Letras, Ideas de Vida y Muerte en Antiguas Culturas de Mesoamérica

(Trabajo presentado a la Academia Nacional de Medicina el 5 de diciembre de 1996)

Por Adolfo de Francisco Zea

En el mes de abril de 1519, Hernán Cortés a la cabeza de un grupo de 553 hombres, desembarcó de sus once pequeños navíos, el más grande de los cuales desplazaba apenas cien toneladas, en la costa del golfo de México a la altura de lo que hoy se conoce como la isla de Cozumel, frente a la península de Yucatán.

Cuatro meses más tarde, después de haber recorrido la costa occidental del Caribe mexicano, Cortés dio comienzo a una de las aventuras más increíbles del siglo XVI, que habría de terminar dos años más tarde con la derrota del imperio azteca y la destrucción de su capital, Tenochtitlán, por aquel entonces la ciudad más populosa de toda mesoamérica.

Antes de iniciar el16 de agosto de 1519 su expedición al interior del territorio mexicano, Cortés quemó los cascos de diez de sus naves, dejando solamente una en reserva que le podría permitir ponerse en contacto con Cuba, Santo Domingo y eventualmente España, si fuere necesario.

Tuvo sin embargo el cuidado, al desmantelar las embarcaciones, de ocultar los velámenes, las anclas, los clavos y demás elementos de hierro que posteriormente habrían de servirle en la construcción de los bergantines de guerra que en el lago de Texcoco le permitieron el asedio final a Tenochtitlán.

Tenochtitlán, la capital del imperio azteca había sido fundada en 1315 por tribus nómadas venidas del norte, de la región de Aztlán o “país de las garzas”, que se asentaron en las regiones lacustres del altiplano central de México, cuando después de un largo peregrinar encontraron como signo promisorio a un águila, que parada en una planta de nopal devoraba una serpiente.

En sus leyendas, ése era el signo que su dios tribal del Sol y de la guerra, Huitschilopotl, les había señalado para identificar el sitio donde debían finalmente establecerse. Durante los dos siglos siguientes, el imperio se fue consolidando y su territorio y el de los pueblos sometidos a su vasallaje, se extendió por el occidente hasta el océano Pacífico o Mar del Sur, por el oriente hasta el Golfo de México y por el sur hacia lo que hoy son las repúblicas de Centroamérica. (Lea: El Desarrollo Científico Psicoanalítico)

La historia de los pobladores de la inmensa zona mesoamericana se remonta en el pasado por lo menos veinte o veinticinco mil años cuando las primeras poblaciones venidas del norte merodearon como nómadas por esos territorios.

Las leyendas populares del siglo XVI mencionaron la existencia de gigantes de cinco metros de altura, que habrían construido en los albores de la historia las inmensas pirámides de Teotihuacán y las formidables del valle de Cholula.

De acuerdo con las evidencias actuales los primeros pobladores del continente americano parecen haber sido recolectores poseedores de una industria lítica bastante tosca a base de núcleos, cantos rodados, lascas y nódulos de piedra, cuyo nivel cultural era similar al de los grupos del paleolítico inferior y medio del antiguo continente.

Luego penetraron grupos de cazadores nómadas que elaboraron las puntas de proyectil que hoy conocemos como Sandia, Clovis, Folsom y otras y vivieron de los grandes mamíferos del pleistoceno, especialmente el mamut y el bisonte.

Algunos grupos de los cazadores nómadas, dedicados más a la recolección, alcanzaron progresos culturales tales como el desarrollo de la cestería y de los tejidos, el uso de taladros para obtener el fuego, la fabricación de cordeles, punzones de hueso, hachas de piedra y cuentas de concha. Ellos fueron los primeros en rendir culto a los muertos.

Esta tradición que data de más de diez mil años, se conoce como Cultura del Desierto de Norteamérica. A partir del año 5000 a.c., grupos semejantes a los del neolítico siberiano introdujeron la cultura microlítica, el conocimiento del cobre martillado, la cerámica y quizás los montículos funerarios y las primeras viviendas semisubterráneas.

Algunos de los primitivos pobladores de Norteamérica se dispersaron por el territorio mexicano. Los estudios arqueológicos han permitido suponer que hacia el año 10000 a.c., los grupos cazadores emplearon armas y artefactos de piedra en las cacerías de grandes animales y se piensa que habitaron en abrigos rocosos o campamentos temporales.

Están representados por el llamado hombre de Tepexpan, cuyos restos fosilizados en posición semi fetal sobre una capa de arcilla arenosa fueron encontrados en las riberas del lago de Texcoco, al norte de la actual ciudad de México. (Ver: Homenaje, Profesor Jorge Camacho Gamba (1907 – 1998))

En el llamado complejo Lerma, se encontraron raspadores para el trabajo de pieles, huesos de ciervo, venado y castor y en el de Nogales, hachas cortas, piedras para la molienda de semillas, martilladores y morteros, que hablan ya de una economía recolectora aunque todavía con bastante dependencia de la caza del ciervo, el j aguar y otras especies menores.

Tal como lo ha señalado Piña Chan en su obra Una visión del México prehispánico, los núcleos de pobladores primitivos, cazadores nómadas y recolectores, desarrollaron una agricultura incipiente a partir del maíz que crecía silvestre, hacia el año 5000 a.c., a la que se agregó posteriormente el cultivo del fríjol, la calabaza, el chile, el aguacate, el amaranto, el mijo silvestre y el algodón.

Emplearon por otra parte fibras vegetales de plantas como el maguey para la fabricación de cordeles, redes y cestas, mantas, esteras y sandalias, con lo cual se fue integrando una economía estable y autosuficiente.

Desarrollaron como elemento cultural importante el rito a los muertos como lo demuestra el hallazgo de tumbas excavadas en el interior de cuevas, con cadáveres extendidos o flexionados, cubiertos de polvo de hematita o cinabrio, envueltos en mantas y atados con cordeles. Junto a ellos colocaron objetos personales en calidad de ofrendas al igual que alimentos, lo que indica que ya se creía en la existencia de otra vida después de la muerte. Hay también evidencias de sacrificios humanos, todo lo cual lleva a pensar que las creencias mágico-religiosas comenzaban a tomar forma.

Hacia el año 3000 a.c., construyeron viviendas y se agruparon en pequeñas aldeas, fabricaron vasijas talladas en piedra y posteriormente, en fecha aún incierta, introdujeron la cerámica. En el período que siguió al desarrollo de la agricultura, del año 3000 al 2000 a.c., la vida plenamente sedentaria se caracterizó por el empleo de las viviendas semisubterráneas, la domesticación del perro, la utilización de recipientes tallados en piedra, mayor variedad de plantas cultivadas e introducción de una cerámica más elaborada.

Posteriormente, hacia el año 1000 a.c., se construyeron chozas de bahareque y se iniciaron los cultos a la fecundidad con figuras femeninas modeladas en arcilla. Luego se levantaron chozas sobre plataformas de tierra y piedra, se desarrolló la magia, hicieron su aparición las deidades de la lluvia Revista Medicina Vol. 20 No. 1 Mayo 1998 y se inició el tallado del jade y la obsidiana.

La cerámica monocroma se volvió bicroma en utensilios cada vez más diversificados y aparecieron las deidades jaguares de la tierra, los clanes totémicos, los magos y los chamanes. En un ulterior período cultural, el Preclásico Superior, del 800 al 200 a.c., se inició la agricultura con el desarrollo de centros ceremoniales no planificados, se rindió culto al dios del fuego y se estableció el sacerdocio y la religión formalizada. En esa época aparecieron los mascarones estucados, las esculturas monumentales en piedra, las tumbas del mismo material, los ornamentos de jade y obsidiana y las canoas de troncos ahuecados.

Se desarrollaron terrazas cultivadas, se estableció un comercio primitivo, se logró la cerámica policroma y en el arte predominó la pintura negativa o al fresco. El período comprendido entre los años 200 antes y 200 después de Cristo, señala el inicio de las civilizaciones que irán a culminar en las culturas locales.

En un comienzo se integran ‘los grandes centros ceremoniales con poblaciones de tipo urbano, se desarrollan en forma importante el arte, la religión y las formas de organización social, prosperan los conocimientos y las observaciones astronómicas, se construyen los observatorios astronómicos y en distintas zonas aparecen los calendarios que tendrán su culminación con las formas más elaboradas de los aztecas y los mayas.

En el período Clásico tardío se emplea el arco falso en las construcciones arquitectónicas y la cerámica que se utiliza es anaranjada y delgada. Es importante señalar la aparición de juguetes con ruedas, idea cuya aplicación nunca tuvo lugar en el transporte.

Finalmente se consolida el politeísmo con dioses que tienen ya sus atributos reconocibles. A partir del año 700 de nuestra era, se inició el militarismo con el empleo de arcos y flechas y la utilización de técnicas metalúrgicas más elaboradas a tiempo que la mitología se enriqueció con nuevos elementos solares que van desplazando a las divinidades agrarias.

Hacia 1200 se establecen alianzas y se crean las órdenes militares de los caballeros jaguar, reminiscencia de la Tierra y los caballeros águila que simbolizan el Sol. Estas órdenes militares perduraron hasta la llegada de los españoles a América.

Se estableció en este período la agricultura de riego y las chinampas o islas artificiales para el cultivo de las flores y las hortalizas, se avanzó en el desarrollo de los códices, de los cuales solamente unos veinte sobreviven, se emplearon artísticamente las plumas vistosas de las aves, el oro y la plata, lo que junto con la arquitectura monumental bien diseñada hizo pensar a los españoles de Cortés al llegar a Tenochtitlán que estaban conquistando la más bella de las ciudades del mundo.

Entre las culturas prehispánicas de México, una de las más interesantes tanto desde el punto de vista arqueológico como desde el histórico es la cultura Olmeca. Se cree que los grupos nómadas olmecas se establecieron en la región del golfo especialmente al sur de Veracruz y al norte de Tabasco, 1.500 años antes de Cristo. Sus figuras modeladas en arcilla y posteriormente en grandes bloques de piedra hacen énfasis en el carácter felino de su tótem lo que los llevó a la creación de un estilo artístico de gran fuerza.

Con frecuencia se observa en ellas la hendidura de la frente como representación de la fontanela mayor y la costumbre muy en boga en ellos de deformar los cráneos hace que las cabezas tengan a menudo forma de peras o aguacates.

Los olmecas se difundieron por la costa del golfo y penetraron luego al altiplano central. A ellos se les deben las ideas básicas sobre el dios jaguar, deidad agraria relacionada con la agricultura y las lluvias, que posteriormente como dios jaguar humanizado se convertía en Tláloc, dios azteca de la lluvia, de tanta importancia en sus ideas religiosas.

Fueron los olmecas los primeros en tallar el jade. Su dominio se extendió hasta Tlaxcala y Puebla; llegaron a ocupar a Cholula, de donde fueron desalojados por los toltecas que los obligaron nuevamente a buscar refugio en las costas del golfo.

Con los grupos olmecas se inician los cultos al Sol, a la Luna y quizás a Venus así como a los antecesores de Ehécatl el dios del viento y de Xipe el dios del maíz y los mantenimientos, con los cuales el panteón de dioses con atributos reconocibles se va constituyendo en una realidad.

La gente de esas culturas practicaban la mutilación y el ennegrecimiento de los dientes, rapaban sus cabezas y en ocasiones usaban barbas postizas. Las mujeres llevaban trenzas y peinados con listones entrecruzados y era frecuente, como se mencionó anteriormente, la deformación craneal.

Una de las primeras manifestaciones de cultura religiosa avanzada fue la aparición del juego de la pelota, que tuvo gran significación en diversas culturas del altiplano, en el cual el jugador vencido era decapitado y su sangre se representaba como saliendo del cuerpo en forma de serpientes.

El juego de la pelota tenía una significación religiosa; el terreno en el que se jugaba representaba en realidad un templo y la pelota tenía la significación del Solo de la Luna o bien significaba el movimiento de toda la bóveda celeste. En algunos manuscritos mixtecas se ven grandes príncipes y notables apostando en la contienda joyas de oro y de jade.

Los olmecas se desplazaron hacia la región de Yucatán y la actual Centroamérica poco antes de la iniciación de la era cristiana en occidente, y contribuyeron al desarrollo de la civilización maya de esas regiones, en razón a tratarse de grupos organizados capaces de construir basamentos para templos, plataformas, plazas y santuarios.

Tenían además un sacerdocio incipiente, artesanos especializados, agricultores y comerciantes y estaban a un paso de la organización teocrática que caracterizará a los mayas del período Clásico.

En la región del altiplano central hacia el año 1800 a.c., se instalaron grupos recolectores y agrícolas incipientes que dieron comienzo a una cultura sedentaria, la primera cultura de Teotihuacán. Su creencia en otra vida parece señalada por los enterramientos que practicaban debajo de los pisos de las chozas; el culto a la fertilidad relacionado con la agricultura, está señalado por figurillas de barro de mujeres desnudas, que enterraban en los terrenos de cultivo como ofrendas aisladas.

Varios siglos después cultivaron el maíz, la calabaza y el fríjol y establecieron nexos comerciales con grupos vecinos para obtener materias primas como el algodón, las turquesas, el caolín y el jade.

En las prácticas funerarias de esa cultura predominaron los entierros con cuerpos flexionados, colocados directamente en el suelo sobre un manto de corteza vegetal, cubiertos por polvo rojo de cinabrio. Se han encontrado entierros múltiples de un hombre principal rodeado de varias mujeres y de gran cantidad de ofrendas para acompañarlos en el viaje al más allá.

A comienzos de la era cristiana se levantaron las pirámides del Sol y de la Luna y se dio comienzo a la verdadera cultura teotihuacana con el desarrollo del centro ceremonial, una población numerosa y una sociedad ya muy estratificada.

El gran centro ceremonial se desarrolló alineando edificios a lo largo de una amplia calzada que hoy se denomina Calle de los Muertos. En el período de esplendor se construyó el templo de Quetzalcóatl o de la serpiente emplumada y se erigieron edificios con pinturas excelentes que representan el agua, las semillas, los animales y las flores, que hoy en día pueden admirarse en el Templo de la Agricultura y en Los Subterráneos.

La sociedad teotihuacana estuvo gobernada por una casta sacerdotal, integrada posiblemente por nobles y jefes de elevada alcurnia, los cuales no solamente tenían funciones religiosas, sino también políticas, administrativas y comerciales a la vez que enseñaban los conocimientos de la época.

Entre los dioses que veneraron se encuentran Tláloc, dios de la lluvia, Huhuetótl, el dios viejo o del fuego, representado como un anciano jorobado, Xipe, dios de las cosechas y Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl, adoptado después por los toltecas como el dios viajero al interior de la Tierra. En estrecha relación con la religión está el culto a los muertos, que ya no solamente se entierran sino que comienzan a ser incinerados envueltos en mantas y atados con cordeles.

El período de declinación de Teotihuacán se extiende del año 650 al 900 después de Cristo. El gran centro cultural que había influido tanto en casi todas las culturas mexicanas comenzó a declinar y cesó de actuar el espíritu creador de sus habitantes como si sobre la gran ciudad hubiera caído una gran desgracia y en su lugar, como lo señala Piña Chan “se observan huellas de incendios, pobres construcciones de adobe y lodo, profanación de tumbas, desmantelamiento de escalinatas y fachadas de piedra cortada, pisos de lodo, cerámica de calidad más pobre y demás evidencias que señalan un cambio en la forma de vida de ese gran centro, en su organización social y en su religión.

Es en esa época cuando hacen su aparición los toltecas que llegaron a ser una de las culturas más importantes y fructíferas de mesoamérica. Es posible que los grupos que adoptaron el nombre de toltecas fueran chichimecas venidos del norte y que el nombre tolteca derivara de la magnífica calidad de las obras que hacían.

Fray Bernardino de Sahagún señala que tolteca “es tanto como si dijésemos oficiales pulidos y curiosos”; con el tiempo se les consideró arquitectos y artistas y su nombre llegó a ser sinónimo de grandes constructores. Su ingreso a la historia está señalado por una mezcla de hechos mitológicos, entreverados con datos históricos, que hacen difícil dilucidar qué constituye el mito y qué la historia.

Parece ser que la palabra tolteca se hubiera originado en Teotihuacán y que se la relacionara después con una gran tradición cultural y religiosa, vinculada también al desarrollo del arte y las artesanías, todo lo cual tuvo marcada influencia en todo el territorio mexicano.

Entre los siglos IV al IX de nuestra era, época del máximo esplendor de Teotihuacán, Quetzalcóatl fue el símbolo de la sabiduría del México antiguo. Su nombre deriva de las palabras Quetzal que significa pájaro y Cóatl que significa serpiente.

