Letras, Ideas de Vida y Muerte en Culturas Orientales
Adolfo De Francisco Zea *
Señor Presidente: Es muy placentero para mí en la tarde de hoy entregar a la Academia por su digno conducto, el retrato del Dr. Luis Zea Uribe, mi abuelo, quien fuera miembro de la Corporación por largo tiempo y presidiera sus destinos de 1928 a 1930.y es especialmente significativo para mí por ser usted, mi compañero de estudios y amigo de siempre, quien ocupa hoy con lujo y distinción la Presidencia de la Academia.
Este retrato es copia del que fuera pintado por el célebre miniaturista y retratista bogotano Luis Felipe Uzcátegui hace varias décadas y hace justicia a las inmensas calidades de su espíritu: la frente amplia que traduce una inteligencia prodigiosamente lúcida, rápida y penetrante hasta lo maravilloso, como lo señalara Armando Solano en el prólogo del libro que recogió sus Producciones Escogidas.
Las líneas delgadas de su boca y el mentón recio del estudioso que además de adquirir amplios conocimientos médicos, incursionó con su microscopio monocular en el mundo de lo infinitamente pequeño y apreció con su telescopio el mundo de lo infinitamente grande, lo que lo condujo a ser miembro de la Sociedad Astronómica de Francia presidida en ese entonces por su amigo cercano Camilo Flammarion. Quizás fue el estudio de las maravillas del universo lo que lo llevó un paso adelante a investigar en el campo de los fenómenos espiritualistas que hoy caen dentro de la órbita de la psicología y la para psicología, para lo cual estaba admirablemente dotado. Allí adquirió la certeza absoluta de la existencia del más allá y de un Dios inefable pleno de bondad y ordenó su vida entera a adquirir el Conocimiento, a impregnar todos sus actos con un alto sentido de la ética y a buscar el perfeccionamiento personal en la existencia terrena, que en su sentir, habría de permitirle en sucesivas encarnaciones acercarse cada vez más a la perfección.
Sus experiencias en el campo espiritualista y sus consideraciones de índole filosófica quedaron plasmadas en su libro “Mirando al Misterio” impreso en París en 1922 e incrustado al año siguiente en el índice de los libros prohibidos en esa época. Finalmente, se aprecia en el cuadro una mirada serena y bondadosa que rubricaba toda la labor de su inteligencia, siempre renovada por el estudio y siempre humanizada por el sentimiento.
Tal es el retrato del Dr. Luis Zea Uribe sobre cuya obra médica y su pensamiento filosófico, se ocupará más adelante el señor Vicepresidente de la Academia Dr. Roberto de Zubiría Consuegra.
He querido por mi parte distraer la atención de la Academia en la tarde de hoy para hablar de un tema muy afín a mis preocupaciones intelectuales y espirituales, el de las “Ideas de Vida y Muerte en Culturas Orientales”, como homenaje a la memoria del Dr. Luis Zea Uribe, quien también se ocupaba seria y constantemente de lo que algunos llaman sin razón “las cosas inútiles”.
Disertar sobre temas de antropología y de mitología, tocar el campo de las religiones y las filosofías, podría parecer una osadía por tratarse en mi caso de asuntos al parecer lejanos a mi órbita profesional de Internista y de Cardiólogo. No lo es sin embargo si se tiene en cuenta que se trata de un intento por profundizar un poco más en asuntos de mi interés intelectual muy cercanos al ejercicio de la Medicina como son la Vida y la Muerte y sobre los cuales ya he tenido ocasión de ocuparme. Me refiero especialmente al estudio que presenté en la Universidad Nacional hace tres años cuando tuve el honor de pronunciar la “Conferencia Alfonso Uribe”, que titulé “El Hombre Frente a la Muerte” presentado también en la Academia y publicado en la Revista Medicina.
Por otra parte, muchas de las ideas del Dr. Zea Uribe, nutrido como lo fue siempre en la cultura occidental, son claramente análogas a aquellas que se encuentran en el Hinduismo y en el Budismo, que han plasmado las características de los habitantes del subcontinente asiático, tanto en el pasado como en el mundo de la actualidad. Su creencia, por ejemplo en la reencarnación y la forma como la concebía guarda extraña similitud con la creencia oriental en la rueda de la vida del dios Shiva. De la misma manera su idea del Dios único, no antropoformo como el del Antiguo Testamento, es análoga a la existencia del Brahman o el Atman o Realidad Profunda de los Upanishads.
La vida misma de Zea Uribe orientada a adquirir no sólo conocimientos amplios sobre múltiples cosas, sino Conocimiento en el sentido abstracto de la palabra, a servir a sus semejantes desinteresadamente y con el alto sentido ético que presidió todos sus actos, su desprendimiento de lo mundanal y terreno que lo hermanaba con Epicteto, uno de sus filósofos de cabecera y la riqueza moral que atesoró en su corazón, guardan una increíble similitud con las enseñanzas impartidas a sus discípulos por los grandes pensadores que escribieron los himnos religiosos de la India, que legaron joyas de poesía y de filosofía como el Bhagavad Gita y los Upanishads y que se concretan en el siglo actual en figuras tan dignas de admiración y de respeto como el Mahatma Gandhi y el admirable poeta bengalí Rabindranath Togore.
En abril de 1957 una expedición arqueológica de la Universidad de Columbia dirigida por RalfSolecki, desenterró los restos de un hombre adulto muerto sesenta mil años atrás en la cueva de Shanidar en el norte de Iraq. Los restos pertenecían a un adulto de constitución robusta, musculado a juzgar por las zonas de inserción de los tendones en los huesos, de cráneo un poco aplanado y frente huidiza, cuya cara hacía protusión hacia adelante y cuyo andar de acuerdo a la conformación del esqueleto había sido seguramente inclinado y vacilante. Se le reconoció como un Homo Neanderthalensis, especie o sub especie que convivió por largos años con el Homo Sapiens de Cromagnon, grupo evolutivo al que pertenecemos, en diversas áreas del África, de Europa y del Asia Occidental.
