El Mundo Psicológico de Kafka: La Metamorfosis, Parte V
Cap 12
V
La relación de Kafka con sus padres está muy bien simbolizada en “La Metamorfosis”, y para algunos es el núcleo central del admirable cuento.
En sus “Diarios” y cartas menciona también la difícil e insoluble relación patológica con sus progenitores. En 1914, decía: “Mi relación con mis familiares sólo adquiere para mí un sentido unitario cuando me concibo a mí mismo como la ruina de la familia.
Es la única explicación orgánica que supera sin dificultad cualquier asombro; no hay ninguna otra. Es además, la única conexión operante que en este momento mantengo con la familia, pues emocionalmente me encuentro del todo al margen de ella, aunque probablemente no de un modo más radical que de todo el mundo”.
El desafecto por sus familiares, verdaderamente patológico, le mantenía distante. Como muestra de ello, señalaba: “Con mi madre, habré intercambiado por término medio unas veinte palabras diarias en los últimos años; con mi padre, sólo cambiamos apenas unas palabras de saludo”.
(Lea También:El Mundo Psicológico de Kafka: Manía y Melancolía, Parte I)
Dos años después, en octubre de 1916, en una extensa carta enviada a Felice a propósito de la relación con sus padres, expresaba su posición frente a ellos, su ambivalencia, su tardío e incompleto progreso emocional que no había crecido a la par con el intelectual y había quedado semi-olvidado en las etapas precoces del desarrollo de su personalidad.
Señalaba también los restos de una situación edípica no resuelta, y por lo tanto todavía traumática en el momento de escribir su carta. La escribió con claridad y frialdad en los siguientes términos: “Yo, que por lo general he carecido de autonomía, siento por ella un ansia infinita, un ansia de independencia, de libertad en todos los sentidos; prefiero ponerme anteojeras y seguir mi camino hasta el final, a que la jauría doméstica se ponga a dar vueltas a mi alrededor y me distraiga la mirada.
Por eso, cada palabra que les digo a mis padres o que ellos me dicen a mí, se transforma con tanta facilidad en una viga que rueda hasta mis pies. Todo vínculo que yo no haya creado, incluso si es un vínculo que se establece en una parte de mi Yo, carece para mí de valor, me impide caminar, lo odio o estoy a un pequeño paso de odiarlo. El camino es largo, pocas las fuerzas, las razones son más que suficientes para el odio”.
“Ahora bien, yo provengo de mis padres, estoy unido a ellos y a mis hermanas por la sangre, algo que normalmente no percibo al vivir…., pero en el fondo, los respeto más de lo que creo.
En un momento dado, mi odio se extiende…. a la visión del lecho conyugal…., a las ropas de cama usadas, a los camisones de dormir cuidadosamente colocados encima de la cama. Todo esto es capaz de hacerme vomitar…., como si no hubiera nacido suficientemente, como si estuviese saliendo continuamente de esta vida sofocante para venir al mundo en ese cuarto que me asfixia…., como si me hallara indisolublemente ligado a esas cosas repulsivas.
En todo caso, ahí están todavía, aferradas a mis pies deseosos de caminar, mis pies hundidos aún en la primera masa informe. Esto, en ciertos momentos. En otros, en cambio, recobro conciencia de que son mis padres, que son componentes necesarios de mi propio ser, que me fortalecen constantemente, que me son propios no sólo en cuanto obstáculos sino también en cuanto sustancia. Quiero apropiármelos entonces como se quiere apropiar un bien supremo. Dentro de toda la maldad, la grosería, el egoísmo y el desamor, siempre he temblado ante ellos y aún hoy sigo temblando; y si ellos…., han quebrantado mi salud, yo quiero verme digno de ellos….
Para mí, su impureza es cien veces mayor de lo que pudiera ser en la realidad…., lo que no me interesa; su simpleza cien veces mayor; su ridiculez cien veces mayor; su grosería cien veces mayor. Su lado bueno, en cambio, es cien mil veces más pequeño de lo que es en la realidad. Me han engañado, y sin embargo no puedo, sin volverme loco, alzarme contra la ley natural. De nuevo, odio y casi nada más que odio….”. Dos meses después de escribir esta carta, terminaba del todo la relación de Kafka con Felice.
Y en el mismo año, dejaba traslucir en sus “Diarios”, con palabras casi idénticas, los intensos rencores hacia sus progenitores: “…. Mis padres son componentes imprescindibles de mi propia personalidad; siempre me proporcionan nuevas fuerzas porque me pertenecen no sólo como obstáculo sino también como algo esencial….
Desde siempre, a pesar de toda la maldad, desconsideración, egoísmo y desamor, he temblado ante ellos, y sigo temblando todavía porque no puedo dejar de hacerlo…. Ellos han destruido casi sin remedio mi voluntad. A pesar de todo quiero ser digno de ambos. Me han engañado, y sin embargo no puedo rebelarme contra la ley natural sin volverme loco. Por consiguiente, otra vez el odio y nada más que el odio en estos momentos. La humildad y el orgullo, la receptividad y la distanciación, la entrega a los demás y la autonomía, el temor y el coraje en un equilibrio inequívoco”.
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