De allí que se le conozca como la Serpiente Emplumada, esculpida en piedra en las construcciones del centro ceremonial de Teotihuacán, y llevada posteriormente al territorio dé los mayas, quienes también la tallaron en sus monumentos y la conocieron con el nombre compuesto de Quetzalcóatl- Kukulcán. Por tratarse de un dios antiguo, es frecuente representarlo con barbas. El dios barbado, las cabezas de serpiente emplumada y la tinta roja que significa vida, en las pinturas de los edificios evocan el recuerdo del antiguo dios bienhechor, origen del espiritualismo del México antiguo.

En estrecha relación con el culto a Quetzalcóatl, antigua divinidad suprema, se sabe que en aquella cultura tolteca de Teotihuacán existió un sumo sacerdote o príncipe gobernante del mismo nombre. Es la gran figura histórica, sobre cuya existencia parecen estar de acuerdo todas las fuentes, que se empeñó en mantener en toda su pureza el culto tradicional a una deidad suprema.

A él se le atribuye la formulación de toda una doctrina teológica acerca del Ometeótl o dios supremo dual. La parte masculina de esa deidad es conocida como Ometecutli y la femenina, Omecíhuatl y se suponía que eran los residentes del cielo más alto, en un lugar llamado Omecoyan.

Se les llamaba “el señor y la señora de nuestra carne y de nuestro sustento” y se les representaba con símbolos de fertilidad, adornados con mazorcas de maíz, por ser el origen de la generación y los señores de la vida y de los alimentos. Se les asocia con el primer día del calendario ritual, existente en mesoamérica varios siglos antes de Cristo, lo que sugiere que la dualidad divina correspondería a una antiquísima tradición mítica.

El rey-sacerdote Quetzalcóatl nunca aceptó sacrificios humanos a la divinidad, en tanto que ofrecía a su dios en sacrificio, serpientes y codornices, como puede verse muy bien en el Códice Borgia.

Las discordias intestinas provocadas por grupos interesados en alterar la antigua tradición y suplantarla por otra de características guerreras, como llegó a ser la de los aztecas, ocasionó un verdadero drama religioso que obligó al rey sacerdote a marcharse en dirección al oriente a Tlapalan, “la tierra del color rojo” y de allí al interior del mar, dejando en muchos de sus seguidores la esperanza firme de que algún día habría de regresar a restaurar el culto del dios bienhechor e iniciar nuevos tiempos mejores.

Según la leyenda, al llegar al mar Quetzalcóatl, se inmoló prendiéndose fuego y de allí pasó al cielo transformándose en Venus, la estrella matutina.

Hasta el momento se ven aparecer elementos que configuran las leyendas y la historia del México antiguo: el nopal, cuyos frutos rojos son semejantes a los corazones humanos, que serán luego ofrecidos en combustión por los aztecas a su dios del Sol y de la Guerra; la serpiente emplumada símbolo del dios; el conflicto que se inicia entre las deidades de la tierra y las solares, es decir entre las sedentarias y las guerreras que van modificando la importancia relativa de los dioses dentro del panteón, pero sin que desaparezca para algunos la creencia en la deidad suprema que en el sentir de muchos estaba representada por los principios masculino y femenino mencionados anteriormente.

En el Códice Matritense se menciona la partida hacia el oriente de Quetzalcóatl así:

“Se fueron con él, le confiaron sus mujeres, sus hijos, sus enfermos.
Se pusieron de pie, se pusieron en movimiento, los ancianos, las ancianas.

Nadie dejó de obedecer. ..
En seguida se fue hacia el interior del mar hacia la tierra de color rojo, Allí fue a desaparecer
El, nuestro príncipe Quetzalcóatl.

Un antiguo texto náhuatl, que habla del culto que se le tenía al dios Quetzalcóatl desde tiempos antiguos dá una idea aproximada del modo como probablemente se le veneraba en la ciudad de los dioses:

“Los que le daban culto eran cuidadosos de las cosas de dios.
Sólo un dios tenían, lo tenían por único dios, lo invocaban, le hacían súplicas.

Su nombre era Quetzalcóatl.
El guardián de su dios, su sacerdote, Su nombre también era Quetzalcóatl.

Y eran tan respetuosos de las cosas de dios.
Que todo lo que les decía el sacerdote Quetzalcóatl lo cumplían, no lo deformaban.

El les decía, ellos inculcaba: Ese dios único Quetzalcóatl es su nombre nada exige, sino serpientes, sino mariposas, que vosotros debéis ofrecerle, que vosotros debéis sacrificarle.

Después de la ruina de Teotihuacán, que coincidió bastante aproximadamente con la desaparición del primer imperio de los mayas en Yucatán, surgió al norte de la actual ciudad de México un nuevo centro cultural, la llamada ciudad histórica de Tula en donde se conservaron algunas de las ideas religiosas del culto a Quetza1cóatl, modificadas por la influencia del pensamiento de tribus nómadas venidas del norte, cuyo espíritu guerrero se dejó sentir con amplitud en las ideas religiosas y en las prácticas de sus habitantes.

León Portilla ha llamado “toltecas antiguas” a los miembros de la cultura de Teotihuacán y “toltecas recientes” a los de Tula, para facilitar la distinción entre dos culturas cercanamente emparentadas pero diferentes.

Las tribus de los mexicas o tenochtas, también de origen nahua y procedentes del norte, después de varios intentos fallidos y de guerrear contra los primitivos habitantes de la zona, se establecieron en el extremo occidental del lago de Texcoco y fundaron la ciudad de Tenochtitlán, en las circunstancias y fecha que ya se han señalado. Los aztecas llevaron a los lugares más altos del panteón mesoamericano a un dios tribal, al que le rendían fervoroso culto.

Era el dios del sur, dios del Sol y de la Guerra, conocido por los aztecas como Huitschilopotl y llamado luego Vichilobos por el cronista de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo. Su santuario principal se colocó en lo más alto del Teocai o pirámide religiosa que se levantaba en el centro de la ciudad, junto al de Tláloc, el dios de la lluvia, que tuvo para los aztecas el mismo rango, lo que indica que la nueva religión del dios Sol compartía el fervor de las masas, sin destruir el culto del dios agrario por naturaleza, el dios de la lluvia.

Cuando se llevó a cabo la conquista española, los conquistadores exigieron que se colocara junto a los dos dioses una cruz y una imagen de la Virgen, lo que fue aceptado de inmediato y sin discusión porque los aztecas, al igual que las demás tribus mesoamericanas, aceptaban los dioses de las otras tribus y no se consideraron jamás dueños exclusivos de la verdad religiosa.

Esa es la razón por la cual para los indígenas era extraña la actitud de los españoles que sólo hablaban de un dios, el suyo propio y se dolieron al observar los esfuerzos que empleaban los invasores para destruir las estatuas de los dioses nativos, a las que consideraron como engendros del demonio.

De los dos dioses venerados en el gran Teocai, Tláloc, como dios de la lluvia y de la vegetación y representante de las divinidades agrarias heredadas de la época clásica, castigaba con sequías y hambruna a los que 10 desdeñaban. Huitschilopotl, dios del Sol, era el exponente de la guerra cósmica y requería de sacrificios humanos para poder subsistir.

De allí la necesidad de los aztecas, como “colaboradores de los dioses”, de mantener un adecuado flujo de prisioneros, a los que se sacrificaba para extraerles con los cuchillos de pedernal el corazón palpitante y darlo en ofrenda al Sol, quemándolo en una de las piedras de Tizoc. Se creía que el prisionero así sacrificado acompañaría al Sol, desde el oriente hasta el cenit, en los próximos cuatro años y que ese sacrificio glorioso le aseguraba así fuera transitoriamente la inmortalidad.

Según las versiones de que se dispone, la dualidad divina a la que hemos hecho referencia, Ometecutli, el principio masculino y Omecihuatl, el femenino, tuvieron cuatro hijos a los cuales les fue encomendada la creación de otros dioses, del mundo y de los hombres.

A ellos les adjudicaron simbólicamente diferentes colores, hecho de importancia que facilita las interpretaciones de los códices pero dificulta las de la estatuaria, en la cual los colores no pueden apreciarse.

El oriente, queda representado por el Tezcatlipoca rojo; el norte, por el Tezcatlipoca negro; el sur, por el Tezcatlipoca azul que es el mismo Huitschilopotl y el occidente por el Tezcatlipoca blanco, más conocido como Quetzalcóatl, dios del aire y de la vida. Ellos son los regentes de los cuatro puntos cardinales, que se representan como cruces, con un centro del cual irradian las cuatro direcciones del universo.

