Privado: Medicina, Reflexiones sobre Enfermería
Inés Durana Samper, Ph.D.,
agosto 6 de 1992
Presentación ante la Academia Nacional de Medicina
Señores miembros de la Junta Directiva, académicos, enfermeras, señores, señoras:
Introducción
Para ingresar como Miembro Asociado de esta ilustre Academia Nacional de Medicina, quiero exponer algunas reflexiones sobre la evolución en Colombia de la enfermería, mi profesión, ejercida ininterrumpidamente en estos últimos cuarenta años. Amanera de colofón, me referiré a la función esencial de la enfermera, es decir a su consagración al arte de cuidar.
La metodología aplicada en este trabajo incluye la revisión de archivos, la lectura de publicaciones y, además, algunas entrevistas con personas que pacientemente escucharon mis preguntas y ampliaron mi información con valiosos comentarios.
Mis agradecimientos van, en primer término, al académico Fernando Serpa Flórez, quien ha tenido la iniciativa de presentarme a la Academia Nacional de Medicina; también va para aquellos académicos que respaldaron mi aceptación en esta prestigiosa sociedad científica.
Igualmente expreso mi reconocimiento al académico Héctor Pedraza Mendoza, autor del primer libro conocido sobre reseña histórica de la enfermería en el país, y a quien correspondió, como funcionario de la administración pública, la orientación y control de la profesión en su cargo de Jefe de la División Infantil y Materna del entonces Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social. Libro citado con frecuencia’ durante el trabajo.
Mis agradecimientos también a mis profesores, y entre ellos, en especial, al académico Alberto Albornoz- Plata. No puedo pasar por alto la memoria de los siempre recordados, doctores Jorge Boshell Manrique y José Pablo Leyva, quienes, desde la Escuela Superior de Higiene, supieron orientarme en la transformación académica del programa de enfermería, concebido como Escuela Nacional Superior de Enfermeras, y convertido luego en Facultad de Enfermería de la Universidad Nacional, durante mi gestión como decana de esa institución.
Esta presentación la haré en tres partes, con el paso de algunas diapositivas.
Primera parte
Varias veces he intentado dar una explicación de las raíces de la enfermería en nuestro medio. Considero que los títulos y diplomas expedidos a través de los años pueden darnos una idea de las tendencias que surgieron en su respectiva época, y cómo fueron la base de posteriores desarrollos.
La primera escuela de enfermería conocida entre nosotros se organizó en la ciudad de Cartagena (1), Y fue fundada por el doctor Rafael Calvo, quien regresaba especializado de Europa y transmitía en su enseñanza sus experiencias en Francia e Inglaterra, con la intención de organizar programas similares en el país (Filmina 1).
En Bogotá, con la aprobación del Concejo Municipal, en 1911, el profesor José Ignacio Barberi inició un curso de enfermeras desde el Taller Municipal de Artes y Labores Manuales No. 1, que comenzó prácticas en el recién instalado Hospital de la Misericordia, confiriendo el título, por demás curioso de Medicina y Enfermería (2). Posteriormente realizó otro curso con alumnas de la Escuela de Comercio y Profesorado (3), dando en 1917 el título más ajustado a la realidad, que fue el de Enfermera en el Hospital San Juan de Dios en Bogotá.
La Guerra de los Mil Días despertó interés entre médicos y la sociedad para desarrollar la Cruz Roja Nacional, dando como resultado la organización de “las ‘ambulancias y los puestos de socorro o albergues” (4).
Algunos años después se comisionó al académico Alfonso Esguerra Gómez, residente a la sazón en París, para exponer ante la Liga de Sociedades de la Cruz Roja, la necesidad de preparar un personal idóneo de enfermería para atender los recién establecidos servicios, gestión que culminó con la venida al país de una reconocida enfermera, madame Ledoux (5), Y seguida poco después por la señorita Genoveva Gateau (6), cuyo nombre aparece por última vez en el primer mosaico de las enfermeras hospitalarias, en 1937 (7).
En la década de los años 20 florece el movimiento nacional a favor de la reforma de la Higiene Pública, promovido por los doctores Pablo García Medina, Jorge Bejarano, Calixto Torres Umaña, Jorge E. -Caveliery otros pioneros salubristas e investigadores. Se experimentó entonces la necesidad notoria de enfermeras calificadas para promover campañas como la de la lucha contra la tuberculosis, sífilis, pián y otras patologías infectocontagiosas.
También para trabajo domiciliario, especialmente para reducir la morbi-mortalidad infantil. El doctor García Medina solicita en ese momento la ayuda en la Fundación Rockefeller (8), la cual se obtiene por medio de la señorita Mary Beard, su directora de enfermería, y se envían en 1929 dos enfermeras visitadoras, señoritas Jane Louise White y Carolyn Ladd, de la Universidad de Yale, quienes se incorporaron a la recién establecida Dirección Nacional de Higiene e iniciaron la Escuela Nacional de Enfermeras Visitadoras (9), dirigida por el profesor José María Montoya.
Esta Escuela graduó dos promociones en los años 1931 y 1932. Entre las graduadas de entonces se encuentran reconocidos nombres de enfermeras colombianas como Blanca Martí Escobar, Beatriz Restrepo, Julia Samper Sordo y otras que prestaron valiosos servicios al país, entre los cuales se cuenta la organización de un cuerpo de enfermeras para atender a los heridos durante el conflicto bélico con el Perú; además, dejaron establecida la actual Asociación de Enfermeras ProfesÍonales de Colombia (ANEC), cuando fundaron la Asociación de Enfermeras Visitadoras Nacionales en 1935 (10).
Simultáneamente, las señoritas Ana e Isabel Sáenz Londoño regresaban de París, con estudios formales de enfermería y dedicaban su vida y su fortuna personal a la atención de la niñez y a la educación de enfermeras en lo que se conoció como El Centro de Acción Social Infantil (11). Se sabe que recibió la personería jurídica en 1931, del entonces Presidente de la República, doctor Enrique Olaya Herrera (12). Los Estatutos indican que se exigía un estricto cumplimiento a quienes entraban a colaborar en las actividades propias del mismo. (Lea: Medicina, Los Silencios de la Técnica y Clínica Psicoanalítica)
El Centro otorgó los títulos de enfermeras sociales, después de tres años de estudios y una tesis de grado. Figuró como Director el doctor Enrique Enciso (13), quien venía dirigiendo la Higiene y Salubridad Municipal (14). La lista de egresadas entre los años 1934 y 1942 es amplia y destacada (15).
Enfermeras que van a contribuir con sus esfuerzos a los hospitales y particularmente a los centros de protección infantil, las llamadas gotas de leche y camitas blancas, recientemente establecidos ante la preocupante cifra de las enfermedades materno-infantiles en la época. Es interesante ver cómo, a través de este Centro, se desarrolla el espíritu de solidaridad social y se crea un cuerpo de voluntariado que perdura a través de los años.
El académico Alvaro López Pardo me proporcionó gentilmente un retrato de 1937 que muestra el cuerpo médico de docentes y las alumnas de enfermería con sus monitoras, donde figura doña Genoveva Pardo de Williamson, directora del Centro de ese año (Filmina 2).
Este Centro cumplió también con una importante tarea como fue la formación profesional de religiosas, tanto Vicentinas como Dominicas de la Presentación. A las religiosas, la enfermería colombiana debe un reconocimiento especial por su dedicación a los servicios hospitalarios, y aunque muchas veces no contaban con toda la formación académica, en cambio ofrecían excepcionales calidades humanas y otros elementos importantes para el cuidado del enfermo.
La enfermería de entonces abarcaba campos del saber como laboratorio clínico, rayos X, anestesia, instrumentación quirúrgica, farmacia y otros, en la misma medida en que dichas técnicas se iban introduciendo en el país, y que se han desarrollado como carreras paramédicas en la actualidad, bajo la vigilante tutela de los especialistas médicos.
Una de las actividades de mayor trayectoria dentro de la enfermería fue la ejercida por parteras y comadronas. Por sugerencia del Presidente de la Academia, doctor Juan Jacobo Muñoz Delgado, me he adentrado en este tema, sin duda apasionante, cuya historia se consigna en la literatura de 1833 por el académico Fernando Sánchez Torres (16), con tres nombres: Juana Solórzano, Manuela Rodríguez e Isabel Cortés.
