Prólogo Al Libro del Académico Jose D´Elhúyar Cardona Arias “Salud y Medio Ambiente”

Académico Dr. Efraím Otero Ruiz

Son escasos, por no decir excepcionales, los textos contemporáneos que relacionan la salud con el medio ambiente, temas de los que depende la existencia del hombre como nauta de esta frágil cosmonave tierra.

De ahí la importancia de este volumen con que el doctor José D. Cardona, destacado neumólogo e internista que se ha paseado por gran parte del territorio colombiano y mantiene bien documentados sus más íntimos detalles ecológicos, nos presenta brillantemente con el título “Salud y medio ambiente”.

Efectivamente, en 35 enjundiosos capítulos precedidos por una introducción y rematados por un glosario de términos, el autor nos pasea de entrada por los maravillosos recursos naturales con que fue dotada Colombia, disponiendo del 10 por ciento de la diversidad faunística y florística mundial y ocupando el quinto lugar en recursos hídricos disponibles.

Pero esa abundancia se está perdiendo, como él lo subraya muy gráficamente, a manos de los 44 millones de depredadores que somos sus habitantes.

¿Cómo? A través de la contaminación del aire por la industria, los motores de explosión o las plantas mal ubicadas; por la disposición indebida de desechos y la deforestación legal o ilegal que van acabando lentamente con las fuentes de agua potable, con la flora y con la fauna.

Y a pesar de los progresivamente crecientes tratados y conferencias sobre el medio ambiente, desde la de Estocolmo en 1972 hasta la de Johanesburgo en 1992, poco o nada se ha avanzado en la protección de los recursos. (Ver: Comentario a la Presentación del Libro “Salud y Medio Ambiente, Un Compromiso de Todos” del Acad. Dr. José D. Cardona Arias)

El argumento que dan los países en vía de desarrollo a las recomendaciones emanadas de dichas conferencias es más o menos como sigue: “Miren, ellos se desarrollaron en décadas pasadas atropellando y contaminando el medio ambiente, despojando a la tierra de sus recursos y ahora quieren que, en aras de una ecología para ricos, nosotros no nos desarrollemos y mantengamos intactos nuestros ambientes y nuestros recursos para que ellos, como empresas transnacionales o como simples turistas, puedan disfrutarlos!”.

No se dan cuenta que los ambientalistas mundiales lo que pretenden es prolongar la supervivencia de los recursos naturales de la cual depende indefectiblemente la de la misma especie humana.

Pero es que los hacheros que talaban los bosques naturales para sembrar cosechas alimenticias (recordamos que Colombia es uno de los pocos países una de cuyas ciudades ostenta un monumento al hacha) han sido sucedidos, en la segunda mitad del siglo XX, por quienes abren carreteras de penetración y establecen colonos, por los explotadores de maderas, por los exportadores de pieles y más recientemente por quienes erosionan hasta los páramos para sembrar plantas de coca y de amapola.

Si los primeros lo hacían a escala limitada para procurar su propio sustento, los actuales lo hacen por una avidez transnacional de dinero fácil, originado en la adicción y en el vicio y que produce tan incalculables dividendos, que alcanzan para comprar desde la labor de simples raspachines hasta la voluntad de los más poderosos.

Vivimos, pues, un mundo en que, en aras del dinero, se perdió la conciencia moral y ello arrastró consigo toda consideración ecológica, al menos en las ingentes masas que disfrutan, directa o indirectamente, de esos beneficios.

Y los pobres desplazados por la violencia generada en las regiones de cultivos ilícitos y guerras intestinas, vienen a llenar las ciudades y siguen agravando el problema ya casi insoluble de la ecología urbana.

Quizás buscando una explicación fisiopatológica a estos fenómenos, el autor se explaya en el hombre, analizado desde su ubicación frente a la naturaleza y la enfermedad hasta su conquista del espacio.

Dedica un capítulo completo al aire como elemento vital y de ahí pasa a otros siete capítulos que narran las concepciones del medio ambiente y sus relaciones con la bioética, con la población urbana y la religión para considerar luego el máximo logro de la ciencia del siglo XX, el desciframiento del genoma humano, anunciado por los presidentes mundiales en el año 2002 y completado en el 2003 y analizar sus posibles implicaciones.

El capítulo 13 lo titula “Gaia, el planeta que sufre”, analizando las devastadoras consecuencias que ha sufrido a manos del hombre, su primer habitante y su primer depredador.

A las diversas influencias o interrelaciones del hombre con el medio ambiente dedica los capítulos que van desde el 14 al 24, analizando en detalle los diferentes agentes patógenos o deletéreos y la manera como actúan con el medio externo o el medio interior, dando gran importancia, como infectólogo que ha sido, a las diversas noxas y a sus vectores o vías de acceso, con los pros y los contras sobre las maneras de controlarlos.

Es de notar que cada capítulo va dotado de su respectiva y pertinente bibliografía, citando obras accesibles para el lector y que, según puede notarse, el autor ha estudiado con mucho cuidado.

