El Mundo Psicológico de Kafka: Carta al Padre, Parte III y IV
Cap 4
III
En un análisis de las interpretaciones psicoanalíticas de la “Carta al padre”, que por otra parte rechaza cáusticamente, Gilles Deleuze expresa en forma poco justa y no sin arrogancia, lo siguiente:
“Para Kafka, el padre tiene la culpa de todo: si tengo problemas de sexualidad, si no logro casarme, si escribo, si no puedo escribir, si inclino la cabeza en este mundo, si debí haber construido otro mundo infinitamente desértico. Esta carta es muy tardía. Kafka sabe perfectamente que nada de eso es cierto: su ineptitud para el matrimonio, su literatura, la atracción de su mundo desértico intenso; todo ello tiene motivaciones perfectamente positivas desde el punto de vista de la libido; no son reacciones que deriven de una relación con el padre. El lo dirá miles de veces y Max Brod evocará la debilidad de una interpretación edípica de los conflictos, incluso de los infantiles”.
En apoyo de su punto de vista, Deleuze cita una carta a Brod, de noviembre de 1917, en la que Kafka expresa una de sus mudables opiniones sobre el psicoanálisis con estas palabras: “Al principio las obras psicoanalíticas te matan el hambre en forma asombrosa, pero inmediatamente después te vuelves a encontrar con el hambre de siempre”.
En una discutible afirmación, dice Deleuze: “Kafka pasa de un Edipo clásico, en donde el bien amado padre es acusado y declarado culpable, a un Edipo mucho más perverso…., a un reproche tan intensificado…., que se vuelve ilimitado…. mediante una serie de interpretaciones paranoicas.
Kafka lo sabe tan bien, que concede imaginariamente la palabra al padre y le hace decir: “Tú quieres demostrar, primero que eres inocente; segundo, que yo soy culpable; y tercero, que por pura generosidad estás dispuesto no sólo a perdonarme sino aún más, lo que es peor y mejor al mismo tiempo, a probar, y a creerlo tú mismo contra toda verdad, que yo también soy inocente”. La hipótesis de una inocencia común, y de una angustia común al padre y al hijo, significa para Deleuze, “ampliar y agrandar el Edipo, exagerarlo, usarlo perversa o paranóicamente…., ampliar el Edipo hasta el absurdo, hasta lo cómico, hasta escribir “La Carta al padre”.
Kafka no rechaza la influencia externa de su padre para invocar en su lugar una génesis interna, o una estructura interna, que seguirían siendo edípicas. En una entrada de los “Diarios” de enero de 1922, dice así: “Me es imposible admitir que los principios de mi desgracia hayan sido interiormente necesarios. Puede haber existido una cierta necesidad, pero no una necesidad interior; llegaron revoloteando como moscas y pude haberlos espantado tan fácilmente como moscas”. En “La Metamorfosis” aparecerán elementos adicionales, que permiten estudiar con más profundidad, y apreciar con mayor nitidez, las patológicas relaciones edípicas de Kafka.
(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: El Castillo, Parte I)
IV
Al rememorar sus épocas de niñez y pubertad, Kafka elogiaba y a la vez censuraba, la omnipotencia y superioridad espiritual del padre.
Llegó a pensar que su mundo personal, el de su padre, y el del resto de los mortales eran tan diferentes y separados, que era imposible establecer entre ellos canales de comunicación. Su mundo personal correspondía psicológicamente a su propio Yo, en tanto que el mundo de su padre representaba la instancia censuradora y represiva de su propio psiquismo, vale decir, su propio Superyó.
Kafka sentía que la poderosa figura paterna a la que quería, respetaba y temía, le aplastaba como si fuera “una alimaña”, y la ambivalencia emocional hacia ella le generaba poderosos sentimientos de culpa de los que no conseguía fácilmente escapar. “El mundo”, decía, “se subdivide en tres: en el primero vivía yo, esclavo, sometido a unas leyes creadas exclusivamente para mí, a las que sin saber por qué nunca podía obedecer del todo; en un segundo mundo, a distancia infinita del mío, vivías tú, ocupado en el gobierno, en dar órdenes y en enfurecerte cuando no eran cumplidas; y en un tercer mundo, vivían las demás gentes, felices y libres de órdenes y de obediencia”.