En Popayán, en las primeras décadas del siglo, eran bien conocidos los nombres de dos parteras: doña Gertrudis Albán, hermana del entonces candidato a la Presidencia de la República, doctor Carlos Albán y el de doña Lucía Peña, quien se dice atendió la gran mayoría de partos en la ciudad e hizo parte de la distinguida familia Iragorri.
El doctor Muñoz se muestra orgulloso de reconocerla como la persona que lo recibió y a la que él a su vez, acompañaría en el instante de su muerte. Gesto de gran simbolismo porque une los dos momentos trascendentales de la enfermería, el asistir al momento de nacer y al momento de morir.
La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional (17) inició una escuela de enfermeras dirigida por el profesor Roberto Franco y reanudó el programa de comadronas en 1920,con una formación más especializada, ejemplo seguido con cursos en varias partes del país.
Posteriormente, la Escuela Superior de Higiene formalizó un curso para enfermeras obstetrices, en 1952 y 1953,Y la Universidad del Valle los ha continuado a nivel de post-grado desde 1965.
A continuación, quisiera referirme a la obra meritoria, aunque desafortunadamente fugaz, de Helena Samper Gómez (18), enfermera formada en los Estados Unidos quien lleva a cabo un convenio con la Sociedad de Cirugía y la Universidad Nacional para desarrollar el programa de enfermeras hospitalarias.
Es de anotar que el profesor José María Montoya también forma parte de la dirección de la nueva escuela, en su calidad de presidente de la Sociedad de Cirugía y miembro fundador de la misma. Helena Samper Gómez falleció sin alcanzar a ver graduarse su primer grupo de alumnas. En las palabras del profesor Manuel Antonio Rueda Vargas, a Helena Samper de Salazar “le llegó la noche en la mitad del día”.
Otra mención que en justicia debe hacerse aquí, es la del Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública, SCISP, brazo internacional del Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social, según lo describe su entonces Secretario General, doctor Gerardo López Narváez (19).
El SCISP coordinó esfuerzos con la Oficina Sanitaria Panamericana y la Fundación Rockefeller, para crear en 1942 la Escuela Nacional Superior de Enfermeras, que concederá el título de enfermera general, donde se fusionan las dos grandes tendencias de la época, por un lado la formación hospitalaria y por el otro la salubrista; tendencia que perduraría por varios años hasta una nueva reforma de la educación de enfermería a partir de 1959,coincidiendo entonces con la creación de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Nacional en que se concede ya el título de licenciada en enfermería.
Segunda Parte
Como una ilustración de lo que podría llamarse el nacimiento y desarrollo de una vocación al arte de cuidar enfermos, ustedes, distinguidos académicos, me permitirán el que haga referencia a mi caso personal. Hice mis estudios de secundaria en el Gimnasio Femenino.
El colegio se fundó en 1927 por un grupo de padres de familia, entre ellos los míos (Jorge Durana Camacho e Inés Samper Sordo), como parte de un movimiento nacional de carácter privado para la formación de la mujer, así como el Gimnasio Moderno lo fue para el varón, como parte del concepto de “escuela nueva” desde 1913como una reforma profunda a la educación y con mayor tolerancia desde el punto de vista religioso.
Me correspondió como directora a doña Lucía Lozano y Lozano, nombrada en 1940. Desafortunadamente su paso por el colegio fue breve; falleció el 29 de agosto de 1942 (21). Sin embargo, nos dejó a muchas una huella que marcó posteriores ideales profesionales. Como decía don Agustín Nieto con motivo de su obituario: “doña Lucía … de finas cualidades de espíritu y del corazón … ha viajado, ha leído, ha forjado su voluntad en nobilísimas obras de acción social a las que ella ha dado su vida y prestancia …ha sido inteligente y afortunada mujer de realizaciones efectivas”.
Doña Lucía fue enfermera graduada del Emergency Hospital de la ciudad de Washington (22). Perfeccionó sus estudios y posteriormente fue monitora y directora del Centro de Acción Social Infantil (23).
En los archivos de éste se indica que renunció para ser nombrada Enfermera Jefe de la Protección Infantil Municipal cuando era Secretario de Salud Municipal el académico Roberto Serpa Novoa. Sólo por medio de la prensa supimos sus alumnas sobre sus méritos: miembro fundador de la Liga Anti-Tuberculosis Colombiana y miembro del Consejo de la Cruz Roja Nacional.
