Artículos Científicos, La Pareja Humana

Académico Álvaro Villar Gaviria*

Gabriel García MárquezEn el proceso que da origen al lenguaje y al conversar como parte definitiva de lo humano en nuestros ancestros primates, hay una emoción básica que tuvo que estar presente como trasfondo permanente para que eso ocurriera: el amor.

El amor, entendido como la aceptación del otro como un legítimo otro, en la convivencia.

Humberto Maturana: El sentido de lo humano

Estaba contra toda razón científica que dos personas apenas conocidas, sin parentesco alguno entre ellas, con caracteres distintos, con culturas distintas, y hasta con sexos distintos, se vieron comprometidas de golpes a vivir juntas, a dormir en la misma cama, a compartir dos distintos destinos que tal vez estuvieran determinados en sentidos divergentes.

Gabriel García Márquez: El amor en los tiempos del colera

Nada se parece tanto al infierno como un matrimonio feliz. Gabriel García Márquez: Diatriba de amor contra un hombre sentado.

Hay un vector primordial que ha estado en mí desde siempre -quizás adquirido a través de algunos de mis genes: la curiosidad, que me condujo, hace ya muchos años, a indagar por cuanto me rodeaba; que desde luego comprendía los seres humanos. Es en esa saga metafórica donde se entreveran los recuerdos, en los múltiples avatares y en las vicisitudes, unidos confusamente en la memoria, sin hilación alguna.

Pero bien, sé que debo concretarme en un intento, no siempre logrado, de escapar de la asociación libre. Ese intento, que es impuesto por la pertinacia, es la dicha curiosidad acerca de cómo ocurren las cosas en los seres humanos, es decir, de la fisiología.

Pero resulta que no hay una enseñanza universitaria con ese referente exclusivo. Así, hube de comenzar los estudios de medicina, que me ofrecían esa oportunidad inicial. Pero con esos conocimientos no podía hacer nada -si acaso enseñarlos en un hipotético auditorio. Al mismo tiempo se me abrieron las posibilidades de continuar y de terminar una carrera que -en su casi totalidad- resultó apasionante.

Y aprendí no sólo cómo funcionamos los seres humanos, sino cómo y por qué -al menos en muchos casos- nos enfermamos. Y también, en otros tantos, cada vez en mayor medida, podemos tomar parte en la mejoría o en la curación.

Mas luego -y no podía ser de otra manera- la misma curiosidad me condujo al intento muchos años sumergido en lo vano- de comprender cómo y por qué ocurren los hechos en esa abstracción convencional que llamamos la mente. (Lea también: La Pareja: Dos Mundos, Una Unidad)

La terrible experiencia frenocomial, matizada en buena hora, por la calidez de los colegas, por su humanismo resistente al influjo del entorno, me enseñó muchas cosas que luego he necesitado olvidar en la medida de lo posible, dentro de la bruma cómplice de la memoria.

Una de ellas, que abandoné antes de dos décadas, fue en parte el trabajo individualista, el carácter lineal de las enseñanzas de la medicina, luego el incoherente de la psiquiatría tradicional, que vino a ser transformado por el entrenamiento en psicoanálisis.

Todo -me enseñaron- ocurría dentro de la persona. Las condiciones ambientales del mismo Hospital –llamado con el denigrante nombre de Asilo- no importaban. Tampoco las referidas a la clase social, a las circunstancias de sus vidas y del lugar de su nacimiento, con sus peculiaridades.

Un hecho fue trascendental, nunca imaginado antes: el análisis personal-doloroso, enriquecedor en grande cuantía- me abrió dos mundos nuevos: el mío propio y el de buena parte de otros seres humanos. La no vista dimensión, la social, me la procuró el difícil y largo estudio del marxismo. Tan largo, que creo no poder terminarlo nunca.

El materialismo dialéctico me ha explicado infinidad de cuestiones, no sólo respecto de lo humano y de lo social-inseparables- por cuanto no puede imaginarse a alguien por fuera de su cultura; pero muchas otras cosas ocurrieron, que no vienen ahora al caso.

“No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario el ser social es lo que determina su conciencia”. Frase de Carlos Marx que figura como epígrafe de uno de mis libros, El niño, otro oprimido (1973). “… la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Es el correspondiente a otro libro posterior, Psicología y cIases sociales en Colombia (1978).

En forma paralela, previa a esta última publicación, hice otro hallazgo, que para mí fue fundamental: el de la obra de Virginia Gutiérrez de Pineda y luego la de Ligia Echeverry de Ferrufino. De la primera, La familia en Colombia (1963) y Familia y cultura en Colombia (1968), de manera principal; de la segunda, La familia de hecho en Colombia (1981).

Todo esto precedió al abocamiento de las terapias que inicié en la década de los sesenta. Porque me pregunté, ante algo en apariencia sencillo: ¿Cuál familia iba a tratar? Ante la multiplicidad incontable de respuestas, las dos autoras mencionadas me ayudaron en forma decisiva.

En efecto, la de cada región de Colombia, de cada clase social, de cada estrato, de cada clima, ofrece algunas peculiaridades precisas –que nunca llegan a acercarse a la generalización simplista. De la Costa a Cundinamarca, del Valle a Antioquia y Caldas, Risaralda y demás, las diferencias son básicas. lo mismo que numerosos puntos en común. Más visibles y contrastantes cuando una pareja tiene proveniencia diferente de cada uno de sus integrantes.

Además, por esa época, desde la misma década, comenzaron a llegar trabajos de la nueva modalidad, que era la psicoterapia de familia, que se inició en Inglaterra, Italia, Francia, Norteamérica y luego en Argentina y Colombia.

Esto ocurrió por una razón muy compleja, varia en su sentido, simple en su enunciado: las parejas jóvenes dieron comienzo a una rápida inestabilidad, debida a la incorporación de las mujeres al trabajo y a la producción.

Lo cual originó que la desigualdad secular no fuera soportada por ninguno de sus integrantes, y en especial por ellas, las mujeres; y la sociedad, alarmada, encargó en forma inicial a los médicos para que abocaran el problema. Y los médicos respondieron, y respondimos; así nos diéramos cuenta, muy pronto, de que este no era un asunto de nuestra profesión.

Provisto de todas estas ideas, me lancé –pleno de temores e inquietudes- al tratamiento de parejas y muy luego al de familias; en los primeros años, que no recuerdo cuánto duraron, a las primeras. Muy pronto entendí también algo ya percibido en mis lecturas: que la palabra terapia -una mera convención del lenguaje, como casi todas las demás- se reducía sólo a esto, a una convención.

Ya su único nexo visible con la medicina. Esto no era asunto médico, tal como lo señala acertadamente Nelly Rojas de González en su artículo titulado “Panorama de la psicoterapia de pareja y de familia en Colombia” (1987).

Francisco Cobas y yo iniciamos esta modalidad, al darnos cuenta de la importancia básica del entorno, de las relaciones que antes no veíamos sino de manera unilateral, en ocasiones a partir de quien se ha llamado el “paciente identificado” -por quien consultan- y en quien pronto se evidencia que es el representante de una serie de vínculos no explícitos dentro de los mismos consultantes.

Pero antes debo hacer referencia a otro paso, que se sumó muy luego, que se inició hace ya varios años, quizás diez, con la oportuna y constante ayuda de mi hijo Eduardo, médico y psicoterapeuta, quien dirige un postgrado de una modalidad, que se ha extendido mucho por su efectividad, por la brevedad de sus procedimientos y, por consiguiente, por lo accesible que resulta para todos los niveles económicos.

Se trata de la aplicación de la teoría general de sistemas, uno de cuyos iniciadores fue Gregory Bateson, con su libro Espíritu y naturaleza (1980), en cuya edición se encuentran estas frases: “Hijo de un precursor de la genética Bateson recorrió en su heterodoxa aventura intelectual los campos de la biología, la antropología, la cibernética, la teoría de la comunicación, hasta desembocaren su “ecología del espíritu”.

Tenía por meta superar (…) las falsas dicotomías que aún hoy empantanan el pensamiento occidental. Inspirado en el concepto de “realimentación” de Wiener, trató de captar los estados oscilatorios (estabilidad y cambio) de los sistemas complejos, proponiendo deslumbrantes concepciones acerca del comportamiento lúcido de los animales y de los hombres.

Seguido por Pasos para una ecología de la mente (1980). Sus estudios sobre el proceso de comunicación de los delfines le dieron vasto renombre, y su modelo del “doble vínculo” fue un aporte determinante en la teoría de la llamada esquizofrenia. Teoría aliado de la cual están la psicoanalítica, la bioquímica y otras, que no se excluyen. Se complementan, para aproximarse todas a ese complejo fenómeno, que no puedo definir; no lo intento.

Bateson fue el hito fundador de una de las modalidades imperantes en la psicoterapia de familia y de pareja. “Debemos suponer -aseveraba- que la misma clase de leyes opera en la estructura del cristal y en la estructura de la sociedad”.

Dentro de sus antepasados literarios figura William Blake (1757-1827), poeta y pintor místico nacido en Inglaterra, autor de Cantos de inocencia y de Cantos de esperanza. También Samuel Butler (1613-1680), cuya obra cimera es la muy conocida novela Erewhon (1942), publicada por primera vez en 1872; su título en inglés reza: Erewhon, or over the range. Erewhon es el anagrama de nowhere ‘en ningún lugar’.

Seguida, años después, por Erewhon revisited. Novelas, ambas, que se refieren a una utopía. Con ellas, Butler arremetió contra la sociedad victoriana de su época, contra el llamado por él “su amor al compromiso”.

Bateson alude a uno y a otro autor para elaborar su teoría sobre los agregados de ideas llamados “espíritus”, en esta forma: “¿Cuál es la pauta que conecta al cangrejo con la langosta, a la orquídea con la rosa, ya los cuatro conmigo?”.

Por otra parte, he tenido a mi alcance la posibilidad de asistir a los cursos intensivos que han dictado varios docentes de otras nacionalidades, traídos por la Asociación de Psicoanálisis y de Psicoterapias. Sistemas Humanos, dedicada a la formación de especialistas de varias profesiones que incluyen la medicina, la psicología y otras ciencias humanas.

Además, de quienes principalmente he aprendido allí son Heinz van Forsters, Humberto Maturana, Gianfranco Cecchin, Peter Lang y otros.

Tras de unos, pocos años, del ejercicio de la psiquiatría tradicional, aprendida en el hospital, trasladada a otras clases sociales, el psicoanálisis dio racionalidad al trabajo -muy bien remunerado, por cierto- y el acceso a otras clases bien diferentes de la campesina, que formaba la enorme mayoría de la población asilar. Pero continuaba dentro del individualismo irreal, así fuera no sólo productivo sino eficaz desde el punto de vista pragmático.