Pero lo más importante no eran los restos mismos de este hombre de Neanderthal sino el hecho sorprendente de que había sido enterrado cubierto de flores. En efecto, las investigaciones de científicos del Museo del Hombre de París encabezados por la antropóloga Arlette Leroi-Gourhan, encontraron cinco variedades de pólenes fosilizados de plantas que cubrieron y enmarcaron el sitio del entierro. Algunas de ellas eran simples retamas y cardos espinosos, que habían servido de soporte a flores de malva rosadas, almizcleras perfumadas, alisos y colas de caballo.
Este hallazgo hizo pensar a Solecki, al descubrir el entierro de flores, que el amor por la belleza se encontraba más allá de los límites de nuestra 0propia especie y que no podríamos negar en adelante a los hombres primitivos la posesión de una amplia gama de sentimientos y experiencias humanas. Para afirmar la humanidad de los hombres de Shanidar. Solecki no se apoyó en el hallazgo de utensilios de piedra o en evidencia de estrategias sofisticadas de subsistencia, sino en ese entierro ritual de flores que le hacía presumir la existencia de algún tipo de lenguaje, un cierto grado de conciencia y un desarrollo inicial de ideas mitológicas, en esos seres primitivos de hace sesenta mil años.
Los antropólogos modernos han dedicado sus esfuerzos a precisar la época en la que apareció el lenguaje en el curso de la evolución de los homínidos, así como su presencia en especies anteriores y paralelas al homo sapiens como es el caso del hombre de Neanderthal. El estudio de las huellas dejadas por el cerebro en los cráneos fosilizados permite suponer que hace dos millones de años existían ya áreas cerebrales lo suficientemente desarrolladas como para servir de base a cierto tipo de lenguaje, en cerebros que aún no habían alcanzado el desarrollo que se encuentra en el hombre actual.
Al mismo tiempo se han interesado también en la evolución de los órganos de fonación que con el correr del tiempo, y al igual que ocurre en el desarrollo del niño actual, fueron descendiendo anatómicamente en el cuello para permitir la vocalización que a su vez depende fundamentalmente de la forma de la cavidad oral y de los labios, y que modifica los sonidos producidos en la laringe. La expansión de ésta es la clave de nuestra capacidad para producir un lenguaje totalmente articulado.
Harry Jerison, neurólogo de la Universidad de California, piensa que los cerebros a través de la historia evolutiva han sido conformados para construir un mundo interior apropiado para la vida habitual y corriente de la especie. En los anfibios es la visión el elemento principal de ese mundo; para los reptiles, un agudo sentido del olfato; en los primates iníciales, el oído fue una adición de importancia; en los primates posteriores, una mezcla de impulsos sensoriales creó un modelo mental completo de la realidad externa. Los humanos añadieron como componente ulterior el lenguaje, o más precisamente el pensamiento reflexivo y la fantasía.
Así equipada la mente humana, creó un modelo interno del mundo que le permitía representarse los retos prácticos complejos y afrontarlos en consecuencia. La reflexión interna y no la comunicación exterior fue la facilidad moldeable sobre la que trabajó la selección natural. El lenguaje fue su medio y al mismo tiempo un elemento eficaz para la comunicación de unos con otros.
El lenguaje y la conciencia introspectiva o reflexiva están ligados de manera íntima, ciertamente en la forma en que muchos de nosotros la experimentamos. El lenguaje y la conciencia, en la postulación de Jerison, parecen haber evolucionado como instrumentos para crear mejores modelos de la mente. La mayor parte de los organismos vivos afrontan los retos del diario vivir de una manera limitada y repetitiva: buscar el alimento, evitar los predadores, localizar sus compañeras.
Pero para los primates avanzados, la vida es significativamente más complicada ya que se introducen elementos impredecibles que no tienen la mayor parte de los seres vivos. Como en el ajedrez, la interacción social es típicamente una transacción entre dos participantes, en la cual cada jugador está listo para cambiar sus tácticas y tal vez sus objetivos en la medida en que se desarrolla el juego, lo que implica que el jugador debe ser capaz de ir desarrollando una planeación hacia adelante.
Un sistema de tal naturaleza se fue estableciendo en los primates superiores, en los cuales niveles primitivos de conciencia, presentes con la emergencia del lenguaje, formaron parte del proceso evolutivo de crecimiento de la conciencia, con el objetivo último de alcanzar la exquisita claridad de la introspección humana.
La creación de los mitos aparece como una marca que señala y distingue a la mente humana moderna. Central en ella está la mitología de la creación, una explicación de cómo y por qué los seres llegaron a tener existencia. Para Edward Wilson, biólogo de Harvard, la predisposición a la creencia religiosa es la fuerza más compleja y poderosa de la mente humana, y con toda probabilidad una parte imposible de erradicar del comportamiento humano.
Es uno de los llamados Universales del Comportamiento Social, cuya forma puede reconocerse en todas las sociedades, desde los cazadores recolectores hasta los estados capitalistas y socialistas de nuestro tiempo. ¿Cómo pudo esta fuerza surgir de la fuente de la conciencia? Cuando los seres humanos tomaron conciencia de sí mismos como individuos, dotados de sentimientos y motivaciones, no solamente atribuyeron sentimientos similares a otros seres de la misma especie, sino también a toda suerte de especies zoológicas, a elementos del reino vegetal ya objetos inanimados del mundo. Sus sentimientos se magnificaron y proyectaron a las fuerzas de la naturaleza y la admiración o el miedo las dotó de características especiales, benéficas o malignas según las circunstancias.