Con los dato interesante fue ella quien propuso al Comité Central la creación de una Escuela de Enfermeras (julio 8 de 1936), la de la Cruz Roja Colombiana, mediante una cuidadosa exposición de motivos, plan de estudios y requisitos de admisión, explicando que tal proposición era el producto de su experiencia y de su participación en la Conferencia Bi-anual de la Asociación Americana de Enfermeras, reunida en la ciudad de Washington, D.C., del 22 al 27 de abril de 1934.
De lo anterior se deduce que doña Lucía fue no sólo una gran humanista sino también igualmente visionaria de la formación femenina y de la educación profesional de enfermeras. La Escuela de la Cruz Roja y Sanidad Militar (24) se estableció en 1938 bajo la dirección de doña Blanca Martí de David-Almeida.
Esta escuela de la Cruz Roja me dio bases sólidas de formación que en gran parte complementaron la recibida en el colegio. Gracias a los buenos oficios del doctor Venancio Rueda, médico de la familia, mis padres accedieron a que ingresara al curso de voluntarias. Se consideraba que la enfermería era una carrera de grandes sacrificios e inconveniencias”.
Comencé mis estudios en el año 1949en la cra. 5 con calle 13, edificación que se conserva intacta. Con frecuencia oía decir a las monitoras “dejen practicar a las voluntarias porque ustedes (refiriéndose a nuestro curso profesional) tienen tres años de estudios”, así que tengo la impresión de que aprendí más en los meses como voluntaria en la Cruz Roja que en el programa regular.
Por insinuación del doctor Jorge Boshell Manrique terminé el último año en la Escuela Nacional Superior de Enfermeras de la Universidad Nacional, donde fui la primera alumna externa (todas debían permanecer internas).
El edificio era funcional y moderno y se encontraba en los predios de la Ciudad Universitaria. Lasprácticas se hacían en el Hospital San José y medicina preventiva en el Centro No. 6 del SCISP. Tuve una excelente nómina de profesores, como se puede ver en el mosaico de grado (febrero 1953). En el último semestre se podía ingresar al curso de salud pública de la Escuela Superior de Higiene.
Después de terminar mis estudios fui a los Estados Unidos, trabajé en el hospital de la Universidad de Maryland en Baltimore, pasé mis exámenes de registro ante el Estado; posteriormente fui admitida para enfermería, graduándome con una licenciatura en ciencias de enfermería en la Universidad Católica de América.
A mi regreso al país en agosto de 1956fui nombrada Directora de la Escuela Nacional Superior de Enfermeras (25), que continuaba. Como dependencia de la Escuela Superior de Higiene, correspondiéndome ser la primera colombiana en dicho cargo, después de más de una década de asistencia técnica internacional.
La vinculación formal de la carrera de enfermería a la Universidad implicó una serie de esfuerzos por parte del Consejo y la Dirección de enfermería, para los cuales se-requirió un gran compromiso de toda la facultad y de la universidad. Se estableció un plan para el desarrollo de servicios, con el fin de mejorar la calidad de la práctica, especialmente en colaboración de la Facultad de Medicina y se formalizó un convenio en el Hospital de San Juan de Dios.
Se obtuvo la ayuda financiera de la Fundación W. K. Kellogg para equipamiento de las salas hospitalarias y el montaje de un servicio de profesionales de enfermería durante las 24 horas. Se proyectaron también nuevas áreas del quehacer de enfermería como psiquiatría y especialidades médico-quirúrgicas. La primera, con la Beneficencia de Cundinamarca y la segunda, por solicitud de instituciones de servicios privadas y sin ánimo de lucro.
El desarrollo de la facultad también hizo notoria la necesidad de una formación universitaria y especializada entre el profesorado hacia nuevas áreas clínicas. Se realizó entonces un intercambio auspiciado por el gobierno de los Estados Unidos con la Universidad Católica de América en la ciudad de Washington, D.C. (26) y se obtuvieron suficientes becas para estudios de post-grado en el exterior. Otras escuelas de enfermería del país también querían beneficiarse de este intercambio pero no era posible extenderlo en esa medida.
