Homenaje Póstumo Académico Alejandro Posada Fonseca- (Fallecido)

Académico Alfonso Tribín•Piedrahíta•

Las circunstancias especialísimas que rodean la realización de este acto esencialmente académico, podrían haber incidido para cambiar el contenido de esta breve y sencilla presentación, relacionada con uno de nuestros más cumplidos Académicos, notable Oftamólogo y amigo de todos los momentos.

Sin embargo, como un homenaje más al ilustre y desaparecido, permítanme leer lo escrito con anterioridad a su lamentada y obligada ausencia, cambiando solamente el tiempo de algunos verbos que, habiendo sido escritos en presente, poquísimos días después, exigen la necesidad idiomática de escribirlos en pasado.

Así éste sea muy reciente, pero que siguen expresando, cualquiera que sea el tiempo en se lean, los altísimos conceptos que siempre tuve sobre el Académico Alejandro Posada Fonseca, a quien en este homenaje, realmente sin precedentes en este recinto, quiero ratificar públicamente mi inmodificable admiración y, al mismo tiempo, mi dolor y pesar por su desaparición, que si no temprana en el tiempo de su peregrinación terrestre, si fue injusta y despiadada por el momento y circunstancias en que ella sucedió.

Descendiente de importantes personalidades que le han dado lustre y gloria a nuestra Patria desde distintas posiciones del saber y de la conducción de nuestra vida civil y militar en importantes instantes de nuestra historia, el doctor Posada Fonseca no fue inferior al compromiso legado por sus mayores y desde el campo científico contribuyó también al bienestar de sus conciudadanos y a la preparación de juventudes médicas que se nutrieron de sus conocimientos científicos.

Nació Alejandro en la ciudad de Bogotá. Fueron sus padres D. Alejandro Posada Espina y doña María Helena Fonseca, bisnieto del general Joaquín Posada Gutiérrez, ilustre cartagenero, de extensa y descollante figuración en el desarrollo y consolidación de nuestra República y emparentado además, con algunas otros personajes nacionales, ampliamente conocidos y que descollaron en las letras y artes a todo lo largo y ancho de nuestra historia como República. (Lea: Obituarios, José Arturo Quijano Gómez)

Realizó sus primeros estudios en Bogotá en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y alcanzó, hacia 1929, a iniciar su carrera en la Facultad Nacional de Medicina de Colombia, viajando posteriormente a París y obteniendo un cupo en la Facultad de Medicina de la Ciudad Luz, en donde también logró la revalidación del año de estudios cursado en Bogotá.

Terminados con total éxito sus estudios médicos y obtenido su grado el 27 de Febrero de 1939 en la Sorbona, fue la Oftalmología la especialidad de su elección, ya ella se dedicó con ahinco.

Realizó estudios de especialización en los Hospitales La Salpatriere, Lariboisiere, Saint Antoine, Cochin y fundamentalmente en la Clinique Nationale de Quinze-Vingts. Recibidos sus títulos correspondientes retornó a la Patria, no sin antes haber destinado dos años para consolidar sus conocimientos en los Estados Unidos, aliado de figuras tan notables de la Oftalmología mundial y de tan grata recordación para latinos y especialmente colombianos, como la de don Ramón Castroviejo cuando éste trabajaba en el Presbyterian Hospital de Nueva York.

Llegado a Bogotá comprende el gran papel que le tocará desempeñar en el ejercicio de su profesión. Encuentra que por ese entonces, años 1942 y 43, casi todos los especialistas que ejercían la Oftalmología, lo hacían conjuntamente con la Otorrinolaringología, constituyendo los llamados especialistas en Órganos de los Sentidos, con excepción del Doctor Jorge Díaz Guerrero, quien aunque formado en la Universidad Nacional en la Clínica de Órganos de los Sentidos, había resuelto ejercer exclusivamente la parte relacionada con las enfermedades de los ojos.

Recorre los principales Servicios Universitarios de la Capital para conocer a sus colegas, sondear las posibilidades de desarrollar exclusivamente la consulta oftalmológica y, finalmente decide, con muy buen criterio, ejercer la especialidad relacionada únicamente con las enfermedades oculares, al igual que su colega, el doctor Díaz Guerrero.

Son pues estos dos médicos los pioneros en el país del ejercicio exclusivo de la Oftalmología como especialidad bien estructurada y a ellos con cariño y agradecimiento se les reconoce esta primogenitura.

