Letras, Violencia, Sociedad y Salud
Gustavo Malagón Londoño, M.D.
Promovida por la Organización Panamericana de la Salud, con el auspicio de la Organización de los Estados Americanos y del Banco Interamericano de Desarrollo, se celebró el pasado mes en Washington, la Primera Conferencia Intermericana sobre Violencia, Sociedad y Salud.
Quienes tuvimos la oportunidad de asistir como delegados, participamos en un certamen sin precedentes para el cual se dieron cita los representantes de todos los países de América y el Caribe, con la presencia del Director de la Organización Panamericana de la Salud, el Secretario de la OEA, el Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, de la Directora Regional para América Latina y el Caribe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, del Director General para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, del Secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos de América, además de Ministros de Salud, Justicia y del Interior de los países de la región.
El temario desarrollado no podía ser de mayor importancia y más relievante actualidad. A través de las varias disertaciones muy bien documentadas nos colocamos en la realidad que consume a la mayoría de los países, con el nuestro a la cabeza, de la más cruel violencia, con cifras escalofriantes no sólo por el crecido número de víctimas, sino por los altos costos que ésta está presentando, además de las implicciones de todo orden que en forma bien clara viene significando.
En el año de 1993 ocurrieron en América Latina y el Caribe un total de 456.000 muertes violentas, lo que significa 1.250 por día.
Las lesiones y discapacidades superan los dos millones de casos. En Colombia ocurrieron 174.000 asesinatos en los últimos cuatro años, 30.000 en lo que va corrido del presente año. Las discapacidades y lesiones presumiblemente exceden en el cuatrienio, de un millón y medio.
En los Estados Unidos mueren 65 personas diariamente por violencia interpersonal y más de 6.000 quedan heridas. En el solo año de 1985, un millón ochocientas mil mujeres fueron físicamente agredidas por sus compañeros y en 1990, 53.278 fueron asesinadas.
Los costos de los actos de violencia en lo que hace relación directa a las personas, exceden de 10.000 millones de dólares por año, lo que representa algo así comoe120%del total del gasto nacional en salud de los países de la región, lo que equivale a más del 1% del producto interno bruto.
Con todo y la espectacularidad de las cifras globales, Colombia está definido como el país más violento de la región y posiblemente ocupa uno de los primeros lugares en el globo; los costos para el país guardan proporción con la inusitada frecuencia de los actos de violencia.
No fue motivo de sorpresa durante la reunión, el registro de las cifras, que uno siente evidentes ante la oleada que nos azota desde años atrás, recrudecida por los ingredientes conocidos del narcotráfico, la guerrilla, la impunidad entre otros. (Lea también: Letras, África en Colombia)
El diagnóstico de la situación de la región, con énfasis en la de Colombia por sus altos índices, suscitó importantes análisis de todos los posibles factores desencadenantes del trágico fenómeno: se habló de las desigualdades sociales, de la inequidad, de la crisis de la educación, de la irresponsabilidad de los medios de comunicación, de la incitación del cine y la televisión, de la impunidad de la represión desmedida por parte de la fuerza pública, del autoritarismo, de la exclusión de grupos sociales, del alcoholismo, de la drogadicción, de la irresponsabilidad de las familias.
Unas cifras de los Estados Unidos señalaron que allí, un niño al terminar la primaria ha presenciado por televisión entre ocho y nueve mil asesinatos. Así mismo un registro de Méjico, mostró que una de cada diez mujeres es víctima de violencia conyugal en ese país.
Pero, algo común en todos los países, llamó poderosamente la atención: el fenómeno de acostumbramiento progresivo de la sociedad y por supuesto de las clases dirigentes, a la situación catastrófica.
Se ha llegado al extremo de conmoverse solamente cuando toca la violencia en carne propia de manera espectacular. De resto, las noticias se registran como un hecho común de la vida diaria.
De otro lado, en general, los gobiernos centran todo su esfuerzo hacia la violencia originada por los alzados en armas y dan menor importancia a la violencia originada en la delincuencia común, o como resultado del abuso alcohólico.
O aquella que hace víctimas en el propio hogar o la que se origina en la escuela o la que desatan los organismos del estado o aquella forma especial de la violencia psicológica que aplican los funcionarios públicos que maltratan a la población que pide algún servicio.
Todo parece indicar que estamos en mora de emprender una urgente cruzada, en la que participen activamente los educadores, la fuerza pública, los líderes, la sociedad en general para debelar el tremendo flagelo que corroe a los países, especialmente al nuestro, en forma precipitada. No hay duda de que la movilización de voluntades puede mucho más que las fórmulas técnicas y políticas.
Ojalá, a partir de las conclusiones de la Conferencia, cuya declaración final resumiremos en próxima ocasión, se inicien actividades de todo orden, con la franca decisión del Gobierno, llamado a convocar y comprometer a todos los estamentos en estos propósitos. Es urgente la acción antes que sea tarde.
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