Y tal como la conducta de otros individuos podía ser entendida y a veces manipulada, nació la noción de que el resto del mundo podría ser también entendido y a veces manipulado. Quizás ahí se encuentran los orígenes primigenios de la ciencia y de la política.
De esta manera, tan pronto apareció la conciencia en los seres humanos se presentó también la urgencia universal de dar cuenta y razón del resto del mundo, contar historias de cómo las cosas llegaron a ser, cuáles fuerzas eran buenas, cuáles malignas y cómo se podría influir sobre ellas. De una fase inicial de la conciencia desarrollada para hacer frente a problemas locales de relación interpersonal se pasó a las más altas estructuras racionales del parentesco, el totemismo, el mito y la religión que caracterizan las sociedades primitivas. Con la conciencia del sí mismo, inevitablemente apareció la conciencia de la muerte, el Interés Último que llamara Theodosius Dobzhanzky.
La conciencia de la muerte y la práctica de los enterramientos con ofrendas florales son testimonios elocuentes de un sentido altamente desarrollado del ser y de la muerte. Aun cuando no hay virtualmente evidencia alguna de entierros rituales anteriores a los tiempos de Neanderthal, la práctica ha sido ampliamente aceptada como avanzada en esas poblaciones, en las ya varias docenas de entierros similares encontrados hasta el momento.
Se han planteado múltiples interrogantes sobre la real interpretación de los hallazgos de entierros rituales como el del hombre de Shanidar, sobre los orígenes del lenguaje como medio de pensamiento o de comunicación y su papel en el origen de los actuales seres humanos y sobre la organización de múltiples elementos de la cultura y la conciencia. En el fondo todos ellos se ubican en el reino nebuloso de los enigmas y para obtener respuestas completas sobre ellos, necesitaríamos utilizar la máquina del tiempo que la fantasía de Dean Falk imaginara hace algunos años.
La civilización se inició en la India con el ingreso al subcontinente de pueblos dravídicos, que en oleadas sucesivas, hace cinco mil años se extendieron hacia el sur hasta alcanzar Skri Lanka, el antiguo Ceylán. La cultura que se desarrolló por esa época era de tipo neolítico basada en la agricultura y en la caza de animales. Cuando en el Medio Oriente se edificaban las grandes ciudades de Sumeria y Mesopotamia, y en Egipto se levantaban los templos magníficos del culto de Aman y las grandes pirámides que guardaron los sepulcros de los faraones, los hindostánicos, a excepción de dos complejos de ciudades excavados en este siglo en Harappa y Mohenjo-Daro, establecieron sólo pequeños villorrios en las cercanías de los bosques y de los ríos.
Fue una cultura de bosques y no de grandes ciudades como lo señala Rabindranath Tagore, representada aún en la actualidad por árboles mágicos a la sombra de los cuales los maestros iluminados de la India dan instrucción espiritual a aquellos que la buscan. La palabra Upanishad etimológicamente significa el sentarse junto al maestro. En esas “Academias de los bosques” a lo largo de las riberas del Ganges, el Maestro que se ha alejado del mundo, enseña a los discípulos a través de preguntas y respuestas y de ejemplos de la vida diaria.
A veces en ese ambiente, las esposas preguntan a los maridos acerca de la inmortalidad, los reyes buscan instrucción del sabio iluminado y los niños oyen los relatos del Mahabharata, la inmensa epopeya hindú y aprenden de memoria las hazañas de Rama, tal como los antiguos griegos aprendieron a conocer los hechos de los héroes y nosotros nos deleitamos en nuestra niñez con las fábulas y los cuentos infantiles. Es allí donde algunos se inician en el mundo de la meditación, contemplando el silencio majestuoso y la inmovilidad del yogui.
Los dravídicos rendían culto a deidades relacionadas en una u otra forma con la fertilidad, como lo demuestra el hallazgo de figurillas de barro con rasgos fálicos de prominentes animales machos que indican la importancia de la autoridad masculina en los cultos religiosos. En contraste con la mayoría de otras civilizaciones antiguas, se observa una conspicua ausencia de símbolos femeninos de deidades dravídicas, solamente asociadas al agua y a los árboles como símbolos de fertilidad.
Hacia 1700 antes de Cristo pueblos Arios provenientes del noroccidente invadieron el subcontinente y dominaron las regiones de Utar-Pradesh donde actualmente se encuentra la ciudad de Delhi, gracias a la posesión de armas de bronce y ulteriormente de utensilios de hierro. Los Arios reemplazaron en forma gradual la civilización dravídica como cultura dominante del sub continente hindostánico.
Trajeron consigo el sánscrito del cual derivan muchos de los catorce idiomas actuales y de los innumerables dialectos de la India y parecen haber sido influidos por la masculinidad dominante de la antigua religión, particularmente en el hecho de ser esta abiertamente politeísta y también por el carácter agresivamente sexual de algunos de sus dioses masculinos.
Las antiguas prácticas religiosas se centraban alrededor de un sacrificio ritual en el cual el significado simbólico del fuego era focal; con el tiempo la sencilla ofrenda ardiente se convirtió en una serie prescrita de reglas rituales bajo la supervisión de un grupo de sacerdotes que llegó a constituirse luego en la casta superior de los Brahmines. Los sacrificios rituales, en especial el del caballo, se tornaron elaborados y costosos al igual que las ceremonias funerarias que implicaban la quema en piras de grandes cantidades de maderas a veces preciosas como el sándalo, lo que ha contribuido en forma importante al daño ecológico resultante de la deforestación del territorio.
