El Mundo Psicológico de Kafka: El Proceso, Parte II y III
Cap 8
III
En su libro “El Arte de la novela”, Milan Kundera hace consideraciones de mucho peso sobre la forma como Kafka concibe el Yo, en razón a que todas las novelas, de todos los tiempos, se orientan en una u otra forma hacia el enigma del Yo. Se pregunta Kundera por qué Joseph K. es definido como un ser único, y responde que no es por su aspecto físico, su nombre, su biografía, sus inclinaciones, sus complejos y conductas, asuntos que nos son desconocidos. Es gracias a su pensamiento interior, como Joseph K. reflexiona sobre su estado presente; toda su vida interior está inundada por la situación en que se encuentra atrapado y no se nos revela nada que pudiera superar esa situación. A diferencia de Proust, para quien el universo interior del hombre era un infinito que no deja nunca de asombrarnos, Kafka no se pregunta cuáles son las motivaciones que determinan el comportamiento del hombre; plantea cuestiones radicalmente diferentes: Cuáles son las posibilidades del hombre en un mundo en el que los condicionamientos exteriores se han vuelto tan demoledores que los móviles interiores ya no pesan nada. En ese sentido, afirma Kundera, el pensamiento de Kafka puede considerarse profético de las situaciones vividas en Europa durante la segunda Guerra Mundial y en los años subsiguientes.
(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: El Proceso, Parte IV y V)
A los planteamientos anteriores conviene agregar la interpretación de Hannah Arendt, que en sus conclusiones sobre la obra de Kafka, dice lo siguiente:
“En el caso de “El Proceso”, la sumisión no se consigue por medios violentos sino mediante el creciente sentimiento de culpa que la acusación, vacía e injustificada, produce en el acusado Joseph K. Este sentimiento, por supuesto, se funda en la conciencia de que al fin y al cabo ningún ser humano está libre de culpa”. Y agrega además otra idea, que tiene que ver con el análisis filosófico y religioso de la obra: “…. Kafka describe una sociedad que se considera a sí misma la representación de Dios en la tierra, y dibuja personajes que contemplan las leyes de esa sociedad como mandatos divinos inaccesibles a la voluntad humana”.
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Walter Benjamin, en su ensayo sobre Kafka, señala cómo, en “El Proceso” y en otros escritos de Kafka, los tribunales disponen de códigos que no deben ser conocidos y disposiciones que permiten que los inocentes sean juzgados en plena ignorancia. A partir de la lectura de “El Proceso”, piensa Benjamin, se puede inferir que los procesos legales no le dejan al acusado abrigar esperanza alguna, incluso en los casos en que pudiera existir confianza en la absolución final. Recuerda en apoyo de su tesis, una conversación de Kafka con Brod a propósito de la Europa contemporánea y la decadencia de la humanidad, en la que Kafka afirmaba depresivo: “Somos pensamientos nihilistas, pensamientos suicidas que surgen de la cabeza de Dios….. Nuestro mundo no es más que un mal humor de Dios, uno de sus malos días”. A la pregunta formulada por Brod, acerca de si guardaba esperanza para los seres humanos, Kafka respondió melancólicamente: “Oh, bastante esperanza, infinita esperanza…., solo que no para nosotros”.
Las palabras anteriores se pueden relacionar con algunos de los personajes de Kafka, que en sus novelas, logran evadirse del núcleo familiar. Es el caso, por ejemplo, de Karl Rossmann, el protagonista de “América”, que abriga la ilusión de liberarse, al imaginar en su fantasía que las amplias sabanas norteamericanas se abren con plenitud a los que aspiran a un futuro promisorio y mejor. Y lo opuesto ocurre con personajes del estilo de Georg Bendemann, héroe de “La Condena”, que no pueden huir de la tiranía familiar, a quienes la desesperanza les conduce fatalmente al suicidio.
La desesperación es un denominador común en la vida de Kafka y el elemento fundamental de “El Proceso”, “La Metamorfosis” y “En la Colonia Penitenciaria”.
Pero además, la desesperanza forma parte integral del mundo deprimente de los funcionarios burócratas agobiados bajo el peso de lo cotidiano; un mundo que para Kafka era igual al mundo de sus padres, ese mundo sombrío que describió con dramatismo en la “Carta al padre”.
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