En forma paralela se sucedieron las observaciones acerca de las clases sociales, a partir de la campesina, en el sitio artificial del Hospital. Este, -dice el filósofo francés Michel Foucault- “como la civilización, es un lugar artificial en el cual la enfermedad” -y se refiere a las alteraciones del cuerpo, que la definen- “trasplantada corre el riesgo de perder su rostro esencial.

Allí encuentra complicaciones que los médicos llaman fiebres de las prisiones o de los hospitales: astenia muscular, lengua seca, saburral. rostro abotagado, piel pegajosa, diarrea digestiva, orina pálida, opresión de las vías respiratorias, muerte durante el octavo o el undécimo día, a más tardar el décimo ter- cero (Tissot: 1770).

De una manera general, el contacto con los demás enfermos, en este jardín desordenado donde se entrecruzan las especies, altera la naturaleza propia de la enfermedad y la hacen más difícilmente legible” y cómo en esta necesaria proximidad “corregir el efluvio maligno que parte de todo el cuerpo de los enfermos, de los miembros gangrenados, de los huesos cariados, de las úlceras contagiosas, de las fiebres pútreas (Percival: 1777); y además, se pueden borrar las desagradables impresiones que causa un enfermo arrancado a su familia, el espectáculo de estas casas que no son para muchos sino “el templo de la muerte?”

Esta soledad poblada, esta desesperación, perturban las relaciones sanas del organismo, el curso natural de la enfermedad; sería menester un médico de hospital capaz de “escapar al peligro de la falsa experiencia que parece resultar de las enfermedades artificiales a las cuales él debe dar su cuidado en los hospitales. En efecto, ninguna enfermedad de hospital es pura” (Dupont de Nemours: 1786).

“Es necesario tener esto en cuenta” –escribí en un texto de 1987 (“Acerca de Michel Foucault”),- “porque contribuyó, al lado de su enorme difusión, al desconcierto que produjo, no sólo por su lenguaje, muy elaborado, en ocasiones difícil de seguir en su hilo discursivo, sino por los planteamientos que aparecían con una novedad mayor de la que realmente tenían, para quien desconociera los lineamientos de un proyecto ya comenzado, que se denominó La arqueología del saber (p.30, parte 1), que comprende el periodo de 1954 a 1960. Seguido de otro que ha quedado inconcluso: La genealogía del poder, que se inició en 1971″.

Pudo parecer extraño, para los lectores de la Revista -por lo menos para algunos de ellos- la relevancia dada a este filósofo -poco después de su desaparición- al autor de trabajos cuya relación fue apenas tangencial con la psiquiatría, pero que luego, de manera progresiva y muy profunda calara en la manera de llegar a la comprensión de algunos problemas de grande importancia en su evolución.

Con esto contribuyó a una crítica, pormenorizada y con una vasta documentación, sobre el origen y la persistencia de determinados procedimientos que se extienden a otras instancias del poder. En especial en La Historia de la locura en la época clásica (1976); también Vigilar y castigar.

Nacimiento de la prisión (1976. Otra, de menor importancia, muy anterior, Enfermedad mental y personalidad (1961, que es de 1954). A este autor se lo conoció primero por un texto que lleva por nombre Las palabras y las cosas (1982), editado en francés seis años antes, libro que debería haberse llamado El orden de las cosas, como se le conoce en la edición inglesa. Ese título tiene muchos significados: “una arqueología deEl nacimiento de la clínica las ciencias humanas”. Continuación de trabajos anteriores, en especial de  (op.cit).

Pero hubo otros elementos que dieron pábulo a la turbación, señalados por Miguel Morey en Lectura de Foucault (1983). De esos factores, son señalados por este autor: ” Cómo surge el hombre moderno?” La pregunta no es tan sencilla como parece.

Las implicaciones que acarrea desde la óptica de la investigación foucaultiana son graves; hasta tal extremo, que el texto fue recibido como una grave afrenta (y no sólo gremial. como en los casos anteriores, en que apenas acusaron recibo tardío de sus textos los “interesados”: médicos, psicólogos y psiquiatras); afrenta que deberá ser denunciada y combatida por todo intelectual “comprometido” (p.112).

Más adelante dice Morey: “El escándalo de Las palabras y las cosas llegó en su momento a ser planteado por algunos como una “cruzada antitecnológica”, oposición que se había iniciado unos años atrás, y cuyo primer signo fue la polémica Levi-Strauss-Sartre a raíz del capítulo “Historia y dialéctica” de El pensamiento salvaje del primero de los autores citados, cuya resolución a favor de éste, reorganizó los sectores hegemónicos de la inteligencia parisina” (op.cit., pp. 112- 114).

La primera publicación de Foucault, donde inicia los interrogantes acerca de la relación entre el hombre y el saber, es Enfermedad mental y personalidad (1961), donde comienza la elaboración acerca de la llamada “locura”.

El libro se inicia con una indagación acerca del concepto de “enfermedad mental”. Dice: “En primer lugar, se postula que la enfermedad es una esencia, una entidad señalables por los síntomas que la evidencian, pero anterior a ellos, yen cierta medida independiente de ellos; se describe una base esquizofrénica oculta bajo síntomas obsesivos; detrás de una crisis maníaca o de un episodio depresivo se supone la entidad de una locura maníaco depresiva” (op.cit., p.12).

En consecuencia, el autor quiere demostrar que la llamada “patología mental” exige métodos de análisis diferentes de los de la patología orgánica, y no sólo mediante artificios del lenguaje se puede prestar la misma significación a las “enfermedades del cuerpo”, cuyo es su único referente, ya las “enfermedades del espíritu”.

Y continúa: “Una patología unitaria que utilizara los mismos métodos y los mismos conceptos en el dominio psicológico y en el fisiológico, entra actualmente en la categoría del mito, si bien existe esta unidad entre el cuerpo y el espíritu dentro de lo real” (p.17). Señala poco después cómo la psicología no ha podido ofrecer jamás a la psiquiatría lo que la fisiología brinda a la medicina.

El instrumento de análisis que intenta delimitar la perturbación, no permite encarar una relación funcional entre la supuesta enfermedad y el conjunto de la personalidad. Lo consistente de la vida psicológica está asegurado de una manera diferente a como lo hace la cohesión en un organismo.

La unidad significativa de las conductas, el estilo, el modo general, toda la anterioridad histórica y las eventuales implicaciones de una existencia. “Por lo tanto –agregala abstracción no puede hacerse del mismo modo en psicología yen fisiología; y la delimitación de una perturbación en ‘patología mental’. exige métodos distintos que en patología orgánica” (op.cit., p.18).

La línea de separación entre lo “patológico” y lo “normal” se ha ido desdibujando. Y en psiquiatría, la noción de “personalidad” hace singularmente difícil distinguir entre lo normal y lo patológico. Lo cual no quiere decir -como se ha afirmado- que “las enfermedades mentales” no existan.

Es una cuestión de lenguaje. La enfermedad es una “alteración del cuerpo”. Que existe en muchos casos: la parálisis general progresiva, la arterioesclerosis cerebral, el hipotiroidismo, presentan síntomas “mentales”, pero son del cuerpo. En cambio, un sentido opuesto lleva a un callejón sin salida: l~ angustia, que todos hemos sufrido o sufrimos en más de una ocasión, sería una “enfermedad normal” por su frecuencia. Como empieza a serlo el estrés en la vida moderna.

Ninguna enfermedad puede ser separada de los métodos de diagnóstico, entre los procedimientos de aislamiento de los instrumentos terapéuticos de los que los rodea la práctica médica. En la “patología mental” la realidad no permite semejante abstracción.

Es así como en Francia “la situación de tutela impuesta al alienado por la ley de 1838, su total dependencia de la decisión médica, contribuyeron sin duda a fijar, a fines del siglo pasado, el “personaje histérico”; desposeído de sus derechos por el tutor y el consejo de familia, prácticamente de nuevo en un estado de minoría jurídica y moral, privado de su libertad por la omnipotencia del médico. el enfermo se convertiría en el centro de todas las sugestiones sociales; y en el punto de convergencia de estas prácticas, se establecía la sugestibilidad como el síntoma mayor de la histeria.

Babinsky imponía a su enfermo, y desde fuera, la influencia de la sugestión; y la conducía a un punto tal de alienación que, anulada, sin voz ni aliento, estaba pronto a aceptar la eficacia de la palabra milagrosa: levántate y anda”. y el médico encontraba el signo de la simulación en el triunfo de su paráfrasis evangélica, puesto que la enferma, siguiendo la prescripción irónicamente profética, realmente se levantaba y realmente caminaba.

Pues bien, lo que el médico anunciaba como una ilusión, era en verdad un resultado de su práctica médica: “esta sugestibilidad era la consecuencia de todas las sugestiones, de todas las dependencias a las que estaba sometido el enfermo” (p.20).

En los dos volúmenes del libro, Foucault se aproxima en gran medida a las respuestas frente a dos grupos de problemas: las dimensiones psicológicas de la enfermedad, y las condiciones reales de las mismas. En cuanto a la primera, hace un análisis en dos fases: la enfermedad y la historia individual y la enfermedad y la existencia de quien se enferma, para lo cual se apoya -respecto a cada uno de estos aspectos- y con la idea de superar sus planteamientos, en algunas de las direcciones que dominaba la llamada psicopatología en aquel tiempo, o sea Jackson, Freud, Jaspers y Binswanger.

Nosotros, como médicos, conocemos bien de las enfermedades “del cuerpo”, como las llaman Foucault y muchos otros autores. Y todos sabemos de la existencia de diversas anomalías que pueden recibir esa denominación cuando se llena ese prerrequisito ineludible: poder demostrarlo. En la parálisis general hay síntomas “mentales”, que pueden preceder a los neurológicos y a los signos en el líquido cefalorraquídeo. Algo similar ocurre en las demencias, entre ellas las seniles; en algunas formas de hipo o de hipertiroidismo, como también en las variaciones anormales de la glicemia.

Así, existen muchas otras. Pero en el ámbito emocional o del pensamiento, el asunto es mucho más complejo. Que existen anomalías, es cierto. Pero que haya alteración “del cuerpo” no siempre es posible demostrarlo. Asunto no sólo difícil sino peligroso, porque recibir un diagnóstico psiquiátrico o psicológico –cuya diferencia no puedo establecer- hace llevar ese estigma por toda la existencia, incluso para el sistema de seguros de vida o de enfermedad, que suelen hacer una discriminación con tan volátiles e inasibles entidades o síndromes.

Vuelvo al autor ya mencionado.

En su libro Enfermedad mental y personalidad (1961), trae un ejemplo que muchos de ustedes deben recordar: la psicastenia, de Pierre Janet, que estaba caracterizada -estaba, porque no hemos vuelto a oír hablar de ella- como el agotamiento nervioso con estigmas orgánicos (astenia muscular, perturbaciones gastrointestinales, cefaleas); una astenia mental (fatigabilidad), impotencia ante el esfuerzo, angustia ante el obstáculo, difícil inserción en la realidad yen el presente: es lo que Janet llamaba “pérdida de la función de lo real”; y finalmente, perturbaciones de la emotividad (tristeza, inquietud, ansiedad paroxística) (p.12).

Con base en este caso y en otras numerosas observaciones de sus lecturas de los predecesores de la psiquiatría actual, concluye en que la llamada “patología mental” requiere de métodos de análisis diferentes de los de la orgánica, y que apenas con artificios del lenguaje se puede atribuir el mismo significado a los dos tipos de “enfermedades”.

“Si la enfermedad encuentra una forma privilegiada de expresión de este enlazamiento de conductas contradictorias, no es porque los elementos de la contradicción se yuxtaponen como una naturaleza paradójica en el inconsciente de clase, ofrecen al hombre una experiencia de su medio humano, acosadas sin cesar por la contradicción.

La explotación, que lo aliena en un objeto económico, lo liga a los otros, pero mediante los lazos negativos de la dependencia, las leyes sociales que lo unen a sus semejantes en un mismo destino, lo oponen a ellos en una lucha que, paradójicamente, no es más que la forma dialéctica de esas leyes; la universalidad de las estructuras económicas le permiten reconocer en el mundo una patria, y captar una significación común en la mirada de todo hombre, pero esta significación puede ser la de la hostilidad, y esta patria puede denunciarlo como extranjero.

El hombre se ha convertido para el hombre, tanto en el rostro de su propia verdad como en la eventualidad de su muerte. No puede encontrar de pronto el status fraternal en el que sus relaciones sociales encontrarán estabilidad y coherencia: los demás se ofrecen siempre en una experiencia que la dialéctica de la vida y de la muerte hace precaria y peligrosa” (pp.82-83).

Foucault publicó La historia de la locura en la época clásica originalmente en 1964. Existe una versión resumida del Fondo de Cultura Económica de México (1964). Una reedición, precedida de una introducción nueva, tiene además dos apéndices, “La locura, la ausencia de obra“, (1964) y “Mi cuerpo, ese papel, ese fuego“, (1971), se publicó en París en 1972, y fue traducida por la misma editorial en dos volúmenes (1977).

Esta es la obra básica de este pensador, en lo atinente al asunto que guía esta exposición. No me atrevo a decir que fue un precursor -no tengo las fuentes que me permitan afirmarlo- pero sí un contemporáneo y un influyente autor que contribuyó a la crítica de las profesiones relacionadas con la psicología y con la psiquiatría y con sus aspectos epistemológicos.

Respecto a las condiciones mismas de la “enfermedad”, hace un análisis del sentido histórico de la alienación mental-anticipo de lo escrito, de manera pormenorizada y extensa -en el libro citado arriba, que representa además un intento por establecer cómo actúa el concepto de “enfermedad mental” en términos de una “psicología del conflicto”, mediante una equiparación entre la alienación histórica y la psicológica.

Según Morey, Foucault nunca se mostró satisfecho con este texto, e hizo notorios esfuerzos por silenciario. Años después, con ocasión del éxito de Las palabras y las cosas (op.cit.), hizo una reedición del mismo trabajo bajo el título Enfermedad mental y psicología (1966), donde aparecen de nuevo escritos algunos pasajes importantes.

En la actualidad, ambas ediciones han desaparecido de la circulación, y según parece estuvo prohibida por el propio autor la reedición de una y de otra. Con todo, existe, que yo sepa, una segunda impresión hecha en la Argentina (1979). La obra conserva mucho interés, no sólo por la época en que se escribió, sino porque es un texto que antecede a otro, de Georges Gangullem, intitulado Lo normal y lo patológico (1978).

Llegado a este punto de mi exposición, debo advertir que apenas dedicaré unos pocos párrafos, en gracia de la brevedad, para referirme a unas ideas que fueron muy controvertidas en su momento, expuestas por numerosos autores de varios países, pero que conservan mucha de su vigencia, al haber marcado una huella profunda en la psiquiatría y en la psicología, así como en muchas disciplinas que les son afines.

Y que han tomado, en variados aspectos, un curso propio, al llegar a estar inmersas en la lingüística, en la teoría de ia comunicación, en el estudio de las comunidades, de los grupos, de los sistemas de trabajo y en la concepción que las sociedades tienen de los diferentes, de los excluidos y segregados.

Me refiero a una corriente que se expandió por el mundo occidental-del resto no tengo noticia- que recibió un nombre desafortunado: la antipsiquiatría. Impropio, porque da a entender alguna convergencia acerca de un asunto; y si la psiquiatría tradicional no la tiene, puesto que de manera espuria se dice una ramificación de la medicina, o su aplicación, pero que tiene fuentes en la biología, en la sociología, en la antropología, en la historia, pero también en la bioquímica y en algunos aspectos neurológicos, menos puede tenerla un conjunto tan vario de intereses, de enfoques, de procedimientos y -en una primera instancia- en la ideología.

Alguna vez consulté, sin obtener respuesta, con un filólogo a quien le planteé la posibilidad de introducir un término alterno: la “contrapsiquiatría”; corno la contracultura, pero no su opuesto, como lo indica la primera nominación.

Antes de escribir la lista de algunos de esos autores, quiero destacar uno, para mí de grande importancia, a quien pude conocer en persona y a quien visité en dos oportunidades, así corno él lo hizo a Colombia: Franco Basaglia.

Con sus libros, La institución negada (1970) y Che cos’e la psichiatria? (1975), entre muchas otras publicaciones. Pero ante todo su obra, que llevó a la práctica y que pude visitar en su fase final: el Hospital Psiquiátrico de Trieste. Su propuesta de desmantelarlo y de conducirlo a su extinción fue llevada a cabo; lo mismo que la ley 180 de 1978, que ordenaba hacer lo mismo con sus similares; más la prohibición de crear sustitutos.

Pero debo centrarme ahora de nuevo en el terna de la pareja.

Después de tantos años de trabajar con esta modalidad de relación, al observar sus dificultades por las cuales acuden a consulta y a las perspectivas varias que tienen, he decidido hacer una división -casi arbitraria- como suele ocurrir con las cuestiones atinentes a lo humano, al tener en cuenta la época de su conformación.

Estas observaciones se acumularon en el curso de la práctica con las varias clases sociales; las personas, las parejas y las familias de varia procedencia, constituyeron el acervo, -siempre incompleto, siempre en proceso de modificación y de enriquecimiento- al comprobar una y otra vez, la importancia decisiva del origen del individuo o de la pareja y de la famiia, con sus condiciones de ancestro, de raza, de clima, de factores alimenticios y alimentarios, de la religión, de las modalidades educativas, del trato recibido.

También de las enormes diferencias en el lenguaje, con sus incontables matices, determinados por la historia, por la región, por las clases sociales, por las edades y, desde luego por el trabajo y por el nivel educativo. Con las variaciones que tienen lugar con el paso rápido del tiempo. Y tanto, que una de las dificultades de entendimiento entre una generación a otra suele incluir el habla cotidiana con sus agregados no verbales, de los gestos, de los movimientos de las manos, de las modulaciones de cada uno en relación con el otro; sutiles diferencias, que suelen repetirse, complementan el discurso.

Hay una frase que alguna vez cité, cuyo origen ignoro -pero que no es mía- que viene al caso de manera repetida: “Los dominados adquieren, en forma progresiva, los caracteres que pretende o que quiere el dominante”.

De aquí se desprende que, al escudriñar en forma minuciosa la historia de cada quien, cabe hacerse la pregunta: ¿De dónde provienen tal modalidad, tal expresión, tal tendencia, tal gesto? Una confirmación se encuentra en los hijos adoptados, que presentan caracteres parecidos, sin intervención de la genética. En los otros, naturalmente que cuenta. Lo mismo que la comprensión de quienes rodean al niño en sus primeros años, previos o acompañantes de la escolaridad.

La distribución y las derivaciones del poder, en la pareja y en la familia, el análisis de los vínculos de unos con otros, las normas que se establecen dentro de un amplio espectro constituyen unos de los puntos que se repiten con las variaciones de cada situación; la manera como evolucionan en el tiempo, contribuye a percibir las posibilidades de cambio, en permanente lucha con el estatismo.

En el desarrollo individual -que nunca es sólo tal- puesto que se desarrolla en relación con otros, cuentan muchos mecanismos descritos por la teoría psicoanalítica, tales como la identificación, la ambivalencia de los sentimientos, la idealización, el “desplazamiento”.

Entre comillas porque su uso en la psicología dinámica no tiene que ver con su acepción en el lenguaje común y la fantasía, la idealización, la identificación, y en la base de todo esto, las represiones, primarias y secundarias, que obran sin que el niño lo sepa, pero pueden influirlo o de,terminarlo, aliado de muchos otros hechos, así como unas u otras tendencias.

Las aficiones, los gustos, la escogencia de destinatarios de afecto, o de odio y de los infinitos sentimientos intermedios que se escalonan a partir de esos dos extremos que ha formado el lenguaje, con su carga de prohibiciones y de exclusiones, de acuerdo con vectores que se suman o se excluyen; de las intenciones con un propósito que se prodigan frente a los niños.

Reforzadas, muchas de éstas, por los medios de comunicación, en especial por los televisivos. Dejo por el momento estas observaciones, para volver luego, con más detenimiento, a los factores educativos y al tema crucial del análisis del poder, ya en lo tocante al asunto central.

Pero antes debo retornar a una cuestión ya mencionada.

Una breve digresión acerca de un término que es de uso muy común, en el que no parece tenerse en cuenta la vaguedad del referente. La semántica señala que lo anómalo está tomado del lat. /anomalus/ y éste de la palabra griega que equivale a ‘irregular’, derivado de otra que puede traducirse por ‘igual’, ‘liso’. 11a. doc.: Aut. (J. Corominas: Diccionario críticoetimológico de la lengua castellana, 1954).

La misma fuente trae, como derivados muy posteriores, anormal (1855), del francés anormal (S.xlll), alteración de anomal ‘ánomal’, por influencia de norme ‘norma’.

Cuán fácil y repetido es considerar que lo propio es lo adecuado, y con base en esto trate de imponerse o de censurar lo contrario Se llega a menudo a pensar que la norma tiene que ver con esto. Baste hacer una comparación cultural, étnica o educativa para concluir en que la norma varía tanto como las circunstancias.

Preferible entonces la primera, en especial cuando se aplica a parejas o a familias. No pasa de ser una abstracción el hablar de una pareja o de una familia normales. No sé si alguien pueda contestar esta pregunta. En todo caso, para ceñirme a un método comparativo, he hecho una división entre dos tipos que,
con fines de la simplificación llamaré grupos A y B. La división está fijada en la mitad del presente siglo, no
solamente por mi experiencia personal sino por la habida en el mundo, en especial en aquellas partes donde se originó esta modalidad, como lo señalé antes.

El grupo A está formado por muy pocas de ellas, vistas en el consultorio, por razones que pueden deducirse fácilmente. Es muy raro que las constituidas en la primera mitad del siglo acudan a esta forma de intentar resolver sus vidas, entre otras cosas porque no tienen mayor alternativa aparte de seguir juntas, por razones económicas, por convenciones sociales, por imposibilidad de plantearse una vida diferente, donde el afecto, el conformismo y la costumbre, la presión de los hijos, de la sociedad y de la familia cercana las impelen a no separarse.

Fuera del consultorio, tanto ustedes como yo conocemos muchas. Sin tentativa de aproximación numérica, pienso que algunas -no muchas- de esas parejas cercanas, de las que ignoramos tanto acerca de su cotidianidad, podemos suponer alguna satisfacción, algún bienestar que no amerita para ellos la búsqueda de un cambio. Pero es que, además, esa o esas generaciones no tuvieron, en su momento, una cercanía al tipo de asesoramiento que se les podía ofrecer muy luego de constituirse como pareja.

En especial por parte de los hombres existe una oposición basada, entre otras cosas, en el desconocimiento de la posibilidad de esta intervención.

Además, su inmediata predecesora de esto fue la psiquiatría, que tiene -y me consta de manera personal- una mala imagen, relacionada con los procedimientos, ya en proceso de extinción o ya extinguidos, como el encierro, los electrochoques, el uso de drogas en cantidades incompatibles con una vida corriente, si se exceptúan los antidepresivos y algunos ansiolíticos en pequeñas cantidades. Y también por la idea de la “terapéutica”, ahora entre comillas por la impropiedad de su uso.

No sólo los hombres, también las parejas, creen que se busca prolongar su permanencia juntos o -en algunas ocasiones- separarlos o declarar a uno o a otro como perturbado y por tanto responsable de los conflictos que soportan.

De lo que se trata es de buscar acuerdos que convengan a ambos, a partir de una neutralidad no siempre fácil ni posible, mas siempre buscada, entre otras alternativas con el concurso de uno o de varios coterapeutas.

En terapia sistémica se usa la cámara de Gessell, que yo no poseo, pero que constituye un recurso muy apropiado no sólo para el tratamiento sino para la docencia y para la supervisión de estudiantes al propiciar la intervención de varios puntos de vista.

Paso ahora a referirme al grupo que he llamado B. Está formado por las parejas constituidas –en variedad de formas- después de 1950. Este grupo comprende la gran mayoría de mi experiencia. Es el que determina el mayor número de interrogantes, de variedad en sus planteamientos y que exige, por tanto, un amplio espectro de posibilidades y de estrategias.

Se busca la manera de que cada integrante pueda estar mejor; si logran hacerlo ambos y de común acuerdo, es una de las posibilidades, que no son muchas, en verdad. Claro está que el número de las observadas en un proceso de consulta son muy pocas en relación con el conjunto social, en cualquiera de las clases.

No vaya extenderme aquí a las diferencias entre las burguesías antigua, media y nueva, denominación esta última necesaria, que no amerita explicación en este momento. Además, existen varias con este apelativo. Y las más recientes, a quienes no conozco en el plano profesional.

Ese conjunto de interrogantes, que necesitan respuesta, me ha llevado a pensar, a investigar y a discutirlo con mucha gente de varias disciplinas, que me permiten algunas respuestas provisionales, siempre incompletas; a lo cual se agrega, no sólo la amplitud del conjunto observado, sino su continuo cambio, de acuerdo con infinitas y constantes variables.

Esto conduce al planteamiento, por fuerza hipotético, acerca de nuestros ancestros animales, ya que del paso de los antropoides a los humanos no existen vestigios de ninguna índole. Tengo el dato pero no la documentación, acerca de alguna especie de pájaros que viven juntos en forma duradera. Se sabe, apenas, que en los primates surgieron las parejas transitorias, muy cortas en el tiempo, formadas quizás por el hábitat y por los primeros días de la maternidad, así como por el estro.

Los indicios más antiguos descubiertos de un esqueleto apenas permiten pensar en que se trata de una mujer, a quien se llamó Lucy por sus descubridores (Johanson, Donald y Maitland, Edey: El primer antepasado del hombre. Un sensacional hallazgo: Lucy, el esqueleto más completo y antiguo, 3.500.000 años del más viejo homínido conocido hasta hoy, (1982). El hallazgo tuvo lugar el 30 de noviembre de 1974.

Humberto Maturana, en su libro El sentido de lo humano (1992), dice respecto a esa larga etapa: “Es posible afirmar que vivían en grupos relativamente pequeños, de unas 12 a 15 personas, incluyendo adultos, jóvenes y bebés. Estos seres eran recolectores de alimentos: semillas, nueces, raíces (…) no producían el grano grande que ahora comemos y no manejaban el fuego para cocinarlos”(p.250).

Y más adelante se refiere a que el aspecto básico para el establecimiento de un linaje es la forma de vivir en una sucesión reproductiva, ya que cualquier tipo de animal posee una manera particular de existir, que implica modalidades diferentes del desarrollo. Añade que el modo de vida de nuestros ancestros no incluía el lenguaje en los primeros millones de años; no es posible saber cuántos.

En este punto, el carácter hipotético de cualquier afirmación se releva de manera incalculable.

Hay, sin embargo, algunas pistas. En una película de Jean Jacques Annaud, Las guerras del fuego, que está basada en una amplia documentación antropológica, aparecen, en escenas representativas de varios puntos del planeta, los cambios de posición copulatoria, no como una constante, sino circunstancial o repetida en ocasiones. Ese paso sucedió a los comienzos de la bipedestación, y ésta a los cambios del entorno, a la aparición de la llanura.

Que tuvo consecuencias en la posición de los ojos. Si antes tenían algún grado de lateralidad, la visión de extensiones grandes los hizo paulatinamente frontales. con una mirada paralela, que luego se hizo convergente, al parecer por la actividad de recolección de alimentos pequeños como los granos.

Pero esta posición frontal para la cópula permitió la aparición de varias modificaciones -de seguro en áreas diferentes. Los ojos de la pareja podían mirarse unos a otros y -es probable- con una influencia en algo que pudiera llamarse comunicación, no verbal en un principio.

Fue acaso posible entonces comunicarse la emoción, compartir el placer -si lo hubo- lo cual no podía ocurrir antes, en la posición cuadrúpeda. Y los brazos, -antes las patas- quedaron libres. Esto pudo tener que ver con la aparición de las caricias, otra manera de comunicación.

Además, en la posición inicial, el clítoris es en la hembra un órgano inferior. En la bipeda, pasa a ser superior. El contacto del pene con esta formación muy sensible, antes era lejana por su relación anatómica. Y se facilitó en la bipedestación. Esta cuestión del orgasmo de la hembra primate y posteriormente de la mujer, ha sido muy descuidada por la investigación.

No me detengo en proporcionar los pocos datos que he hallado, que corresponden a este siglo, pero no creo que esto sea casual. Al respecto, hay un libro compilado por Herant A. Katchadourian, titulado La sexualidad humana. Un estudio comparativo de su evolución (1983), donde se encuentran varios aportes relacionados con este asunto.

Desde otro punto de vista, el psicólogo René Spitz, en su libro titulado No y Sí. Sobre la génesis de la comunicación humana (1960), plantea una hipótesis muy atractiva. En todos los grupos humanos conocidos o de los que se tenga noticia, la inclinación de la cabeza es un signo de aprobación o asentimiento; los movimientos laterales lo son de negación o de rechazo.

Y son los movimientos que hace el niño, el primero para tomar el seno; el segundo, para zafarse. Para este autor, es el primer gesto -general en el material observado – de comunicación entre el niño y la madre, con un sentido concreto. Lo cual implica la posición erecta de ella.

Hay para este asunto una base anatómica que debe tener que ver con ello. La articulación del cráneo con el atlas es amplia; permite con facilidad el movimiento hacia atrás y hacia adelante. En cambio, la del atlas con el axis muestra una superficie muy pequeña, que hace más cortos los movimientos laterales en los que también intervienen otras vértebras cervicales de manera secundaria. La relación entre estos hechos es sugerente, pero nada más.

En los humanos -así como en los primates prehomínidos-Ia diferencia de tamaño es una constante a favor del macho. Pero, cuándo comenzó la división de funciones? Es imposible saberlo. Hay indicios de que acaeció antes de poder hablar de humanos, por la maternidad, por el cuidado de la cría y por el rudimento de una especie de nicho ecológico que servía de albergue alrededor de la hembra y del pequeño.

Los cambios han sido radicales. La participación del hombre en la pareja se ha extendido en los últimos años hasta en los hechos más alejados de su incumbencia en tiempos pasados. Me refiero al embarazo de la madre y al parto. Incluso se habla ahora de algo que sin duda ocurrirá muy pronto: la licencia de paternidad.

La colaboración durante la preñez y en el parto son cuestiones que día a día se extienden, como una prístina consecuencia de la igualación -siempre relativa, siempre incompleta. Pero si en cuanto a derechos, a libertades, a oportunidades, como empieza a ocurrir también con algunos, muy pocos niños, quienes se encuentran casi sin excepción, mal tratados y explotados.

Pero esta es otra historia, al menos en algunos grupos. Existen y han existido numerosas agrupaciones humanas donde el niño es importante y es respetado. Pero no es lo habitual en este país, en cualquier clase y en cualquier región, con excepciones.

La cultura de la violencia se enseña con los actos sobre los pequeños, que luego, la repetirán como algo muy explicable pero no por ello menos nocivo. Tengo noticia reciente de “escuelas de padres”, donde en forma sencilla se enseña esto que es tan elemental. No entro a dar ejemplos.

En todo caso, la mencionada separación entre los sexos, no sólo en el trabajo sino en todas las condiciones de vida, ha influido de manera decisiva en que se acentúen o no las diferencias, hasta llegar al extremo planteado por Gregario Marañón en La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales (1930). Dice así:

“El estudio de la sexualidad morfológica indica claramente que la mujer se encuentra en un estadio de hipoevolución con relación al hombre, verdadera forma terminal de la sexualidad: en una posición intermedia entre el varón y el adolescente” (p.43).

Por otra parte, hay estudios como los de la antropóloga Margaret Mead en El hombre y la mujer (1972), Y en muchos otros textos, donde demuestra que en comunidades actuales los hábitos y las ocupaciones varían incluso en grupos de una misma isla del Océano Pacífico y en otras comunidades.

