina de la UNAL o a alguna institución de igual categoría.

Cuando estaba convencido de algo, no había poder humano que le hiciese cambiar de parecer, actitud que conservó hasta el final, cuando ya de colegas en la Academia de Medicina, debimos dar conceptos ocasionales para instituciones como el Consejo de Estado o algún ministerio.

Tenía un gran sentido social: recuerdo que cuando las viejas insulinas bovinas fueron reemplazadas por las humanas modernas, se encontraba inmensamente preocupado por los diabéticos pobres que no podrían pagar el costo superior.

No valía decirle las ventajas de los nuevos preparados; las otras sirven –decía- y son más baratas. Como quien dice, lo mejor es enemigo de lo bueno. Su sordera lo podía sacar a uno de quicio, cuando –al exponer su interlocutor argumentos en pro de algo en lo que él no estaba de acuerdo- al finalizar la argumentación contestaba: ¿cómo dice? Núñez Olarte será recordado como un experto farmacólogo, eficaz y honesto funcionario, profesor universitario e investigador acucioso, que ocupará por siempre un sitial en la historia de los medicamentos en Colombia.

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