Entonces, por iniciativa mía surgió la idea de establecer un Comité Permanente de Enfermería en la Asociación de Universidades. Personas destacadas en el desarrollo de esta idea fueron los doctores Jaime Posada y Jaime Sanín Echeverri, Ministro de Educación y presidente del Fondo Universitario Nacional, respectivamente. Estos fueron los comienzos de la Asociación Colombiana de Escuelas y Facultades de Enfermería (27)(ACOFAEN).
Terminado este esfuerzo fui invitada en 1964 por la Universidad del Valle para el desarrollo de la enfermería y de las carreras paramédicas. Este fue mi primer contacto con el sur-occidente colombiano. Se comenzaba el trabajo conjunto de medicina y enfermería para crear programas interdisciplinarios. Fue una época de grandes realizaciones; a nivel regional colaboramos con las universidades del Cauca, Caldas y la Mariana de Pasto para impulsar programas de enfermería con el apoyo de la Universidad del Valle.
A nivel latinoamericano se iniciaron los primeros cursos de post-grado en enfermería. Debo un reconocimiento especial a las señoritas Thelma M. Ingles y Virginia Arnold, enfermeras de la Fundación Rockefeller. Gracias a sus capacidades, preparación y visión logramos en poco tiempo resultados favorables. También, al apoyo del decano Gabriel Velásquez-Palau y de los rectores de la época, doctores Mario Carvajal y Alfonso Ocampo Londoño (28).
En 1969 regresé a los Estados Unidos para seguir mis estudios de doctorado en la Universidad de Maryland, al final de los cuales, en junio de 1972, fui invitada por el médico John H. Knowles, presidente de la Fundación Rockefeller y antiguo director del Massachusetts General Hospital de Bastan para trabajar en Sur Asia y Africa en el programa de “Educación para el Desarrollo”, que en su fase final contemplaba el apoyo entre los profesionales y las universidades de países en desarrollo.
Esta experiencia fue una prolongación de lo iniciado tempranamente en la Universidad del Valle. Mi cargo era de trabajadora de campo (field staff) y fui aceptada como profesora visitante en la Universidad de Mahidol y el Hospital Ramatibodi en donde permanecí tres años; y, luego de 1976 a 1978 como profesora externa en la Universidad de Zaire (UNAZA), también como miembro del cuerpo consultor del Presidente Mobutu para el desarrollo del Ministerio de Salud. Vale la pena explicar brevemente el sentido y lo que se proponía este programa, que siguió a la “lucha contra el hambre de la revolución verde”.
El programa de Educación para el Desarrollo era el “desafío de medir necesidades humanas ilimitadas frente a severas limitaciones de recursos” (29).
Se optó por seguir la tradición dentro de la Fundación de inversiones a largo plazo, concentrándose en instituciones cuidadosamente seleccionadas al igual que en las disciplinas respectivas. Enfermería siempre figuró como prioritaria dentro de este proycto. En esencia, el programa consistía en asistencia técnica y económica a través de universidades, seguido de un continuado y extenso plan de becas. Entre las universidades recuerdo que figuraban: Michigan, Wisconsin, Case Western Reserve, Cornell y Minnesota, en los Estados Unidos. Sussex en Inglaterra y McGill en el Canadá.
En aquel entonces, la situación en Sur Asia era difícil, transcurría la guerra de Vietnam y las fronteras de Tailandia no eran seguras, especialmente la de Cambodia. La cultura budista me enseñó algo de la sabiduría oriental y lo mismo el compartir simultáneamente los dos sistemas de una medicina aceptada igualmente por pacientes y profesionales.
Más tarde en Zaire conviví con el verdadero subdesarrollo, con uno de los gobiernos más corruptos de Mrica. La pobreza era absoluta, la gente afable aunque víctima de luchas tribales. Los hospitales, a diferencia de los nuestros, se mantenían colmados de gente con enfermedades prevenibles pero de alta mortalidad. Viajé prácticamente por todas las regiones del país y algunos países vecinos y logramos, con un esfuerzo común, sacar adelante el programa de enfermería.
Es interesante anotar que la mayoría eran enfermeros nativos varones, ya que la mujer africana se dedicaba a todas las faenas del hogar, debido a sus responsabilidades familiares y a su prole numerosa. La educación en salud era un programa esencial para la población.
