Cirujanos Colombianos en Riesgos y Conflictos
Durante nuestra guerra de independencia no hubo avances en cuanto al tratamiento de los heridos en combate –afirmó el médico Rafael Reyes, director del Hospital Militar- aunque se empleaban los conocidos en Europa; en esta guerra que comandó El Libertador contra el gobierno colonial del rey Borbón Fernando VII, tuvieron influencia en el manejo de las heridas causadas en las batallas los médicos militares de la legión británica liderados por el inglés Thomas Foley. Gracias a él se creó el cuerpo de sanidad, asignándoseles grado y uniforme a los médicos militares patriotas.
La expedición del Pacificador Pablo Morillo –continúa Reyes en la Oración Maestros de la Cirugía Colombiana- llegó a la Nueva Granada con equipo sanitario para dos hospitales, uno fijo o estacionario y otro ambulante y con un médico en cada batallón de infantería. Así se crearon los hospitales dedicados exclusivamente al tratamiento de los heridos en combate llamados hospitales de sangre, denominación que duró a lo largo del siglo XIX; eran chozas de palmas montadas en los pueblos cercanos a los combates.
José Félix Merizalde -quien estudió medicina en el Rosario- fue el médico patriota más destacado; al retirarse tenía el grado de Teniente Coronel; muchas de las normas preventivas y de higiene de los ejércitos libertadores y el libro Epítome de Higiene son de él. El cargo de inspector de hospitales de la Nueva Granada –ocupado por Foley en las batallas del Pantano de Vargas y de Boyacá- fue suprimido por el gobierno en 1922, nombrándose en el Hospital Militar de Bogotá a los médicos granadinos José Joaquín García, Benito Osorio y el mismo Merizalde.
Aunque no hacen parte de la historia sino de la actualidad, las misiones médicas –representadas por instituciones multinacionales como la Cruz Roja, Médicos sin Fronteras, o los mismos colegas locales- desempeñan una peligrosa labor humanitaria digna de los mayores elogios. Mike Ceaser –periodista del Lancet de Londres- escribió una reseña en la que destaca algunos casos ilustrativos.
Uno de los graves problemas que afronta la tropa –y lógicamente los campesinos- es la presencia en el país de unas cien mil minas antipersonales (artefactos explosivos cargados con tornillos, trozos metálicos y heces humanas) que al entrar en contacto con el pie producen fracturas abiertas de los miembros y lesiones de los genitales, que rápidamente se infectan severamente.
Un hospital como el Erasmo Meoz de Cúcuta recibe al menos un caso mensual en su servicio de urgencias, para recibir n tratamiento que consiste en la limpieza y desbridamiento de la herida, poner los huesos en su sitio y comenzar una reconstrucción masiva de tejido, tratamiento antibiótico y finalmente la acomodación de una prótesis, proceso dispendioso y costoso, que toma meses, y que no permite que el campesino pueda volver a sus labores habituales, además porque teme volver a su lugar de origen que no considera seguro para su supervivencia. Más de doscientas personas –entre militares y civiles- mueren anualmente por causa de los destrozos causados por estas minas.
Los médicos deben enfrentarse también a situaciones patológicas características del trópico y de la miseria; el cultivo mismo de la coca, que lleva al uso indiscriminado de plaguicidas y herbicidas, sin ninguna medida de seguridad industrial, además de la fumigación aérea, tiene a la gente –raspachines y cultivadores- en una situación dramática. Nutricionistas de Bienestar Familiar –una institución del gobierno- hablan de niños como los que se encuentran en el África su-sahariana, con desnutrición avanzada. Testimonios de médicos anónimos hablan de un ejercicio profesional muy estresante, debido a las continuas masacres y amenazas. Cuando los paramilitares –o las guerrillas- van a consulta, llevan pistolas que ponen sobre la mesa.
Un colega conocido del Editor de Tensiómetro –que hizo su servicio social obligatorio en el Caguán- tuvo que recibir a la compañera de uno de los comandantes guerrilleros, y tratarla con las uñas para una anemia severa, bajo la amenaza de muerte si fallecía la señora, a la que no podía remitir a un centro médico con más recursos. Sin embargo otros colegas hablan de que los alzados en armas dejan trabajar a los médicos, aunque nunca se sabe que pueda pasar en un momento dado en estas zonas de fuego cruzado.
Ceaser M. Caught in the crossfire of Colombia’s civil war. Lancet 2005; 365 (9457): Jan.29.
Reyes R. Avances quirúrgicos en los conflictos armados (Oración de Maestros de la Cirugía) Revista Colombiana de Cirugía, 2004; 19: número 4.
CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO