La personalidad de José Asunción Silva
(11 parte)
Jose Francisco Socarras
Miembro Honorario
Silva y el psicoanalisis
Dos psicoanalistas se han ocupado de Silva. Roberto De Zubiria Consuegra y Mauro Torres. El primero sostiene que el poeta vivió bajo la maldición de un complejo de Edipo manifiesto, transferido hacia su hermana Elvira.
El segundo estima que nuestro personaje se estancó en la etapa narcisista del desarrollo y escribe: “El narciso primario no va más allá de los límites de la auto contemplación; vive dentro del principio del placer, reñido con la realidad…”.
“El narciso secundario puede combinar, en un equilibrio más o menos precario, la auto contemplación con la comunicación verdadera con los demás”. “Silva no podía amar sexualmente a su hermana. El narciso que había en él se oponía definitivamente a dar el formidable paso de Edipo”.
“A lo sumo Silva si amó en su hermana, pero con un amor contemplativo de Narciso, que se siente nítidamente reflejado en el tranquilo rostro de aquella. Elvira es el espejo de Narciso”. Recuérdese la contemplación de que la hacía objeto cuando asistían al Teatro Colón.
Torres analiza De Sobremesa, que considera la expresión del Silva íntimo encarnado en José Fernández, el héroe de la novela, con sus fantasías de vivir la vida plenamente, sueño muy distante de la realidad deparada al poeta por un destino de familia. Fernández exclama” Ah! vivir la vida… eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede sentir, saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede”.
El texto parece tomado al pie de la letra del de Maria Bashkirtsseff transcrito por el propio Silva en su relat044. Pero Torres se queda a mitad del camino. Señala el síntoma, que sintetiza otros muchos, sin llegar a un diagnóstico. Hacerlo implica poner al lector al tanto de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Para ello me valdré de la Enciclopedia del Psicoanálisis dirigida por Luwing Eidelbert45 y de los trabajos de Heinz Hartman, atto Kernberg y Heinz Kohut acerca de la formación del yo, del “sí mismo” y del superyo.
El ello, el yo y el superyo
Según la teoría de Freud, las instancias fundamentales de la persona son el ello, el yo y el superyo. El ello comprende lo heredado, Principalmente los instintos dependientes de la constitución somática. Contiene energías sexuales, la libido, y agresivas. Se rige, en consecuencia, por un proceso primario de impulsos contradictorios. Muchos de estos son inconscientes después de haber
sido reprimidos. La comunicación del ello con el mundo exterior se hace a través del yo. En el ello no hay distinción entre lo bueno y lo malo y provee de energía al yo y al superyo. Diversos autores han criticado el esquema instintual de Freud. Algunos lo han reducido a los instintos de vida y de muerte o tánatos. Otros han cambiado instinto por necesidad o por apetito.
El yo es la parte de la persona que actúa como agente de transacción entre el ello, el superyo, instancia represora, y el mundo exterior. Su porción preconsciente y consciente toma las decisiones y las lleva a cabo. Es catectizado por la libido y el instinto agresivo del ello con carácter narcisista secundario. Controla la motricidad voluntaria y lleva a cabo compromisos razonables entre la satisfacción de las necesidades, su represión o aplazamiento y la realidad. Adopta para el caso los llamados mecanismos de defensa.
Los principales de tales mecanismos son la represión y la negación. La represión excluye de la conciencia el deseo instintivo y sus derivados, afectos, recuerdos y fantasías asociadas. Es primaria cuando impide que derivados peligrosos del ello accedan a la conciencia, y secundaria, si no deja que reingrese a la conciencia el material que estuvo en ella.
La negación o rechazo mantiene alejada de la conciencia percepciones traumáticas. Defiende pues de las exigencias de la realidad externa; caso típico el del hombre impotente que niega los atractivos de una mujer hermosa. Como ejemplos de otros de los mencionados mecanismos baste citar algunos. La ambivalencia es el sentimiento simultáneo de amor y odio hacia el mismo objeto. La conversión supone la transformación de la situación intra-psíquica en manifestaciones somáticas.
El desplazamiento consiste en transferir a otro objeto la energía ligada a uno distinto, o a una actividad o parte del cuerpo, como el caso de un hombre que se hurgaba la nariz y el análisis descubrió que en realidad deseaba introducirse el dedo en el año. La escisión implica la adopción de comportamientos conscientes negativos y positivos de odio y amor, por ejemplo, los cuales se repiten sin sentimientos de culpa.