Se creía que el sacrificio ritual era altamente efectivo para obtener la prosperidad espiritual y material de los sacrificantes. El ritual tenía un elemento de magia para lograr la manipulación externa de las fuerzas de la naturaleza mediante una acción y un discurso simbólicos. Las palabras de los sacerdotes eran expresiones de poder y pronunciadas adecuadamente lograban alterar la forma y la secuencia real de los hechos. Esta creencia es en realidad el origen de la palabra más cargada de significados del idioma hindú: Brahman, que en un comienzo significaba “pronunciación sagrada”, es decir recitación de las palabras del ritual. Con el tiempo sólo algunos sacerdotes podían pronunciar las palabras empleadas en los sacrificios rituales que seguían una línea exacta en su ejecución.
Cualquier olvido o cambio en las palabras y cualquier gesto equivocado en el ritual podían acarrear severos castigos. Lo común de los sacrificios rituales era que un Brahman supervisor observara el proceso sin participar en él, permaneciendo en absoluto silencio. Lo que importaba no eran sus gestos sino su sabiduría; con el tiempo lo que verdaderamente llegó a importar fue la sabiduría y no las acciones de los ejecutantes y celebrantes. Esto significaba que si el poder del ritual, como se pensaba, se origina en el conocimiento o sabiduría del sacerdote, entonces la sabiduría o el conocimiento del sacerdote constituyen la realidad. En este contexto el término Brahman adquiere otro significado; no es solamente la pronunciación sagrada o la persona que habla sino lo que se dice.
El sacrificio evolucionó por una parte en dirección al poder mágico y por otra, hacia una visión exaltada de la naturaleza y el conocimiento, tendencias estas que se encuentran presentes en las más antiguas y autorizadas escrituras, los Vedas.
Los Vedas sobreviven en cuatro colecciones escritas en sánscrito antiguo. Algunos son himnos religiosos de alabanza, otros fórmulas de encantamiento y hechizos destinados a influir en las acciones de los dioses. Ocasionalmente aparece en ellos la mención abstracta del Uno, la realidad suprema, escrito en el género nuestro. Pero le dan también diversos nombres como el de Varuna, guardián del orden del universo y monarca del cosmos, que se representa suspendido en el aire y utilizando al sol para ejercer su poder en la tierra, el cielo y el espacio que los separa. Se le denomina también Indra, dios de las tormentas cuyo instrumento es el rayo, que siempre lleva en su mano derecha.
Se le llama Agni o dios del fuego del temprano panteón hindú, que recibe las ofrendas de grasa licuada con sus siete lenguas cada una de las cuales tiene un nombre especial, y que al igual que el Promete o de los griegos es el mediador entre Dios y los hombres; y finalmente Soma que en su origen es el líquido lechoso fermentado de una planta, la Amrita o Ambrosía, posteriormente deificada como la divinidad que cura las enfermedades y confiere riquezas a sus adoradores. En el fondo la multiplicidad de dioses del panteón hindú, que suma varios millones, representa las diversas fuerzas y poderes de la divinidad que en la realidad es solamente el Uno.
En un pasaje célebre del Rig Veda se lee lo siguiente: “Lo no existente no existía, lo existente no existía entonces. No existía el espacio atmosférico, tampoco el vacío más allá. ¿Qué iría a ocurrir, en dónde y bajo el control de quién? ¿Existía el agua? ¿un profundo abismo? Ni muerte ni inmortalidad existían entonces; no había distinción entre día y noche. El Uno alentaba sin alentar por poder interno, esto era así y no existía nada más”. Los antiguos sacerdotes védicos estaban ya proyectándose hacia esa región más allá del ser y del no ser.
Existen analogías evidentes por una parte con el primer capítulo del Génesis bíblico y por otra con las actuales teorías de la ciencia moderna, para la cual antes de la Gran Explosión, o Big Bang del idioma inglés, no existía el espacio y tampoco podía existir el tiempo, sólo la potencia del devenir.
Y agrega el himno védico: “Entonces en el principio surgió el impulso creador del deseo que fue la primera semilla del pensamiento. ¿Quién lo sabe verdaderamente? ¿Cuándo cobró ser esta creación? Aquel que todo lo mira desde lo más alto del cielo, él lo sabe o acaso tal vez no”. He aquí una de las primeras manifestaciones de la duda, de la afirmación y negación del conocimiento, del mundo y de la vida, tan característica del pensamiento del hinduismo que motivó hondas especulaciones de filósofos occidentales que se ocuparon del tema como Arturo Schopenhauer y Albert Schweitzer.
La filosofía védica al decir del profesor James Carse, carece todavía de una reflexión sistemática; es una filosofía de discernimiento e intuiciones más que de especulación. Sus ideas poseen su propio poder; en vez de conducir las mentes al pensamiento, poseen ellas directamente al pensador. Pero en realidad el espíritu predominante de la literatura védica es una robusta y vigorosa afirmación de la vida, sin duda parte de la herencia cultural de los invasores arios.
La actitud védica respecto a la muerte es ya muy clara desde el comienzo: El anciano hindú no teme a la muerte misma sino a lo que se llama la “segunda muerte” o “remuerte”, un destino al que están sujetos aquellos que ya murieron pero cuyas vidas carecieron de valor y que por lo tanto están condenados a volver a vivir y a volver a morir. Se detecta ahí una antigua forma de la infinita rueda de la muerte y el nacimiento, asociada a la bien conocida doctrina hindú de la transmigración que surge del corazón mismo del hinduismo clásico.
La literatura en la que el hinduismo adopta su formulación más concreta está agrupada bajo el título de los Upanishads, colecciones de escritos que se terminaron de compilar hace apenas 500 años. Se trata de reflexiones de los sabios sobre los Vedas; hay muy poco de carácter sacerdotal en ellos ya que los rishis u hombres santos se muestran en general indiferentes al ritual religioso; son sin embargo una clara extensión del conocimiento brahmánico y parten del vibrante politeísmo de la herencia aria hacia un panteísmo abstracto, reemplazando el antiguo interés en la manifestación mágica y ritual por una intensa y con frecuencia ponderada interiorización. El ánimo afirmativo de la vida en la tradición védica da paso en los Upanishads a una preocupación respecto a su brevedad y oscuridad.
Los Upasnishads a diferencia de los Vedas ofrecen una visión diferente de lo que significa la religión. Muestran que existe una Realidad subyacente a la vida, que no puede ser alcanzada por los rituales, frente a la cual las cosas que vemos y tocamos en la vida ordinaria son apenas sombras. Enseñan que esa Realidad es la esencia de todas las cosas creadas, de tal suerte que cada uno de nosotros es uno con el poder que lo creó y sostiene el universo.
Finalmente dan testimonio de que esta unidad puede ser comprendida directamente, no después de la muerte sino en la vida presente, sin la mediación de sacerdotes, rituales o estructuras elaboradas de una religión organizada y que ésta es la finalidad para la cual hemos nacido y el destino al que se dirige la evolución.
En suma enseñan los principios básicos de lo que Aldous Huxley siguiendo a Baruch Spinoza, llamara Filosofía Perenne, que es la fuente de toda fe religiosa y que pueden sintetizarse así: 1) Existe una realidad infinita, inmutable más allá del cambio; 2) La misma realidad se encuentra en el núcleo de cada personalidad, y 3) El propósito de la vida es descubrir esta realidad experimentalmente, es decir comprender a Dios mientras se está en la tierra.
Con los postulados señalados antes se espera que el estudiante de los Upanishads no escuche simplemente las verdades sino que las incorpore y les dé cumplimiento en él mismo, volviéndolas parte de su carácter, su conducta y su conciencia. En este sentido es bien claro que las preguntas que se formulan los Upanishads sobre qué ocurre después de la muerte, por qué los ojos ven y la mente piensa, si la vida tiene un propósito o es gobernada sólo por el azar, no son expresadas como simple curiosidad. Por el contrario, ellas muestran un ardiente deseo de conocer, de encontrar los principios centrales que dan sentido al mundo en que vivimos.
En tanto que la India Védica, en forma similar a otras precoces civilizaciones científicas de Grecia y China estudia el mundo de la naturaleza, los Upanishads se esfuerzan en profundizar en el estudio del medio empleado para llegar al conocimiento, es decir, la mente. Pero señalan también con claridad que debe haber un conocedor detrás de los contenidos de la mente, puesto que ésta no puede conocerse a sí misma. Este conocedor es el Atman, el núcleo divino de la personalidad.
En el Katha Upanishad se evoca la metáfora de una carroza, cuyo conductor es la razón, los caballos los sentidos, la carroza misma el cuerpo y las riendas la mente. Quien quiera que conduce el cuerpo con una comprensión equivocada, estará siempre corriendo detrás de los desbocados poderes de los sentidos, pero aquel que conduce con la mente adecuada alcanza el fin del viaje, del que nunca retornará. El fenómeno de alcanzar el fin del viaje es llegar al conocimiento del Brahman y convertirse en él.
Los sabios hindúes consideran que a través de la Nidiahyasana o meditación es posible concentrarse activamente para lograr la diferenciación entre los diversos estados de conciencia, tanto el que existe en el estado de vigilia como el que se encuentra durante los sueños. En uno de los Upanishads el discípulo pregunta a su maestro: “¿Hay algo más alto que el pensamiento?” el maestro responde: “La meditación es en verdad más alta que el pensamiento”. “La tierra descansa en silenciosa meditación y las aguas y las montañas y los cielos parecen todos guardar meditación. Cuando un hombre alcanza la grandeza en esta tierra encuentra su recompensa de acuerdo a su meditación”.
La meditación en la idea hindú no es simplemente el reflexionar o razonar del pensamiento. Es un proceso de interiorización que se adquiere después de largos años de práctica y que permite a la mente entrenada situarse en un foco interior sin dejarse extraviar por los acontecimientos externos, hasta absorberse integralmente en el objeto de su contemplación.
Una vez que la meditación ha permitido llegar a las zonas más profundas del inconsciente, se rompe toda relación con el mundo físico exterior y con el interior del cuerpo; el sujeto, liberado del tiempo, el espacio y la casualidad penetra entonces a una clase de singularidad en la cual desaparece el sentido del yo aislado y alcanza el estado de perfecta unión con el Atman, habiendo dejado atrás las actividades de pensar o sentir.
Mircea Eliade utiliza el término éntasis para describir ese sentido de unificación o Samadhi. Éntasis es un término que debe contrastarse con éxtasis y literalmente significa colocarse fuera de uno mismo. Estar en un estado de éxtasis es ser transportado a otro modo de existencia; estar en éntasis o Samadhi es abandonar todo transporte y todos los modos alternativos de existencia y meramente permanecer en perfecta inmovilidad dentro de uno mismo.
El Bhagavad Gita o canto de lo divino forma parte del Mahabharata y es el libro sagrado por excelencia del hinduismo, sobre el cual en ocasiones solemnes se prestan juramentos al igual que los mahometanos lo hacen sobre el Corán y los cristianos sobre la Biblia. Formaba parte de las lecturas predilectas de Ghandijunto al Nuevo Testamento, las leyendas judaicas y el Corán. Dice Eknath Eswaran, uno de sus comentaristas de la actualidad, que el Gita al igual que el Sermón de la Montaña, es sublime y cercano a todos los seres humanos sin distinción de orígenes, formación o condición social.