En el punto de cruce de las cuatro direcciones del mundo, los aztecas colocaron a Tonatiuh, también dios del Sol, que en el calendario azteca aparece mostrando su lengua, con lo cual se expresa la sed del Sol por el líquido precioso, es decir la sangre, que debía ofrecérsele con los sacrificios humanos.

La presencia de cruces, que se observaban tanto en las pinturas como en las vestiduras de los indígenas, extrañó inmensamente a los españoles, que pensaron en un comienzo que alguno de los discípulos de Cristo había pasado ya por esas tierras y había querido cristianizarlas.

Años más tarde trataron de identificar al apóstol con santo Tomás, y pensaron que éste en América habría hecho algo similar a lo que hizo el apostol Santiago en España. Encontraron similitudes entre Tomás y Topilcin, que vivía en castidad como el apóstol, haciendo penitencia de su celda, orando y predicando, y como para algunos Topilcin y Quetzalcóatl eran una misma figura, muy pronto llegaron a pensar que Quetzalcóatl y el apóstol Tomás también lo eran.

Esto habría de tener repercusiones ulteriores cuando a finales del siglo XVIII un fraile dominico predicó sermones en la fiesta de la Virgen de Guadalupe, señalando que el culto a esta virgen era un legado de Santo Tomás-Quetzalcóatl, héroe cultural al que se consideró por algunos como una especie de fundador honorario de la nación mexicana. La leyenda de Santo Tomás Quetzalcóatl se transformó en un mito de utilidad nacional.

Algo similar ocurrió con la Virgen de Guadalupe, que según las crónicas se apareció a una india, lo que hizo que los indígenas la adoptaran como propia, y que sincréticamente la relacionaran con Tolipsin, la diosa madre, para darle el nombre compuesto de Guadalupe-Tolipsin, con el que aún se le venera en algunos lugares de Yucatán.

En la cosmología de los aztecas se dice que antes del universo actual existieron otros cuatro mundos o “soles”, que habían sido destruidos por catástrofes y que la humanidad de cada uno de ellos también había perecido totalmente.

El mundo actual en que vivían era considerado como el “Quinto Sol”. Las diversas humanidades que existieron, fueron creadas, en la concepción de los aztecas, alternativamente por dos dioses: Quetzalcóatl, el dios benéfico por excelencia y Tezcatlipoca negro, el dios nocturno y multiforme que se cubre con la piel del jaguar, cuyas manchas simulan el cielo estrellado de su dios.

Tezcatlipoca era también la constelación de la Osa Mayor, cuya estrella inferior desaparece ocasionalmente de la vista a la latitud de México, lo que hizo que el dios fuera representado con el pie izquierdo mutilado que correspondería a la estrella que ocasionalmente deja de observarse.

Según la cosmología mitológica Tezcatlipoca negro creó la primera humanidad constituida por gigantes, a los cuales se atribuyó la construcción de pirámides en Teotihuacán y Cholula. Los gigantes eran recolectores pero no cultivadores y murieron devorados por los tigres en el día 4 tigre. Quetzalcóatl creó entonces la segunda humanidad, que fue luego destruida por un gran viento en el día 4 viento. Algunos hombres sobrevivieron transformados en monos.

En la tercera edad, los dioses creados pusieron por Sol a Tláloc, pero Quetzalcóatl hizo que lloviera fuego y los hombres murieron o se convirtieron en pájaros, en el día 4 lluvia. Los hombres de esa tercera humanidad se alimentaban de maíz de agua.

Luego vino la cuarta edad en la cual los dioses creadores pusieron por Sol a una deidad femenina, la diosa del agua, Chalchiuhtlicue, pero Tezclatipoca hizo llover tanto que la tierra se inundó y aquellos hombres que no perecieron fueron transformados en peces, en el día 4 agua. Los hombres de esa edad se alimentaban de maíz.

La destrucción de cada una de esas edades por fuego, aire, agua o tigres y la conversión de la humanidad en peces, aves, monos y gigantes, tal como lo indica don Alfonso Caso, no parece indicar una idea de evolución sino señalar los intentos progresivos tendientes a llegar a la creación del hombre primitivo, que ya no se alimenta solamente de bellotas y raíces, sino también de maíz. Es de destacarse en esta cosmovisión, la acción alternativa de dos principios, uno bueno y uno malo, que se disputan el universo.

Después de la destrucción de la cuarta humanidad, el último Sol se había perdido en la catástrofe y no había quién iluminara al mundo. Los dioses se reunieron en Teotihuacán y determinaron que uno de ellos debía sacrificarse y convertirse en Sol. Se preparó un gran brasero para que se arrojaran en él los dioses que se prestaron para el sacrificio.

De allí salió primero el Sol brillante y luego la luna, que brillaba tanto como el Sol; los dioses indignados con la Luna que tanto quería parecerse al Sol, le golpearon el rostro con un conejo, dejándole las manchas que aún conserva, que para los aztecas representan ese animal.

Pero el nuevo Sol no se movía y para hacerlo exigió el sacrificio de nuevos dioses comenzando por las estrellas. Así murió inmolada en el brasero Venus, seguida por Xólotl, su hermano gemelo. Gracias al sacrificio de los dioses, el Sol se puso en movimiento y el mito nos indica que también tendría que morir a causa de terremotos en el día 4 movimiento o 4 temblor.

Se pensaba que la nueva catástrofe ocurriría al terminar los cincuenta y dos años del siglo azteca. Al llegar ese día se apagaban los fuegos de la ciudad y los sacerdotes esperaban hasta la medianoche. Si entonces una nueva estrella, probablemente Aldebarán de la constelación de Tauro o quizás las pléyades, pasaban por lo que ellos consideraban que era el sitio medio del cielo, esto significaba que el mundo no moriría y que el Sol volvería a brillar a la mañana siguiente. De no ocurrir eso, las estrellas se precipitarían sobre la Tierra y como fieras feroces devorarían a todos los hombres.

Los dioses del complicado panteón azteca, se identifican por las diversas prendas de su atavío y por los objetos que llevan en las manos. No ocurre con ellos lo que se encuentra en los dioses del panteón hindú, en los cuales las diversas características de la deidad son representadas como múltiples brazos, cabezas o piernas, cada una de las cuales señala una de las características del dios. Muchas veces esas múltiples extremidades o cabezas están unidas a un solo tronco, lo que indica la unidad de la deidad, como es el caso del dios Indra o el muy conocido de la diosa Ziva.

En el caso de Quetzalcóatl, tal como aparece en el código borbónico, su cuerpo y su cara están pintados de negro, color de los sacerdotes y él es considerado el sumo sacerdote y el inventor del autosacrificio que consiste en sangrarse las orej as y otras partes del cuerpo, con punzones de hueso o agujas de maguey. Por esa razón en su tocado se observa un hueso y los elementos indicativos del “líquido precioso” o sangre humana.

En su mano derecha lleva un incensario con mango en forma de serpiente y en la izquierda la bolsa de copal. Una de sus principales características es el gorro cónico de piel de jaguar y un gran pectoral de caracol marino, en corte transversal que lo caracteriza también como dios del viento.

En la cabeza, un adorno con plumas negras de cuervo y rojas de guacamaya, que significan el Sol de la noche, es decir el Sol muerto. Las barbas con las cuales a veces se le representa indican que por ser un dios creador es un dios viejo y en consecuencia barbado. Enfrente de la boca tiene una más- cara en forma de pico de ave, en ocasiones adornada con dientes de serpiente.

Quetzalcóatl, como se ha señalado, significa literalmente serpiente emplumada, pero como la pluma del quetzal es símbolo de las cosas preciosas y cóatl significa también gemelo (de allí el mexicanismo de cuate), el nombre de Quetzalcóatl significa también “gemelo precioso”, con lo que se indica que la estrella matutina y la vespertina son una misma y única estrella, Venus, representada en la mañana por Quetzalcóatl y en la tarde por Xólotl, su hermano gemelo.

Venus aparece como estrella vespertina, luego se hace invisible y reaparece como estrella de la mañana; su desaparición se interpretaba afirmando que indicaba el momento en que los dioses gemelos viajaban a Mitlan, la tierra de los muertos, en donde sufrían diferentes pruebas a causa de los dioses infernales. La huida de Quetzalcóatl de la ciudad de Tula hacia el occidente, la “tierra del rojo y del negro” y su promesa de volver por el oriente era otra forma de explicar en forma de mito el ocultamiento del planeta y su reaparición como estrella matutina precediendo al Sol.