Como puede verse, es un conjunto pequeño de trazas, de atisbos, de huellas vagas, disgregados en su procedencia, pero que comienzan a formar unidades representativas, sin que haya nada concluyente.

Observa Maturana (op.cit), que nada pasa en los seres vivos que su biología no permita y que tampoco la biología determina lo que sucede en el vivir, sino que sólo especifica lo que puede suceder (p.250).

Es así como en el mismo texto observa que, cuando la cultura lo permite o lo exige, funciones tales como el cuidado de los niños puede ser desempeñado por el hombre. Y así con una serie de conductas que refuerzan lo señalado por Margaret Mead y por muchos otros investigadores.

Grande, definitiva importancia, concede el autor precitado a la comunicación, parte de la cual menciona con un neologismo justificado, que no he leído antes: el lenguajear. Que no es lo mismo que conversar, ni que hablar. En un libro reciente: La realidad: objetiva o construida? 1. Los fundamentos biológicos de la realidad (1995), dice:

“Con frecuencia se nos dice que debemos controlar nuestras emociones y comportarnos de manera racional, especialmente cuando somos niños o mujeres, y el que nos habla desea que nos conduzcamos de acuerdo con alguna norma de su elección (…) Al mismo tiempo, sabemos que cuando negamos nuestras emociones generamos un sufrimiento en nosotros o en los demás, que ninguna razón puede disolver. Por último, cuando estamos en algún desacuerdo.

También decimos, aún en el fragor del enojo, que debemos resolver nuestras diferencias conversando y, de hecho, si logramos conversar, las emociones cambian y el desacuerdo se desvanece o se transforma, con o sin lucha, en una discrepancia respetable.

¿Qué ocurre? Pienso que, aunque lo racional nos diferencia de otros animales, lo humano se constituye cuando surge el lenguaje en el linaje homínido a que pertenecemos, en la conservación de un modo particular de vivir el entrelazamiento de lo emocional y lo racional, que aparece expresado en nuestra habilidad de resolver nuestras diferencias emocionales y racionales conversando (p.19 (El subrayado es mío))”.

En el libro, Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano (1993), dice el mismo autor que “la cultura occidental experimenta un proceso acelerado de cambios (…)”, “cambios que podrían llevar a la transformación de la cultura patriarcal europea en otra”, comentan en su presentación Alfredo Ruiz B. y Augusto Zagmund C., editores del libro en mención (p.7). y añade más adelante:

“…pensamos que esto debió haber pasado cerca de tres millones de años atrás; el vivir en el lenguaje como un convivir en coordinaciones de coordinaciones consensuales, surgió entrelazado con el emocionar de modo que, de hecho, al surgir lo humano, lo que surge en el devenir de nuestros ancestros, es un vivir en el conversar, que se conserva generación tras generación como modo de vivir (p.9)”.

En resumen, el entorno, las condiciones de vida, determinaron el lento paso de una especie a otra, donde la comunicación, el lenguajear, unido a la posición bípeda o quizás a consecuencia de ella, constituyen la esencia de nuestro linaje.

Paso de largo el prolongado espacio de tiempo que transcurrió desde los comienzos aludidos hasta la constitución de la pareja y de la familia. Pareja estable, que pudo preceder, por lo menos de acuerdo con los lugares y por lo tanto con los climas, la alimentación y otras variables o constantes, según el caso, a la formación de esas familias, que debieron ser de muy varia constitución.

Cuya base económica es, según Levi- Strauss y colaboradores, el elemento común que las caracteriza. En su libro, Polémica sobre el origen y la universalidad de la familia (1974) señala el hecho, sustentado mucho antes por Federico Engels en El origen de la familia, de la propiedad privada y el Estado (1957), cuya edición inicial fue en 1884. El primero de los autores citados dice:

“En el transcurso de varios cientos de años, hemos estado acostumbrados a la moralidad cristiana, que considera el matrimonio y el establecimiento de una familia como la única manera de prevenir que la gratificación sexual sea pecaminosa.

Si bien esta asociación existe en alguno que otro lugar, no es ni mucho menos frecuente. Entre la mayor parte de los pueblos, el matrimonio tiene poco que ver con la satisfacción del impulso sexual, dado que el ordenamiento social proporciona numerosas oportunidades para ello; dichas oportunidades no sólo son externas al matrimonio, sino que incluso en ocasiones están en contradicción con él (p.39)”.

Después de ampliar las bases para sustentar el aserto, continúa:

“Por otra parte (…) es cierto que las consideraciones sexuales no son de importancia fundamental para el matrimonio; las necesidades económicas se hallan presentes en lugar primordial en todas las sociedades (…) lo que convierte al matrimonio en una necesidad fundamental en las sociedades, es la división sexual del trabajo. Como las formas familiares, la división del trabajo es más de consideraciones sociales y culturales que de consideraciones naturales (pp.3ü y ss)”. En el mismo libro, otra de las autoras, Katleen Gough, afirma:

“…el matrimonio y las restricciones sexuales son acuerdos prácticos entre cazadores, destinados principalmente a satisfacer las necesidades económicas y de supervivencia. En estas sociedades, algún tipo de aparejamiento más bien estable es lo que mejor permite una adecuada división del trabajo, la cooperación entre hombres y mujeres y el cuidado de la prole (pp.14ü y ss)”.

Después de esta larga, en ocasiones detallada pero necesaria digresión, vuelvo al punto principal: la pareja del tipo que he llamado B, que constituye, como dije, la mayoría del estudio, o sea las formadas con posterioridad a la mitad del presente siglo.

He completado más de veinticinco años de observación y de búsqueda, con resultados que no puedo clasificar dentro de un solo rubro, porque además son muchas las que he perdido de vista luego de un trabajo con ellas a lo largo de semanas, rara vez de meses.

Entre ellas, como es natural, no hay diferencias según su constitución legal o religiosa, o sencillamente como fruto del consenso. Tampoco son permanentes; en muchos casos pueden ser de ocasión, o transitorias, o repetidas en el tiempo, con intervalos de distanciamiento.

En todo caso, he de hacer énfasis en el hecho de que, como es lógico, son parejas con algún tipo de conflicto o en proceso de separación, y en una que otra oportunidad, como una medida preventiva antes de reconstruirla o de formarla.

Pero no me baso solamente en las observaciones hechas en el consultorio, que ya tienen un sesgo común: la dificultad de la vida en común o, el pocas ocasiones, el motivo es el deseo de superar algunas molestias o desacuerdos. Me refiero a las que veo a mi alrededor, las de mis amigos o parientes, o de mis antiguos alumnos, que son muchos.

Entonces, el interrogante que surge me parece de gran trascendencia: por qué, en la vida en que estamos inmersos, no importan las clases sociales, ni las religiones, ni el trabajo, ni muchas otras cuestiones para que tengan un suficiente grado de satisfacción en su vida cotidiana?

Es claro que bastantes de las integrantes de este grupo -como es bien sabido- no duran largos años y su transcurrir no es grato o satisfactorio por carencia de un afecto, que pudo existir en un comienzo, pero que ya no es siquiera aceptable en muchos momentos. ¿Qué hay en la llamada “naturaleza humana” que dificulta la vida en pareja de manera tan frecuente, cuando es prolongada y al parecer estable, pero sin un adecuado grado de satisfacción?

No hay desde luego una respuesta. Muchas hipótesis, esta vez sobre personas vivas y actuantes. Si se me pregunta cuál es la causa más repetida de las dificultades, no puedo tampoco contestarlo. Pero se esboza algo, que tiende a ser constante: la falta de equilibrio entre los integrantes, que antes era soportada, en el grupo A como algo inevitable.

Modelo en el cual fuimos educados en nuestras familias, por los hombres y por las mujeres, por madres que ostentaban en su pensamiento, en su conducta, en su atuendo, con marcadas diferencias con el varón, por lo general no conciliables, soportadas por ellas, en veces con gusto, con resignación, en forma abnegada, que son modalidades específicamente femeninas y cuya etimología resulta de interés: la primera viene de ‘negar’; su sentido según el D.R.A.E., es el de “renunciar voluntariamente a sus deseos, pasiones o intereses”. J. Corominas en su Diccionario Crítico-Etimológico de la lengua castellana (1954), dice que ‘abnegación’ es “no negarse, no decir que no”.

El D.RAE. trae de ‘resignación’, en el tercer lugar dentro de las acepciones, “conformarse, someterse, entregar su voluntad, condescender”.

Si la diferencia entre los integrantes es lo contrario del modelo vivido en la infancia, lo cual ocasiona situaciones no aceptables para ambos, en especial para ella, en veces imposible de ser tolerada por ambos, debido a la carencia de recursos de toda índole para afrontar las pocas alternativas que pueden presentársele como solución.

Es el caso de la mujer profesional, o con una mayor productividad que su compañero; o con una diferencia en el nivel social. Incluso en la estatura he podido observarlo una que otra vez. Existe, en ocasiones, una dificultad de encontrar pareja para una mujer que sobrepase la media o que sencillamente que sea más alta que él.

Con mayor razón SIella ocupa una posición a la cual no puede aspirar el compañero. Hasta en las edades se observa un cambio entre los grupos A y B. En el primero, en especial en las más antiguas, había una norma tácita de la conveniencia de que el hombre fuera unos diez años mayor que la mujer.

También en esto se observa una tendencia a la igualación relativa o a la inversión, en pocos casos. Pero en todos los restantes aspectos, la diferencia entre los dos grupos es enorme. En las del grupo A, era requerimiento absoluto, o por lo menos visible, de las características y de las potencialidades con los contrastes en lo opuesto, con predominio del varón. En productividad, en posición laboral, en prestigio en cuanto al medio social compartido o, a los diferenciales en cada caso.

Debo hacer énfasis en un aspecto de grande importancia, que se ha prestado en las últimas décadas a un venero de malos entendidos. Se trata del concepto de equidad que, así su etimología lo indique, no es sinónimo de igualdad en un enfoque como estos a los cuales me he referido: esta no existe en la naturaleza y menos en un aspecto como el humano, circunscrita y siempre cambiante. Se llegaría así a remplazar una lucha por el poder frente a la opuesta.

Como ha ocurrido en las sociedades dominadas por el hombre; una lucha por la igualdad vana y estéril, además de inalcanzable. Lo repito: se trata de un acercamiento al equilibrio; éste sí es posible, progresivo y quizás con un adecuado nivel de estabilidad, como se ha visto en las sociedades matrísticas.

Por otra parte, existen numerosos documentos sobre la situación de las mujeres en las generaciones anteriores. Y no se trata de referencias solamente antiguas, como las existentes en la Historia de las mujeres en Occidente, monumental obra publicada bajo la dirección de Georges Duby y Michelle Perrot (1990- 1991-1992).