No sé que hubiera hecho sin la colaboración de tres enfermeras: Huberte Gautreau (canadiense), Jannine Desclaux (francesa), de la Organización Mundial de la Salud, y Stephanie Simmonds (inglesa). Las dos primeras de la Organización Mundial de la Salud y la tercera de OXFAM (Oxford contra el Hambre). De nuestro trabajo dejamos publicado un libro que se encuentra en inglés, francés y español (30, 31 Y32).
Mi regreso al país se realizó a comienzos de 1979 y fui invitada por el gobierno de los Países Bajos, el Ministerio de Salud y el Departamento de Planeación Nacional, para trabajar en una Misión de Salud que comprendía la Amazonia, el Darién y el departamento del Chocó (33). Situación que me permitió conocer un país olvidado o incomprendido por el gobierno central.
Se contó con el apoyo de la Universidad de Los Andes para los diseños de saneamiento y algunos proyectos recibieron verdaderas menciones: cadenas frías para vacunas utilizando el agua de los caudalosos ríos para conservar las neveras portátiles, río-bombas para distribución de agua a poblaciones indígenas, proyecto que hizo su vida menos árida y un poco menos difícil y así se desarrollaron otros proyectos de tecnologías apropiadas.
Se formó personal de enfermería con la colaboración de estudiantes en su año rural de la Facultad de Enfermería de la Universidad Nacional para atender poblaciones dispersas y hasta utilizamos un sistema de radio para dar instrucciones ante algunas epidemias.
Estando en este trabajo recibí en 1982 el premio Interamericano de la Salud “Abraham Horwitz”, otorgado por la Fundación Panamericana para la Educación y la Salud durante la vigésima primera Asamblea Panamericana de Ministros de Salud reunida en la ciudad de Washington, D.C.,(35)que anteriormente, en 1980, lo había recibido el académico Hernando Groot y quien gentilmente me acompañó a la ceremonia.
Este premio me fue entregado por el entonces presidente de la Fundación, Ingeniero Abel Wollman, premio Nobel por su descubrimiento de la clorificación del agua (Filmina 3).
Parte tercera
En mi opinión y como reflexión después de larga experiencia profesional, la enfermería se resume en el arte de cuidar, como lo mencioné anteriormente. Cuidar viene del latín “cogitatus”, según la Real Academia Española se refiere entre varias acepciones a “poner solicitud y atención en la ejecución de una cosa, también en el sentido de guardar o éonservar”, por ejemplo la salud.
Otro significado aduce a discurrir, pensar, cavilar. Cuidar, por tanto, no es solamente una acción, una técnica que implica un comportamiento interrelacional, a saber, entre la persona que brinda asistencia y la de quien padece la enfermedad; ambos, el que cuida y el que recibe el cuidado, son seres humanos y se establece una digna relación interpersonal.
Cuatro principios fundamentales se citaban en 1833 (19) por Bueno y González para definir el cuidado que brinda la enfermería, a saber:
– Arreglar todo lo que rodea al enfermo.
– Inspeccionar cuanto se le ha de administrar.
– Cuidado de su aseo y,
– Consolar su espíritu.
Por todo ello, si la enfermería tiene una gran responsabilidad clínica, es decir, con quien padece la enfermedad, igualmente la tiene con lo que respecta a lo preventivo. Vemos también que la enfermería tiene opción a la especialización y su profundización. A través de estos años el país creció en sus necesidades e instituciones.
Este crecimiento profesional se ha pagado onerosamente. El precio de crecer para la enfermería ha sido el haberse visto obligada a alejarse de su función primaria de cuidar, es decir, de la esencia misma de su práctica, para optar por la administración de servicios y la docencia universitaria.
Sin embargo, hoy vemos la posibilidad de regresar a esa tarea fundamental; numéricamente somos más, y podemos reasumir las funciones que delegamos a las auxiliares de enfermería cuando no contábamos con las profesionales necesarias.
Afortunadamente, hay en la actualidad una seria reacción ante ese continuo desplazamiento meramente administrativo, que aleja a la enfermera del lado del paciente. Preferimos la permanencia al pie del enfermo, para lograr ese saber derivado de la pericia profesional, que es tan importante en el proceso de llegar a la comprensión de quien experimenta el sentirse enfermo y requiere de nuestros expertos cuidados.
