El Mundo Psicológico de Kafka: Manía y Melancolía, Parte IV

Cap 13

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

IV

En sus cartas y “Diarios”, Kafka dejó numerosas anotaciones que muestran los momentos melancólicos de profunda depresión por los que atravesaba a menudo y las expresiones de su minusvalía.

En una carta del 31 de diciembre de 1912, le decía a Felice: “A las 8 de la tarde de hoy, hallándome aún en la cama, ni cansado ni descansado, pero incapaz de levantarme, agobiado como estaba por toda esta fiesta de San Silvestre que comenzaba a mi alrededor, hallándome en la cama y con tanta tristeza, abandonado como un perro, y sintiendo que precisamente las dos posibilidades que tenía de pasar la noche con buenos amigos me dejaban aún más hundido y desconsolado, y que la principal tarea de mis ojos parecía consistir en vagar de un lado para otro a lo largo y ancho del techo de la habitación, pensé cuánto debe alegrarme el hecho de que el infortunio quiera tenerme separado de ti….. ¿Tendría yo derecho a correr tras de ti?…. Declaro haber sido incapaz de abandonar la cama, me quejo de todo y dejo entrever lamentaciones aún peores…. ”

(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: Hipocondría y Tuberculosis, Parte I)

En junio del año siguiente, le escribió a Felice una extensa carta en la que le dejaba conocer su minusvalía y con la que aspiraba a avanzar un poco hacia la terminación de la relación sentimental que tenía con ella.

Dice así la misiva que expresa claramente su profunda depresión: “Juzgar un poco a los seres humanos y sentirme dentro de su misma piel es algo de lo que sí entiendo, pero no creo haber hallado jamás a ningún hombre que a la larga, por término medio, y por supuesto aquí en la vida, en lo que son las relaciones humanas….., sea más desastroso que yo.

No tengo memoria ni para lo que aprendo ni para lo que leo, ni para lo que vivo ni para lo que oigo, ni para las personas ni para los acontecimientos; me doy a mí mismo la impresión de que no hubiera vivido nada, de que no hubiera aprendido nada. De hecho sé de la mayoría de las cosas menos que los niños de una escuela de párvulos, y lo que sé, lo sé superficialmente. Soy incapaz de pensar; al pensar tropiezo constantemente con limitaciones. Aisladamente puedo coger al vuelo algunas cosas, pero me es completamente imposible un pensamiento coherente y susceptible de desarrollo”.

“Tampoco sé narrar, ni siquiera sé hablar; cuando narro tengo la sensación que pudiera tener un niño pequeño que realiza sus primeros intentos de andar, pero no en respuesta a una necesidad propia, sino porque los adultos, la impecable familia andante, así lo quiere….

Lo único que tengo son fuerzas, Felice, que en condiciones normales son capaces de concentrarse a insospechada profundidad para hacer literatura, fuerzas en las que no me atrevo a confiar de ninguna manera…., pues frente a las exhortaciones internas de dichas fuerzas, se alzan cuando menos otras tantas advertencias interiores. Si me estuviera permitido confiarme a ellas, sin duda me sacarían de toda esta desolación interna de una vez….”

“La realidad es que me creo perdido para el trato con los demás seres humanos.

Dejando aparte momentos aislados y excepcionales, soy por lo demás, absolutamente incapaz de mantener con un individuo cualquier conversación continuada, cualquier conversación que se vaya desarrollando con viveza……

Si me encuentro en una casa extraña, rodeado de personas extrañas, o por lo menos a las que siento como extrañas, la habitación entera se me cae encima y quedo sin poderme mover. Sucede que al parecer, la caigo mal a los demás y todo se vuelve un desastre…..

Después de lo que he dicho, se pudiera creer que he nacido para estar solo…. Piensa entonces en lo que perderías….; y en lugar de esa nada despreciable pérdida, ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza, cuya única virtud consiste en que te quiere….”. La relación con Felice se terminó, como era de esperarse, tres meses más tarde.

Diez años después, escribió en sus “Diarios” a comienzos de 1922: “Durante la última semana he tenido algo así como un derrumbamiento total…. Derrumbamiento, imposibilidad de dormir, imposibilidad de estar despierto, imposibilidad de soportar la vida, o más exactamente, el curso de la vida.

Los relojes no coinciden; el de dentro marcha a una velocidad diabólica o demoníaca, o al menos inhumana; el de fuera sigue atropelladamente su marcha habitual….. La velocidad delirante de la marcha interior puede tener motivos diferentes; el más visible, es la autoobservación que no deja descansar una sola idea; sale al encuentro de todas ellas, para después ser perseguida de nuevo como idea por una nueva autoobservación”.

El ansia de liberarse, de poder escapar a las situaciones penosas de su vida, le llevó a dejar volar en libertad su fantasía, simbolizando sus ansias de alcanzar esa seguridad esquiva que tanto anhelaba, en un espléndido y desgarrador cuento corto titulado, “De noche”, escrito probablemente a mediados de 1920: “¡Sumergirse en la noche! Así como a veces se hunde la cabeza en el pecho para reflexionar, hundirse así por completo en la noche. Un pequeño espectáculo, un auto-engaño inocente, es el de dormir en casas, en camas sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones, entre sábanas, bajo mantas.

En realidad se han encontrado reunidos como antaño una vez, y como después en una comarca desierta, un campamento a la intemperie, una inabarcable cantidad de gentes, un ejército, un pueblo bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí donde antes se estuvo de pie, con la frente apretada sobre el brazo, y la cara contra el suelo, respirando tranquilamente…. Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que tomaste del montón de astillas, junto a tí. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí”.

Las citas anteriores, tomadas de un período de tiempo no inferior a diez años, muestran la intensidad de la depresión que Kafka usualmente tenía. Uno se pregunta con tristeza, pero con admiración por el hombre, cómo pudo un ser tan profundamente melancólico y deprimido, sometido al peso tremendo de tan intensas cargas emocionales, llegar en su vida literaria a las cumbres inmensas y casi inalcanzables de sus logros intelectuales? Y entiende entonces por qué, en esa misma carta y en tantas otras, aludiera ocasionalmente a Sísifo, personaje mitológico con el que se identificaba.

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