Y añade que el Gita destila las más altas verdades de la antigua sabiduría hindú y las entrega como poesía memorable que eleva el espíritu e instruye a todos en el adecuado cumplimiento de las acciones de la vida diaria.
El Gita es un diálogo que se entabla entre el dios Khrisna disfrazado de conductor de un carruaje de guerra y el renombrado príncipe Arjuna que se apresta para librar una batalla en la cual habrán de morir dieciocho mil personas. Arjuna se encuentra alarmado ante la perspectiva de la carnicería y entristecido porque sabe que en ambos bandos hay cercanas y antiguas amistades e innumerables personas ligadas por el parentesco. Arjuna no quiere tomar parte en la batalla en la cual está obligado a actuar por un deber de casta. Su problema no es falta de valor ya que como guerrero ha demostrado su excelencia en otras ocasiones; incluso se le atribuye el haber vencido tan completamente la pereza que vivió toda la vida sin dormir.
Paradójicamente es el dios Khrisna el que lo induce a entrar tranquilamente en la guerra en la seguridad de que nada puede en realidad morir. “Tu tristeza, le dice Khrisna a Aljuna, es en vano. Quien es verdaderamente sabio no se lamenta por los vivos ni por los muertos. Nunca hubo tiempo en el que yo no existiera, ni tú ni los demás príncipes. Ni tampoco futuro alguno en el que dejaremos de existir. Aquello que es nunca puede dejar de ser”. El desconocido autor de Gita puso en boca de Khrisna estas palabras que para los hindúes tienen el sello de verdad indiscutible, la continuidad de la vida después de la muerte.
En la continuación del diálogo el príncipe inquiere si tiene un alma que sobreviva después de la muerte y si existe una realidad más profunda de la que se percibe en el mundo exterior. Khrisna le recuerda a Arjuna su naturaleza inmortal y explica que la realidad más profunda es “el Atman que no nace, no muere, nunca cesa, nunca principia, inmortal, sin origen, inmutable por siempre”. El Atman, dice Khrisna, es el mismo Brahman o cabeza de dios, implantada dentro del ser individual.
“Oculto en el corazón de todos los seres, dice el Kata Upanishad, está el Atman, más pequeño que el más pequeño de los átomos, más grande que los vastos imperios”.
El dios le ha enseñando al príncipe su naturaleza inmortal y el principio del Atman que lleva en su interior. Después le conduce a meditar sobre el Samsara o ciclo del nacer y renacer: el alma pasa de una vida a otra, abandonando el cuerpo que ha sido solamente su ropaje, en un proceso que se llama transmigración que implica la certidumbre de la muerte para el que vive y la certeza de la vida para que el muere. La transmigración de las almas, concepto que aparece frecuentemente en el pensamiento religioso popular en occidente es una elaboración de la doctrina de la inmortalidad.
Para la mente occidental la enseñanza de la transmigración parece ofrecerle a la persona otra vida, otra oportunidad de vivirlo todo una vez más pero con menos sufrimiento y errores. Para el hinduismo la transmigración significa el terrible destino de continuar atado a la rueda de la vida y la muerte sin poder escapar. El renacer sólo le da la seguridad de volver a morir y persistir en la repetición infinita e interminable del ciclo de la vida y la muerte.
Para los espiritualistas occidentales de comienzos del siglo XX, como el Dr. Zea Uribe, las vidas sucesivas permiten avanzar en el perfeccionamiento espiritual. De allí que expresara su anhelo en la siguiente forma: “Aspiro a que el fenómeno de la muerte sea el despertar a una vida etérea, donde se alcanza el premio merecido, por ascensos, en la eterna evolución”.
¿Pero cuál es la razón por la cual se mantiene y perpetúa el círculo incesante del nacer y morir? La respuesta está en el Karma cuya ley establece que todas las acciones y aún los pensamientos de los seres humanos tienen consecuencias positivas o negativas según la calidad que hayan tenido las acciones o pensamientos determinantes. Todo karma entonces es resultado de karmas anteriores.
El karma negativo de la violación de la ley divina guarda relación con el esquema pecado/penitencia del cristianismo, el judaísmo y el islam. En la concepción occidental la carga del pecado puede conducir al castigo o a la necesidad de purificación divina pero no lleva al renacer en una nueva vida material. En la concepción oriental implica el renacer y perpetuarse en la rueda de la vida, de la cual sólo puede liberarse aquel que por su esfuerzo, mediante su propia acción individual disminuya las cargas positivas y negativas del karma, que le impiden su liberación.
Aceptar el karma del presente como resultado de karmas anteriores es una de las principales características del pueblo hindú, que se revela en todas las acciones de la vida diaria: aceptar sin protestar el destino, la casta a la que se pertenece, con el anhelo interior de mejorar el karma en vidas posteriores hasta alcanzar el fin supremo de la liberación. El Gita trae el mensaje consolador de considerar al karma como una fuerza educativa cuyo propósito es llevar al individuo a actuar en armonía con la ley moral, sin intereses egoístas y destructores.
Khrisna explica a Arjuna que el orden esencial de las cosas, la integridad y armonía del universo y de la vida requiere practicar la rectitud, la justicia y la bondad. Esto es el dharma de los hindúes, que en el orden individual significa la esencia de las cosas, su propia virtud. Una antigua historia, modificada en occidente en la bien conocida fábula de Samaniego ilustra el sentido de la palabra dharma: Un filósofo sentado a orillas del Ganges observa a un escorpión que ha caído al agua y está a punto de ahogarse. Al intentar su rescate el escorpión le clava el aguijón en la mano.
