Reseña Bibliográfica, Al Cabo de las Velas Expediciones Científicas en Colombia

Siglos XVIII-XIX y XX

Académico Efraím Otero Ruiz*

A cogemos como Miembro de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina a un joven científico cuyas inquietudes investigativas, instiladas desde la casa paterna, lo han llevado a explorar desde lo infinitamente pequeño hasta lo prodigiosamente grande, desde el microcosmos hasta el macrocosmos: yen cada ocasión dejando huella de su talento, primero como graduando en Bioquímica e Inmunología de la Sorbona y del Instituto Pasteur y después como investigador del Instituto de Genética Humana de la Universidad Javeriana.

Pero es el resultado de una de sus actividades macrocósmicas, la de la Expedición Humana, lo que nos lo trae aquí esta noche al presentarnos el libro de las grandes Expediciones en Colombia, que él ha titulado “Al Cabo de las Velas-Expediciones Científicas en Colombia, Siglos XVIII, XIX Y XX”.

Efectivamente los viajes clásicos, tal como hoy los conocemos por los historiadores o los cronistas, se dividieron en “exploraciones” y “expediciones”, según aquellas se dedicaran a recorrer los diferentes territorios y sus accidentes geográficos y a describirlos en forma más o menos detallada para el beneficio de futuros viajeros; mientras que éstas se formaban por grupos selectos, dirigidos a lugares geográficos definidos y dotados de un fin específico, para registrar, colonizar, analizar o explotar sus recursos.

Esa definición, sin embargo, se confunde en la práctica; tecnológicamente, los viajes marinos sólo se harán posibles cuando el diseño de voluminosas embarcaciones con quilla y timón, con suficiente velamen y capacidad para albergar un número grande de fornidos remeros les permitiera, no sólo transportar las provisiones suficientes de agua, comida, algunas armas e implementos, sino poder sortear las inconsistencias y las inclemencias del tiempo, desde las calmas chichas hasta los huracanes.

Por eso los viajes clásicos se inician en el Mare Nostrum, en Creta y en Fenicia, alrededor del 2000 antes de Cristo y se dedican primero a contactar o combatir las otras civilizaciones mediterráneas. Y luego, traspasados ya los Pilares de Hércules, a iniciar la circunvalación del continente africano, que tardará muchos siglos en completarse.

Ya en el primer milenio de nuestra era los vikingos llegan a Groenlandia y América y los chinos de Fusang hasta California y México, pero pronto se devuelven, sin dejar en los nuevos continentes signos estables de su transitoria presencia, que hoy ha venido a redescubrirse. (Lea también: Reseña Bibliográfica, “Santa Eulalia. Memorias de una Casa Abierta”)

La era de los grandes descubrimientos se inicia en 1415 en la península ibérica con lo que se ha llamado la “iniciativa portuguesa” que culmina en Enrique el Navegante, la cual luego se extenderá al reino de Isabel y de Fernando, cuya hazaña, la de Colón, realizará por fin lo que David Divine, en su apasionante libro de 1973, ha llamado “la apertura del mundo”.

En Colón arranca la cronología que Alberto titula “Antología de orden cronológico”, que va de la página 35 a la 63 del volumen y que termina en los viajeros europeos y colombianos del siglo pasado, que dejaron por escrito los detalles de sus periplos.

Esas páginas están precedidas de una introducción, en que narra el por qué de las expediciones científicas y se concentra en las tres que van a ser el objeto principal del libro, dos en el siglo XIX (la Botánica de Mutis y la Corográfica de Codazzi) y una del siglo XX de la cual el prologuista, Jaime Eduardo Bernal, y el autor son los promotores y protagonistas principales.

En esas páginas y en las siguientes, en que narra la Expedición de Fidalgo y las Expediciones Hidrográficas de la Armada Real, ambas a la vuelta del siglo XVIII al XIX, lo mismo que la Expedición Helvética y la de la vacuna de Salvany, traza una especie de proemio introductorio a su antología cronológica y a los antecedentes científicos de los viajes expedicionarios.

Realmente habría que remontarse, como lo ha hecho Gregorio Marañón, a la era del iluminismo borbónico en España y a Fray Benito Jerónimo Feijóo, en la primera mitad del siglo XVIII, para hallar las raíces de esa curiosidad que surge en la corte española por conocer y hacer un inventario detallado de los recursos naturales de sus dominios.

Ya la fiebre del oro de la época de los galeones se hallaba en vía de extinción, pero la misma evolución de la economía europea y los albores de la revolución industrial señalaban que podría haber otros recursos, minerales, vegetales, hídricos, faunísticos, cuya existencia se hacía necesario conocer y cuantificar con miras a futuras explotaciones.