En la formación reactiva un deseo infantil rechazado se convierte en rasgo de carácter. La oscilación ambivalente se caracteriza por cambios rápidos de los impulsos positivos a los negativos con la indecisión como resultado. La proyección atribuye a un objeto externo impulsos y sentimientos personales inaceptables, como cambiar “te odio” por “tú me odias”. La transformación en lo contrario protege al individuo de la vivencia de una emoción peligrosa, despertando su opuesta.
La formación del superyo comienza temprano. Desde el nacimiento el niño pasa por etapas placenteras o libidinales, la oral, la anal, la uretral, excrementicias en su mayoría y, en últimas, la edípica. Sobre ellas la mente va estableciendo control eficaz.
Todo cuanto provoca inhibición de la actividad instintiva contribuye a la función superyoica. El superyo comprende así fases históricas de la lucha infantil por dominar las primitivas manifestaciones instintivas. La mayoría de éstas se relaciona con los objetos parentales, amados y temidos, y no pueden ni deben ser gratificadas. Ese es el origen del núcleo superyoico.
Ejemplo, el deseo de morder o devorar la madre despierta la amenaza y la convicción de. un castigo oral por aquello de la ley del Talión. El superyo primitivo es un calco de la imagen primaria del sí mismo omnipotente.
El superyo es en resumen el ideal del yo y de la conciencia o, mejor, la fínalidad hacía la cual dirige el individuo sus esfuerzos y las fuerzas inhibido ras externas que se interiorizan a lo largo del desarrollo. El superyo es consciente, preconsciente e inconsciente. Tiene energías libidinales y destructivas, narcisistas secundarias, y neutrales. En algunas neurosis es muy severo como en las fobias, la melancolía y las neurosis obsesivas.
Desarrollo de el si mismo, el yo y elsuperyo
El sí mismo fue empleado por Freud como sinónimo de yo. A Hartman se debe la diferenciaciacíón de esas dos instancias de la persona, cuando por primera vez anotó que el individuo se refiere a sí en contraposición con el mundo exterior, al paso que el yo se contrapone primeramente al ello y al superyo y en últimas a los objetos. El desarrollo de las instancias de la persona están íntimamente ligadas al de las relaciones objetales. Kernberg les asigna las etapas que sintetizo a continuación:
1. Autismo normal o periodo de indeferenciacion primaria
Los primeros estados afectivos tienen un carácter abrumador e irradiante. Los “negativos” intensos, unidos a los agresivos, crean constelaciones perceptivas distintas a los generados por afectos agradables bajo la influencia de impulsos libidinales.
Se mantiene así una separación drástica entre las introyecciones de valencia positiva y las de valencia negativa, origen de la escisión del y.ocomo mecanismo de defensa. En esta primera etapa se constituye gradualmente la representación indiferenciada “buena” sí mismo-objeto, bajo la influencia gratificante de la madre. La introyección es el sistema más primitivo de identificación y a su alrededor se forman núcleos yoicos.
La etapa abarca el primer mes de vida. Cualquier trastorno patológico impide la formación de la representación indicada, de modo que no habrá relación simbiótica normal del niño con la madre, típico de la psicosis autista. (Lea: Revista de Medicina: Lista de Académicos por Orden de Antigüedad, Volumen 19)
2. Simbiosis normal o periodo de representación primaria indiferenciada si mismo-objeto
La etapa se inicia en el segundo mes de vida y termina el octavo. Durante ella se consolida la imagen si mismo-objeto gratificante o “bueno”, núcleo del sistema sí mismo-yo, origen del yo temprano. Es el período de la fase simbiótica con la madre.
Cualquier trastorno estorba la diferenciación entre las representaciones del sí mismo y del objeto, de modo que persiste la tendencia a fusionarlos, perdiéndose los límites yoicos. La regresión a esta etapa provoca la psicosis infantil, la mayor parte de las esquizofrenias y las psicosis depresivas, aunque en estas se conservan los límites yoicos y superyoicos, a pesar de la fusión de las imágenes del sí mismo en el yo y el superyo.
También se forma otra representación primaria de sí mismo-objeto “malo”, correspondiente a las experiencias frustrantes, las cuales son expulsadas y vividas como no yo.
Los afectos primitivos placer y displacer son el elemento organizativo básico. Reúnen en la memoria las huellas primitivas de percepciones corporales, conductas fisiológicas innatas y respuestas ambientales. El conocimiento y el afecto son dos fases de la misma experiencia primaria.
Los primitivos afectos distintivos se especifican según la zona erógena, oral, anal, etc., de acuerdo con la conducta exploratoria y con las experiencias interpersonales. Igual sucede con los afectos dolorosos que se definen progresivamente: miedo, rabia y otros más elaborados.
Las experiencias gratificantes estimulan la atención y por ende el aprendizaje. Tanto la gratificación como las frustraciones ligeras contribuyen a la diferenciación del sí mismo y del objeto en la percepción del lactante al interactuar con la madre. La vivencia sí mismo-objeto bueno se convierte en núcleo del yo.
3. Diferenciación entre las etapas del si mismo y las representación es objetales
Comienza con el final de la etapa anterior entre el sexto y octavo mes y se termina entre los diez y ocho meses y los tres años. Su final implica la integración de las representaciones “buenas” y “malas”, del sí mismo en una sin tesis del sí mismo de una parte, y de otra en representaciones objétales “totales”. La diferencia del sí mismo y los objetos establece los límites yoicos reales, al tiempo que el desarrollo de los procesos cognitivos. Aún no existe un sí mismo integrado ni una noción completa de los demás seres humanos.
El reconocimiento de la madre es el hecho más importante de esta etapa, por cuanto da comienzo a la demarcación entre el si mismo y el no sí mismo y entre el sí mismo y los objetos externos. Hay distintas representaciones del sí mismo que se corresponden con representaciones objétales, conformes con situaciones afectivas en particular placenteras.
Estas se diferencian poco a poco de acuerdo con la realidad al distanciarse del impacto afectivo que ella pueda producir. Los límites yoicos en un principio son frágiles y las situaciones’ ‘buenas” se funden con frecuencia a las “malas”, lo cual interfiere los límites yoicos. Más adelante se diferencian los componentes del sí mismo y de los objetos, aún en el campo de las interacciones frustrantes.
Al comienzo de la etapa las representaciones buenas y malas del sí mismo y las del objeto se refieren solo a la madre, más adelante al padre, hermanos y demás personas del entorno. La separación de las “buenas” se ve fortalecida por la escisión. En condiciones normales la disociación disminuye paulatinamente pero en casos patológicos se acentúa. Tal sucede en los enfermos fronterizos. El efecto más aparente es la difusión de la identidad.
4. Integración de las representaciones del si mismo y las representaciones objetales y desarrollo de las estructuras intrapsiquicas superiores derivadas de las relaciones objetales
Comienza en el tercer año de vida y perdura durante el período edipico. En esta etapa se integran las representaciones del sí mismo con carga libidinal y con carga agresiva en un todo bien definido. Dicha integración se extiende a las imágenes objétales con cargas afectivas contrapuestas.
Hay también consolidación del ello, el yo y el superyo. La neurosis y los trastornos de carácter constituyen la patología corriente de esta etapa. Ejemplos, la histena, la neurosis obsesivo-compulsiva, la depresión masoquista. Los conflictos patógenos tienen que ver con un yo y un superyó bien integrados, pero siendo el último excesivamente primitivo.
Un tipo particular de patología caracteriológica es la personalidad narcisista, debida a la anormal formación de las estructuras psicológicas de esta etapa ya una represión a la etapa anterior.
La persistencia de la escisión interfiere los procesos de integración. La integración de las representaciones del sí mismo de tono afectivo contrapuesto da lugar a la fase del desarrollo que Melanie Klein denominó’ ‘posición depresiva”.
Durante esta aparecen sentimientos de culpa y depresión, a la cual la notable psicoanalista fijó una edad demasiado temprana. Según Kernberg, al tiempo que se forman representaciones más realistas, se desarrollan la de un sí mismo ideal y un objeto ideal, reflejos de las representaciones totalmente “buenas” de las etapas anteriores. Ambas representaciones son restos de la imagen temprana de la madre idealizada.
Para algunos autores la reacción depresiva provendría de una disposición psicobiológíca que se activa cuando el individuo siente que no puede restaurar una deseada situación ideal. Todo esto demuestra la íntima relación existente entre el desarrollo cognitivo, el afectivo y el de las estructuras y relaciones objétales.
Los anteriores procesos de integración restan valor a los mecanismos disociativos de defensa, que son reemplazados por la simple represión y afines, como el aislamiento, la anulación, la formación reactiva y la transformación en la contraria. De esta última hace parte la hitomanía que permite contrarrestar la depresión. De allí que pocos depresivos hipomaníacos sean enfermos fronterizos.
En adelante la represión separa el ello del yo o sea que empieza la existencia del ello como estructura psíquica. Los primitivos derivados instintivos y libidinales o sus correspondientes estados afectivos tienen acceso a la conciencia antes de la integración del ello. Al instalarse la represión el ello integra esas funciones.