QuetzaIcóatl es el dios benéfico de la vida: después de haber creado al hombre con su sangre, se hace hormiga para robarle a las hormigas un grano de maíz que entrega a los hombres para que se alimenten. Les enseñó además a pulir el jade, a tejer las mantas de algodón ya fabricar los mosaicos de plumas.

Pero sobre todo enseñó al hombre la ciencia, indicándole cómo medir el tiempo y estudiar las revoluciones de los astros; enseñó también el calendario, inventó las ceremonias religiosas y fijó los días para las oraciones y los sacrificios. Para don Alfonso Caso, la figura de Quetzalcóatl es el arquetipo de la santidad, tal como lo señalan las noticias que han conservado las crónicas y las representaciones de los manuscritos indígenas.

Según las leyendas Quetzalcóatl es inducido a cometer dos pecados, por el dios del mal Tezcatlipoca: el pecado de la embriaguez y el de la incontinencia sexual incestuosa. Esos dos pecados adquieren las dimensiones de una tragedia cósmica cuando son cometidos por un dios; según otro mito es la diosa del amor y la hermosura la que seduce al dios lo que provocó la ira de los otros dioses que la transforman en alacrán.

“De este modo, dice don Alfonso Caso, la lucha cósmica se transforma en una lucha moral, y más tarde, cuando el rey tolteca, el histórico Quetzalcóatl, es obligado a abandonar Tula, son los sacerdotes y los fieles de Tezcatlipoca los que persiguen al Quetzalcóatl histórico, y lo hacen abandonar la región central de México y huir a las tierras de Veracruz, Tabasco y Yucatán”.

Tezcatlipoca originalmente significaba el cielo nocturno y está relacionado con los dioses estelares, con la Luna y con los que significan muerte, maldad o destrucción. Es el patrono de hechiceros y salteadores y no envejece nunca. Su nombre significa “espejo que humea” por lo que sus representaciones estaban pintadas con un tizne de reflejos metálicos. Es afín a Huitschilopotl, pero en tanto que éste representa al cielo azulo cielo de día, Tezcatlipoca representa el cielo negro de la noche.

En algunas variantes de los mitos, es también el dios del fuego, el dios del frío y el dios del pecado y la miseria. Su figura se caracteriza por un espejo humeante colocado en la sien y otro en el pie izquierdo que le fue cercenado, como se explicó anteriormente. Siendo un dios nocturno es también negro, pero su pintura facial se hace con rayas horizontales amarillas y negras. Tiene el pelo cortado como los guerreros en dos niveles y está adornado con el escudo o chimalli, el lanzadardos o átlatl y los dardos que lo caracterizan como guerrero.

El Sol, llamado Tonatiuh, está muy bien representado en el llamado Calendario Azteca. En el centro del disco está el rostro del dios y sus manos armadas de garras de águilas estrujan corazones humanos, porque los aztecas conciben al Sol como una águila que al ascender al cielo en las mañanas se le llama Cuauhtlehuánitl, o “águila que asciende” y por la tarde Cuauhtémoc, o “águila que cae”, nombre del último, infortunado y heroico emperador azteca.

La lengua afuera simboliza la sed de sangre del dios Sol. Alrededor de la figura está el signo 4 Temblor, día en el que habrá de terminar por terremotos el mundo actual, y en los cuatro rectángulos los glifos que simbolizan los soles anteriores.

Estas representaciones están rodeadas por un anillo que contiene los signos de los días. Siguen las bandas con dibujos de los rayos solares y de joyas de jade o turquesa y por último dos bandas exteriores que representan dragones de fuego que llevan al Sol por el cielo, y entre sus fauces se ven los rostros de las deidades a las que sirven de disfraz.

Huhuetótl, el dios del fuego y uno de los más antiguos del panteón, se representa como un viejo de espalda encorvada, boca desdentada y arrugas en las comisuras de los labios, que sostiene en la cabeza un enorme brasero. Tláloc, el dios del agua y de la vegetación, Chac para los mayas, está presente en todas las culturas de mesoamérica.

Aunque es en general un dios benéfico, está en sus manos la inundación y la sequía, el granizo, el hielo y el rayo, por lo cual es temido en su cólera. En las representaciones, aparece con una máscara de dos serpientes entrelazadas que forman un cerco alrededor de los ojos y juntan sus fauces sobre la boca del dios.

La máscara, como todos sus atavíos está pintada de azul, el color del agua. El cuerpo y el rostro están pintados de negro porque Tláloc representa principalmente la nube tempestuosa; en cambio las nubes blancas aparecen como plumas de garza en su tocado. Sobre la cabeza se destaca una joya que termina en dos plumas de quetzal, “la espiga preciosa” denotando el maíz que depende tan estrechamente del dios de la lluvia.

Xipe-Tótec, “nuestro Señor el desollado”, es el dios de la vegetación y de la primavera. Para rendirle culto, se desollaba un esclavo y el sacerdote de su culto se cubría con la piel desollada. El rito significa que al llegar la primavera, la tierra debe cubrirse con una nueva capa de vegetación y cambiar su piel muerta cubriéndose con una nueva. Todos sus atavíos son de color rojo y su rostro está cruzado por rayas rojas y amarillas. Su cuerpo está cubierto con la piel desollada de un esclavo.

Entre las deidades femeninas sobresale Coatlicue que en los mitos aztecas tiene importancia especial porque es la madre del Sol, la Luna y las estrellas. Está representada por una colosal estatua, que se encuentra en el Museo de Antropología de México.

Es tremendamente expresiva con su falda de serpientes, un collar de manos y corazones humanos que rematan en un cráneo, que oculta en parte el pecho de la diosa. Sus senos cuelgan exhaustos porque ha amamantado a dioses y hombres. De la cabeza cortada salen dos corrientes de sangre en forma de serpiente, que al juntar sus fauces forman un rostro fantástico.

En el mundo subterráneo de los muertos, llamado el Mitlan, reinaba Mictlantecuhtli, el “Señor de los muertos”, cuyo cuerpo está cubierto de huesos humanos y cuyo rostro está cubierto por una máscara en forma de cráneo. En el Mitlan se encuentran además gran cantidad de dioses representantes de la muerte.

La ocupación que en vida tuvo el difunto y el género de muerte son los elementos que van a determinar el lugar a donde va el alma después de la muerte: Los guerreros que murieron en combate o en la piedra de los sacrificios y aun los enemigos muertos en el campo de batalla o en la piedra de los sacrificios van a la “casa del Sol”, y acompañan al astro en jardines llenos de flores, y en el viaje del Sol desde el oriente hasta el cenit. Después de cuatro años se transforman en colibríes y otras aves de plumajes exóticos que se alimentan del néctar de las flores.

Las mujeres que mueren de parto acompañan al Sol del cenit al poniente; cuando bajan a la tierra lo hacen de noche y son entonces fantasmas espantables y de mal agüero. Son las “mujeres diosas” que por haber muerto en el parto tienen poderes mágicos, que hacen que los jóvenes guerreros muchas veces les mutilen el cuerpo para apoderarse del brazo derecho que los hace invencibles en las batallas.

Los que mueren por rayo, ahogados, de hidropesía, gota o lepra, enfermedades relacionadas con el agua, van al Tlacolan o paraíso de Tláloc, en donde abunda el maíz y el fríjol y crecen toda suerte de árboles frutales. A diferencia de los guerreros, estos últimos difuntos no eran incinerados sino enterados, porque el agua debía volver a la tierra.

Pero aquellos que no fueron elegidos por el Solapar Tláloc, van simplemente al Mitlan y allí las almas padecen una serie de pruebas mágicas al pasar por los infiernos. Cuatro años después alcanzan el descanso definitivo y se disuelven en la nada. De allí que los aztecas conmemoraran en fechas específicas la muerte de sus deudos, a los ochenta días, anualmente y hasta los cuatro años, época después de la cual no volvían a ocuparse de la memoria del difunto.

Al igual que el viaje del Dante por los círculos del infierno, las almas de los aztecas tenían que pasar por nueve diferentes infiernos antes de alcanzar la paz definitiva de la disolución. En el primer paso eran ayudados por un perro, que se acostumbraba a enterrar con el difunto con el fin específico de ayudarlo a cruzar un río.