Se trata de investigaciones de este siglo, en su primera mitad. Baste mencionar unos pocos datos sobre las luchas que tuvieron que librar ellas, las mujeres, para obtener el derecho al sufragio en este país, y por tanto alcanzar la igualdad con el varón en un aspecto que hoy nos parece tan obvio.

Según el escrito de Magdala Velásquez Toro, titulado “La República Liberal y la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres” (1995), en 1934, cuando Germán Arciniegas era Ministro de Educación de Enrique Olaya Herrera y desde cuando fue congresista unos años antes, se opuso a que las mujeres ingresaran a la universidad, con el argumento de que “esto de la coeducación trae como consecuencia principal varios trastornos sexuales” (p.220).

Dicho funcionario agregó unos argumentos, expuestos por Alfonso X El Sabio: “La mujer no es sujeto competente para ciertos menesteres y profesiones” (Id.). Téngase en cuenta que este monarca gobernó España a finales del siglo XIII.

Una de las iniciativas del ministro citado, fue la creación de universidades femeninas “para que impartieran a la mujer una educación profesional propia de su sexo, como orientación familiar, servicio social, secretariado, etc”. (Id.).

Un periodista muy conocido y muy influyente en su época, que usaba el seudónimo de Calibán, escribía en El Tiempo una columna muy leída, “Danza de las Horas”, que nunca se supo si reflejaba la opinión de la mayoría de los lectores, o estos opinaban a la manera del periodista.

En todo caso, según la citada autora, el susodicho desarrolló una cruzada contra los derechos de la mujer. “Atacaba el acceso de las mujeres a las fábricas en los Estados Unidos a raíz de las dos guerras, ya que esto provocó algo más grave e irreparable. Con la independencia de las mujeres, han adquirido la espiritual y la moral (…) ahora, las jóvenes solteras se ríen del matrimonio y proclaman el derecho a tener hijos fuera del sagrado vínculo” (Id.).

Y en otro aparte: “si no fuera porque en ello va el porvenir de la República, me encantaría presenciar unas elecciones en que participaran las mujeres. Sería una trágica diversión”(ld., p.221). Esto fue escrito en 1944. Sin embargo, hay evidencias muy anteriores de la posición contraria, citadas por la misma investigadora. Carlos E. Restrepo, en un festival lírico celebrado en un teatro de Medellín en 1905, “pidió la ovación a la educadora María Rojas Tejada, quien promovió la conferencia sobre “La Educación del niño”. La calificó como ‘el primer capítulo de nuestro feminismo militante'” (p. 184).

En 1944, María Moreno Aguilera elida Carriazo fundaron la Unión Femenina de Colombia, organización que fue presentada en el Teatro de San Bartolomé de Bogotá, por el médico Luis López de Mesa, quien insistió en “la importancia de conceder a la mujer colombiana el derecho al sufragio” (p. 213).

En la ciudad de Tunja, Ofelia Uribe de Acosta reunió a un grupo importante de mujeres, quienes fundaron la revista mensual Agitación Femenina, dirigida por la primera. En 1965 publicó en Bogotá un escrito titulado “Una voz Insurgente”.

Por último, para no alargarme en este aspecto, menciono la organización en Bogotá de la Alianza Femenina de Colombia, que jugó un papel trascendente en la obtención del voto femenino (p.215).

Finalmente, en el Plebiscito que tuvo lugar el1 de diciembre de 1957, hubo 1.835.255 votos femeninos, que equivalían a143% del total de votantes. Uno de los impulsores de ese acto fue Alberto Lleras Camargo, según lo registran Magdala Velásquez Toro y Catalina Reyes Cárdenas, en un trabajo titulado “Proceso histórico y derechos de las mujeres, años 50 y 60” (1995) (pp.256-257). En los siguientes comicios para elegir Presidente y Cuerpos Colegiados, en marzo de 1958, las mujeres alcanzaron el41 y eI40%, respectivamente, del total de votos (p.257).

Otra causal de consulta -determinada casi siempre por la mujer dentro de lo observado por mí en el mismo grupo B, lo forma la insatisfacción sexual de ella; rara vez lo he sabido a la inversa. Insatisfacción que deriva de la actitud del compañero, en veces muy poco después de iniciada la convivencia – esta vez en su sentido más corriente.

Así lo he contemplado el último decenio y todavía más en el último lustro. Todo parece indicar, además de este breve comentario, que su frecuencia va en aumento, en especial en las parejas jóvenes y con un alto desarrollo cultural y profesional.

Para adentrarme en este asunto, me he valido, además de los trabajos recopilados por Katchadourian a los cuales me referí hace poco, a los muy conocidos estudios de Alfred Kinsey, Wardell Pomery y Clide E. Martin, con el título de Conducta sexual del varón (1949) y Conducta sexual de la mujer (1954).

De la infinidad de datos allí consignados, cabe destacar un hecho básico, respaldado por la estadística y que refuerza lo comprobado por mí en tan pequeña casuística: en las mujeres norteamericanas tomadas en consideración el orgasmo era un acontecer infrecuente en las uniones de larga duración, con mayor frecuencia en las mujeres nacidas en las primeras décadas de este siglo. Pero la incidencia comparativa cambia de acuerdo con su edad y con su desarrollo educativo.

También Margaret Mead en su libro El hombre y la mujer (1971), dice: “la comparación de los datos culturales no permite suponer que el orgasmo forme parte integral e innata de la mujer, como en el caso del hombre, e indica que la conducta femenina durante la cópula depende principalmente de nociones adquiridas” (p.186).

Si esto se compara con tiempos anteriores a este siglo, no hay datos confiables de fácil acceso; sólo en Havelock Ellis hay algunas afirmaciones en este sentido. Este autor comenzó a investigar en la última parte del siglo XIX. También hay referencias en Sigmund Freud, en muchos puntos de su vasta obra; con la peculiaridad, insalvable, de que si en tantos aspectos fue un revolucionario, en lo relativo a la mujer no pudo dejar de ser un hombre de su época.

Fue así como dijo en un trabajo de 1932, la conferencia número XXXIII, que nunca fue pronunciada, que tiene por título “La feminidad”, que aparece en una serie de artículos llamados “Nuevas aportaciones a la psicoanálisis”:

“…pudiera decirse que la sexualidad de las niñas tiene un absoluto carácter masculino L ),se podría sentar también la afirmación de que la libido, regularmente de naturaleza masculina, aparezca en el hombre o en la mujer, e independientemente de su objeto, sea este el hombre o la mujer (p.1 09)”.

En la misma conferencia, en una nota al pie de página, dice:

“Es indispensable representarse que los conceptos “masculino” y “femenino”, cuyo contenido parece tan inequívoco a la opinión vulgar, pertenecen en la ciencia a los más confusos, y pueden considerarse al menos en tres direcciones. Se usan estos términos masculino y femenino, unas veces en el sentido de actividad y pasividad, otras en sentido biológico y otras en sentido sociológico.

La primera de estas significaciones es la única esencial y utilizable en la psicoanálisis. A ella corresponde cuando la libido se designa en nuestra explicación como masculina, pues el instinto es siempre activo aún en aquellos casos en que se ha propuesto un fin pasivo (Id.)

Es decir, el masoquismo, basado en la pasividad, a ellas corresponde, o quizás al hombre por sus componentes femeninos”.

Pero, al comenzar la exposición, advierte: “Sobre el problema de la feminidad han meditado los hombres en todos los tiempos …” (Id.).

Y añade, poco después: “Tampoco vosotros, los que me oís, os habréis excluido de tales cavilaciones. Los hombres, pues las mujeres sois vosotras tal enigma” (p.147).

Al respecto, Héctor Anabitarte y Ricardo Lorenzo, en un artículo denominado “Freud y la feminidad” (1978), anotan:

“Se trata de un discurso sobre la feminidad, de un varón para varones. Las mujeres quedan ausentes (…) de la discusión. Su lugar es el del enigma. Pero un enigma silencioso, que no puede resolverse en conciencia. Extraño comienzo de un discurso científico que se inicia excluyendo de la solución de un supuesto enigma a quienes serían sus portadoras (pp.45-47)”.

Por último, señalo al respecto que el deseo sexual de la mujer -sin cuantificarlo, lo cual sería otro problema- fue diagnosticado como “enfermedad mental para” toda mujer que expresara deseos sexuales, la llamada ninfomanía”, en 1840, de acuerdo con la documentación de Genoveva Rojo (1979) (p.45).

Pero, como hecho no extraño en la historia de la psiquiatría, el cambio de las mujeres después de la fecha mencionada, condujo a quienes tenían a su cargo el diagnóstico, en su casi totalidad hombres, quienes hubieron de trocar su posición por la opuesta. A finales del siglo XIX apareció como “enfermedad mental” la frigidez, a la cual alude Freud a menudo; y existe un tratado de Wilhelm Stekel que tiene por título La frialdad sexual de la mujer (s.f.).

Cabe anotar, además, que las investigaciones – bastante recientes por cierto- informan que la capacidad sexual de la mujer moderna es muy superior a la del hombre. Dentro de los estudios experimentales sobresalen los de Masters y Johnson, dentro de los cuales pueden mencionarse Human Sexual Response (1966) y El vínculo del placer. Un nuevo enfoque sobre el compromiso sexual (1976). La capacidad orgásmica de una y de otro no pueden compararse, lo mismo que la prolongación de su actividad respecto a la senectud o edad provecta.

Sin embargo, el conjunto de las desigualdades del último grupo tienen que ver con un asunto que sí está en la naturaleza humana: la poliandria y la poligamia, al menos como tendencias. Que son limitadas o proscritas por las sociedades, resulta de innegable evidencia. lo es en nuestra cultura, con mayor o menor severidad según los grupos, las regiones y las condiciones sociales. Pero siempre con mucho mayor énfasis en la prohibición para las mujeres. En esto sí me atrevo a generalizar.

No conozco ningún grupo humano donde sea aceptado el equivalente del serrallo o del harén de hombres para las mujeres.

Por otra parte, una de las causas más frecuentes de consulta de parejas tiene que ver con la presencia o con la sospecha de relaciones extramatrimoniales o de extra pareja, pero con el sempiterno sello de la inequidad. No es que la poliandria esté ausente en las mujeres como tendencia o como hecho, o sólo como fantasía. Pero no tanto su frecuencia sino los elementos acompañantes difieren en gran medida.

Existe mucha aceptación de la sociedad, una complicidad de las amistades, una especie de “naturalidad” que es aducida para el hecho cuando corresponde al hombre. Que ha llegado a ser así, no puede negarse. En la mujer, sus condiciones al respecto son de enorme desigualdad. Lo mismo que el conjunto de sus libertades y de sus posibilidades. Pero todo esto varía en los grupos A y B.