Van der Wals observó que el estudio clínico de las manifestaciones del ello revela siempre relaciones objétales reprimidas, de modo que lo reprimido del ello es algo así como ello y yo en conjunción, propio de la fase inicial del desarrollo. Perduran en el ello primitivas e irreales representaciones del sí mismo y del objeto con sus respectivas disposiciones afectivas atemorizantes y perturbadoras.
La cuarta etapa del desarrollo marca también el comienzo de la integración del superyo. Su origen está en la internalización de imágenes fantaseadas como extremadamente hostiles e irreales, que reflejan “malas” representaciones del sí mismo y del objeto “expulsadas”, proyectadas y reintroyectadas, las cuales sirven al bebé para proteger la buena relación con la madre idealizada, separándola de las imágenes de ella cargadas con agresión.
Es el superyo sádico de Melanie Klein. La segunda estructura del superyo se origina en el sí mismo ideal y las representaciones ideales objétales del yo. La condensación de las representaciones mágicas ideales del sí mismo y del objeto forman el núcleo ideal del superyo. Son precursores del superyo sádico y de la temprana formación del ideal del yo. La integración del superyo puede fracasar en sus distintas etapas, dando lugar, por ejemplo, al perfeccionismo sádico o a diversos sin tomas neuróticos.
5. Consolidación de la integración del superyo y del yo
Comienza al finalizar la integración de los niveles del superyo. Poco a poco disminuye la oposición entre este y el yo. El yo prosigue su integración y la consolidación de su identidad. El concepto del si mismo se remodela de acuerdo con la experiencia con objetos externos, en particular otras personas.
A mayor integración de las representaciones de sí mismo, mayor será la correspondencia entre la percepción del si mismo y la realidad. Cuanto más integradas estén las representaciones objétales mayor capacidad habrá para apreciar realisticamente a los demás y se podrán remodelar mejor las propias representaciones internas.
El ejemplo más importante de fracaso en el desarrollo normal de las relaciones objetales in ternalizadas es el caso de las personalidades narcisistas, cuya falla principal radica en la incapacidad para juzgar a los demás y juzgarse a sí mismo. La estructura del carácter implica
aspectos automatizados de la identidad del yo vinculados a la conducta. Existe estrecha relación entre el concepto de sí mismo y la estructura del carácter. Cuanto mejor integrado esté el primero más coherente y armonioso es el segundo. Un individuo rígido y pedante obliga a las personas con quienes interactúa a adoptar una sumisión absoluta o la oposición irreconciliable. Algunas personas tienen la facultad de sacar a luz lo mejor de los demás; otras lo peor. Este es el caso de los narcisistas.
Heinz Kohut trae un diagrama que muestra: n Desarrollo y regresión en el ámbito del sí mismo grandioso; y II) Desarrollo y regresión en el ámbito del objeto omnipotente, en tres etapas: a) Normalidad; b) Trastornos narcisistas de la personalidad; c) Psicosis.
En la primera hay: 1) Forma madura de la autoestima positiva y autoconfianza; y 1) Forma madura de la admiración por los otros y capacidad de entusiasmo.
En los segundos: 2) Relaciones solipsistas de atención; estadio del si mismo grandioso; y 2) Necesidad compulsiva de fusionarse con un objeto poderoso: estadio de la imago parental;
3) Núcleos (fragmentos) del si mismo grandioso: Hipocondría; y 3) Núcleos (fragmentos) del objeto omnipotente idealizado: sentimientos religiosos místicos desarticulados; vago temor reverencial.
En la psicosis: 4) Reconstrucción deliran te del si mismo grandioso: grandiosidad paranoide fría; y 4) Reconstrucción delirante del objeto omnipotente; el perseguidor poderoso, el aparato de influencia.
Silva y el narcisismo
En la vida real el narcisismo de Silva era protuberante. Para la muestra el”dandy” que el poeta se propuso encarnar en la santafereña Bogotá. Además, su poesía es solo expresión del sí mismo. El mundo objetivo pasa casi desapercibido y su yo solo presta atención a cuanto estimula la tristeza o la agresividad pesimista.
Nada que lo muestre mejor que su doble, el personaje de De Sobremesa. Ya hemos visto cómo la existencia de Fernández transcurre fantaseando con grandes riquezas, el lujo consiguiente y su ostentación ante la aristocracia de un París finesecular; con ser el dictador omnímodo de Colombia como si se tratara de cualquier isla caribeña.
