José Asunción Silva: La Ciclotimia del Poeta

Sin alardes de hablar excátedra, sino apenas basado en algunas inducciones y deducciones de psicología, me inclino a creer que el de José Asunción Silva fue un temperamento ciclotímico, sujeto a vaivenes periódicos de euforia y quebranto, aunque encausado casi siempre, hacia la depresión melancólica. En otros términos: que fue, durante su existencia, un Deprimido Constitucional.

Ello se deduce no solamente del estudio de sus rimas y prosas, sí que también, de apreciaciones de amigos y contemporáneos como de ensayos posteriores que sobre su personalidad han escrito atildados literatos, señaladamente el maestro Rafael Maya y don Alberto Miramón.

El peligro frecuentísimo en las crisis de melancolía es el suicidio, motivado bajo el acicate impulsivo e insoportable del raptus ansioso. Todavía se dice o se piensa que la muerte voluntaria de Silva, debióse a la incomprensión e inquina de su época.

El maestro Maya ha sido de los primeros en reaccionar contra tan absurda opinión. En el grávido análisis que traza del rapsoda bogotano, surgen, a no dudarlo, atisbos clarividentes de la diátesis ciclotímica y, aún, con mayor vislumbre, no escasos puntales de la depresión melancólica.

Hé aquí, al respecto, algunos párrafos del humanista payanés: “¿Esta incomprensión pública sería suficiente para llevar al poeta a la trágica solución que todos sabemos? Me parece que no. A ello vinieron a sumarse otros muchos factores, entre los cuales -los psicológicos- y hondas perplejidades de su personalidad y misteriosos atavismos que me inducen a creer que el fin de su vida habría sido el mismo, más o menos tarde, aún descontando la tragedia económica”.

“Lo cierto y evidente de su vida fue la lucha y la amargura, la contrariedad y la desesperación. Algún tiempo después, paseando sólo por los sitios en que lo había acompañado Elvira, tuvo la idea de aquel “Nocturno” inmortal, que es una luminosa tempestad de suspiros, desatada en aquellos horizontes del alma donde la palabra y el paisaje se convierten en música.

Aquello no es un poema: es la expresión metafísica de la muerte, es la esencia misma del dolor vinculadas a lo que hay de inmortal en el universo, que es ritmo, y con fundamento a lo que hay de inmortal en el hombre, que es la angustia”.

Dos temas, dos resortes genuinamente ciclotímicos son el leitmotiv en la obra completa de Silva. ¿Cuáles son estos temas, se pregunta Maya? (Lea también: José Asunción Silva)

Su respuesta categórica es la de que, “Silva no es un poeta rico en motivos. Podrían reducirse a dos: la muerte y el pasado. Lo que hace que poco se caiga en la cuenta de esta pobreza de asuntos fundamentales como origen de la inspiración, es que Silva escogió precisamente dos fuentes eternas y universales para el canto, y explotó líricamente esos dos motivos valiéndose de las más diversas circunstancias, cada vez que la vida lo ponía frente al pasado como necesaria reacción contra las amarguras presentes, o cada vez que la imagen de la muerte venía en pos de un duelo familiar, de un arrebato de desesperación, o de una sugerencia artística, o simplemente como resultado de su contemplación del universo -escuela de la muerte- o como producto de su filosofía pesimista, con raíces que se hundían en el Nirvana, el Pasado y la Muerte. Allí en esas dos palabras, está todo Silva, como han estado todos los grandes poetas del mundo, desde Job hasta Leopardi. Son los dos estribos del puente bajo el cual se deslizan las aguas del universo. Con la circunstancia de que, apurando un poco la síntesis, los dos vocablos puedan reducirse a uno, pues el recuerdo implica destrucción, fuga o pérdida de algo, y es apenas una forma sentimental de hacer ilusoriamente actual y vivo lo que ya no existe. El recuerdo es, exactamente, una manera de confirmar que algo se muere en nosotros todos los días, como dijera Flórez, y que toda vocación o añoranza son como ese viaje que hacían los antiguos poetas al país de las sombras. Ningún poeta colombiano, y pocos en el mundo, ha tenido una intuición tan viva y tan punzante del tiempo pasado como Silva, por lo mismo que han sido muy pocos los que contemplaron con tan amoroso deleite la imagen de la muerte. Es raro que este lírico, que en su novela se presenta como un vitalista desaforado, amante de todas las formas plenas y gozosas de la existencia, al recurrir al verso sólo entonó himnos de muerte. Pudiera afirmarse, pues, que su inspiración fue como una medalla que tenía esculpido por un lado al dios Pan, y por el otro representaba a una urna funeraria”.

Sobra la razón a Rafael Maya. Porque el Pasado y la Muerte son guiones afectivos que acompañan indisolublemente las almas agobiadas por la Melancolía. La cenestesia desquiciada por sartales de sensopercepciones, tan acerbas como continuas, despierta neurosis y hasta psicosis que, a la par que avivan la obsesión por la muerte tienden a sosegar tamaña idea fija, con el dulzor nostálgico de las reminiscencias pretéritas. ¿Qué mucho si Job, Leopardi, Mallarmé, Baudelaire y tantos otros afectados por la depresión melancólica, vivieran cabrillando entre la obsesión de la muerte y la idea fija del pasado igualmente letal…?

José Asunción Silva, supo radiografiar su temperamento, inconsolable y doliente, con certero análisis cuando confiesa:

“Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mi ser se arraiga y nace,
el mal del siglo … el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano … un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análiús … “.

Logró el maestro Maya otro hallazgo psicológico -a la vez físico y moral- al bucear dentro de las colinas ciclotímicas de dos artistas, el uno de carne y hueso, y, el otro producto de literatura enfermiza: “hace muchos años, cuando leí el Triunfo de la Muerte, de D’ Annunzio, me impresionó sobremanera la figura de aquel Demetrio Aurispa que aparece en una de aquellas páginas suntuosamente complicadas; y me impresionó porque este personaje, a quien el poeta italiano hace aparecer como el tío de Jorge Aurispa, el protagonista de la obra, era un violinista que se había suicidado, y tenía también una dulce faz nazarena y cierto aire ligeramente espectral cuando se erguía, en su alcoba suntuosa, apenas alumbrada por la luz que se filtraba a través de los espesos cortinajes, a fin de comentar musicalmente los recónditos versos de Lord Tennyson que comienzan: “¡Oh! Muerte en la vida son los días pasados”; y para hacer más intensa la melodía apoyaba completamente las mejillas en la caja sonora. Aquella faz de israelita en el destierro y aquella melancólica melodía “¡Oh! Muerte en la vida son los días pasados” quedaron desde entonces en mi imaginación unidas a la imagen de Silva, que es el violinista solitario que permanece todavía en la sala de baile cuando ya han desaparecido las burbujas del champaña y el girar de las espaldas desnudas, y entre rosas pisadas y frente a la dudosa luz del amanecer, continúa la desoladora melodía: “¡Oh! Muerte en la vida son los días pasados …”.

Una Infancia Orgullosa, Retraída y Solitaria

Poco es lo que se sabe relativo a la infancia y adolescencia de José Asunción Silva.

Sin embargo, la serpenteante psicología suya, revela una niñez reservada, altiva y, más propensa a soledumbres que a dichas. Una naturaleza esquiva para el juego, las travesuras o excesos de dinamismo.

Un amigo de la familia, el austero don Demetrio Paredes, no pudo menos de decirle alguna vez: “Usted no parece un niño. Lo que parece hoyes una persona grande”. Refiere Alberto Miramón que, “desde la escuela donde aprendió a leer adquirió desde entonces tal pasión por la lectura, que se propuso dar cuenta y razón de todos los libros que oía nombrar en su casa, hasta llegar a retener en su prodigiosa memoria capítulos enteros de muchos de ellos”.

Su inteligencia precoz, penetrantemente escrutadora, unida al heredado orgullo materno, al esmero de sus trajes y libros de estudio, al boato de su residencia como a la estirpe de los suyos, granjeáronle la antipatía, la envidia de muchos compañeros y condiscípulos, exhibida en diversos remoquetes siendo, en esa época los típicos de “José Presunción” y “Niño Bonito”.

Anota alguno de sus condiscípulos que, “Silva pasaba entre nosotros por un orgulloso, cuyo aprovechamiento y seriedad nos tenía desesperados. Recuerdo, como si todavía lo estuviese sintiendo, el despecho que experimenté cuando en una sabatina del curso de inglés, en que me creía el más fuerte, resulté vencido por “el niño bonito” como lo llamábamos los que nos creíamos ser estudiantes de veras”.

La sensibilidad de este mancebo, tapizada por cierta aflicción que ya sabía captar la añoranza infantil para luego verterla en jugosas armonías musicales, se expresa quedamente en “Primera Comunión”:

“Todo en esos momentos respiraba
una pureza mística:
las luces matinales que alumbraban
la ignorada capilla,
los cantos re!ir¡iosos que pausados
hasta el cielo subían
el aroma ,  suave del incienso
al perderse en espiras,
lnsuocesnlteriores de otro mundo
sonoras y tranquüas,
los dulces niños colocados Jnnto
al altar de rodillas,
y hasta los viejos santos en los lienzos
de oscura, llaga tinta.
bajo el polvo de siglos que los cubre
mudos se sonreían”.

La Novela “De Sobremesa”

A medida que en Silva se estabiliza la edad adulta, paralelamente se consolidan en él -con más ásperos relieves- sus vertientes ciclotímicas. En aquellas páginas “De Sobremesa”, hállanse, a granel, alternando con escasas épocas de excitación eufórica y hasta casi maníaca, largos, muy largos períodos de depresión, e inclusive, de melancolía confusa.

Durante la excitación eufórica, surgen, inesperadamente, brotes episódicos de exaltación intelectual acompañados por afluencia de ideas, locuacidad, a menudo irónica; brillantez imaginativa; exuberancia en la expresión, humor confiado y optimista que, en veces, suele llegar hasta la megalomanía con ansias incontenibles por el culto del Yo. Esta explosión vital, se mantiene por algún tiempo para caer luego bruscamente.

Y es en esos ciclos de magnífica y munífica exaltación eufórica, cuando la imaginación de Silva, da rienda suelta a su amor ilímite por todo lo bello y sentimental; a su afición innata por el lujo; a sus tendencias congénitas por el señorío y la distinción; al anhelo irrealizable así de negocios, siempre frustrados, como de riquezas fabulosas; al goce incisivo por imitar -verbal y corporalmente- a prójimos que le fueron antipáticos; a sus apetencias de mando, y, en fin, a ensueños pasionales de voluptuosidad morbosamente genésica que, apenas los satisfizo bajo los oropeles imaginarios y líricos de su prosa.

Así que, en las páginas “De Sobremesa” (innegable autobiografía suya, calcada en José Fernández) hállanse, hasta lograr di secarlos psicológicamente, los ritmos, el dualismo, los polos opuestos pero fundamentalmente-integrantes de su personalidad cicloide.

En torrencial brote hipomaníaco describe el bardo, su fogosidad biológica: “¿Tú crees que la mayor parte de los que se mueren han vivido? Pues no lo creas; mira, la mayor parte de los hombres, los unos luchando a cada minuto por satisfacer sus necesidades diarias, los otros encerrados en su profesión. en su especialidad, en una creencia como en una prisión que tuviera una ventana abierta sobre un mismo horizonte, la mayor parte de los hombres se mueren sin haberla vivido, sin llevarse de ella más que una impresión confusa de cansancio … ¡Ah! ¡Vivir la vida …! Eso es lo que quiero, sentir todo lo que se puede sentir. saber todo lo que se puede saber, poder todo lo que se puede “.

“¡Ah! ¡Vivir la vida ! Emborracharse de ella, mezclar todas sus palpitaciones con las palpitaciones de nuestro corazón antes de que él se convierta en ceniza helada; sentirla en todas sus formas, en la gritería del meeting donde el alma confusa del populacho se agita y se desborda, en el perfume acre de la flor extraña que se abre, fantásticamente abigarrada, entre la atmósfera tibia del invernáculo; en el sonido gutural de las palabras que hechas canción acompañan hace siglos la música de las guzlas árabes; en la convulsión divina que enfría las bocas de las mujeres al agonizar de voluptuosidad; en la fiebre que emana del suelo de la selva donde se ocultan los últimos restos de la tribu salvaje”.

En otra página del mismo libro. lamenta. copiosamente, sus accesos de melancolía depresiva. Oigámosle: “Cansado de todo. despreciando, odiando todo, siento por mí mismo y por la existencia un odio sin nombre. Que nadie ha experimentado, me siento incapaz del más mínimo esfuerzo, permanezco por horas enteras, hebetado. estúpido, inerte, con la cabeza en las manos y llamando a la muerte ya que la energía no me alcanza para acercarme a la sien la boca del acero que podría curarme del horrible. del tenebroso mal de vivir …”.

Y, ahora, esta desaforada crisis subconsciente de megalomanía: “Me instalaré en la capital e intrigaré con todas mis fuerzas y a empujones entraré en la política para lograr un puestecillo cualquiera. de esos que se consiguen en nuestras tierras sudamericanas por la amistad con el presidente. En dos años de consagración y de incesante estudio habré ideado un plan de finanzas nacional, que es la base de todo gobierno y conoceré a fondo la administración y todos sus detalles. El país es rico, formidablemente rico y tiene recursos inexplotados, es cuestión de habilidad, de simple cálculo. de ciencia pura, resolver los problemas actuales. En un ministerio, logrado con mis dineros y mis influencias puestas en juego, podré mostrar algo de lo que se puede hacer cuando hay voluntad. De ahí a organizar un centro donde se recluten los civilizados de todos los partidos para formar un partido nuevo. distante de todo fanatismo político o religioso, un partido de civilizados que crean en la ciencia y pongan su esfuerzo al servicio de la gran idea, hay un paso. De ahí a la presidencia de la república, previa la necesaria propaganda, hecha por diez periódicos que denuncien abusos anteriores, previas promesas de contratos, de puestos brillantes, de grandes mejoras materiales, otro … Eso por las buenas. Si la situación no permite esos platonismos, como desde ahora lo presumo, hay que recurrir a los resortes supremos para excitar al pueblo a la guerra, a los medios que nos procura el gobierno con su falso liberalismo para provocar una poderosa reacción conservadora, aprovechar la libertad de imprenta ilimitada que otorga la Constitución actual. para denunciar los robos y los abusos del gobierno en general y de los Estados. a la influencia del clero perseguido para levantar las masas fanáticas; al orgullo de la vieja aristocracia conservadora lastimada por la oclocracia de los últimos años, al egoísmo de los ricos, a la necesidad que siente ya el país de un orden de cosas estables, proceder a la americana del sur y tras una guerra en que sucumban unos cuantos miles de indios infelices. hay que asaltar el poder. espada en mano. Y fundar una tiranía, en los primeros años apoyada en un ejército formidable y en la creencia de límites de poder y que se transformará en poco tiempo en una dictadura con su nueva constitución suficientemente elástica para que permita prevenir las revueltas de forma republicana por supuesto, que son los nombres los que les importa a los pueblos. con sus periodistas de la oposición presos cada quince días, sus destierros de los jefes contrarios, sus confiscaciones de los bienes enemigos y sus sesiones tempestuosas de las Cámaras disueltas a bayonetazos, todo el juego”.

“Este camino que me parece el más práctico. puesto que es el más brutal, requiere pllra tomarlo, otros estudios que haré con placer, cediendo a la atracción que sobre mi espíritu han ejercido siempre los triunfos de la fuerza. ¡Con qué placer os estudiaré monstruosas máquinas de guerra. cuyo acero donde estalla la mezcla explosiva, derrama la lluvia de proyectiles en el campo enemigo y siembra la muerte en las filas destrozadas; granadas de fulminantes picratos y que al estallar reducíais los piafantes caballos y los cuerpos de los jinetes a informes despojos sangrientos; cómo inquiriré los secretos de vuestra estrategia. las sutilezas de vuestra táctica. Sombras de monstruos a quienes la humanidad degradada venera, legionarios Molochs, Alejandros, Aníbales, Bonapartes. al pie de cuyos altares enrojece el suelo la hecatombe humana y humea como un incienso el humo de las batallas!”.

Indudablemente que en estos apartes de Silva, adecuados a la climatología emocional de centro y sudamérica, no escasean ni la audacia ni tampoco la lógica afectiva que diría Ribot. Pero en ellos se transparenta, con atrevida franqueza hipomaníaca, no sólo la sorna hiriente, corrosiva -peculiar de la excitación eufórica, sino también la superioridad, la discrepancia del poeta con el medio tropical en que naciera, viviera y actuara. Un medio en donde todavía -y quizás por mucho tiempolas ideas y propósitos expuestas por el autor de “Psicoterapéutica” cobran cierta vigencia guasona …

A lo largo y ancho “De Sobremesa”, tanto en superficie como en profundidad, abundan intrincadas, entrecruzadas junto con paroxismos de excitación, aquellas “miserables inaniciones que lo postran por temporadas”, según textuales palabras suyas.

En carta dirigida a Baldomero Sanín Cano desde Caracas, Silva entremezcla, ciclotímicamente, la amargura con el desdén burlón y viceversa: “Si supiera usted -escribe- ¡qué horrible prisión es la Torre de marfil, cuando el encierro voluntario se convierte en prisión …! Encaramado uno en su torre, con el puente levadizo levantado, y oyendo a todos los commi-voyageurs, generalotes chive rudos, elegantes, más o menos perfumados y charolados, gens des lettres, contarse, hacerse su biografía, exhibir sus yóes de cargazón, con suprema impudicia e ingenuidad infantil, ilustrar el relato con toda especie de datos fisiológicos (horas de ir al excusado, necesidades fisiológicas más o menos imperiosas) etc … llega un momento en que se comienza a pensar si la humanidad no es más que Eso”.

“El resto de los diálogos emprendidos o mejor dicho sufridos por este su atento y seguro servidor, éste se ha limitado a excitar a los adversarios con “¡No me diga usted eso! -¡Cuénteme detalles porque eso es muy interesante!

-¡Cómo qué cansado! -¡No señor, léame usted otros …! -¿ Y eso le sucede a usted frecuentemente? -¡Con que cuatro en una noche, ah! -¿Quién lo viste a usted?-, obteniendo en respuestas narraciones de a treinta minutos”.

“Bueno ese papel de cultivador de la chifladura ajena a cambio del reposo interior y de que el adversario no le interrumpa a uno con el Pardón. Mais sur ce pointje vois que nous avons des idées absolument opposées de Carlos … M. viene siendo desesperante a la larga. El adversario lo juzga a uno un joven muy estimable y uno un idiota, pero quien sale ganancioso es él”.

Y, más adelante agrega: “Necesito estudiar mucho y regar con toda especie de abonos violentos el jardín interior para no sentir tan intensamente el vacío de esta vida. No sospechaba yo ciertas providencias de mis dominios interiores esterilizadas por los sufrimientos pasados y por tanto malestar de los dos últimos años”.

Harto conocida era la obsesión de Silva por las enfermedades, la medicina y los galenos, tal vez con la esperanza de amortiguar el torcedor de su quebrantada Cenestesia. Es posible que el poeta bogotano, hubiese conocido en París, personalmente a Charcot, a quien apellida en “Sobremesa” el profesor Charvet, pues anota que, “ayer no pude resistir más y me fui a un médico, a quien sin entrar en detalles de otro orden, le referí mis achaques. Fue el profesor Charvet, el sabio que ha resumido en los seis volúmenes de sus admirables Lecciones sobre el sistema nervioso, lo que sabe la ciencia de hoy a ese respecto y que me conoce y me mira con extrema benevolencia desde que oí sus lecciones en la facultad y presencié sus curiosas experiencias de hipnotismo en la Sal petriére”.

Y, parece probable que lo hubiese conocido y tratado, merced al pergeño físico que de Charcot esboza en estas líneas: “Acabáramos, prorrumpió el neurólogo, con una sonrisa de alegría que le alumbró toda la cara afeitada y le hizo, al sacudir la cabeza, brillar los cabellos blancos y lisos que, echados para atrás, le caen en la espesa melena sobre el cuello del largo levitón negro. Acabáramos, ¿y ese capricho? ¿Un voto de castidad hecho por usted, a sus años y con esa facha? … preguntó con amable expresión”. La posteridad ha dado el nombre de “Enfermedad de Charcot”, a una lesión tremenda y letal que es la “Esclerosis amiotráfica de los cordones laterales de la médula. Esta enfermedad, salió del cerebro de Charcot, ni más ni menos que como Minerva del cerebro de Júpiter.

Pues bien: las posibles relaciones habidas entre José Asunción Silva con el profesor Charcot, las refuerza una dolorosa confesión del neurólogo, recogida en los folios de “Sobremesa”. “Ha de saber usted que la medicina no ha sido para mí más que una necesidad, un modo de ganar el pan. Yo tengo nervios de artista, no de hombre de ciencia; por eso me entiendo bien con usted. Aquí entre nosotros le confieso que una de las amarguras de mi vida es que mi nombre va a quedar pegado para toda la eternidad al de una asquerosa alteración de los cordones nerviosos de la médula. Esta idea me revuelve el alma. Un botánico desnicha, en alguna montaña del trópico, una hermosa planta de olorosas flores; un astrónomo observa un cometa, y la humanidad en lo futuro no puede separar su recuerdo de la imagen de los pétalos frescos, o de los luminosos rayos que caen de lo alto … Uno de nosotros, doblado sobre el cadáver sanguinolento, hurgándolo con el bisturí, ve una fea manchita que le parece anómala, somete el tejido al microscopio, gasta sus pobres ojos observándolo, escribe una monografía en que inventa lo que le falta saber, y por premio de sus esfuerzos consigue esto: que un charlatán, al desahuciar a un infeliz cuyo mal ignora, lo acabe de aterrar diciéndole: tiene usted un principio del mal de Bright… No puedo hacer nada por su salud; estos síntomas denuncian la neuropatía cerebro-cardíaca de Krishaber; la ciencia es impotente; convénzase usted de que lo devora la enfermedad de Charvet… ¿Le parece a usted muy entretenido eso de que le den el nombre de uno a una cosa innoble? concluyó, con las manos metidas en el fondo de los bolsillos y sacudiendo la cabeza con expresión de asco”.

Estados Mixtos Ciclotímicos, Duelos Hipomaníacos y Esponsales Melancólicos

El erudito germano Kraepelin, describe en el transcurso de la Ciclotimia, ciertas anomalías paradójicas del cambiante psiquismo, denominadas ESTADOS MIXTOS. Como su nombre lo indica, son incidencias en las cuales se encuentran asociados, al mismo tiempo, o de un momento a otro, síntomas eufóricos con síntomas depresivos. Estas tan rápidas fluctuaciones del temperamentosintetizan, por así decirlo, una típica ambivalencia afectiva.

De tales Estados Mixtos, hay algunos en la obra de Silva como acontece verbigracia, cuando súbitamente prorrumpe: “Comencé a hablarle en voz alta, vibrante y llena, y le di las gracias por sus cuidados. Me sentía moribundo y estoy lleno de vida, doctor, le dije; me ha devuelto usted mis fuerzas perdidas; pero ahora va usted a quitarme esta maldita impresión de ansiedad que me desespera, ¿no es cierto? ..”.

Y ¡fenómeno curioso! Alberto Miramón en su ensayo sobre Silva, indica -sin conocer siquiera la existencia científica de tales Estados Mixtos- su aparición cuando escribe que, “como el verso es el fruto de la propia existencia del poeta, y como el mundo que nos rodea tiene, según su propia expresión, torturas angustiosas o inefables fruiciones de acuerdo con la sensibilidad íntima del que las adquiere, así sus estrofas de entonces nos pintan su alma desadaptac.a, en perenne inestabilidad hiperemotiva que hoy canta un hecho trivial, y mañana ese mismo hecho lo entristece y desespera”.

“Entre los originales que conserva una de las amigas del poeta -continúa Miramón- hay dos poesías escritas con un intervalo máximo de veinticuatro horas y que muestran ese curioso fenómeno intelectual”.

Hé aquí estos veloces Estados Mixtos, escritos el uno el 7 de mayo de 1887, y, el otro, al día siguiente, 8 del mismo mes y año. Ambas poesías llevan por título, “A TI”:

“Tú no lo sabes, mas yo he soñado
entre mis sueños color de armiño
horas de dicha con tus amores,
besos ardientes, quedos suspiros
cuando la tarde tiñe de oro
esos espacios que Juntos vimos,
cuando mi alma su vuelo emprende
a las regiones del infinito”,

Y, apenas, al siguiente día se exterioriza la ambivalencia en:

“De luto está vestida,
sembrada está de abroJos
la senda de mi vida,
sin luz y sin placer,
Apártame tus oJos
no quiero tus miradas,
no quiero tus sonrisas,
memorias son cenizas,
y llamas apagadas
se vuelven a encender”,

Psiquiatras y psicólogos -destacadamente Tinel y J ean Fretet- comentan en algunos temperamentos ciclotímicos, la aparición de bizarros e inesperados episodios que aquellos autores, apellidan, “Duelos hipomaníacos y esponsales melancólicos”.

Entre los “duelos hipomaníacos” sobresale el que André Gide presentó luego de la muerte de su madre. Confiesa el literato en “Si le grain ne meurt”: “Recuerdo que viví los primeros tiempos de mi luto, dentro de una especie de embriaguez moral propicia a actos inconsiderados que me bastaba con suponerlos nobles para otorgarles, enseguida, el asentimiento de mi criterio y de mi corazón. Comencé por distribuir entre parientes lejanos – algunos de los cuales apenas habían conocido a mi madre- a manera de recuerdo, las joyas u objetos que le habían pertenecido y que pudieran, significar para mí, inestimable precio. Por exaltación, por amor o por extraña sed de sacrificio, al instante mismo que esa idea me asaltaba, hubiese dado mi existencia entera: hasta yo mismo me hubiera dado; el sentimiento de mi riqueza interior me henchía, me inspiraba una especie de abnegación capitosa”.

En José Asunción Silva, aparece un brote de excitación intelectual, bajo los tintes del duelo hipomaníaco. A raíz de la muerte de su padre, la familia se retiró -como era usanza, entonces- a una hacienda de la sabana. El poeta, pasó, en aquella hacienda, días de extraordinaria actividad eufórica alternando las lucubraciones literarias con sutiles coloquios en compañía de su hermana Elvira. Esto lo atestigua, igualmente, la carta que escribiera al doctor Uribe Angel tras del óbito de don Ricardo Silva, en uno de cuyos apartes expresaba su impulso vital en estos términos: “Usted comprende que después del abatimiento de los primeros días, yo he tenido una reacción toda de actividad. Me quedan deberes graves que llenar y me he puesto a la obra con todas mis fuerzas”.

Dentro del carácter de Silva -cuyo psiquismo tendía, muy frecuentemente, hacia la depresión cenestésica-, no se topan esponsales melancólicos. Empero, en los temperamentos cicloides, esas antinomias de reacción hiperemotiva, suelen, en ocasiones, presentarse. Así, por ejemplo, Tinel cuenta el caso de una artista dramática, quien sin mayores esperanzas se presentó, sin embargo, al concurso anual del Odeón donde sesenta aspirantes, disputábanse, apenas dos únicos sitios. La sorpresa de la artista, unida a las felicitaciones del Jurado, al obtener el primer puesto, fue inmensa. Horas después, un acceso de ansiedad inexplicable, era preludio de grave melancolía que duró seis meses.

“No me atrevo, agrega el psiquiatra citado, a emparentar completamente con tales hechos, las crisis depresivas -por lo común graves- observadas en algunasjóvenes en el curso de su noviazgo, siendo entendido, que se trata aquí de esponsales felices, sin ninguna decepción ni preocupación, porque en estos casos, a factores emocionales, quizás se asocian factores de excitación genésica con resonancia indudable sobre las glándulas de secreción interna”. Y con atractiva interpretación para los psicoanalistas, añadiría yo.

Las Gotas Amargas

Es en “Las Gotas Amargas” del cantor santafereño, donde fluyen, constantemente, aquel tedium vitae, esa concentración dolorosa del espíritu, aquella hiel irónica, sangrienta y sangrante al mismo tiempo, esa “su intensa melancolía delante del mundo de los vivos” que anotara -con sagacidad psicológica- un amigo suyo: don Tomás Rueda Vargas, El crónico e inútil vacío del vivir unido a la introversa tendencia suya de escudriñar lo todo y disecar mor bosa y filosóficamente el por qué de la naturaleza, de los seres y de las cosas; aquel existencialismo taciturno, acaso, ¿no va envuelto en estas preguntas sin respuesta?

“¿Qué somos? ¿A dó vamos? ¿Por qué hasta aqui vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta,-
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
en estas soledades aguardo la respuesta,
La tierra, como siempre, displicente y callada
al gran poeta lírico no le contestó nada”,

Y, existe, por ventura, algo más desolador, algo más pesimista, por decir lo menos, en estos consejos de “Psicoterapéutica”:

“Si quieres vivir muchos años
y gozar de salud cabal,
ten desde niño desengaños,
practica el bien, espera el mal.
De los filósofos etéreos
huye la enseñanza teatral
y aplícate buenos cauterios
en el chancro sentimental”.

La despectiva desilusión fisiológica de Silva por el matrimonio, por el instinto sexual, y, singularmente, por las enfermedades venéreas transuda por poros y resquicios en casi todas sus Gotas Amargas. Muestra una verdadera obsesión en lo atinente al contagio genésico y variedades clínicas:

“Y el éxtasis divino
que soñó con delicia
lo dejó melancólico 11 mohino
al terminar la lúbrica caricia.
Del amor no s1:ntió la intensa magia
y consiguió … una buena blenorragia “.

Y, ahora, estas “Filosofías”:

“De placeres carnales el abuso
de caricias y besos
ama con toda tu alma; goza iluso,
agótate en excesos.

Y si evitas la sífilis, siguiendo
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta irás sintiendo

un principio de ataxia.

De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.

Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro;
Conseguirás una dispepsia aguda
Mucho antes que un tesoro”.

Acerca del matrimonio, este “Idilio”, tan común y corriente al través de la especie humana:

“Ella lo idolatraba, y él la adoraba,
-¿Se casaron al fin?
-No, señor: Ella se casó con otro.
-¿ Y murió de sufrir?
-No, señor: de un aborto.
-¿ Y el pobre aquel infeliz
le puso a la vida fin?
-No, señor: se casó seis meses antes
del matrimonio de ella, y es feliz”.

Sutilmente adobado dentro de la nostalgia de unas “Cápsulas”, este raptus suicidógeno:

“El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.
Enamorado luego de la histérica Luisa
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fue poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro, y con las cápsulas
de éter de Clertán.
Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer
y en un rato de spleen
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil”.

Aquí se impone un paréntesis: ¿fue realmente José Asunción Silva -como lo suponen no pocos y algunos hasta lo aseguran- afortunado buscador de aventuras galantes, un genital, en el sentido orgánico del vocablo, es decir, un Don Juan?

Su urdimbre ciclotímica -casi siempre al servicio de la Depresión Melancólica- contradice, fisiológica, temperamentalmente esa leyenda, forjada, tal vez en la apostura física del bardo.

Como bien lo dice, intuitivamente, don Miguel de Unamuna, “Silva no es un poeta erótico, como no lo es, en rigor, ninguno de los más grandes poetas. Y estos grandes poetas, que no han hecho del amor a mujer ni el único ni siquiera el central sentimiento de la vida, son los que con más fuerza y originalidad y más intensidad de sentimiento han cantado el amor ese”.

“Se ha dicho que para aquellos que aman poco -a mujer, se entiende- ese amor les llena casi toda la vida, mientras que en aquellos que aman mucho, el amor es una cosa subordinada y secundaria. Y no es paradoja sino cuestión de capacidad intelectual. Este puede amar triple que aquel, y, sin embargo, no ocuparle el amor sino un tercio, y en el otro, dos tercios”.

Parece que aquí,la razón asiste al asceta de Salamanca. Y, es que en materia de ensoñaciones amorosas, “los verdaderos poetas saben siempre consolarse”, cual lo apuntó Nietzche.

Por lo demás, la autoridad imparcial de don Tomás Rueda Vargas (quien trató y conoció a Silva “entre bastidores”) anota al respecto: “Pero no ha sido ésta la faz en que se ha visto el poeta más maltratado; otros han querido comunicarle cierto colorido donjuanesco, cierto sabor de capa y espada a que fue él completamente extraño.

No siempre son los escritores los más dados a este juego de desfiguración, son los amigos póstumos que en tertulias y corrillos refieren anécdotas y aventuras en que ellos aparecieron como testigos o coautores. Hay que decirlo francamente: Silva fue más bien un hombre casto; las aventuras que se le han atribuido son absolutamente apócrifas; ni su temperamento, ni la manera de ser de nuestra sociedad en esa época se prestaban para aquello, ni siquiera el flirt con sus dependencias y anexidades habían despuntado por entonces. Hay más, no era Silva el ejemplar de hombre para gustar a las mujeres de su tiempo. El sitio estaba dominado por el hombre más macho. Bogotá era más una ciudad de provincia que la capital tirando a cosmopolita que vemos hoy. El hombre trabajaba en el campo y pensaba en la guerra; las calles, las casas estaban demasiado cerca aún de los potreros; en los solares de los amplios caserones pastaba ensillado en la noche, el caballo que había de conducir al joven en la madrugada a regir faenas varoniles, soleadas; en la tarde regresaba pasando por la ventana de la novia que le esperaba detrás de la cortinilla, estremecida por l’eperon froissant les rauques étriers. ¿Puede concebirse racionalmente la aventura galante de corte siglo XVIII en medio como éste?”

“Afectado, afeminado le oímos llamar más de una vez por labios femeninos, y dentro de la época estos epítetos cuadraban exactamente y eran justos. Vestido siempre a la rigurosa de Londres; hablando mucho más bajo que sus contemporáneos, pensando más sutilmente, más completamente, podía y así fue en ocasiones, que su talento era muy grande, atraer, fijar en una visita sobre sus temas los bellos ojos oscuros de una bogotana, lograr su atención sobre sus análisis agudos, originales, salpicados’ de reminiscencias artísticas, de sus lecturas numerosas. ¿Habéis leído sus prosas? Allí está todo él con las mujeres. Allí su esfuerzo por ponerse en comunicación con ellas, por buscarlas por caminos intelectuales.
Allí creaciones de mujeres que él había soñado pero que no existían”.

“Sólo a una amó Silva: mujer inteligente, extraordinariamente cultivada, sin el menor asomo de pedantería. Gran dama de belleza tranquila, de carácter preciso y firme. Ella comprendió sus versos, apreció en su justo valor el poder de su mente, gustó de su conversación un tanto afectada, pero extraordinariamente ágil e intensa … mas, tampoco llegó al amor; cuando fue tiempo de amar su mano buscó la de un varón iletrado pero fuerte en el sentido en que las mujeres de ayer, de hoy y de mañana sienten o mejor dicho presienten la fuerza del hombre”.

Agréguese a esta descripción escueta y verídica, aquellos apodos que casi siempre son como el símbolo, como el bautismo psíquico con que el medio ambiente moteja las características de personalidades notorias. ¿Por qué se apellidó Silva en Bogotá, “El Casto José” y “Silva Pendolphi”, y luego en Caracas, “La Casta Susana?”. Y, aquel escapismo, quizás subconciente, del poeta cuando confiesa que:

“Al través de los libros amt5 s1:empre
mi amigo Juan de Dios
y tengo presuneiones de que nunea
supo lo que es amor”.

Tornando a otras dos “Gotas Amargas”, a esos desgarrones de alma que son, al pensar del maestro Maya, “la confidencia filosófica del poeta, así como “De Sobremesa”, es su confidencia estética” (y, también psicológica), no cabe duda de que en “Zoospermos”, a más de estallar aquellos Estados Mixtos, peculiares a la diátesis periódica del autor, palpitan, se arremolinan, así la congoja -un tanto cáustica por el ser y por haber nacido, como las vesanias de un sabio que agotó su existencia en inútiles búsquedas tras el tragicómico propagador de la especie.

Hélo aquí, luchando contra los avatares de efímera farándula espermática:

“El conocido sabio
Cornelius Van Kerrinken,
que disfrutó en Hamburgo
de una clientela enorme
y que dejó un infolio
de setecientas páginas
sobre hígado y riñones,
abandonado luego
por todos sus amigos
murió en Leipzig maniático,
desprestigiado y pobre,
debido a sus estudios,
de los últimos años,
sobre espermatozoides.

Frente de un microscopio
que le costó un sentido,
obra maestra y única
de un óptico de Londres;
temblándole las manos,
ansioso, fijo, inmóvil,
reconcentrado y torvo,
como un fantasma pálido
a med1:a voz decía:
¡Oh! Mira cómo corren
y bullen y se mueven
y luchan y se agitan
los espermatozoides:
~¡Mira! Si no estuviera
perdido para siempre;
si huyendo por caminos
que todos no conocen
hubiera al fin logrado
tras múltiple,q esfuerzos
el convertirse en hombre,
corriéndole los años,
hubiera sido un Werther,
y tras de mil angustias
y gestos y pasiones
se hubiera suicidado
con un Smith y Wesson
ese espermatozoide;
Aquel de más arriba
que vibra a dos milímetros
del Werther suprimido
del vidrio junto al borde,
hubiera sido un héroe
de nuestras grandes guerras.
Alguna una estatua en bronce
hubiera recordado,
cual vencedor intrépido
y conductor insigne
de tropas y cañones
y general en jefe
de todos los ejércitos
a ese espermatozoide.
Aquel hubiera sido
la Gretchen de algún Fausto;
ese de más arriba
un heredero noble
dueño a los veintiún años
de algún millón de thalers
y un título de conde;
aquel un usurero;
el otro, el pequeñísimo,
algún poeta lírico;
y el otro, aquel enorme,
un profesor científico
que hubiera escrito un libro
sobre espermatozoides.
Afortunadamente
perdidos para siempre
os agitáis ahora
¡oh puntos que sois hombres!
entre los vidrios gruesos
translúcidos y diáfanos
del microscopio enorme;
afortunadamente,
zoospermos, en la tierra
no creceréis poblándola
de dichas y de horrores;
dentro de diez minutos
todos estaréis muertos.
‘¡’Hola, espermatozoides!”.
Así el ilustre sabio
Cornelius Van Kerrinken,
que disfrutó en Hamburgo
de una clientela enorme,
y que dejó un infolio
de setecientas páginas
sobre hígado y riñones,
murió en Leipzirl maniático
desprestigiado !I pobre,
debido a sus estudios
de los últimos míos
sobre espermatozoides”.

Por último, en “Egalité”, Silva protocoliza con repugnancia hiriente la violencia primitiva de los instintos glandulares y biológicos, el sórdido aguijón de brutalidad animal, lo mismo en los grandes como en los menesterosos de la fortuna:

“.Juan Lanas, el mozo de la esquina
es absolutamente igual
al emperador de la China:
los dos son el mismo animal
Juan Lanas cubre su pelaje
Con nuestra manta nacional;
el gran magnate llena un traje
de seda verde excepcional.

Del año cuidan cien dragones
de porcelana y de metal;
el otro cuenta sus jirones
triste y hambreado en un portal.
Pero si alguna mandarina
Siguiendo el instinto sexual
al potentado se accina
en el traje tradicional
que tenia nuestra madre Eva
en aquella tarde fatal
en que se comieron la brera
del árbol del bien y del mal.
y si al mismo juan una Juana
se entrega de un modo brutal
y palpita la bestia humana
en un espasmo sexual,
Juan Lanas, el mozo de la esquina,
es absolutamente igual
al emperador de la China:
los dos son el mismo animal:.

Mecanismos del Raptus Ansioso

Como efecto de la depresión temperamental, José Asunción Silva padeció, por lo menos, en el decurso de su breve existencia, de cuatro brotes salientes de Melancolía Angustiosa: el primero en París; el otro cuando falleciera su hermana Elvira; el tercero consecutivo al naufragio del barco “Amérique” en que, según propias palabras, “perdía lo mejor de su obra”, y, el postrero, el más agudo, fue el que lo llevó, voluntariamente, al homicidio de sí mismo.

Se afirma y repite, a saciedad, que los continuos malos negocios del poeta; que sus frustraciones comerciales; que el acecho de agiotistas amén de las cincuenta y dos ejecuciones; que su ruina y fracaso en la fábrica de baldosas, fueron las causas múltiples del suicidio.

Ello no es del todo, ni mucho menos, cierto. Aquellas, en verdad, resultaron incidencias que vinieron a socavar, aún más. la estructura psicosomática del poeta. pero la sola. la única causa de su muerte, fue, y hay que buscarla, en su habitual Depresión Melancólica.

Esta veta temperamental en el cantor del “Nocturno”. La anotan así biógrafos como contemporáneos suyos. Y hasta don Miguel de Unamuno, percíbela cuando afirma que. “Silva canta como un pájaro pero un pájaro triste, que siente el advenimiento de la muerte a la hora en que se acuesta el sol. Su melancolía, agrega, su desesperación, no son melancolía y desesperación reflexivas, como eran las de Antero de Quental. que. como Silva, se abrió por su mano las puertas de las tinieblas soterrañas. El portugués pensó en su huida; el colombiano la sintió. ¿Qué hizo en su vida? Sufrir, soñar, cantar. ¿Os parece poco? Sufrir, soñar, cantar y meditar el misterio. Murió de muerte; murió de tristeza, de ansiedad. de anhelo, de desencanto; murió tal vez para conocer cuanto antes el secreto de la muerte y de la vida”.

Trélat, para quien la herencia es “causa de causas” asegura que al través del vaivén de la cepa ciclotímica o circular los aportes hereditarios, de acuerdo con numerosas estadísticas son innegables.

El padre del poeta, don Ricardo Silva, ático. Saleroso costumbrista, fue hombre cuya arrolladora actividad corría pareja con su humor francamente eufórico, pleno de simpatía; hábil financista, fastuoso enamorado de la belleza en todos sus matices era psicológicamente hablando un excitado temperamental, a la inversa de su hijo que fue un deprimido.

El académico y letrado. Nicolás Bayona Posada, condensa en estos apartes. la personalidad así del abuelo como del tío de Silva:

“En la sociedad de entonces pacata y gazmoña, su tío abuelo, don Antonio María, fue casi reputado como un demente peligroso. Tenía gustos contrarios a la época. Se complacía con lo exótico. se envolvía con frecuencia en el silencio de una hacienda lejana para mejor oír la voz profunda de su propio yo… Y más refinado y extraño fue su abuelo paterno, don José Asunción, enamorado ferviente de la muerte amigo como el que más de las mujeres bellas, buen músico jugador en ocasiones”.

Un primo del poeta. Guillermo Silva (joven de porte aristocrático y atrayente), en arrebato inusitado de ira se destrozó el cráneo de un tiro de pistola en la antigua casa de Hatogrande, porque su padre, don Antonio María, le negara el permiso de venir a Bogotá para festejar la Nochebuena”. Y, al decir de Carlos A. Caparrosa, “otros parientes del bardo se quitaron la carga de la vida por voluntad y consumación propias”. Infortunadamente, Silva no heredó las dotes realistas, prácticas y enérgicas de su madre, doña Vicenta Gómez, quien “herida cruel y repentinamente por desgracias sin cuento. Su ánimo fuerte no se abatió. En el acero de su aguja recibió a la pobreza que se presentaba a sus puertas, y en arma al parecer tan frágil, la detuvo siempre”.

En el hijo, en cambio, asentáse, en compactas estribaciones, la herencia de los Silva cuyas modalidades afectivas prendieron en la hiperestésica idiosincracia suya, donde cual lo diagnosticara sintéticamente Guillermo Valencia.

“la Vida llora y la Muerte sonríe
Y el tedio, corno un ácido, corazones deslíe … “

El peligro inminente y casi el epifenómeno en las variedades clínicas de Distimia triste -de modo particular en la melancolía ansiosa como en las depresiones temperamentales- estriba en el suicidio.

No se suicida quien lo quiere sino quien lo puede. Y, son cabalmente los deprimidos ciclotímicos los más propensos, los más dados al homicidio de sí mismos. La Melancolía cuando quiera que se mezcla con brotes emocionales, vale decir, con raptus de angustia ansiosa, es entonces, causa y corolario de la propia destrucción del ser. De aquí. El científico postulado del psiquiatra Logre: “en la melancolía, el error de diagnostico es, con frecuencia, un error que mata o que puede matar”. –No se intenta sugerir aquí, que el eximio Juan Evangelista Manrique, hubiese cometido equivocada diagnosis cuando la víspera del suicidio le dibujo- por petición del poeta, la circunferencia exacta del corazón, ¡No! Sencillamente se aclara que en esa época todavía estaban en embrión, innumerables horizontes de psicopatología. Por lo demás, cuando el melancólico toma, imperturbablemente, la resolución de eliminarse, nadie es capaz de disuadirlo de su idea fija, a menos que una terapia efectiva por neurolépticos o electrochoque, corrobore, de inmediato, el diagnóstico. Tales anclas de salvación no las había entonces …

El suicidio es, por excelencia, un desequilibrio psíquico cuyo génesis tiene por tinglado, no propiamente las circunvoluciones de la inteligencia sino aquella zona humana pero implacable, todopoderosa en que gravita el determinismo afectivo de la personalidad.

La primera resultante del catad ismo cenestésico emana de la depresión en todo el engranaje psíquico. El eco, la resonancia penosamente sentidos de tan desapacible, de tan agobiante cenestesia visceral, atrinchéranse, en intenso dolor anímico, en aquella tristeza desoladora en tremendo contraste, a todo momento, con el ritmo universal de energía y euforia que antaño constituyeran para el deprimido melancólico de ahora, la razón dl’ vivir.

Esta depresión interminable unida al dolor moral, a la acrecentada distimia o al cambio absoluto así en gustos como en afectos de la personalidad pretérita, acarrean la angustia y la consabida ansiedad cuyas manifestaciones crecientes se resumen en la más insoportable desesperanza humana.

El binomio psicosomático Angustia-Ansiedad, alcanza en ciertas horas o instantes tamaña tensión o carga nerviosa que el estallido, súbito o lento de las dos, resuélvese en paroxismos impulsivos letales, o mejor dicho, bajo raptus ansiosos que ocasionan la quiebra de la frágil razón, el eclipse total del discernimiento, la inhibición primitiva de aquel resorte biológico a perseverar en el ser y en el que se afianza la esencia misma de la vida: el instinto de conservación.

Es entonces cuando el melancólico, sumergido, ya en su resolución irrevocable de matarse, finge -las más de las veces- serenidad, calma, alegría ante los demás,

A este respecto, refiriéndose a quienes se sentaron a la mesa en casa de la familia Silva Gómez la noche del23 de mayo de 1896, en que “nada extraño se pudo observar en las palabras ni en la actitud de Silva durante las tres o cuatro horas que duró la reunión”, escribe don Tomás Rueda Vargas: “Era muy cerca de la medianoche cuando uno a uno salirnos de la casa los diez visitantes allí reunidos, mientras .José con la lámpara en la mano nos alumbrara el zaguán. Yo fui el penúltimo en salir, me despidió con el mismo tono cariñoso que le era peculiar: detrás de mí, quedó Hernando Villa conversando algunos minutos con él”.

Estos raptus ansiosos -aunque desconcertantemente serenos- último disfraz de una depresión generalizada sobre la actividad psicofísica, quizá justifican la paradoja de Paul Morand: “hay que matarse para no morir”.

El dolor de vivir que, al pensar de Theodule Ribot, es ya un principio de destrucción: el dolor moral y la angustia enervante, nacidos en línea recta de profunda depresión cenestésica, conllevan, a la postre. a buscar refugio ella muerte.

Como lo observa Nathan.la SUBDUCCION MENTAL MORBIDA objetiva, concretamente, en psicopatología, es el complejo somatopsíquico que integra la unidad humana.

Más adecuadas que la tecnología médica, resultan las imágenes en tratando de explicar esta SUBDUCCION MENTAL MORBOSA: existe en nuestra Psique, un conjunto multiforme de mecanismos inferiores o automáticos que reciben, almacenan e imparten, “íntegro el sartal de respuestas instintivas a las diferentes causas de excitación orgánica y externa; a las diferentes emociones, a las diversas necesidades en que se resume la vida de todos los instantes. Poseemos, además, cierto mecanismo superior, el de la AUTOCONDUCCION NORMAL, cuyo papel es de inhibir o de poner en juego, según fueren nuestras necesidades del momento, cada uno de aquellos mecanismos inferiores o automáticos o subconcientes que regulan nuestra conducta tanto motriz corno psíquica”.

Siempre que causas anatómicas. toxiinfecciosas o señaladamente psicológicas perturban este aparato de la AUTOCONDUCCION, entonces se desata incontenible el funcionamiento automático y anárquico de las dependencias sometidas a su control. En estos casos, rubrica despine, surge el primitivo que vive en nosotros mientras nuestro jardín secreto se exterioriza en el mayor de los desórdenes.

Maurice de Fleury emparentó esta ruptura de la AUTOCONDUCCION MENTAL con aquella admirable cita de “La Geole” en donde Paul Bourget expresa, de este modo, las concepciones de Bergson-Mignard: “Uno de nuestros grandes fisiólogos, el profesor Widal, ha creado el vocablo hemoclasia para caracterizar un desequilibrio humoral cuyo principal fenómeno consiste en el estallido y disminución de ciertos glóbulos sanguíneos mediante ciertas condiciones y bajo ciertas influencias”.

¿Acaso -prosigue Bourget- no se produce también en el orden moral, y tras del impulso de grandes choques emotivos, un fenómeno análogo, una verdadera psicoclasia, algo así como una ruptura interior de los elementos constitutivos de nuestra personalidad, inteligencia, sensibilidad y voluntad’?

“El miedo pánico es un caso de psicoclasia: la fulminante invasión del amor es otro. La tara melancólica agravada por el sentimiento de algún desastre irremediable en la vida, la noticia de seria enfermedad, etc” pueden producir aquel cortejo de obsesiones y de impulsiones, quella desmoralización para emplear el término grato a Napoleón 1″.

Alterada la AUTOCONDUCCION MENTAL, perdidos los controles del raciocionio, apenas queda flotando una SUBDUCCION MENTAL MORBOSA, es decir, “el estado de un pensamiento cuya actividad o espontaneidad se encuentra sometida, de manera excesiva a la influencia tiránica de ciertos automatismos orgánicos que, en tiempos normales se hallaban sometidos a la suya propia”.

Y. es en los oleajes agudos de crisis melancólicas, cuando los raptus ansiosos de la hiperemotividad, impelen al psiquismo, así tan dolorosamente desquiciado y anarquizado, a buscar en la muerte el único e impulsivo remedio para sus torturas. Porque cuando flaquean los diques de lo que Henri Bergson y Maurice Mignard apellidan el principio superior de la Autoconducción Mental, entonces la Subducción Mórbida de los automatismos se pone a flote bajo inmensas marejadas de angustia paroxística, marejadas que “compriment le coeur comme un papier qu’on froisse”, al decir de ese desventurado neurópata que fue Baudelaire.

La obsesión del suicidio era en Silva casi permanente, Diversas opiniones suyas así lo indican. Este rapsoda que desde la pubertad hasta los treinta años cantó a la muerte, no tuvo empacho en escribir el tremendo párrafo donde aflora la idea obsedante: “El hombre muere de suicidio como suele morir de tifus. La estadística no deja duda sobre la semejanza de ellas. Las cifras de la una y de la otra se prolongan en direcciones paralelas, ¿por qué no habrán hecho un cementerio aparte para los que mueren de tifus?”.

Silva detestaba, y con razón, alguna resonante obra de Max Nordeau sustentada al calor de principios en boga atinentes a la Degeneración expuestos por el famoso alienista Magnan.

Imbuido, posiblemente, por las estrafalarias teorías del mamotreto alemán, el gestor del “Nocturno” previó en frase cáustica los murmullos de la posteridad: “sobre mi cadáver todavía tibio, comenzará a formarse la leyenda que me haga aparecer como un monstruoso problema de psicológica complicación ante las generaciones del futuro”.

No seré yo en verdad -ni mucho menos- quien coloque semejante rótulo sobre el insigne lírico bogotano. Apenas sí me limito -basado en su obra- a describir un temperamento, una depresión melancólica innata como las secuencias afectivas que, en repetidas ocasiones, tanto el uno como la otra suelen desatar.

Que no se me tache tampoco de sufrir -merced a mis estudios- de la consabida deformación profesional, y, por ende, de ver lacras por todas partes. El equilibrio psíquico perfecto, sin esguinces ni grietas, ciertamente que no existe, ni ha existido ni existirá nunca en el orbe mundo. Ya lo expresó, mediante argumentos irrebatibles, el genio de Claudio Bernad: “la normalidad es una pura concepción del espíritu, una forma típica ideal ajena a las mil divergencias en que flota, de continuo, incesantemente el organismo en medio de sus funciones alternantes e intermitentes”.

Pero de aquí a considerar que en la humanidad únicamente abundan degenerados superiores o inferiores; lunáticos, psicóticos, imbéciles e idiotas morales, hay un abismo. Lejos del ánimo sustentar tan absurda clasificación, menos en tratándose de Silva que honra por igual a Colombia y las letras castellanas.

En resolución: José Asunción Silva fue -en mi sentir víctima de su depresión temperamental melancólica y, nada más ni nada menos.

Por ello, todo en esa madrugada del 24 de mayo de 1896,

“Era el frio del sepulcro, era el frio de la muerte.
Era el frio de la nada.,,”

Cuando imagino aquel raptus ansioso de irremediable sufrimiento, comprendo, hogaño mejor que antaño, la clarividencia de estos pareados del maestro Valencia:

“Y se quedó pensando, pensando en la amargura
que acendran muchas almas pensando en la figura
del bardo, que en la calma de una noche sombría
puso fin al poema de su melancolía “.

De Hernando Téllez

Septiembre 13 de 1968

Querido Edmundo:
Leí tu trabajo sobre Silva. Me parece que has acertado, advirtiéndote que sobre el aspecto científico de él, mi opinión no vale nada, pues soy apenas un curioso en la materia que constituye tu especial1’dad y de la cual te sirves para establecer tu diagnóstico sobre la personalidad de Silva. Tu trabajo está bien construido, y en cuanto a la expresión misma, bien logrado. La mezcla de ciencia médica y la literatura la sorteas con éxito: tu exposición es clara, sencilla y directa.

Tu tesis psicopatológica, queda, me parece, bien demostrada. Los textos de Silva escogidos para tu propósito, son pertinentes. No veo nada que sobre ni nada que falte para asegurar la posible validez de lo que te propusiste demostrar. a saber: el signo predominante de la depresión melancólica en la personalidad de Silva. 0, por lo menos, que ese síntoma se deduce de sus versos, los cuales son el mejor testimonio de su vida y el único interesante, pues el Silva de los negocios frustrados, o el Silva diplomático, o el Silva burgués, o el Silva cotidiano, no es sino un ser común y corriente. Lo que signifiquen sus poemas cormo obra estética y, por consiguiente, corno actitud ante los pocos problemas y misterios con que cuenta la criatura humana -Dios, el Amor, la Vida, la Muerte, el Dolor- es lo que verdaderamente lo define, Lo demás es anécdota. Anécdota igual para el Notario o para el Príncipe.

La ventaja del artista sobre los demás seres radica en esa posibilidad de romper la frontera de lo mediocre y cotidiano con unas palabras, con unas notas musicales, con un conjunto de formas y colores que entreabran un poco el misterio del ser. Nada más, Esa posibilidad es su lujo y su nobleza. Silva la tuvo y la realizó por medio de sus poemas.

Tu trabajo interpreta el hombre que fue Silva, sujeto a las asechanzas de su condición biológica y psicológica, pero referida esa condición a su destino y vocación de artista. Era, lo indicado en tu caso, Las ondulaciones afectivas, emocionales, que tú señalas en la personalidad de Silva, me parece que crean una unidad, un “compuesto” humano que es inseparable del resultado de un gran poeta, el poeta llamado Silva. Idénticas ondulaciones
y alternativas en otra persona, no producen nada digno de interés ni para el arte, ni para la historia ni para bibliografía. Muchos mediocres pueden ser técnicamente tan melancólicos como Silva, pero ese fenómeno no origina en ellos las consecuencias que tuvo en Silva desde el punto de visto, del arte. Si es que resulto, posible -no lo sé- establecer una cierto, ley de causalidad entre estética y comportamiento biológico y psicológico.

Muerto Silva y conocido, su obra” podemos buscarle a, su vida, y a, su poesía, las explicaciones que queramos. La tuya parece válida dentro del cuadro o contexto analítico que esbozas. Queda después de todo, aún después de tu demostración, el misterio de toda existencia, y, -sobre todo- el misterio de la creación artística, de la genialidad eventual que hizo posible el milagro de un poema, o de varios poemas. Entre la vida y el arte las leyes de referencias y condicionamiento son una incógnita. Por ello toda explicación absoluta en estas materias es, por lo menos, difícil de establecer y, desde luego, es azarosa. Tú te cuidas muy bien de caer en ese absolutismo cientifista que construye edificios de análisis y de interpretaciones que al cabo de los años se arruinan.

Tu ensayo es una tentativa cautelosa, ceñida a determinados datos. Pero no es una pieza dogmática. Por eso me parece acertado. Tu Silva es una posibilidad entre los mil rostros que todo gran artista deja de sí mismo en el cambiante espejo de su obra.

Te felicito. Recibe un cordial abrazo de tu viejo amigo,

Hernando Téllez

José Asunción Silva

Por Antonio José Restrepo

“Héme parado en la fatal pendiente”.

Guardo los más gratos recuerdos de José Asunción Silva. Le conocí y le traté íntimamente siendo él casi un niño. Ya rimaba sus magníficas estrofas, pero todavía no se animaba a publicarlas. Vivíamos ambos en Chapinero y casi todas las tardes tomábamos juntos el tranvía que nos llevaba al barrio encantador, y allí, apagada su voz -de suavidad y melodía inimitables- por el ruido y confusión de los otros pasajeros, me confiaba sus versos de adolescente, que se abría a la vida lleno de ilusiones y esperanzas, sabiendo que mi juicio era para él, si no ilustrado y competente, sincero al menos y leal.

Eran días tristes de guerra civil que acababa de pasar. Yo le recitaba también sonetos de una colección que había calificado de “Acres”, contra gentes y cosas de las que pasaban por el escenario político, que José me hacía el honor de admirar, pero cuya pasión fogosa él no compartía porque su alma de verdadero poeta se movía muy lejos del ámbito de la deidad macabra que todo lo mata y emponzoña en estas latitudes. Las rimas raras, ricas, que alguna vez hallaba en versos míos, le llamaban singularmente la atención, aunque las “ideas” le importaban poco. Era él un artista, un delicado, un sensitivo -como ahora dicen- y las luchas de la vida real y del foro no tenían para él significación ninguna.

Hijo único varón en un hogar donde se le mimaba, no sólo por los suyos, sino por cuantos en él entrábamos como amigos; gozando de la más holgada situación de fortuna y de la más alta posición social; hijo de un escritor atildadísimo y acaudalado comerciante, que así llenaba los salones y tertulias con su gallarda figura, como era atendido y escuchado en los cenáculos literarios y políticos; rodeado, como un Delfín, en una corte de mujeres tan bellas como elegantes y aristocráticas, hermoso él mismo como un Antinoo, todo le sonreía, todo era plácido para ese espíritu fino y dilecto, para ese vaso de Prudhomme, que debía de henderse suavemente, ocultamente, profundamente, y derramar sus perfumes embriagantes en una sola mañana … ¡para desaparecer súbito, poniendo duelo en todos los corazones que lo amaron!. ..

En 1886, por abril, fundamos Juan de Dios Uribe y yo la “Siesta”, semanario de literatura, que nació y murió en un minuto, como el Estatuto español de que hablaba Larra, y que murió como “El Siglo” de que también habló aquel mordaz Fígaro, en el número 14, esto es, en el siglo catorce y a manos de yangueses. A esa hoja llevó José Asunción su primera poesía publificable y publicada, no sin habérnosla consultado primero temblando de emoción. El águila no había aún ensayado sus vuelos, y José fue siempre tímido, reconcentrado y vacilante.

Esa primicia de la que había de ser tan abundante y selecta cosecha, era un soneto, un soneto A un pesimista, y cantaba en ella la vida, la alegría de la vida y excelencias del mundo, de la lucha, y el triunfo final de la flor sobre la espina, del almíbar sobre la cicuta, del bien sobre el mal. Hay que vivir, nos decía allí; hay que saborear el licor sabroso que guarda en su fondo el áspero y duro barro del ánfora sagrada que acendra el pensamiento y de donde surgen la acción de la voluntad y las obras de las manos que labran la pirámide en que cada hombre asienta su nombre y descoge el pendón de sus hechos inmortales.

Hé aquí el modo hermoso y sano y jovial y consolador como el gran fugitivo se inició en la amarga carrera de las letras, del sentir y el entrever, para meditar luego, desesperar del tiempo apenas comenzada la lucha, y apagar en un rapto de locura el sol en pleno mediodía;

“A UN PESIMISTA”
“Hay demasiada sombra en tus visiones;
Algo tiene de plácido la vida;
No todo en la existencia es una herida
Donde brote la sangre a borbotones.

La lucha tiene sombra; y las pasiones
Agonizantes, la ternura huida;
Todo lo amado que al pasar se olvida
Es fuente de angustiosas decepciones

Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen
En el remoto porvenir oscuro
Calma hondas y vividos cariños.

La ternura profunda, el beso puro
y manos de mujer que amantes mecen
Las cunas sonrosadas de los niños?”.

Este bello soneto está fechado en Brienz, Suiza, en 1885. Ya Silva había dado un corto paseo por el viejo mundo, había fortalecido su mente con la realidad de muchas visiones y entraba con paso resuelto en los campos de la poesía. Desgraciadamente, entre sus lecturas favoritas escogió algunas que le fueron funestas. Las almas delicadas, almas de Elección y privilegio, de nuestra sociedad nueva, amante y triunfadora, no saben cuánto mal les pueden causar las extravagancias de los melenudos del Barrio Latino, que escriben y riman desatinos y monsergas pour épater les bourgeois, y los filósofos encandilados de ultra Rhin, que entre jamones y cerveza eructan sistemas de negociación, desencanto y absurdidades, para reblandecer cerebros a distancia, con andanadas de amargura, soberbia y tenebrosidades, que dan la muerte sin aviso y hunden la esperanza sin remisión y por manpuesto.

José trajo a Baudelaire, a Nietzche, a Schopenhauer y a otros de la laya, que torcieron su criterio sobre la realidad de la vida y la grandeza de “la lucha” que en ella y por ella es preciso que desarrollemos en este bajo pero glorioso planeta. y el brillo divino de su estro se fue ensombreciendo y las luces de su altar de navidad se fueron apagando una por una hasta que llegó la noche …

El haber encontrado en su lecho de suicida abierta una novela venenosa de D’Annunzio. El Triunfo de la Muerte, nos revela cuánto penetraban en aquel cerebro cristalino los rayos de esa luz cárdena que brota de volcanes pestilentes entre cenizas y lavas …

Poco tiempo después que nos suspendieron La Siesta, estuvo un día José a buscarnos en casa. Como no nos hallara, dejó sobre nuestro escritorio en ancha hoja de papel grueso, que aún conservamos con fraternal cariño, este otro soneto ya de un corte acabado y de una honda sugestión:

‘?”
A ANTONIO JOSE RESTREPO

“¿Por qué de los cálidos besos
De las dulces idolatradas,
En noches jamás olvidadas
Nos matan los locos excesos?

¿Son sabios los místicos rezos
y las humildes madrugadas,
En celdas sólo adornadas
Con una cruz y cuatro huesos?

¡No!, soñadores de infinito.
De la carne el supremo grito
Hondas vibraciones encierra.

¡Dejádla gozar de la vida
Antes de caer, corrompida,
A las negruras de la tierra …!”.

y su firma sencilla, sin rúbrica, en la admirable forma de letra que tenía.

Luego, el astro inmortal recorrió su órbita grandiosa. Y cuando más aplausos resonaban en su loor por todos los espacios del orbe español, el de su lengua y raza, ese astro rey descendió de su cenit y se fue, cometa desfalleciente, por la insondable nada de la eternidad infinita. Era de la estirpe de Petronio. Sólo que su banquete en la vida no fue regocijado ni se prolongó lo bastante, como el de Trimalción, el personaje del bardo latino de la decadencia y árbitro de las elegancias.

Bogotá, 1916.

Congreso de Parasitología y Medicina Tropical en Bogotá

La Sociedad Latinoamericana de Medicina Tropical, Sociedad Colombiana de Parasitología y Medicina Tropical y el Ministerio de Salud de Colombia, se permiten invitar a los profesionales de las ciencias biomédicas y sociales, a participar en el 11 Congreso Latinoamericano y V Congreso Nacional de Parasitología y Medicina Tropical, el cual se llevará a cabo en Bogotá del 25 al 29 de mayo de 1987.

Los objetivos de dicho congreso son los de conocer los avances en áreas tales como: diagnóstico, inmunología, biología molecular, estrategias y logros en el control y erradicación de enfermedades tropicales en Latinoamérica, así como el desarrollo de los programas de investigación, prevención, control y rehabilitación en el trópico con miras a alcanzar las metas de la Organización Mundial de la Salud de “SALUD PARA TODOS EN EL AÑO 2000”.

Los participantes, nacionales e internacionales, podrán presentar trabajos en las diferentes áreas antes mencionadas y tendrán prioridad aquellos temas que estén produciendo impacto actualmente en Latinoamérica. Mayores informes en el Apartado Aéreo 92305.
Teléfono: 2858207, Bogotá.

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