Se le colocaba en la boca una cuenta de jade, para que le sirviera de corazón y quizás para dejarla en prenda en el séptimo infierno donde las fieras devoraban los corazones de los hombres. El difunto era incinerado y la cuenta de jade se guardaba en su casa en una urna especial.

La cultura de Teotihuacán, ya desde el siglo VI de nuestra era, concebía la existencia de un paraíso o lugar de las delicias, llamado Tlacolan, idea heredada por los toltecas y los aztecas, lugar en donde los bienaventurados se dedicaban a los placeres de los cantos, la recolección de frutas de los árboles y la participación en juegos y regocijos. Existe también la idea de la existencia de trece cielos, pero no se dice que a ellos llegaran las almas de los hombres.

En el más alto de todos, que es doble, moraban Ometecutli y Omecíhuatl, junto con las almas de los niños que mueren antes de tener uso de razón. Después vienen cielos, en su orden de colores rojo, amarillo, blanco y azul; este último es la morada de Huitschilopotl; luego sigue un cielo verde y después el cielo de las estrellas errantes, los cometas y el fuego.

En el cuarto cielo habita la diosa de la sal; el tercero es el cielo por dónde camina el Sol; el segundo es el de las estrellas de la Vía Láctea, morada de la diosa madre Citlalicue y los dioses del cielo nocturno. Por último, en el primer cielo, el más cercano a la Tierra viaja la Luna y se forman las nubes.

Los trece dioses celestiales que habitan los trece cielos y los nueve señores del infierno tienen gran importancia en el calendario y dan su carácter fasto o nefasto a los días con los que están asociados. Se sale de los límites de este trabajo el estudio detallado de los calendarios de Mesoamérica. Baste con señalar que poseían un calendario ritual de 260 días, conocido con el nombre de Tonalpohualli, que tenía fechas particularmente importantes en las que se realizaban ceremonias en honor del Sol, sacrificando un prisionero pintado con franjas rojas y blancas por los caballeros águilas y tigres, órdenes militares dedicadas al culto solar.

Pero la mayor parte de las fiestas y ceremonias religiosas se regían por el calendario anual de 360 días divididos en 18 meses de 20 días, a los cuales se agregaban cinco días que se consideraban aciagos y en los cuales no se celebraba ceremonia alguna. Cada 52 años, al cumplirse el siglo azteca, celebraban trece días más, que desde el punto de vista del calendario completaban las seis horas extras por año que no habían sido tenidas en cuenta; con esto el calendario anual era exactamente igual al calendario occidental que usamos en la actualidad.

Siendo el calendario anual agrícola, las ceremonias que se hacían se llevaban a cabo en medio de danzas y cánticos, sacrificando al dios Sol y a los dioses de la agricultura para que la sangre les alimentara y permitiera que el Sol continuara alumbrando.

El sacrificio humano no se hacía con el objeto de causar un daño al sacrificado, ni por crueldad o venganza; el cautivo era considerado como un mensajero portador de los deseos del pueblo, al que a menudo se reverenciaba como si se tratara del mismo dios.

La comida de la carne de los sacrificados, es decir la antropofagia, era un rito que se efectuaba como una ceremonia religiosa, a tal punto que el guerrero que había capturado al prisionero, no podía comer su carne porque lo consideraba como un hijo. Para los aztecas, como lo señala don Alfonso Caso, “las víctimas humanas eran la encarnación de los dioses a los que representaban y cuyos atavíos llevaban, y al comer su carne practicaban una especie de comunión con la divinidad.

Al lado de los sacrificios humanos, se cantaban himnos a los dioses, se danzaba, se hacían representaciones teatrales, mascaradas y juegos y se practicaban deportes de alto contenido religioso como el juego de la pelota al que se hizo referencia anteriormente. Algunos, como el juego del volador, aún se practican entre los totonacas y se representa ocasionalmente en la plaza de El Zócalo, en Ciudad de México.

Hasta comienzos de este siglo se tuvo la tendencia a considerar a los pueblos de mesoamérica que encontraron los españoles en el siglo XVI, como civilizaciones avanzadas en el aspecto material ajuzgar por sus construcciones arquitectónicas, pero atrasadas y para algunos inclusive diabólicas en su desarrollo espiritual. Sin embargo, los arqueólogos, antropólogos, lingüistas, artistas, literatos y filósofos del siglo actual, han dado un cambio de ciento ochenta grados a estas consideraciones simplistas y han venido estableciendo en su verdadera perspectiva las grandezas y miserias de las antiguas civilizaciones mesoamericanas.

En su obra Millennium o Historia de los últimos mil años de nuestra era, Felipe Fernández Armesto señala que cuando los españoles llegaron a América y se vieron enfrente a los aborígenes del continente, desarrollaron tres modos mutuamente incompatibles de mirarlos: para unos, la desnudez de los nativos les sugería bestialidad y no humanidad.

Aotros les recordaba la de san Francisco quien mostró en plaza pública su desnudez para demostrar su total dependencia de Dios, y a otros más les recordaba la simplicidad desnuda de una edad de oro cándida y sin sentimiento alguno de culpa. De este conflicto inicial de percepciones se derivaron las inconsistencias de la política de Colón con los nativos, oscilante entre la reverencia y el desprecio.

La impresión que se formaron los españoles de los aborígenes en el siglo XVI, era la de seres que obedecían más a los instintos que a las leyes, lo que era una demostración de la condición universal de la caída del hombre. Hacia 1530 un primer intento para explicar la historia del Nuevo Mundo, que consideraba tanto el medio ambiente como los habitantes, mostraba a éstos más como seres no naturales que naturales, dados a perversiones sexuales y de alimentación, que los colocaba por fuera del amparo de la ley natural.

De allí la marcada insistencia de los diversos cronistas, y especialmente de Bernal Díaz del Castillo en censurar acremente la antropofagia ritual y la sodomía ocasional de los aztecas, elementos ambos que veía como productos del demonio.

En mesoamérica, la existencia de un panteón de deidades tan rico como el que hemos descrito anteriormente, suscitaba en los conquistadores la idea de que todos los dioses eran demonios o hijos de demonios.

La firmeza de la convicción religiosa de los españoles estaba respaldada por su victoria sobre los musulmanes en 1592 ratificada por la conquista de Granada y la consolidación subsiguiente de los Reyes Católicos; por la expulsión de la península de moros y judíos, como clases étnicas despreciables, a menos que pudieran incorporarse en calidad de conversos a la vida corriente y muy religiosa de España, y finalmente durante el reinado de Felipe I1, por el establecimiento de la Contrarreforma, movimiento tendiente a proteger la fe católica del peligro que representaban los protestantes, mirados también como hijos del demonio.

Esa firme creencia en la verdad religiosa católica, como la única religión verdadera, no podía ofrecer tolerancia alguna por las creencias de los aborígenes y mucho menos a la práctica de ritos de los dioses antiguos. Como era de esperarse, con el tiempo fueron surgiendo sincretismos religiosos como los señalados con anterioridad que hoy en día sobreviven sin que muchas veces se conozcan con exactitud sus verdaderos orígenes.

La actitud inicial de los conquistadores encabezados por Hernán Cortés fue la de considerarse superiores en todo sentido a los indígenas cuyos pueblos estaban subyugando. La necesidad de explotar en forma imperialista los recursos ecológicos y humanos de esos territorios favoreció la creación de sistemas administrativos que les permitieran utilizar esos recursos en provecho de la corona española y en beneficio propio, a la par que se intentaba evangelizar a los indígenas, a los cuales una bula papal de 1535 les había concedido el alma.

Los misioneros que pertenecían a órdenes ascéticas sometidos a severos sistemas de penitencia, encontraron que la educación de los aztecas revelaba un alto grado de disciplina muy digno de encomio.

Aunque los misioneros no sustentaron la idea de la equivalencia moral de las sociedades paganas y el Cristianismo, sí señalaron en forma laudable que las sociedades extrañas debían ser juzgadas en sus propios términos. Montaigne posteriormente al referirse a la antropofagia de los americanos decía que no era peor que las masacres y las prácticas de tortura de los europeos. Señalaba el ilustre escritor: “hay más brutalidad en alimentarse de hombres vivos que en comerlos después de muertos”.

El enfoque de lo relativo de las apreciaciones de culturas extrañas, el llamado Relativismo Cultural, esbozado ya en el siglo XVI, fue más ampliamente desarrollado a finales del siglo XIX por Franz Boas, el antropólogo alemán heredero de la tradición liberal de occidente, quien desestimó las ideas de que las sociedades debían ser escalonadas en términos de un solo modelo de desarrollo del pensamiento.