Es satisfactorio el haber observado en la última década los esfuerzos de una reforma fundamental iniciada desde la Fundación Santafé de Bogotá con el decidido apoyo del académico José Félix Patiño y la dirección de la enfermera Gloria de Pavía, donde la profesional de enfermería asume íntegramente su función de cuidar como su papel fundamental dentro del Centro Médico de los Andes.
Yo por mi parte he visto logrados mis anhelos, con la organización de Cuidado en Casa, un servicio domiciliario de enfermería con el que se presta apoyo a la familia en su programa de alternativa a la hospitalización, cuando se responde a cuidar pacientes con patologías no quirúrgicas o pacientes crónicos y terminales a los cuales una institución no les ofrece recuperación alguna.
No quisiera cerrar estas palabras, que ustedes señores académicos han escuchado benévolamente, sin presentar el nombre de dos enfermeras que para mí son ejemplos innovativos del arte de cuidar la salud. Son ellas, Pepa Ferro de Montiel y Ligia Barrera Becerra.
Pepa Ferro de Montiel, egresada del primer grupo pionero de enfermeras hospitalarias, pero que, curiosamente, su contacto con la prevención, iniciado tempranamente desde el SCISP, la llevó a una dedicación y convicción por la enfermería de salud pública.
Con post-grado en la Universidad de Vanderbilt, desarrolló los primeros cursos de auxiliares de salud pública desde la Escuela Superior de Higiene y el Ministerio de Salud de la época inició en Cali los primeros servicios municipales de salud yen Candelaria (Valle) llevó enfermería a la zona rural, para finalizar dirigiendo el programa de enfermería de la Escuela Nacional de Salud Pública en la Universidad de Antioquia con el siempre recordado profesor Héctor Abad Gómez, cuya trágica y absurda muerte nunca dejaremos de lamentar.
Ligia Barrera Becerra, egresada de la Escuela Nacional Superior de Enfermeras en los años 50, respondió a una solicitud temprana del académico Alberto Vejarano-Laverde para desarrollar los servicios de enfermería y la especialidad en la práctica de enfermería cardio-pulmonar. Fue nombrada en comisión por la Facultad de Enfermería, y se dedicó por varios años a la organización de los servicios clínicos de la Clínica A. Shaio para cirugía cardiopulmonar.
Con posterioridad completó su especialización en el Instituto de Cardiología de México y en la Universidad Católica de América. Se reintegró a la Universidad Nacional e inició el post-grado de la especialidad en la Facultad de Enfermería. Fue decana por varios períodos y antes de jubilarse aceptó asesorar las nuevas escuelas de enfermería que se formaban sin cumplir con estrictos criterios académicos y con serias deficiencias en sus áreas clínicas en el interior del país y la Costa Atlántica.
Como resumen de todo lo explicado anteriormente, nuestra enfermería en el país se muestra como una profesión de trayectoria relativamente reciente pero pujante. En la actualidad se ve amenazada por la crisis económica y de valores de los hospitales y servicios de salud, pero cuenta con elementos propios para una práctica que responda a los nuevos desafíos provenientes de los cambios demográficos que inciden en el aumento de las enfermedades crónicas y degenerativas, como sobre la vida familiar y se ve modificada por el avance de la ciencia y la tecnología.
Es una profesión madura que está alIado de la medicina para responder por el arte de cuidar tanto en el hospital como en el campo ambulatorio y domiciliario.
Para finalizar, quiero expresar nuevamente mi agradecimiento a la Academia Nacional de Medicina por acogerme en su recinto. Ofrezco poner mi entusiasmo, capacidad y dedicación para colaborar en sus trabajos, especialmente en lo relacionado con mi profesión.
Muchas gracias.
Notas bibliográficas
1. PEDRAZA MENDOZA HEcrOR: La Enfermería en Colombia: Reseña Histórica sobre su Desarrollo. Bogotá: Editorial Minerva Ltda., 1954. pp. 13-15.
2. Ibid., 7-19.
3. El Tiempo, 23 enero 1917.
4. MUÑOZ LAURENTINO: Historia del Hospital San José 1902-1956 “La Cruz Roja Nacional”. Bogotá: Imprenta del Banco de la República. Octubre de 1958.
