Anatomistas y otros Observadores
Sabemos que muchos de los conceptos que expresó Galeno –como aquel que describía a la tiroides como un órgano doble cuya función era lubricar la laringe, favoreciendo el habla- se mantuvieron por más de un milenio; este médico del emperador Marco Aurelio encontró las glándulas suprarrenales en sus disecciones de animales pero sólo describió la izquierda como “carne floja” y la vena suprarrenal izquierda conectada con la vena renal izquierda. En la Edad Media no se hicieron muchos aportes en occidente, pero hubo algunos en el otrora desconocido mundo árabe. Avicena describió la gangrena diabética y Abulcasis –para reanimar los humores fatigados- recomendaba testículos de peces y de corderos. Un personaje europeo contemporáneo de Colón fue Teophrastus Bombastus von Hohenheim (1493-1541). Más conocido como Paracelso, fue un original personaje: iconoclasta y conflictivo, alcohólico y petulante, era un místico que consideraba imposible ejercer el arte de curar sin tener una fe profunda en el Ser Supremo. No hizo sino granjearse enemistades por sus actitudes y enseñanzas; en una época en que en las universidades como Basilea era tradicional dar las clases en latín, él las dictaba en el vernáculo alemán. Y por cosas similares había salido antes de Salzburgo, ciudad austriaca donde originalmente se estableció. Aunque su pensamiento es medieval, de allí fue naciendo el estudio de los fármacos pues introdujo el uso de compuestos químicos en el tratamiento de la enfermedad. Muchos en su época lo consideraron un charlatán, pero con el tiempo se empezaron a rescatar cosas importantes, entre ellas varios de sus libros que fueron publicados después de su muerte; dicen sus biógrafos que utilizaba un lenguaje confuso para escribir, por lo que se hacía difícil entender sus obras. Exponente máximo de los iatroquímicos, Paracelso –quien fue un estudioso de los minerales en medicina- observó que ciertas aguas de Transilvania (con alto contenido de yodo) tenían un efecto beneficioso para el tratamiento del coto (o bocio) y atribuyó la causa del crecimiento tiroideo a impurezas minerales en el agua, como el sulfuro de hierro. En sus escritos, Paracelso describe niños hipotiroideos que tienen la razón alterada, la piel cubierta de cosas monstruosas, con el mismo origen que el bocio. El suizo también habló de lo riñones sedientos (refiriéndose a la diabetes) pues encontró unos cristales –que creyó eran sales- al evaporar la orina de un paciente con esta enfermedad.
El primer anatomista que dio una descripción detallada de las glándulas suprarrenales humanas -incluyendo ilustraciones exactas- fue Bartolomé Eustaquio (1520- 1574), que recordamos por la trompa que conecta al oído medio con la cavidad naso-faríngea, la que lleva su nombre. Enseñó en el Colegio de la Sabiduría en Roma y pasó mucho tiempo de su vida preparando placas de cobre detalladas de anatomía humana. Eustaquio había seguido con la versión de que la tiroides era una glándula laríngea, cuya representación morfológica la dibujó algo deforme; fue sin embargo quien por primera vez habló de las cápsulas suprarrenales. Las cuarenta y siete placas fueron terminadas en 1522, la segunda presenta un dibujo de los riñones y de las suprarrenales; estas placas fueron guardadas por más de un siglo en la biblioteca papal, quizás porque no se quería mostrar dibujos de disecciones anatómicas, lo que no impidió que el anatomista hiciese en 1563 una descripción escrita de los riñones, incluyendo en ella unas glándulas renales accesorias. El papa Clemente XI le dio las placas de cobre a su médico, quien las publicó en el siglo XVIII. En el intermedio, varios estudiosos negaron la existencia de las cápsulas suprarrenales. Falopio (el de las trompas femeninas) refutó la creencia de que el ovario contenía semen en 1561.
Otro anatomista, el danés Caspar Bartholin (1585-1629), describió en 1611 las glándulas suprarrenales como órganos huecos llenos de bilis negra, por lo que las denominó cápsulas atrabiliarias, basado en descripciones erróneas anteriores que probablemente veían en cadáveres más bien la medula, que hace una rápida histólisis y toma un aspecto café oscuro. Lo interesante de los Bartholin –una familia de médicos, anatomistas y filósofos- es que cada descendiente era más hábil y conocido que su padre. Tomás –hijo de Caspar- fue considerado el más famoso anatomista de la época, describió el canal torácico y el sistema linfático, y aunque lo asoció correctamente con el sistema circulatorio, consideró que estaba separado de este. Pero cuando recordamos la glándula de Bartholin (vestibular mayor) y el conducto sublingual nos estamos refiriendo a Caspar segundo, hijo de Tomás y nieto del primer Caspar. Otros grandes científicos, médicos y anatomistas que mencionaron las glándulas fueron Leonardo, quien dibujó un acromegálico –seguramente sin saber que lo era- y describió correctamente la tiroides como bilobulada y unida a la tráquea. Por esa época Thomas Wharton (1610-1673) estudió las glándulas –casi todas ellas exocrinas- y en su libro titulado Adenographia se refirió al órgano del cuello como la tiroides, que quiere decir con forma de escudo oblongo. Aunque muchos conceptos sobre su función estaban lejos de una noción exacta, sí le llamó mucho la atención su rica vascularización. Adicionalmente él y luego su discípulo Francis Glisson –el de la cápsula hepática- asociaron la suprarrenal con el plexo nervioso cercano, demasiado grande para tan pequeña glándula. Seguramente alguna sustancia –que era inútil para dichos nervios- ayudaban en la función adrenal. Fabricio de Acquapendente en 1621 le puso el nombre al ovario.
Juan Bautista Morgagni (1682-1771) fue el iniciador a la anatomía patológica o anatomía mórbida. Discípulo y asistente de Valsalva en la Universidad de Boloña, pasó luego a Padua como anatomista. Fue además patólogo, historiador de la medicina, docente y filósofo, autor del libro Orígenes y Causas de las Enfermedades, Investigadas por Anatomía, obra que se publicó en latín en 1779. El describió algunas enfermas con infantilismo sexual, ya que carecían de ovarios, y otras con la cabeza grande, gordura y masculinización. (Epistola anatomica medica. 1768; XLVII, art.20.) Este italiano describió también algunas partes de la glándula tiroides. También presentó las historias clínicas de unos pacientes que al parecer sufrían de hiperactividad de esta glándula. Vesalio –quien dibujó la hipófisis y la llamó (como Galeno) la glándula cerebral productora de moco o pituitaria- sostuvo al igual que el médico griego que la tiroides era un órgano doble, no uno sólo.
Regnier De Graaf -anatomista holandés- hizo en 1672 una estupenda descripción del folículo ovárico, informó sobre la existencia del cuerpo lúteo y dio una completa descripción del tejido testicular y del trayecto de los canalículos seminales. Malpighi bautizó el cuerpo lúteo, pero creía que era precursor del folículo ovárico. Jean Riolan el viejo, y su hijo el joven (de finales del siglo diecisiete hasta mediados del dieciocho) sostuvieron que las adrenales servían para sostener el plexo nervioso suprarrenal, pues le pesarían mucho a las venas vecinas, teoría que fue correctamente refutada por Molinetti, quien afirmó que dicho plexo estaba tan firmemente adherido a la vértebra que la única forma de liberarlo era con un bisturí. Como podemos ver, aquellos estudiosos del pasado a lo sumo encontraban los órganos, pero en su afán de explicarse la razón de su existencia le asignaban funciones imaginarias o cuando mucho mecánicas. Pero fueron los personajes que hicieron de la anatomía la base de la medicina, que luego con la fisiología de iluminados como William Harvey y Miguel Serveto, servirían de base a la medicina experimental de Claude Bernard.
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