Los pueblos, decía, piensan en forma diferente en diversas culturas no porque tengan características mentales superiores sino porque todos los pensamientos reflejan las tradiciones de las que se es heredero, la sociedad por la cual se está rodeado y el medio ambiente al que se está expuesto. Sus ideas fueron compartidas por los antropólogos ingleses que trabajaron en África y Australia, quienes acumularon una vasta cantidad de información que tendía a reforzar la tendencia relativista, no explicable por los crudos esquemas jerárquicos del siglo XIX.

Las tribus nahuas de mesoamérica, aztecas y texcocanos, tlaxcaltecas y cholutecas, eran partícipes de una misma cultura; habían heredado no sólo muchas de las ideas y tradiciones sino también algo del extraordinario espíritu creador de los toltecas. Por otra parte, hablaban una misma lengua, el náhuatl, que con diferencias locales era la verdadera “lingua franca” de Mesoamérica. A comienzos del siglo XVIeran numerosas las manifestaciones de arte y cultura, principalmente en las ciudades de Tenochtitlán y Texcoco.

Si la primera era admirable por su arquitectura, por sus obras de ingeniería, y por su rígida organización militar, social y religiosa, la segunda, Texcoco, sobresalía por ser el centro del humanismo náhuatl. Allí se produjeron obras poéticas de la más alta espiritualidad y concepciones filosóficas sobre el hombre y su destino, el más allá y el sentido de la existencia, el origen y la razón de ser del universo, además de notables ideas monoteístas, que no alcanzaron a tener plena vigencia al producirse la conquista de los europeos.

A la llegada de los españoles fueron los frailes misioneros los primeros en investigar las culturas indígenas y penetrar en la obra maestra del genio indígena, la cronología. Ayudados por sus conocimientos acerca de ésta, pudieron luego precisar los grandes mitos cosmológicos, base de la religiosidad y del pensamiento náhuatl.

Como lo ha señalado León Portilla, interrogando a los indígenas más viejos, conocieron y pusieron por escrito los discursos y arengas clásicas, los cantares que decían en honor a sus dioses, las antiguas sentencias dadas por los jueces, los dichos y los refranes aprendidos en las escuelas, que como el Calmécac y el Telpochcalli, educaban a los futuros sacerdotes y guerreros. Fueron muchos los frailes misioneros cuya obra benéfica dejó para la posteridad mucho de lo que conocemos hoy sobre esos pueblos.

Fray Bernardino de Sahagún, escribió la Historia general de las cosas de Nueva España, genuina enciclopedia del saber náhuatl; otro fraile misionero escribió los Colloquios y Doctrina Christiana con que los doce Frayles de San Francisco enviados por el Papa Adriano Sesto con vertieron a los Indios de la Nueva España en Lengua Mexicana y Española, más conocido como El libro de los Coloquios de los Doce.

Finalmente, la Colección de Cantares Mexicanos, dados a conocer a comienzos del siglo por don Antonio Peñafiel, sirvió de base a don Ángel María Garibay para su magnífico tratado en dos tomos sobre La Historia de la Literatura Náhuatl, publicado en 1953 y su Poesía Náhuatl de 1964; luego apareció en 1966 la Filosofía Náhuatl, de don Miguel León- Portilla, que completaba el ciclo humanístico de obras sobre el México antiguo.

Infinidad de libros de antropólogos e intelectuales de diversas actividades y disciplinas como Jacques Soustelle, Laurette Sejourné, Román Piña Chan y el Premio Nobel de Literatura don Octavio Paz, han sido publicados en este siglo y han dado un giro de ciento ochenta grados a la idea que se tenía de las culturas mexicanas como tribus guerreras que solamente habían alcanzado gran desarrollo material.

Sería ilógico pensar que pueblos capaces de construir ciudades como Tenochtitlán, pirámides impresionantes por su tamaño y esculturas monumentales, no se hubieran preocupado también por desarrollarse ampliamente en el campo de la ciencia y en el terreno del pensamiento, como en efecto lo hicieron con figuras tan importantes como el rey de Texcoco, Nezahualcóyotl, el gobernante filósofo y poeta de su ciudad.

Los libros producidos en el México precolombino, conocidos corrientemente como Códices fueron en gran parte destruidos por las autoridades eclesiásticas de la Colonia que veían en ellos un peligro para la religión; apenas nos veinte o treinta sobreviven en las distintas bibliotecas del mundo y han servido para descifrar los jeroglíficos e interpretar las diversas pinturas, con lo cual se ha descubierto el mundo interesantísimo de las creencias cosmológicas y el de las ideas filosóficas de sus autores.

Sobresalen los códigos matritenses, el Florentino, el Borbónico y el Vaticano; el Mendocino, hoy en día en la Universidad de Oxford, el Código Dresden y el Código Borgia, estudiado por Eduard Seler a comienzos del siglo y reproducido por el Fondo de Cultura Económica hace unos cuarenta años, una copia del cual me fue obsequiada por don Jaime Torres Arroyo.

Una curiosa Cédula Real de Felipe 11,fechada el 22 de abril de 1577 se refiere al libro de historia de fray Bernardino de Sahagún y dice textualmente: ” …la cual es una computación muy copiosa de los ritos, y ceremonias e idolatrías que los indios usaban en su infidelidad, repartida en doce libros y en lengua mexicana; y aunque se entiende que el celo del dicho fray Bernardino había sido bueno, y con el deseo que su trabajo sea de fruto, ha parecido que no conviene que este libro se imprima ni ande de ninguna manera en esas partes; …

Os mandamos que así recibáis ésta nuestra cédula, con mucho cuidado y diligencia procuréis haber estos libros, y sin que de ellos quede original ni traslado alguno, los enviéis a buen recaudo en la primera ocasión a nuestro Consejo de las Indias, para que en él se vean; y estaréis advertido de no consentir que por ninguna manera persona alguna escriba cosas que toquen a supersticiones y manera de vivir que estos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y nuestro”.

Así llegaron al Consejo de Indias algunos de los Códices; otros fueron obtenidos por corsarios franceses e ingleses en galeones españoles capturados, y vendidos a diferentes personas, para llegar hoy en día a su destino final en los museos y en las universidades.

Fray Diego de Landa, inquisidor y más tarde obispo de Yucatán, sobresalió en su afán destructor de los códices precolombinos, pero al mismo tiempo que torturaba a los mayas los amaba también y los considerada como seres humanos dignos de ser salvados, a diferencia de algunos de sus superiores que no permitían la tortura, pero consideraban a los indígenas como seres insignificantes incapaces de ser civilizados.

El obispo Landa fue el primero en estudiar el “alfabeto” maya, que vino a ser la clave para descifrar los jeroglíficos en este siglo por el intelectual ruso Yuri Knorosov, quien había visitado América, y por el mayanista británico Sir Eric Thompson.

En la época anterior a la Conquista española tenía mucha importancia la tradición oral para la transmisión de la cultura. Don Juan de Tovar, hijo de uno de los conquistadores, aprendió la lengua náhuatl a la perfección y relata la forma como se memorizaban los relatos y los cantares del pueblo.

Dice así Tovar: “Para tener memoria entera de las palabras y traza de los parlamentos que hacían los oradores, y de los muchos cantares que tenían, que todos sabían, sin discrepar palabra, los cuales componían los mismos oradores, aunque los figuraban con caracteres, pero para conservarlos por las mismas palabras que los dijeron los oradores y poetas, había cada día ejercicio de ello … con la continua repetición se les quedaba en la memoria, sin discrepar palabra, de gente en gente, hasta que vinieron los españoles que en nuestra letra escribieron muchas oraciones y cantares … “.

En la alfabetización del náhuatl intervinieron los frailes Motolinía y Olmos. Simultáneamente, fray Pedro de Gante se convirtió en el primer alfabetizador del náhuatl al hacer el primer catecismo en esa lengua para la enseñanza de la religión católica a los indígenas.

El historiador de la época, Mendieta, narra la forma en que se hacía el aprendizaje metódico de la lengua: “Dejando a ratos la gravedad de sus personas, los frailes se ponían a jugar con los niños y tenían siempre papel y tinta en las manos, y en oyendo el vocablo al indio, escribían lo y al propósito que lo dijo.