Pero bien, si hasta aquí el panorama presentado, con base en tal diversidad de fuentes de información, puede considerarse desolador y con un futuro impregnado de pesimismo para el porvenir de la pareja humana y por tanto de la familia. Hay numerosos indicios, bastante recientes, basados a su vez en investigaciones antropológicas y arqueológicas, que a mi modo de ver cambian por completo esta visión.

Una de las principales fuentes de aproximación a este hecho fundamental, que contempla más de tres mil estudios de diferentes investigadores, es el texto de Ryan Eisler que lleva el nombre de El Cáliz y la Espada. Nuestra historia. Nuestro futuro (1919).

Se refiere la autora a los datos suministrados acerca de grupos humanos muy anteriores a nuestra época en varias regiones del Antiguo Continente. Señala cómo la Europa primitiva fue supuesta a la manera de un “pantano cultural” que después tuvo un desarrollo durante las civilizaciones cretenses y minóicas. Pero lo encontrado hace poco ofrece una visión por completo diferente.

“Aquí se introduce una nueva denominación, Civilización de la Europa antigua, en reconocimiento y logros colectivos de los diferentes grupos culturales de la Europa sudoriental durante el neolítico-calcolítico” escribe la arqueóloga Marija Gimbutas de la Universidad de California, en The Goddesses and Gods of Old Europe.

Esta reveladora obra cataloga y analiza millares de hallazgos arqueológicos en un área que se extiende aproximadamente desde el Egeo y el Adriático (incluyendo las islas), hacia el Norte, hasta Checoslovaquia, el sur de Polonia y Ucrania occidental (Id.).

Nuevas citas de Gimbutas afirman que no era habitual el dominio masculino sobre la mujer; que había una división del trabajo, pero sin separación de categoría por sexos. Además, existe una observación que sorprende y halaga por su carácter promisorio: “Uno de los rasgos más notables y fascinantes de la EuropaAntigua, revelados por las excavaciones arqueológicas, es su carácter esencialmente pacífico” (p.15).

Es de anotar que las primeras publicaciones de Gimbutas tuvieron lugar en 1974. Y no solamente como resultado de sus propias excavaciones, sino las de más de tres mil sitios diferentes. Treinta mil miniaturas de greda, de mármol, de hueso, de cobre y de oro, junto con una enorme cantidad de vasos rituales, de altares y de templos, así como de pinturas hechas en los muros y en diversos objetos (Id.).

Sin embargo, señala Ryan Eisler (op.cit), que los más elocuentes vestigios de esta cultura, la estatuaria, aportan información sobre diversos aspectos de la vida, como son el vestuario, los peinados, así como lo referente a los ritos y a otras manifestaciones.religiosas. En todo esto, lo relacionado con la mujer ocupaba un lugar de preeminencia. “En el arte neolítico es impactante (…) la carencia de la imaginería gobernante/ gobernado, amo/súbdito, tan características de las sociedades dominadoras”(p.20).

Las múltiples representaciones de la Diosa expresan una cosmovisión que denota cómo el objetivo principal del arte y de la vida “no era conquistar y saquear, sino cultivar la tierra y proveer los recursos espirituales y materiales para una vida satisfactoria”(p.23).

El arte centrado en la Diosa (…), con su sorprendente carencia de imágenes de dominación masculina o de hechos de guerra, parece haber reflejado un orden social en el que las mujeres, primero como jefas de clanes y sacerdotisas, y más tarde en otros roles importantes, desempeñaban un papel esencial, en el cual tanto hombres como mujeres trabajaban juntos para el bien común en una equitativa solidaridad (Id.).

El hecho, al parecer evidente si se toman estas conclusiones, es el de que entre el 7.000 y el 3.500 años, existieron pueblos donde no había diferencias jerárquicas entre hombres y mujeres, aparece como muy alentador. Si esto fue posible en una larga época y en diversos pueblos, no hay nada -a mi parecer- que reste optimismo a la idea de que será posible, en un tiempo corto, el acercamiento al equilibrio.

Insisto en que es el acercamiento y nada más, porque deseo mantenerme en el plano de la realidad, que no muestra otros hechos a que lo contrario -la inequidad- es la norma de la naturaleza, incluida desde luego la humana. No me detengo en esta idea, que parece de grande evidencia.

Otra conclusión de los investigadores de ese período es la de que no encontraron vestigios de guerra. Qué tenga que ver una serie de hechos con este último, lo ignoro. Pero no deja de ser sugerente.

El optimismo se apoya justo en un período de tiempo como el actual. Si se miran los avances de las mujeres en cualquiera de sus aspectos, resulta estimulante el comprobar que -en especial en el decurso de este siglo- dichos avances han sido enormes. Por qué no pueden seguir siéndolo?

En Colombia existe un antecedente milenario de grande importancia: la sociedad chibcha o muisca, estudiada entre otros por el ingeniero Miguel Triana en su libro La civilización chibcha (1970), que fue escrito en 1921, Y por el Académico y colega Roberto De Zubiría, en su libro Orígenes del complejo de Edi• po. De la mitología griega a la psicología chibcha (1968). El primero me fue sugerido, lo mismo que muchos datos complementarios sobre estos asuntos, por el también Académico e Ingeniero Santiago Luque Torres (1996).

Miguel Triana dice así en la Introducción de su trabajo:

“… Los indígenas de esta altiplanicie en tiempos pasados, presentes y futuros, son el fruto indefectible de la tierra, que hacía su forma física, intelectual y moral, que van en lucha más o menos dolorosa de adaptación, y modificándose con el mestizaje los elementos de la raza blanca que les disputan el campo (p.7).

Encerrados dentro de fronteras estrechas, sin comunicaciones con lo circundante ni posibilidades de intercambio, concibieron una especie de universo con elementos racionales; crearon un lenguaje, del que no subsisten sino trazas escritas, y una teogonía acorde con sus características; una expresión gráfica conservada en jeroglíficos y en petroglifos, y unas industrias que les permitieron subsistir, en muchas épocas malamente”.

Las fuentes de información, tan escasas, no sólo carecen de complemento por las provenientes de los conquistadores, sino que, como dicen este autor y varios otros, son un venero de tergiversaciones y de falsías interesadas y deformadas en pro de intereses divergentes.

Añade Miguel Triana:
“…los mil embustes de que están plagadas las tradiciones de los Quesadas. Los prodigios militares en que un español pone en fuga a quince mil indios de pelea y en que un grupo de 160 soldados domina una nación de dos millones, dizque aguerridos en largas luchas bélicas; entre tunjanos, guatavitas y Bogotá es, en que salían al campo hasta sesenta mil combatientes, hacen sonreír a cualquier técnico que visite hoy los sitios donde sucedieron las batallas (p.9)”.

Señala el mismo investigador la manera como las labores cotidiana que les proporcionaban el sustento y algunas comodidades, y que ocupaban gran parte de su tiempo, desarrollaron en los chibchas la ecuanimidad en su forma de ser, la dulzura del carácter, sin mayores cambios en las costumbres cotidianas.

Probablemente no fueron, como lo dice también De Zubiría (1968) dados a la guerra; pero dieron lugar a la constitución de un grupo cohesionado que ofrecía gran resistencia a los intentos de violación de su territorio.

Sin embargo, en tiempos muy anteriores a la Conquista, aparecieron modificaciones importantes en estos pueblos, por motivo de las invasiones de procedencia caribe; se trataba de gente fuerte, aguerrida, con un franco predominio masculino, que incidió en la relativa igualdad de los habitantes de la Sabana, con su predominio jerárquico femenino.

Los guerreros panches tuvieron, en un principio, abierto el portillo de Fusagasugá sobre el redil de tímidas ovejas humanas que la mansedumbre de los lagos andinos había creado en sus poéticas orillas. La intrusión del continente Caribe agresivo, fundó el gobierno militar de la Sabana de Bogotá.

Señala luego, una vez más, la importante correlación de ideas entre los fenómenos geológicos y los pobladores que estaban en contacto con ellos, de los cuales derivaron su existencia. Concibe la vida de un pueblo sedentario, a la orilla de las lagunas, que modela su conformación biológica y mental, su mitología, su idioma y su arte, al ritmo de los cambios del paisaje (p.56).

Pero las lagunas tuvieron además otro sentido fundamental para los chibchas: el símbolo del poderío acuático; la explicación del origen del género humano y la población de la tierra a partir del agua.

“Bachué o Furachoga, que significa ‘mujer buena’, sacó de la mano un niño de entre las mismas aguas, de edad de hasta tres años (…), y bajando ambos juntos al llano, donde está ahora el pueblo de Iguaque, hicieron una casa donde vivieron hasta que el muchacho tuvo edad para casarse con ella porque luego que la tuvo se casó y el casamiento tan importante y la mujer tan prolífica y fecunda, que de cada parto paría cuatro o seis hijos, con lo que se vino a llenar toda la tierra de gente … (p.66)”.

El culto del Agua, acompañado de numerosos rituales, que a su vez relevan su sentido simbólico, representa “una religión de amor, capaz de satisfacer los anhelos del corazón, cuyos preceptos hubieron de formar un pueblo manso, sencillo y benévolo” (p.67).

Dentro de sus características sociológicas, el autor menciona una tendencia a la fantasía, un lenguaje pleno de sentidos metafóricos y una industria ofrendaria que ocupaba su transcurrir pacífico. Inalterado durante siglos por acontecimientos de proveniencia varia, siempre ajenos durante ese extenso lapso, que consideraban inacabable.

No entro a detallar, a pesar de su interés, el proceso de constricción y luego de desecamiento lento pero no menos evidente de los lagos. En el de Tata se evidencia de manera notable. A un devenir análogo debieron quedar sometidos los lagos de Bogotá, Ubaté, Chiquinquirá y Soga maso.

Por varios sitios -además de Fusagasugá- penetraron a esta altiplanicie los grupos adoradores del Sol, organizados alrededor de conceptos despóticos y de dominio, con jerarquías netas -entre ellas la de la mujer frente al hombre- en contra de lo existente en esta zona retirada y plácida. “Aportaron un Olimpo contrahecho y sanguinario, una aristocracia tiránica, un sistema tributario voraz y un sacerdocio impostor” (Id., p.95).

Para describir los caracteres de estos grupos vinculados con un paisaje lacustre, emplea el autor la palabra matriz para referirse a las modalidades de sus conceptos e ideas. En realidad, la décima acepción que figura en el D.R.A.E. (1984), corresponde a lo que desea comunicar” Adj. Principal, materna, generadora”. En la siguiente edición (1992), ya no está registrada esta acepción. Ignoro la causa.

Hay una observación que permite datar en forma aproximada el cambio radical que sufrieron los grupos en estudio. .