Establecido en Bogotá y con un consultorio en la calle 23 pocos pasos arriba de la carrera séptima, comienza el doctor Posada Fonseca su ejercicio profesional, el cual rápidamente se ve colmado de pacientes. Pero no era éste sólo su ideal.

Soñaba desde entonces en servir a su Patria y sus colegas, por lo cual, probablemente robándole tiempo a sus exiguos momentos de descanso, busca asociarse con clínicas y entidades en donde pueda hacer docencia, enseñar y publicar sus experiencias.

Publica sus experiencias en Revistas médicas de amplia difusión como el Boletín de la Clínica de Marly, el de la Cínica Pompilio Martínez y con sus colegas de la Sociedad Colombiana de Oftalmología y Otorino-Laringología promueve sesiones dedicadas únicamente a las enfermedades oculares, lo cual ayuda a hacer más imperiosa la necesidad de dividir las especialidades y crear las respectivas Sociedades como entidades absolutamente separadas y con identidad bien definida, hecho que tendrá lugar hacia 1961 y 1962, cuando ya, desde 1950, las diferentes Facultades de Medicina del país habían hecho la división respectiva y tenían profesorado y servicios separados.

En 1965 ocupa la Presidencia de la Sociedad Colombiana de Oftalmología y es entonces cuando comienzan sus actividades relacionadas con la Academia Nacional de Medicina, como lo veremos un poco más adelante.

En asocio con otros médicos renombrados de la capital y de diferentes especialidades, fundan un centro médico pluriespecializado y lo sitúan en la calle 25 entre carreras 13 y 14, constituyendo la primera agrupación de eminentes especialistas que con éxito reconocido y muy bien cimentado, desarrolló actividades médicas y quirúrgicas en Bogotá.

Más tarde con el doctor Jorge Díaz Guerrero y el Académico de Número de esta Corporación, doctor Alvaro Rodríguez González, fundan el Instituto Oftalmológico de Colombia, de corta duración pero de fructífera trascendencia.

Durante esta época se incrementa la actividad oftalmológica nacional en forma apreciable en todas las agrupaciones educativas, impulsadas por una sana y constructiva competencia y a ello no es ajeno nuestro Académico Posada Fonseca, quien, para contribuir más aún a este deseo de progreso se hace cargo del Servicio de Oftalmología del Hospital Infantil Lorencita Villegas de Santos, que habrá de dirigir por muchísimos años y desde donde realiza un enorme y eficaz trabajo asistencial y docente, desarrollando y facilitando la especialización de muchos colegas en la Oftalmología Pediátrica, con los beneficios que eran de esperarse.

Inició su carrera en esta Academia como Miembro Asociado en 1965, siendo Presidente, como lo mencionamos anteriormente, de la Sociedad Colombiana de Oftalmología.

Presentando los trabajos de rigor y habiendo sido aceptado con beneplácito, ascendió a Miembro Correspondiente en 1969 y en 1978 a Miembro de Número y desde allí cumplió con largueza, distinción y eficacia todos los deberes que se le encomendaron en esta Academia.

Forma con Rubby Rockwood, prestante y bella dama bogotana de origen anglo-sajón, un perfecto y distinguido hogar, rebosante de cariño y comprensión, bendecido con la presencia de cinco hijos, uno de ellos tempranamente desaparecido, quienes, como su padre, han sido ejemplos de distinción y señorío y a quienes en mi nombre y en el de todos los Académicos, manifiesto el más sincero pesar por su fallecimiento.

Creo, Sr. Presidente de la Academia y distinguidos Miembros de su Junta Directiva, que he tratado de cumplir, aunque muy rápida y sucintamente la misión que me han encomendado y por la cual siempre les estaré agradecido, pues me han permitido mencionar aunque sea muy a la ligera y en forma muy general, algunos de los muchísimos méritos que acompañaban a nuestro nuevo, distinguido y lamentablemente desaparecido, poquísimos días antes de esta ceremonia, Académico Honorario y en quien, además, se conjugaban en forma hoy un poco desusada, las calidades de amigo sin condiciones y colega bondadoso y honesto, a quien, como todos ustedes, respeté y admiré.


Revista MEDICINA – Vol. 23 No. 1(55) – Abril 2001 67

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