Ya del capítulo 25 en adelante y con el título “Se agotan los recursos” va mostrando in crescendo las amenazas a los diversos frentes o entornos ecológicos, resumiendo las conferencias auspiciadas por las Naciones Unidas entre 1972 y 2002, y repasando en el 26, las (escasas) políticas ambientales de nuestro país. Recuerda con justeza al Padre Enrique Pérez Arbeláez, fundador y director por muchos años del Jardín Botánico de Bogotá, como un precursos ecológico.

Aquí habría que recordar también, como otro precursor olvidado, al profesor letón Federico Medem (1904- 1984), zoólogo y experto mundial en saurios y tortugas (órdenes Crocodylia y Testudinae) director por varios lustros de la Estación Experimental o Laboratorio Roberto Franco de la Universidad Nacional en Villavicencio.

Desde su llegada al país, en 1948, clamó a los https://encolombia.com/medicina/academedicina/cuatro vientos, en publicaciones nacionales e internacionales, sobre la depredación inmisericorde de caimanes y babillas en las cuencas del Orinoco y del Amazonas, propiciadas por los exportadores de pieles para la fabricación de carteras y zapatos.

Yo tuve el agrado de tratarlo como paciente en sus últimos años y publicarle desde COLCIENCIAS en 1982, en colaboración con la Universidad Nacional, sus dos obras monumentales “Crocodylia de Colombia” y “Crocodylia de Sur América”.

En esa época estimaba que, si a finales de los 40s había una población de tres o https://encolombia.com/medicina/academedicina/cuatro millones de ejemplares en los sólos Llanos Orientales, a comienzos de los ochentas sólo sobrevivían unos tres mil.

Y hace menos de un mes ocupó la primera página de un importante diario capitalino la foto en colores de un baquiano del Amazonas que se precia en matar a lanzazos los pocos cocodrilos sobrevivientes en esa remota región, sin que las autoridades hagan nada para impedirlo!

Los capítulos 27 a 29 los dedica a los principales agentes patógenos, tóxicos químicos, biológicos y de otras procedencias y las maneras para prevenir sus efectos, neutralizarlos o antagonizarlos.

Del 30 al 33 se extiende sobre los riesgos que esos mismos agentes ejercen sobre los trabajadores de la salud y esboza lo que deben ser los principales programas de vacunación, en un país cuya crisis en sus sistemas de salud, a partir de 1990, ha llevado a que se obtengan los porcentajes más bajos de éxitos en esos programas, sólo comparables a los de los países más subdesarrollados del continente.

Ello ha sido denunciado en 2003 y 2004 en varios foros realizados en las principales ciudades del país, algunos de ellos en la Academia Nacional de Medicina; también allí se ha denunciado el resurgimiento de la tuberculosis por la proliferación de cepas resistentes, en parte debido a las interrupciones erráticas de los tratamientos, antes suministrados por el Ministerio de Salud a las personas de escasos recursos y en parte al aumento progresivo y aterrador de los casos del síndrome de inmunodeficiencia adquirida en toda nuestra población.

Aquí hace también consideraciones especiales sobre las principales zoonosis y la zooterapia para terminar en el 33 con los devastadores efectos de las guerras, tanto a nivel nacional como mundial.

Por todo ello no extraña que el capítulo 34 se titule “Colombia, país de alto riesgo”, en que menciona todos los factores endógenos y exógenos que nos han hecho acreedores a tan ominoso apelativo.

El último capítulo, como para que podamos consolarnos a la manera de los gobernantes europeos de antaño, que iban a buscar solaz y reposo a las termales de Spa, de Marienbad o de Baden-Baden, lo dedica a los temas de ecoturismo y ecosalud, mencionando las diversas opciones de la balneoterapia, mencionando en passant los principales centros colombianos de aguas termales, aún accesibles para la mayoría de nuestro público.

El glosario de términos es completísimo y adecuado para guiar al lector por todos los intrincados capítulos de este apasionante y utilísimo texto.

El cual, creemos, se va a convertir en obra de consulta necesaria para quienes quieran dominar siquiera las bases de las complicadas relaciones entre salud y medio ambiente. Porque el libro es al tiempo un inventario y una denuncia; una declaración de guerra contra los insensatos o los violentos, una advertencia a los imprevisivos y un llamamiento a la paz anímica y ambiental.

Y constituye también una afirmación optimista sobre la capacidad del hombre para corregir sus yerros y rectificar el camino que parece llevarnos a un final apocalíptico. (Ver: Revista de Medicina: Junta, Volumen 27 No. 3 (70))

Para que pueda repetir mañana lo que dijera Rachel Carson, la pionera de los estudios del medio ambiente, allá por el año de 1954 : “Mientras más fijemos nuestra atención en las maravillosas realidades del universo que nos rodea, menor debería ser nuestro afán insensato por destruírlas”.

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