La escena se repite varias veces y alguien que pasa junto al río le pregunta al filósofo si no se ha dado cuenta que a su buena acción el escorpión responde siempre picándole. Naturalmente, responde el sabio: es el dharma del escorpión picar, pero es el dharma del ser humano salvarlo.
El Bhagavad Gita no presenta al que lo estudia una filosofía sistemática, pero tiene mucho que ofrecer al que busca a Dios por diversos senderos. Es un texto de lo que los hindúes llaman la ciencia suprema del yoga, dándole a la palabra ciencia un sentido que no es análogo al que se tiene en occidente.
La búsqueda de Dios, o Suprema Realidad o Brahman, puede hacerse según el Gita transitando diferentes caminos: Uno de ellos es la yoga del conocimiento en el que el aspirante busca utilizar su voluntad y discriminación para de sindentificarse de su mente, su cuerpo y sus sentidos hasta conocer que no se es diferente del Uno.
Otro sendero es el de la yoga de la devoción que alcanza el mismo fin identificándose con la divinidad en el amor: esta es la senda seguida por muchos místicos de la cristianidad como San Francisco de Asís y San Juan de la Cruz y en la época actual por la madre Teresa de Calcuta. Para otros, el sendero a seguir es el del deprendimiento absoluto en el que el aspirante olvida su propio yo y se pone al servicio integral de los demás, renunciando casi en su totalidad a lo material, como lo hizo el Mahatama Ghandi, y el cuarto sendero es el que sigue la Yoga de la meditación, a través de una severa disciplina de la mente y los sentidos hasta identificarse con la Realidad Suprema.
El Bhagavad Gita no es en esencia un tratado de filosofía sistemática; es más bien un libro, que escrito con la más alta poesía, muestra el camino de la acción desinteresada que lleva al conocimiento interior y finalmente al amor por los seres humanos. Tiene como toda filosofía personal más sentido cuando se la práctica. Enseña fundamentalmente el abandono o desapego por las cosas materiales superfluas, los males producidos por el egoísmo y está destinado a todos aquellos que buscan a Dios sin abandonar la vida activa del mundo.
Khrisna le enseña a Arjuna a renunciar a los frutos de la acción. Lo dice en la siguiente forma: “Tienes el derecho al trabajo, pero no a los frutos del trabajo. No debes involucrarte en una acción para alcanzar una recompensa, ni debes tampoco permanecer inactivo. Trabaja en el mundo Arjuna, como un hombre organizado dentro de ti mismo, sin veleidades egoístas, igual siempre en el éxito y en la derrota”.
Gandhi lo explica con la autoridad de su experiencia personal: “Por desprendimiento, dice el Mahatma, quiero decir que no debemos preocuparnos si los resultados que siguen a una acción son o no los previstos y deseados, en tanto que los motivos sean puros y los medios correctos. En realidad significa esto que las cosas resultarán bien si cuidamos los medios empleados para lograrlas; el resto se le deja a la Divinidad”.
“Renuncia y encontrarás satisfacción y alegría”, dice el Ita Upanishad, y agrega: “La persona que se aferra compulsivamente a los resultados de una acción, no se satisface ni se alegra con lo que hace; se siente abatida cuando las cosas no le resultan bien y se aferra más desesperadamente a ellas cuando sí le resultan”. La acción desinteresada en la concepción del hinduismo lleva por la senda de la auto-realización: las acciones ejecutadas sin egoísmo conducen hacia la evolución espiritual. El destino del Hombre finalmente tal como señala el Gita, está en nuestras manos.
El mundo espiritual de la India se enriqueció en el siglo V antes de Cristo con las enseñanzas de Budha. El origen y la vida del Maestro constituyen una mezcla heterogénea de algo de historia y mucho de leyendas y mitos, en donde lo mágico y lo real se entrelazan como en cualquiera de los escritos luminosos de García Márquez.
Se piensa que su origen era de alta nobleza y que su padre fue gobernante de un reino cuyo registro histórico no ha podido encontrarse. Su madre, la reina Mahamaya soñó una noche que un elefante blanco penetraba en su cuerpo; quedó embarazada y su matriz se volvió transparente como una bola de cristal. Meses después dio a luz por uno de sus lados; el niño saltó al suelo y cuando lo tocó, brotó de la tierra una flor de loto. Los astrólogos predijeron que habría de ser un gran emperador o que si renunciaba a la vida de la corte sería un Budha. Sin duda hubiera dominado toda la India si no hubiera escogido el camino de la iluminación.
Se le llamó Sidharta en una gran ceremonia en la cual estuvieron presentes ochenta mil de sus parientes, ciento ocho brahmines y sus cien madrinas. Su educación tuvo la excelencia debida a su alta alcurnia; ganaba las carreras de caballos y carrozas, descollaba en la música, la arquería, las matemáticas y la recitación; era además elocuente.
Su padre, el rey Suddhodana tuvo el buen cuidado de mantenerlo alejado del mundo exterior por el temor a que hiciera verdad la profecía de los astrólogos y el príncipe se retirara del mundo. Escogió por esposa a la más bella de quinientas princesas, y su padre lo confinó en los pisos superiores del palacio para que no llegara a conocer la enfermedad y la muerte.
Después, los devas o semidioses consideraron que ya era tiempo de que se pusiera en contacto con el mundo y persuadieron al rey para que le permitiera salir del palacio. Sidartha conducido por los devas pudo así observar por primera vez un anciano y asombrarse al saber que los hombres habrían de envejecer; se sorprendió también al ver un hombre enfermo, un muerto y un mendigo y se alivió un tanto con la visión de un monje sosegado.