En la memoria de los Chibchas se conservo vivo el recuerdo de un apóstol de la nueva idea, a quien consideraron enviado de Bochica para ilustrarlos. Setenta edades antes de la conquista española, es decir, hacia los comienzos de la era cristiana, se presentó en el país por la región de oriente un sacerdote del Sol, llamado Nemqueteba, quien enseñaba su culto y con espíritu apostólico predicaba no sólo las mejores prácticas agrícolas en relación con el curso del astro, sino el buen gusto artístico en el tejido de mantas, y una doctrina moralizadora de las costumbres (Id., p.99).

Otras industrias desarrolladas por estos grupos no disponían de elementos primarios para su desarrollo, lo cual revela la conexión comercial que debió existir con comarcas alejadas; esto ocurrió con el oro, que venía de aluviones procedentes del lavado de las rocas primitivas que dieron lugar al recurso aurífero.

Como tampoco había el cultivo del algodón, por causa de la temperatura baja de la altiplanicie durante la mayor parte del año y en las horas nocturnas de todo su transcurso, demuestra también esa procedencia foránea de las bases de su industria (p.149).

Otro autor que suministra datos de suma importancia al respecto de estos grupos es Roberto De Zubiría en su libro Orígenes del complejo de Edipo. De la mitología griega a la mitología chibcha (1968), quien afirma que pueden considerarse dos referentes bajo la misma denominación: el primero es el Macrochibcha, que se extiende desde el Ecuador hasta Honduras, o sea que por el sur se continúa con los Incas y por el norte con los Mayas, lo cual unifica muchos aspectos de varias culturas, diferenciadas a su vez por diversidad de caracteres que no resulta pertinente abocar en este momento.

El segundo, el Microchibcha, es el estudiado por Miguel Triana en la obra aludida. Fue el hallado por los conquistadores españoles en la región cundiboyacense.

El aporte fundamental de la investigación que establece nexos mitológicos, radica en su comprobación por este medio de las visibles conexiones con pueblos distantes, que han dado lugar a varias hipótesis sobre los orígenes del hombre americano.

El hecho de que se encuentren repetidos – pero no iguales, como es natural- entre las tendencias guiadas por elementos instintivos comunes, en este caso de la Antigua Grecia y de los pueblos chibchas, permite afirmar al autor que “la cultura chibcha se encontraba dentro de un gran cambio social, en el cual el patriarcado se imponía sobre una organización matriarcal (matriarcal o matrilineal, aduzco yo), que perdía cada vez más terreno” (pp.144-145).

Releva también en este sentido el carácter femenino de sus principales deidades:

“Un aspecto muy importante es la relación familiar, que sufre cambios importantes de acuerdo con diferentes leyendas. El mito de Bachué es de predominio netamente matriarcal (o matrilineal). La mujer es la parte esencial; el hombre aparece como un apéndice. Lo básico es la procreación. Más adelante, la mujer ha perdido prerrogativas y es dominada por el hombre (p.146)”.

En relación con la leyenda, agrega: “apareció una mujer de extraordinaria belleza, que se llamaba Chía, Yubacayguaya o Huitchaca …”(ld.).

Señala también, vinculado con el mismo asunto, la adoración por el agua. No hace falta resaltar la importancia que esto comporta en relación con la idea de la madre, no sólo como símbolo sino por todo el respaldo que tiene en la historia del planeta tierra, en la filogénesis y en el aspecto ontogénico.

Otro asunto de enorme trascendencia, que ha sido señalado en los estudios sobre las culturas matrísticas europeas y que aquí se repite, se refiere al carácter pacífico de sus integrantes. El estudio comparativo de los datos provenientes de la mitología permiten que el autor aduzca varios datos:

“La situación parricida no se describe, al menos claramente, en la cultura. Aquí ocurre lo mismo que en las culturas matrilineales, donde el papel secundario del padre no origina el desarrollo de una mayor agresividad contra él (p.167)”.

En América Latina, no solamente los chibchas tenían una organización que hoy podría recibir el nombre de matrilineal o matrística, sino en todo el continente, de acuerdo con lo dicho por Roberto Restrepo en Las mujeres en las sociedades prehispánicas (1995). Según este autor, existía una posición compartida frente a la existencia, con variaciones regionales y culturales. Pero “poseía una unidad de fondo que conformaba una verdadera cultura panamericana, basada en una cosmogonía generalizada y manifestaciones espirituales y materiales con conexiones manifiestas” (p.1).

Y más adelante:

“El concepto de lo femenino en las culturas andinas, unido a la posición de la mujer en estas sociedades, parte cosmogónicamente de su papel sustancial en el nacimiento de la cultura. No existe el complejo de imperfección, inferioridad o impureza que existe en el Occidente del S.XVI. .. (p.8)”.

En el aparte titulado “Bachué procrea la raza humana”, el mismo autor señala el hecho conocido del grupo chibcha, que se extendió desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta la región Cundiboyacense, con límites en la costa Caribe y en Venezuela (op.cit., p.22).

Resulta muy importante señalar otro enfoque: el histórico, en la mujer colombiana. Hace apenas un año fue publicado el estudio de varias autoras y autores que lleva por título Las mujeres en la historia de Colombia (1995).

En el prólogo, el historiador Jorge Orlando Melo recuerda unas palabras de Alberto Lleras Camargo, cuando al reseñar la Nueva Historia de Colombia, dirigida por el también historiador Jaime Jaramillo Uribe, hizo el fundamental reparo de que “en sus páginas, en las que aparecían en forma destacada grupos hasta entonces ignorados, como los indígenas y los esclavos, era excepcional toda referencia a las mujeres, a pesar de que no podía dudarse que nuestro país también había estado poblado por ellas, ni de que en su historia algún papel habrían desempeñado” (p.XXIII).

Roberto Restrepo afirma, en un artículo “Las mujeres en las sociedades prehispánicas:

“La Diosa Madre y el secreto cósmico de la fertilidad terrestre que en una aproximación a ese universo que nos antecedió en América, es necesario definir los términos básicos del problema, por el riesgo de prolongar la explicación del mundo dentro de los conceptos limitados, etnocéntricos, de las culturas que nos han rodeado en la vida del mundo occidental, en un período de tiempo en verdad circunscrito a unos pocos milenios, con ignorancia de cuanto sucedió antes.

Términos como cosmogonía, religión, cultura, educación, hombre, mujer, familia y amor, han servido para definir cualquier sistema diferente al pensamiento de Occidente, pregonando su nivel de atraso o desarrollo de acuerdo con el grado de diferencias o semejanzas que tengan con él. Asimismo, han servido para justificar un enfoque colonialista que pretende lograr, dentro de una pretendida culturización evangelizadora, el sistema de otros sistemas de pensamiento” (p.1).

En referencia a ese remoto pasado, señala cómo el mundo estuvo inmerso dentro de una iconografía de estatuillas sagradas femeninas, que significaban culto a la Diosa Madre, “a lo eterno femenino, la tierra y el agua, la fertilidad y la muerte” (p.3). De manera coherente, era un reflejo de la sociedad matriarcal, donde imperaba la sabiduría de la mujer, “conservadora del medio, organizadora e innovadora …” (Id.).

En realidad, sería materia de otro trabajo, en clara conexión con éste pero que traspasa los límites de tiempo que me he fijado, el desarrollar ante ustedes un panorama, bien conocido por otra parte, pero al cual habría que añadir cifras, cotejos, cuadros comparativos, de cómo ha sido el desarrollo de la mujer, en el mundo y en Colombia. Que sería fácil a partir del cúmulo de datos que figuran en la obra dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot (1991-1992), y en Colombia en la dirigida por Magdala Velásquez Toro (1995), ya citada.

A partir de ellos, y en referencia a nuestro interés básico, de ustedes y mío, en lo tocante a este país, baste señalar la situación actual de la mujer que ha tenido un acentuado progreso a partir en especial de la segunda mitad de este siglo, con visos de aumento cada vez mayores, cuando ya no hay casi ninguna actividad donde no estén presentes; y presentes con efectividad, vale subrayarlo.

La Iglesia y el Ejército, como decía Freud, son los grupos más refractarios al cambio. Y lo son, de acuerdo con el mismo autor, por ser unisexuales y por tanto más fácil de ser dominados alrededor de la autoridad, de la jerarquía.

Debo agregar, en aras de la justicia, que en las Fuerzas Armadas existe ya un esbozo de cambio en los niveles bajos. Cambio muy reciente y circunscrito. Pues bien. No se vislumbra otra perspectiva diferente, sustentadora del optimismo que necesitamos para continuar en la vida actuante, que esta promisoria, ya no susceptible de inversión, de la incorporación de las mujeres a todas las actividades, a todas las posiciones. Sin que pueda esperarse, ni desearse, por los motivos ya aducidos arriba, que esa inversión pretenda una igualación que aquí tampoco se hace deseable.

No hay otro horizonte de la aproximación al equilibrio. Y por tanto a la convivencia más placentera, más fraterna en el sentido amplio. Y con toda certeza, más pacífica.

Una vez más: si la con vivencia pacífica basada en el equilibrio relativo entre los seres humanos ha sido posible durante millones de años, según queda demostrado en el centro de Europa y en América, y no se sabe dónde más, de acuerdo con la idea rectora de Humberto Maturana es porque eso sí está en la naturaleza humana. Y puede volver a estarlo, así haya que darle un vuelco a todos -o a casi todos- nuestros sistemas de vida, como también está ocurriendo en el mundo contemporáneo. Incluido el nuestro.

Por último, un señalamiento muy concreto acerca de los temores sobre la desaparición de la familia, que se oyen a menudo, con un dejo de angustiosa alarma y que no pasan de la mera especulación.

Hace varios años, la escritora y diplomática Gloria Pachón de Galán, escribió un libro con esta atinencia. Tiene por título Se acaba la familia. Investigación sobre la sociedad colombiana (1981). Es un estudio que aborda numerosos temas, pero en conclusión puede tranquilizar a los timoratos o a los empeñados, por su conveniencia propia, en que nada cambie.

Ni siquiera la familia misma. Pues bien: la familia no puede acabarse porque sería el fin del género humano. Claro que esto si se encuentra en la perspectiva del desastre ecológico que es una eficaz ayuda para la entropía. Pero a pesar de los esfuerzos por precipitarlo, al menos puede pensarse que demora. Y la familia no termina; se transforma, como ha ocurrido sin cesar desde cuando comenzó su existencia.

La propuesta, entonces, consiste en una invitación al optimismo, para que cada uno de nosotros hagamos cuanto se encuentre a nuestro alcance para la obtención de esa aproximación al equilibrio, no sólo con las mujeres y con los niños, sino con todos nuestros congéneres.

De modo y manera que una vez más la economía, generadora de tan buena parte de los conflictos y de los desastres humanos, ofrece la solución, no tanto en el presente que vivimos, como la de la totalidad del futuro que nos resta.

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• Fallecido en 1999. Trabajo presentado para su ingreso como Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina. 1997.

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