5. PEDRAZA:op. cit., 25-29.
6. El Tiempo, 19 abril 1916.
7. MUÑOZ:op. cit., p. 357.
8. PEDRAZA:op. cit., 34-37.
9. El Tiempo, 16 agosto 1929.
10. El Tiempo, 11julio 1936.
11. PEDRAZA:op. cit., 39-43.
12. Estatutos de la Sociedad Centro de Acción Social Infantil 193D-1965. Bogotá: Calle 33ANo. 15-35.
13. Entrevista personal con María José Santos y Cecilia Montoya de Zubiría, Directora del Centro de Acción Social Infantil y miembro de la Junta Directiva, respectivamente. Julio 15 de 1992.
14. El Tiempo, 25 febrero 1928, p. 5.
15. “Lista de las Alumnas Graduadas en la Escuela de Enfermeras del Centro de Acción Social Infantil desde su Fundación”. Años 1934-1942. Mimio entregado en la sede.
16. Federación Latinoamericana de las Sociedades de Obstetricia y Ginecología – FLASOG. Fernando Sánchez Torrez, Secretario. Historia de la Obstetricia y Ginecología en Latinoamérica. Colombia, Bogotá, Imprenta Distrital de Bogotá, 1970, p. 139.
17. “Notas de la Dirección: La Escuela Oficial de Enfermería”, Revista Médico-Quirúrgica de los Hospitales (Vol. 1, Junio 1925, No. 3), 83-88.
18.MUÑOZ:op. cit., pp. 354-357.
19. Entrevista personal con el doctor Gerardo López Narváez en la Sociedad Cuidado en Casa Ltda. Santafé de Bogotá: 28 abril de 1992.Tema: Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública SCISP e Inicios del Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social.
20. PEDRAZA:op. cit., 50-57.
21. Gimnasio Femenino 50 Años. Bogotá: Benjamín Villegas y Asociados. Litografía Arco. Ana Iregui de González y Margarita Rueda de Ricaurte (eds.). Bogotá, septiembre 9 de 1977, pp. 59-64.
22. El Tiempo, LENC,agosto 30 y 31 de 1942.
23. El Tiempo, 15 diciembre 1937.
24. PEDRAZA:op. cit., 48-50.
25. Archivos, Secretaría Académica, Universidad Nacional de Colombia, 1956-1964, Santafé de Bogotá.
26. Contrato: United States of America and The Catholic University of America PIO/T 514-P-54- AD-3-20837Y Revisiones 1y 2, diciembre 1962. Anexo el Plan de Operaciones. Archivos: School of Nursing, The Catholic University of America. Washington, D.C.
27. Archivos, Asociación Colombiana de Escuelas y Facultades de Enfermería. Santafé de Bogotá.
28. Archivos, Facultad de Salud, Departamento de Enfermería. Universidad del Valle. Cali.
29. F. CHAMPION WARD (Ed.): Education for Development Reconsidered. (The Bellagio Conference Papers), “Higher Education and National Development: One Model for Technical Assistance”, Kenneth W. Thompson et. al New York: Praeger Publischers, 1974. pp. 193-203.
30. DURANA,INES: et al.: Teaching Strategies for Primary Health Care: A Syllabus. New York: The Rockefeller Foundation, 1979.
31. DURANA,INES: et al.: Procede D’enseignement des Soins de Sante Primaire. New York: The Rockefeller Foundation, 1981.
32. DURANA,INES: et al.: Estrategias de Enseñanza- Aprendizaje en la Atención Primaria de Salud. Publicación Científica 433. Washington, D.C. Oficina Sanitaria Panamericana/Organización Mundial de la Salud, 1982.
33. Archivos, Secrethría General. “Convenio Colombo- Holandés de Salud”, 1979, Ministerio de Salud. Santafé de Bogotá.
34. Organización Panamericana de la Salud/ Organización Mundial de la Salud. Oficina para Colombia. Comunicación RP-3427, firmado doctor Lelio B. Calheiros, representante. Agosto 23 de 1982. Y PAHEF/401-82 firmado por Secretario Ejecutivo de la Fundación para la Educación y Salud, Washington, D.e.
35. ESEVERRICHAVERRI,CECILIO:Historia de la Erifermeria Española e Hispanoamericana. Barcelona: Salvat Editores S.A., 1984, p. 244.
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