Y en la tarde juntábanse los religiosos y comunicaban los unos a los otros sus escritos, y lo mejor que podían conformaban aquellos vocablos al romance que les parecía más convenir”. En esa forma, se fue adaptando la lengua mexicana al castellano, se sistematizaron los cotejos entre las dos lenguas y hoy en día se pueden encontrar poemas y relatos en los dos idiomas, lo que nos permite imaginar los sonidos que tuvo en su época la lengua de los nahuas. Fue un trabajo tesonero, que se ha continuado en el tiempo, tendiente a lograr “traducciones” de los documentos pinacogramáticos y de las versiones orales al alfabeto castellano.

Mucho tiempo antes de que se pasaran al español las producciones literarias de los indígenas mesoamericanos, los himnos religiosos y los cantos, las narraciones de mitos e historias y los pensamientos filosóficos, se formularon a través de la poesía, asociada generalmente al canto y en ocasiones a la danza. Por esas razones, Ángel María Garibay escribió lo siguiente: “La poesía, la más completa y perfecta de todas las artes, es la expresión musical del pensamiento. Nace del sentimiento del ritmo y la armonía a cuyas leyes se acomoda la palabra.

La música, que es un arte menos completo y que presta a la poesía uno de sus dos elementos esenciales, tiene por sí misma un carácter más definido. Otro tanto puede decirse de la danza, que acomoda los movimientos del cuerpo a las leyes del ritmo. Estas tres artes inseparables formaban en la antigüedad un arte único, que constituía la base de la educación humana. El ritmo a su vez es engendrado por la sucesión y retorno prosódico de la diversa duración de los sonidos”.

Los poemas, de índole religiosa o de carácter histórico se conocían con el vocablo cuicatl, que tiene contenido musical, del cual derivan multitud de voces relacionadas siempre con la música; el sentido era el de “palabra florida” o “música con palabras” y se expresaba pictográficamente como volutas adornadas de flores.

En los poemas emplearon con frecuencia las metáforas, en ocasiones oscuras, que son en esencia el núcleo de toda poesía, ya que ésta no se funda sino en el enlace analógico de las cosas, y este enlace se expresa mediante las metáforas. Su riqueza es a veces exorbitante como se aprecia en el siguiente ejemplo tomado de Cantares Mexicanos:

“El campo de batalla es el lugar:
Donde se brinda en la guerra el divino licor, Donde se matizan las divinas águilas,
Donde rugen de rabia los tigres, Donde llueven las variadas piedras preciosas de los joyeles,
Donde ondulan los ricos colgajos de finas plumas,
Donde se quiebran y hacen añicos los príncipes”.

Las flores forman parte de una trama lírica sencilla y son empleadas con galanura por los nobles cuando elevan sus cantos y el poeta ve en las flores lo efímero de la existencia:

“Vengo a llorar, vengo a ponerme triste,
Soy cantor y, ¿he de llevar mis flores?
¡Con ellas me ataviara yo en el Reino de la Sombra!
Vengo a ponerme triste:
¡Sólo cual flor es reputado el hombre en la Tierra; sólo por breve instante tenemos prestadas flores de primaveral
Gozad vosotros; yo me pongo triste” .

Persuadidos como estaban los pensadores nahuas de la fugacidad de todo cuanto viene a existir sobre la Tierra y considerando a esta vida como un sueño, su posición ante el problema de “qué es lo verdadero”, no pudo ser en modo alguno la aristotélica de una “adecuación de la mente de quien conoce con lo que exi9te”.

Ese tipo de saber era para ellos casi del todo imposible. Su respuesta al problema fue que lo único verdadero en la Tierra, lo que podría “satisfacer al dador de la vida”, eran los cantos y las flores, en otros términos la “palabra florida”, es decir la poesía. Porque de cualquier manera que sea, la verdadera poesía implica un peculiar modo de conocimiento, fruto de una auténtica experiencia interior o si se prefiere, resultado de una intuición.

La poesía viene a ser entonces la expresión oculta y velada, que con el símbolo y la metáfora lleva al hombre a sacar de sí mismo lo que en una forma misteriosa y súbita ha alcanzado a percibir.

“Allí oigo su palabra, ciertamente de él, al dador de la vida responde el pájaro cascabel.
Anda cantando, ofrece flores, ofrece flores.
Como esmeraldas y plumas de quetzal, están lloviendo sus palabras.
¿Allá se satisface tal vez el dador de la vida?
¿Es esto lo único verdadero sobre la Tierra?”

Los poetas insisten mucho en la metáfora déla flor: el “agua florida”, tiene la significación mística de la sangre; las “flores que bailan” son los guerreros, las “fIares que se ambicionan” son los guerreros cautivos que van a ser inmolados en el altar del dios; la flor misma es el mismo canto y es la flor divina que de la mansión de los cantos baja a la Tierra, como lo expresa bellamente el siguiente poema:

“Brotan las flores, están frescas, se van perfeccionando, abren las corolas; de su interior salen las flores del canto: sobre los hombres las derramas, las esparces: ¡tú eres el cantor!”.

Nezahualcóyotl, célebre rey de Texcoco, filósofo y poeta de alto vuelo y uno de los príncipes de su ciudad que llegó al convencimiento de la existencia de un solo Dios, dejó un buen número de sentencias y poemas que revelan sus pensamientos filosóficos, algunos de los cuales, en letras de bronce, ennoblecen hoy las paredes de los salones del Museo de Antropología de México. Los siguientes son dos de sus poemas sobre la transitoriedad de lo que existe sobre la Tierra:

“¿Es verdad que se vive sobre la Tierra? No para siempre en la Tierra:
sólo un poco aquí. aunque sea jade se quiebra, aunque sea oro se rompe, aunque sea plumaje de quetzal se desgarra, no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí”.
“Si en un día nos vamos en una noche bajó uno a la región del misterio, aquí sólo venimos a conocemos, sólo estamosde paso sobre laTIerra.
En paz y placer pasemos la vida:
venid y gocemos. que no lo hagan los que viven airados: la Tierra es muy ancha! ¡Ojalá siempre se viviera, ojalá
no hubiera uno de morir”.

Se expresa la tristeza, la amargura y la desolación de un más allá incierto en un poema del repertorio de Cantares de la región de Chaleo:

“¿A dónde he de ir? ¿A dónde he de ir?
El camino del dios de la dualidad.
¿Acaso está tu casa en el sitio de los descarnados?
¿En el interior del cielo?
¿O solamente aquí en la Tierra es el sitio de los descarnados?

… Es por lo que lloro:

nuestra muerte destruye, nuestro dolor destruye
al bello canto:
¡por un momento muéstrate en la Tierra!”.

Sobre el problema de la supervivencia en el más allá y de que en la Tierra no está lo verdadero, se expresa en multitud de poemas una idea semejante:

“Sólo venimos a soñar, sólo venimos a dormir; no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la Tierra”.

“Por prestadas tengamos las cosas, oh amigos, sólo de paso aquí en la Tierra: mañana o pasado, como lo desee tu corazón, Dador de la vida, iremos, amigos a su casa …”.

La temática de la poesía ronda en un círculo estrecho. La guerra y el sacrificio que constantemente aparecen metáforas y alusiones variadas, pero al fin monótonas. La muerte y su razón de ser desconocida, y la miserable memoria que tras ella queda de los hombres. El dulce conversar con los amigos que pronto se irán porque sólo han “venido a tener en préstamo la Tierra”. La ausencia irremediable de los príncipes antiguos que no pueden regresar ni un solo instante. La pobreza de los temas cantados viene a convertirse en cualidad, porque se esfuerza el poeta en dar variedad a una misma repetición de idénticas ideas:

“¿Acaso por segunda vez hemos de vivir?
Tu corazón lo sabe:
¡ una sola vez hemos venido a vivir !”
“Muy cierto es: de verdad nos vamos, de verdad nos vamos; dejamos las flores y los cantos y la Tierra.
¡Es verdad que nos vamos, es verdad que nos vamos!”.

“De verdad no es el lugar del bien aquí en la Tierra: de verdad hay que ir a otra parte: allá está la felicidad.

¿O es que sólo en vano venimos a la Tierra?

Ciertamente otro sitio es el sitio de la vida”.

Ideas de vida y muerte de antiguas civilizaciones de Mesoamérica, expresadas a través de sus mitos y sus historias, sus himnos y sus cantares, sus pinturas y sus esculturas, e impresas también con rasgos indelebles en el corazón de los pueblos que se desarrollaron después de la Conquista. Ideas que perduran a través de los tiempos, que se modifican y se enriquecen con nuevos aportes culturales y que van consolidando y definiendo los perfiles de los pujantes pueblos de la actualidad.

Bibliografía consultada

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