Los otros poderes coloniales, Inglaterra, Francia, Holanda, venían haciendo lo mismo en Asia, África u Oceanía. La ciencia, a partir del determinismo mecanicista que le había brindado Newton, no sólo permitía ya una navegación más exacta sino que, con Linneo y con Buffon, se venía especializando en la clasificación científica y en la caracterización detallada de las especies vegetales y animales del planeta.

Todo ello, unido a la formación europea y americana de un número creciente de científicos naturalistas, y al surgimiento de las primeras academias, sociedades y centros del saber, irá haciendo aumentar progresivamente el interés por conocer y describir los nuevos mundos o nuevos territorios.

Prueba numérica de ello nos la da la antología cronológica recogida con tánto cuidado por Alberto. Mientras que en los 3 siglos que van desde Colón hasta el final del siglo XVII figuran 56 relatos de viajeros, dos de ellos anónimos, en el siglo XVIII hay 28 yen el siglo XIX 149 de europeos, norteamericanos y sudamericanos junto a 72 de colombianos, dando un total de 221 para ese sólo siglo.

Esta sola relación constituye una bibliografía invaluable para quien se interese en conocer cuánto se escribió sobre América en los 4 siglos siguientes al descubrimiento.

Pero el autor no se detiene allí. En 27 magistrales páginas nos describe la Expedición Botánica de Mutis (1783-1816) señalando sus principales logros y terminando con una lista o catálogo de quienes fueron los principales colaboradores del sabio en esa magna empresa.

Lo mismo hace a continuación en las 28 páginas siguientes con la Expedición Corográfica de Codazzi (1850-1859), situando adecuadamente ambas expediciones en el contexto social y político de la época, de agitación revolucionaria la primera y de establecimiento del orden civil en la segunda, pero sin dejar de interactuar con la metrópolis y con los países vecinos.

Todo lo anterior le sirve de marco para colocarnos en el ambiente de la Expedición Humana (1983-1997), quizás la última del milenio, que ha servido para adentrarse en un país que, dadas las alteraciones sociales, políticas, económicas, de explotación insaciable, de migraciones forzadas, de violencia y de cultivos ilícitos, probablemente ya no sea el mismo cuando otro u otros se aventuren a recorrer de nuevo sus feraces territorios.

Ese constituye, a mi manera de ver, el egregio valor del libro como testimonio de una era y de un país que, para bien o para mal, nunca volveremos a ver nosotros ni nuestros descendientes.

El que un grupo de 12 jóvenes investigadores del Instituto de Genética de la Universidad Javeriana, con la asidua colaboración de 13 profesores y estudiantes de arquitectura; 26 de comunicación social; 67 de odontología; 6 de nutrición; 12 de optometría; 7 de oftalmología; 6 de filosofía; 56 de medicina; 12 de diseño; 13 de bacteriología; 4 de biología humana y molecular;

16 de enfermería; 4 de economía; 7 de psicología; 6 de ciencias religiosas; 3 de antropología, 3 de arte, uno cada uno de linguística, arqueología, textiles y universidad abierta; 6 de administración;

y dos cada uno de música, transporte y estudios interdisciplinarios se hayan lanzado a recorrer Colombia a lo largo y a lo ancho, registrando, grabando, dibujando, fotografiando, auscultando, analizando muestras con las más avanzadas tecnologías, dejando testimonio y evidencias de culturas, algunas ignotas y otras en vía de extinción, es un hecho de una dimensión intelectual tan grandiosa que bien puede compararse, con creces, con las dos grandes expediciones patrióticas que enmarcaron el siglo XIX.

La huella de sus realizaciones será repetida sin tregua por los moradores atónitos del próximo milenio. La gloria de tales expedicionarios seguirá creciendo, en el símil de la frase a Bolívar del cura de Choquehuanca, “como crece la sombra cuando el sol declina”.

Tres anexos complementan esta lujosa edición de 276 páginas bellamente ilustradas en negro y en colores, editada en 1998 por Giro Editores para el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. El tercero de los anexos comprende la larga lista de publicaciones emanadas directa o indirectamente de las labores de la expedición, que incluye revistas y libros además de innumerables artículos.

A ella se sigue la bibliografía correspondiente al texto propiamente dicho, seguida de un índice onomástico y de una lista de las 74 ilustraciones arriba mencionadas.

Por esta presentación, por esta obra, la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina se siente especialmente honrada en acoger a Alberto Gómez Gutiérrez como Miembro de Número de la misma. Y en ella quiere rendir al tiempo homenaje de gratitud y reconocimiento a todos y cada uno de los participantes en esta magna empresa que, como pocas, ha vuelto a dejar impreso en nuestros espíritus ese amable y recóndito sentido de patria, en toda la dimensión de su grandeza.


* Presidente Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina.

CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *