Albores de la Neuroendocrinología
Comienzos de la Neuroendocrinología
Para la época del descubrimiento de la insulina –el período entre las dos guerras mundiales-. Ya la endocrinología había tomado cuerpo con su perspectiva propia en relación con la fisiología.
Se aceptaba entonces que el sistema nervioso tenía funciones integracionales rápidas. Y que las glándulas endocrinas y sus productos coordinaban y regulaban las actividades corporales a largo plazo. Bajo la dirección orquestal de la hipófisis.
Aunque se consideraban sistemas iguales y separados. Algunas evidencias hicieron pensar en que estuviesen más bien conectados. Como en el desarrollo de toda ciencia, diversas disciplinas hicieron aportes. La zoología (o biología), la clínica, la química, la patología, la psiquiatría.
¿Existiría un sistema híbrido que llamaríamos neuroendocrinología?
Veamos. Los estudios con la epinefrina y el sistema nervioso autónomo habían progresado, de tal manera que se llegó a saber que las emociones estimulaban el sistema simpático. Conectado con la médula suprarrenal que liberaba epinefrina –ayudando en la respuesta de emergencia de la lucha o huída.
El fisiólogo Walter Cannon había observado en sus experimento con gatos que un susto o el miedo paralizaban el aparato digestivo por medio de la epinefrina. (Después se sabría que la acción beta de la epinefrina era inhibidora. Mientras que la alfa de la norepinefrina era estimuladora).
Se intentó conectar al sistema simpático con la tiroides (a la manera de su conexión con la médula suprarrenal) por dos razones. El hipertiroidismo estaba lleno de síntomas adrenérgicos como la taquicardia, sudoración, temblor, diarrea, ansiedad. (Mientras que los hipotiroideos presentaban síntomas opuestos). Pero además se veía que la enfermedad de Graves a menudo se desencadenaba por un factor de estrés súbito o continuado. (Además de un claro componente que tiene, como en la presencia de bocio difuso tóxico en gemelos idénticos).
Aunque posteriormente el aislamiento de la hormona estimulante de la tiroides dio al traste con la posibilidad del control adrenérgico. Muchos investigadores siguieron creyendo que existía la conexión neuroendocrina. Dale y Loewi habían encontrado que el neurotrasmisor relacionado con el nervio vago era la acetil-colina. Lo que completaba el conocimiento básico de dos funciones antagónicas en el sistema nervioso autónomo, que controla las vísceras.
El control neural de la hipófisis comenzó a estudiarse por el lado del lóbulo posterior. Existían importantes investigadores que consideraban que la totalidad de la acción fisiológica estaba en el hipotálamo. (Aschner, Roussy y Camus). Y otros que habían demostrado la acción antidiurética del lóbulo posterior. Pero el sistema nervioso tenía cierto control sobre el metabolismo hídrico. Ya que el estrés fisiológico y emocional producía también un efecto antidiurético.
Pero al tratarse de tejido nervioso, no quedaba claro que las neuronas que había estudiado Cajal tuviesen un efecto secretor. Sino más bien la transmisión eléctrica propiamente dicha. Para estas dudas, la respuesta vino por el lado de la zoología.
Un estudiante de nombre Ernst Scharrer demostró en su tesis de grado que ciertas neuronas hipotalámicas del pez cumplían funciones secretorias. Las que luego encontró –con la colaboración de su esposa Berta- en otras especies vertebradas e invertebradas.
Al igual que ocurrió con investigaciones del siglo anterior. Por varios lustros nadie le dio importancia a estos hallazgos.
Wolfgang Bargmann –un científico amigo de la pareja-. Resolvió utilizar técnicas de coloración celular al finalizar la década del cincuenta, de esta manera demostrando que no había solución de continuidad en las neuronas que –originadas en el hipotálamo- terminaban en el lóbulo posterior.
Que al fin y al cabo es una estructura nerviosa. No así el lóbulo anterior, conformado por tejido epitelial.
¿Cómo entonces podría controlar el cerebro la producción de hormonas en la adenohipófisis?
Se hicieron entonces observaciones por el lado de la clínica y de la zoología.
Las mujeres siempre supieron que los factores psicológicos podía alterar su ciclo menstrual, pues bien conocemos que la amenorrea –que ahora llamamos hipotalámica- es causada por estrés o traumas; se presentaron casos de tumores hipotalámicos que trastornaban funciones relacionadas con la adenohipófisis.
Y los naturalistas de memoria sabían que la capacidad ovulatoria de las hembras se afectaba con la temperatura, la luz, el suministro de alimento o la sensación del coito (las conejas ovulan con cada acto sexual). Se produjo infantilismo adiposo al realizar lesiones en determinados tractos hipotalámicos.
Dale HH. Natural Chemical Stimulators. Edinb Med J 1938; 45:461-480.
The Endocrines in Theory and Practice. Articles republished from the British Medical Journal. 1937.
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