Sida y los Antivirales
Los virus fueron identificados en el siglo XIX por el botánico holandés Martinus Beijerinck, y el primer virus fue cristalizado en 1935, por el bioquímico Wendell Stanley. Este logró procesar una tonelada de hojas de tabaco infectado hasta llegar a una cucharada de un polvo cristalino que resultó ser el virus en mosaico del tabaco. Los virus han resultado más difíciles de atacar con quimioteràpicos que las bacterias, por lo que el énfasis principal se ha puesto en las vacunas.
El primer agente antiviral que se descubrió fue la amantadina para el tratamiento y profilaxis de la influenza tipo A, utilizada además actualmente para la Hepatitis C crónica y para el mal de Parkinson. Posteriormente apareció el aciclovir, útil en el manejo de las infecciones por herpes virus, salvador en el caso de la encefalitis herpética. Hay nuevos medicamentos para tratar la influenza en sus inicios (zanamivir, oseltamivir) y el interferón, para ciertos tipos de leucemias y hepatitis. Pero el principal problema viral que acosa a la humanidad y es causante de enorme mortalidad, particularmente en el sur del África es el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.
Esta espantosa enfermedad golpeó primero las grandes ciudades (en los Estados Unidos, Nueva York y San Francisco), y dentro de estas, a los hombres homosexuales. En junio 5 de 1981 el Centro de Atlanta para Control y Prevención de Enfermedades publicó en su revista una curiosidad médica: a los homosexuales les daba la rara neumonía por el parásito oportunista Pneumocystis carinii, mientras que en Nueva York un dermatólogo empezó a encontrar casos de un raro sarcoma, llamado de Kaposi, solamente descrito en libros médicos muy antiguos. Al final de este año se encontró una nueva enfermedad, la que se llamó la inmunodeficiencia de los Gay, que curiosamente también se veía en los hemofílicos y en los adictos a drogas usadas por vía intravenosa, además de una serie de inmigrantes haitianos. Al final de 1983 ya se habían informado 3000 casos de esta enfermedad, y al menos la mitad habían muerto.
La enfermedad se rebautizó como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida o Sida (AIDS, en inglés). Sólo en sus etapas finales producía síntomas pero lo importante era que no estimulaba una respuesta inmunológica, sino que por el contrario destruía los mecanismos de defensa. Estos pacientes morían de enfermedades oportunistas tales como raros virus, infecciones virales y cánceres. La enfermedad se trasmitía por contacto sexual íntimo, por el intercambio de jeringas en drogadictos y en los que recibían trasfusiones sanguíneas; posteriormente empezó a aparecer la enfermedad en heterosexuales, en mujeres y en recién nacidos. Robert Gallo (del Instituto Americano de Cáncer) y Luc Montaigner (del Instituto Pasteur de París) observaron que era debida a un virus, pero que no se transmitía por la tos, el estornudo ni por saludos de mano. Una nueva plaga había nacido, y es el nuevo jinete apocalíptico de la humanidad.
Los países quedaron confundidos: una mezcla de homofobia, racismo, nacionalismo y pánico en el mercado de los componentes de la sangre, impidió que se tomaran medidas prontas y eficaces. La epidemia se extendió, particularmente en el África.
La financiación de estudios en inmunologìa y en virologìa creció ante esta epidemia. Se descubrió que en los inmuno-suprimidos, las cifras de linfocitos T ayudadores (CD4) caen, mientras que la de los linfocitos T supresores suben relativamente. De esta manera, el sistema defensivo inmune queda bloqueado. Por otro lado se trató de identificar a los pacientes en alto riesgo para protegerlos, y los primeros en ser investigados fueron aquellos con hepatitis B y C, o con posibilidad de padecer estas enfermedades virales. Posteriormente se desarrollaron los métodos para detectar el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV) con el sistema Elisa y el “Southern Blot”. También se logró proteger el suministro de productos de la sangre.
Veinte años antes de que se lograra conocer la causa y diagnosticar esta mortal patología, ya se había descubierto un antiviral para combatirla. En Detroit, el investigador Jerome Horowitz de la Fundación para el Cáncer en Michigan descubrió la azidotimidina (ATZ) como una droga que no sirvió para tratar los tumores malignos, por lo que no patentó el medicamento. Esta droga fue aprobada en 1987 como antiviral para el Sida, gracias a los esfuerzos de Sam Broder, médico e investigador del Instituto Nacional de Cáncer (INC), donde además era el director..
A pesar de conocerse que los retrovirus producían el Sida, existía la idea de que esto era incurable, y por otro lado la industria farmacéutica no quería invertir en investigación farmacológica para una enfermedad, que aunque letal, no era demasiado común. Usando la ley de las Drogas Huérfanas, Broder hizo contacto con Burroughs Wellcome, una compañía británica que había trabajado con análogos de nucleòsidos, y que había exitosamente lanzado el antiherpètico aciclovir.
A otras 50 empresas se les ofreció la posibilidad de investigar drogas para el Sida en el INC, donde los investigadores corrían riesgos de salud por trabajar con tan peligroso virus. Cada compañía enviaba sus productos químicos debidamente codificados, para probar cual servía para bloquear la diseminación “in vitro” del VIH. Se encontró que la muestra S de la Bourroughs Wellcome – que contenía ATZ- era efectiva. Se inició el proceso de registro con la FDA, que estaba resultando desesperadamente lento, por lo que la gente hizo presión para que se aprobara su uso masivo; sin embargo, la droga es tóxica para la medula ósea y tiene efectos colaterales como la somnolencia, cefaleas, náuseas y mialgias. Hubo intensas polémicas entre grupos activistas, protectores de pacientes, industria farmacéutica, personas con ideas conservadoras y la FDA. A finales de la década de los 80, salió la ATZ al mercado, sin demasiadas esperanzas sobre su efectividad pero con la idea de que se trataba al menos de un arma para defenderse del Sida. La presión de los consumidores y de los empresarios debilitó en algo la acción controladora de la FDA, por lo que se creó mucho interés en las drogas que debiesen ser aprobadas más rápido, en los suplementos nutricionales y en la medicina alternativa.
Posteriormente han aparecido otros agentes anti-retrovirales; algunos son inhibidores de la transcriptasa reversa, como la misma zidovudina, la lamivudina y el efavirenz, otros son inhibidores de las proteasas, tipo indinavir o ritonavir, entre otros. La didanosina se considera inmunomodulador. En realidad los esquemas son complejos y costosos, la adherencia no siempre es buena por la toxicidad, y los gobiernos han tenido que suministrar estas drogas gratuitamente, generando altos costos, debiendo incluir esta enfermedad entre el grupo de las catastróficas. Nuevas terapias como la melanina y las medicinas chinas son promisorias, y el desarrollo de la vacuna está todavía retrasado (Del libro Historia de los Medicamentos, de Alfredo Jácome-Roca, MD)
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