Con disfrutar de una sexualidad exasperada en compañía de mujeres nacidas y educadas para el placer, y pasar media vida acariciando la imagen de una dama apenas entrevista, encarnación de la hermosura y la pureza; con lograr vencer dilatados períodos de postración melancólica mediante una actividad verdaderamente demoniaca.
En una palabra, sueño de grandeza, que Silva solo pudo realizar entregándose a la lectura de cuanto pasaba por sus manos en materia de filosofía, psicología y literatura.
El narcisismo en Silva muestra toda la sintomatologia de un estado fronterizo. Examinémoslo a la luz del diagrama de Kohut. La omnipotencia era en él abrumadora.
A todo trance reclamaba la atención sobre sí en la manera de vestirse y comportarse, en sus gustos que contrastaban con el medio ambiente en que vivía, tabacos y cigarrillos que fumaba, licores que ofrecía a sus invitados, productos que importaba para la venta, cuando dirigió el almacén de la familia, proyecto extravagante de la fábrica de baldosines. Indiscutible que la autoestima grandiosa contrastaba con el menosprecio de quienes lo rodeaban. Recuérdese cuánto le gustaba imitar a las personas importantes de su grupo social para ridiculizarlas.
La necesidad compulsiva de fusionarse con un objeto poderoso, para el caso la imago parental, se echa de ver en los gustos con que elegía los artículos del almacén, dejando muy atrás al padre en el esplendor de dicha elección, igual en las recepciones que solía ofrecer a sus amigos y también en materia literaria, en la cual lo sobrepasó con creces.
Hubo otra figura parental sustituta en su vida, a quien quiso asimismo imitar, procurando leerlo y saberlo todo. Esa figura fue la de Baldomero Sanín Cano, quizá el único amigo a quien profesó verdadera admiración. La hipocondría es una forma de depresión con perturbaciones orgánicas, en particular digestivas.
Las recetas médicas que transcribí demuestran que Silva padeció de esa clase de trastornos. Creo que en Silva los sentimientos religiosos, misticos y desarticulados, fueron sustituidos por el culto reverencial que rindió a ciertos filósofos e ideólogos políticos opuestos a las creencias de su familia, tales como Voltaire, Rousseau, Taine, Nietzsche, Schopenhauer, Ravachol. En De Sobremesa Silva exalta el terrorismo de la época y aconseja a los obreros que se lancen a semejante aventura.
¿Había escisión de la personalidad en Silva? Antes de responder conviene recordar alguna observación de Kernberg, para quien “muchos desórdenes del carácter con tendencia a la exoactuación (acting-out) y ciertos rasgos fronterizos presentan algo así como una impulsividad selectiva“.
Recuérdese que no obstante su educación esmerada, Silva se hizo a la antipatía de sus contemporáneos por ciertos brotes agresivos, como en el caso que relaté a propósito del pintor Acevedo Bernal La escisión de comportamiento es manifiesta en José Fernández, el doble del poeta en De Sobremesa. En efecto, el personaje comete dos tentativas de asesinato en el curso de relaciones sexuales.
La primera vez porque sorprendió a la compañera en un acto de lesbianismo; en la segunda inicia el acto amoroso con una escena sado- masoquista y termina con la tentativa de homicidio. Quizás el lesbianismo despertó en el subconsciente del personaje rechazo a íntimas tendencias homosexuales.
En el primer caso sale huyendo a esconderse de las autoridades y en el segundo permanece inmutable. Ninguno de los dos provoca el más mínimo remordimiento, como si se tratara de hechos perpetrados por una tercera persona.
Perdone el lector tanta elucubración. Si Silva viviera, de seguro me tacharía como discípulo de Nordau. Estimo que más aprovechado. El maestro ignoraba cuánto nos ha enseñado la psiquiatría durante los noventa años transcurridos desde cuando publicó “Degeneración”. Pienso que la inteligencia y la obra excepcionales de nuestro genio en nada se menoscaban al poner de manifiesto
la enfermedad que lo agobió llevándolo a la muerte. Todo lo contrario. Su capacidad creadora era tan alta que logró, no obstante sus padecimientos, inscribir su nombre para siempre en los fastos de la historia de la literatura universal. Bien vale la pena copiar las palabras de Proust con las cuales Anibal Noguera termina el artículo citado:
“La magnífica y lastimosa familia de los neuróticos es la sal de la tierra. Ellos y no otros son los que han fundado las religiones y compuesto las obras maestras. Nunca el mundo sabrá lo que les debe, ni lo que ellos han sufrido para dárselas”.
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