En el universo de Kafka, su Yo está sometido a las exigencias impuestas por el mundo paterno, extraño y lejano, la sociedad, la autoridad del Estado y la religión de sus mayores.
El mundo del padre es severo, autoritario e inflexible, y contra él lucha infructuosamente el Yo en un conflicto de inmensa magnitud. La ambición del Yo es hacer compatible la realización de sus deseos infantiles inconscientes, ocultos y vedados, con las censuras y prohibiciones que le impone la instancia psíquica del Superyó y la realidad externa. Esa lucha desigual, ese conflicto interno de naturaleza cósmica, en el que se debaten y siempre pierden sus personajes, y en el que Kafka durante su vida siempre fue derrotado, marca su obra literaria y refleja los momentos más torturantes de su existencia.
***
Frente a la ambigua idealización espiritual de su progenitor, que se advierte claramente en la parte inicial de la “Carta al padre”, alza con valentía un reproche contra su intolerancia y su falta del sentido de la justicia, sentimiento que en Kafka se encontraba muy arraigado por influencia materna: “Sólo porque mediante tu esfuerzo habías conseguido llegar tan alto, tenías una confianza ilimitada en tu opinión. De niño, esto no me resultaba tan deslumbrante como más tarde, en mi adolescencia. Desde tu butaca gobernabas el mundo. Tu opinión era la justa; cualquiera otra era disparatada, extravagante, absurda. La confianza que tenías en tí mismo era tan grande, que no necesitabas ser consecuente para seguir teniendo siempre la razón……”
Y en frase corta y dura, relaciona por analogía el mundo autoritario de su padre con el de la sociedad de su tiempo y la autoridad que la representaba: “En tí observé lo que tienen de enigmático los tiranos, cuya razón se basa en su persona y no en su pensamiento….”.
Con las breves palabras anteriores, Kafka rechaza la sociedad contemporánea de su país, en el que todavía se respiraba el ambiente autoritario y despótico de la monarquía decadente que desaparecía melancólicamente al terminarse la primera guerra mundial. La analogía entre “los tiranos” autocráticos y su padre es notable a la vez que contundente. Sus palabras expresan su modo de pensar sobre lo incoherente y absurdo de la autoridad, simbolizada por los jueces o encarnada en su padre, en un intento fallido por hacer triunfante su manera de rebelarse.
En “El Proceso”, Kafka expresó ideas similares, al mostrar cómo Joseph K., exagerando un tanto la situación que vive en la causa que se le sigue, denuncia con energía la injusticia y delata en términos ásperos la burocracia corrompida que asiste a la audiencia; esa burocracia dócil que se inclina ante el poderoso y que no tiene el valor de desconocer la autoridad. Lo que dice valientemente el protagonista de la novela, es sin duda análogo a lo que expresa con similar vigor el escritor en la “Carta al padre”:
“Lo que yo quiero”, dice Joseph K., durante el juicio, “es simplemente hacer pública una evidente situación de injusticia….. Detrás de mi detención y del interrogatorio de hoy, se mueve una gran organización; una organización que no sólo emplea guardias sobornables, inspectores y jueces de instrucción petulantes, sino que además sostiene un cuerpo de jueces de alta jerarquía asistido por un séquito innumerable e indispensable de criados, amanuenses, agentes de policía y otras potencias auxiliares, y acaso también de verdugos….”.
La “Carta al padre”, escrita seis años antes de su muerte, es un documento doloroso, que en su momento produjo seguramente algún alivio en la mente de Kafka. A ella se refirió en repetidas ocasiones en sus cartas a Brod y a Milena, cartas en las que hizo su necesaria e imprescindible catarsis. Pero es indudable además, que con la “Carta al padre”, Kafka aspiraba a llegar mucho más allá del ámbito familiar, para dejar a la posteridad un documento literario que reflejara claramente lo que para él representó la absurda, y en cierta forma trágica, relación con su padre.
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