El príncipe aprendió entonces que todo lo que nace debe morir, que él mismo enfrentaría algún día la muerte y que el camino para alcanzar la paz de la mente estaba en apartarse del mundo y de sus tribulaciones.
El nacimiento de su hijo Rahula le permitió por fin alejarse del mundo, ya que estaba establecido que todo Budha debe tener un hijo antes de renunciar a la vida mundana. Los semidioses profundizaron con licores a todos los habitantes del palacio, para que Sidharta, después de contemplar por última vez a su esposa y a su hijo pudiera salir. Abandonó sus joyas y sus ricos vestidos, se hizo afeitar la cabeza y cubierto por un simple sayal se incorporó a un grupo de monjes que escuchaban las enseñanzas filosóficas del sabio Rudraka en una de las academias de los bosques. Allí comprendió que no era el camino del conocimiento el que podría conducirlo a la iluminación, ni tampoco el de la austeridad y el ascetismo que debilitaban su cuerpo y oscurecían su mente. Después de varios días de ayuno finalmente tomó un alimento; el plato del cual comió fue llevado por una serpiente Naga a las regiones inferiores y de allí pasó al firmamento convirtiéndose en el dios Garuda con figura de ave.
Después de siete años, cuenta la tradición, se sentó en posición de loto junto a un árbol, el árbol del Bodhi y se sumió en profunda meditación no alterada por los demonios que quisieron tentarle. Cuando finalmente se levantó declaró que Mara, el demonio había sido superado y que él, Budha, era el señor de los tres mundos.
Al Budha se le presentaba la posibilidad de predicar la verdad a todos o buscar sólo su propia salvación; prefirió lo primero. La predicación que en adelante hizo durante cuarenta años, está basada en las llamadas cuatro verdades y en el Óctuple sendero, producto de la iluminación, que constituyen hoy en día las bases de las creencias de sus seguidores y las rocas sobre las que se asienta el Budismo. Las cuatro verdades postulan que el nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte son aflicciones iguales al adherirse a las cosas terrenales.
Que la cadena de las reencarnaciones es el resultado directo del apegarse a la vida y al deseo; que la extinción del deseo es esencial para alcanzar la separación del mundo. Y que el único camino para extinguir el deseo es seguir el Óctuple sendero: Recta opinión o libertad de la ilusión; recta intención; recta palabra que implica verdad y claridad; recta conducta, pacífica y pura; recto vivir sin causar daños; recto esforzarse para el autocontrol; recto pensamiento aplicando la mente a la experiencia religiosa y recta meditación en todos los misterios de la vida.
La doctrina y las enseñanzas de Budha constituyen el Dharma, que es en el fondo la ley moral. La expresó en las cinco reglas morales que son análogas al Decálogo de la Biblia: No matar ningún ser viviente; no tomar nada que no nos sea dado; no hablar en falso; no tomar bebidas embriagantes y no faltar a la castidad. La importancia que dio al lugar del Dharma se encuentra bien ilustrada en la historia de que poco antes de su muerte, en el momento en que pudo haber designado un sucesor o haber investido a una determinada institución con su autoridad, simplemente anunció a sus seguidores que el Dharma sería su líder.
Las ideas principales que se derivan del Dharma Budista son las que señalan la existencia inevitable del sufrimiento y la tristeza; la rueda de nacimiento, muerte y renacimiento, semejante a la del hinduismo; la doctrina del no-yo que representa un completo rechazo a la importancia que los hindúes confieren al Atman; el vacío o vacuidad de todas las cosas, posiblemente la más difícil de todas las enseñanzas budistas y el nirvana, la liberación última en que se extingue finalmente toda vida y toda muerte.
En la filosofía budista cobra particular importancia la llamada primacía de la muerte. En el “Camino del Dharma” se lee lo siguiente: “Todo lo que somos es el resultado de lo que pensamos: se encuentra en todos nuestros pensamientos, está hecho de nuestros pensamientos. Si un hombre habla o actúa con pensamiento maligno, el dolor lo sigue como la rueda sigue la pata del buey que arrastra la carreta. Si un hombre habla o actúa con pensamiento puro, la felicidad los sigue como una sombra que nunca lo abandona”.
La liberación del deseo y su extinción es el Nirvana. Para el budismo lo que se gana con la liberación no es una victoria sobre la muerte que le conceda a uno más vida, sino una victoria sobre el deseo que originalmente hizo a la vida dolorosa y a la muerte temible.
Para nosotros los occidentales es difícil entender las ideas que sobre la vida y la muerte han tenido las culturas orientales. No nacimos ni nos hemos educado en ellas ni contamos con los conocimientos y experiencias que nos pudieran permitir formarnos un juicio acertado. Hegel y Kierkegaard, Schopenhauer y Schweitzer fueron influidos en sus pensamientos filosóficos por las doctrinas de los Maestros del Hinduismo y del Budismo, y Herman Hesse produjo una verdadera joya literaria, su novela de juventud titulada Sidharta basada en las leyendas y en las historias de la vida de Budha. En el mundo de la actualidad, del lado oriental brillan con luz propia los ejemplos de Gandhi y de Rabindranath Tagore.
Las ideas de los espiritualistas del siglo XX no necesitan ser compartidas para ser respetadas. En ellas se compenetran la filosofía y la poesía en un anhelo por explicar lo indescriptible y por entender qué es la vida y qué significa la muerte. De allí que me parezca adecuado concluir mis palabras con las expresadas en alguna ocasión por el Dr. Zea Uribe cuando dijo: “La vida está constituida por equilibrios atómicos inestables que hacen de nuestro cuerpo una arquitectura transitoria y fugaz. Los equilibrios estables de las moléculas y de los átomos, se encuentran en la muerte: morir es lo natural, vivir es el milagro”.
Lecturas Recomendadas
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