El Mundo Psicológico de Kafka: La Metamorfosis, Parte I
Cap 12
I
La “Metamorfosis” es sin duda alguna una de las mejores, o quizás la mejor y la más conocida, de las obras de Kafka.
Por ella será justamente recordado en los siglos venideros.
Es una magistral novela corta, o cuento largo si se quiere, que además de su valor como literatura del absurdo, permite estudiar algunas de las circunstancias de su biografía que tuvieron influencia en la estructuración de su personalidad. En el ambiente francamente onírico de su excelente prosa, Kafka se revela como el novelista del absurdo, a la vez trascendente y cotidiano, una de cuyas características es la incomunicación.
La novela se inicia con las siguientes palabras: “Al despertar Gregor Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho.
Yacía sobre su espalda, dura como un caparazón, y al levantar un poco la cabeza vio su abombado vientre pardo, segmentado por induraciones en forma de arco, sobre cuya prominencia, el cubrelecho, a punto de deslizarse del todo, apenas si podía sostenerse. Sus numerosas patas, de una deplorable delgadez en comparación con el grosor normal, temblaban indefensas ante sus ojos. “¿Qué me ha pasado?”, pensó.
El relato doloroso que sigue, produce en el lector sentimientos de angustia, desesperanza y desaliento. Tras la sorpresa inicial por el cambio experimentado, lo que a Gregor Samsa le preocupaba no era su nueva situación de extraño animal, sino el problema más prosaico de cómo poder cumplir en adelante con sus labores habituales de viajante de comercio. La espantosa transformación que había sufrido quedaba en segundo plano ante la necesidad imperiosa de asistir al trabajo del que dependían totalmente su padre anciano, endeudado y sin empleo, su madre enferma de asma, y su hermana, la joven estudiante de violín por quien profesaba un inmenso cariño.
Un funcionario de la empresa en la que estaba empleado llega al domicilio de la familia Samsa para indagar las razones de su ausencia al trabajo. Gregor piensa de inmediato en el hecho insólito de que una mínima ausencia suya a sus labores despertara en los otros “las más trágicas sorpresas”.
El funcionario, irritado con él, le dice con desagrado a través de la puerta: “Señor Samsa: Se ha atrincherado usted en su habitación. Inquieta usted grave e injustamente a sus padres y además, falta a su obligación en el almacén de una manera verdaderamente inaudita….
En principio tenía la intención de decirle todo esto a solas, pero ya que usted me hace perder el tiempo inútilmente, no veo la razón de que no se enteren sus padres. Su rendimiento en los últimos tiempos ha sido muy poco satisfactorio; es cierto que no es la época del año para hacer grandes negocios, lo reconozco, pero no existen épocas del año en que no se hagan, señor Samsa, no deben existir”.
Los familiares se preocupan inicialmente por la extraña conducta de Gregor; no entienden por qué no se ha levantado para ir al trabajo ya que “en su cabeza no tiene otra cosa más que el almacén”, y las palabras que le escuchan no resultan inteligibles a sus oídos de gentes, que por su egoísmo, sólo están interesadas en su propio bienestar. Gregor hace ingentes esfuerzos para manejar su inmenso cuerpo de coleóptero al que aún no se acostumbraba, y logra abrir la cerradura y empujar la puerta auxiliándose con sus fuertes mandíbulas de escarabajo.
Al verlo, la madre se desmaya. El padre muestra el puño apretado con expresión feroz, como si quisiera empujarlo a la habitación de un puñetazo; y luego, mirando vacilante hacia la sala, “se cubrió los ojos con las manos y lloró hasta que los sollozos sacudieron su enorme pecho”.
En medio de esa situación de espanto, Gregor es el único que parece conservar la serenidad. En esos momentos, el funcionario de la empresa huye despavorido. El padre reacciona finalmente, y blandiendo su bastón en una mano y un periódico en la otra, rechaza con violencia al monstruoso animal hacia la habitación y la cierra dando un portazo.
En los días siguientes, Gregor rehusa tomar el alimento normal que se le ofrece y prefiere el que sería más aceptable para una cucaracha: verduras podridas, quesos mohosos y restos de comida del día anterior. A pesar de vivir una situación de fantástico horror, la familia, sin embargo, permanece tranquila; duermen la siesta en el momento oportuno y leen los periódicos como siempre lo ha hecho.
Gregor, por su parte, piensa en los suyos antes que en sí mismo: “¡Qué vida tan tranquila llevaba nuestra familia!”, se dijo; “y echado allí, inmóvil, mirando fijamente en la oscuridad, se sintió orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y hermana una vida tranquila en una vivienda tan cómoda”.
El problema económico de una familia burguesa como la de Samsa, comienza a hacerse evidente y grave al presentarse la inescapable necesidad de afrontar la realidad y cubrir los gastos de todos los días. Despiden a la cocinera y a la empleada que se retiran asustadas asegurando a la madre que no hablarán con nadie sobre los sucesos que han presenciado.
Gregor, entre tanto, “no retrocedió ante el gran esfuerzo que significaba empujar una butaca hasta la ventana, encaramarse luego en el alféizar y apoyándose en él, reclinarse contra los cristales, movido evidentemente por el recuerdo de cierta sensación de libertad que antes sentía al mirar hacia afuera a través de los vidrios”. Su visión, sin embargo, había disminuido tanto, que no podía ver con claridad ni siquiera el otro lado de la calle.
***
El detalle humano del relato, aparece dominado por la idea general del animal. Grete, la hermana, no comprende que Gregor, a pesar de haberse convertido en un gigantesco escarabajo que mide casi un metro de largo, conserva un corazón humano, una sensibilidad humana, un sentido humano del decoro, del pudor, de la humildad y del orgullo. Su naturaleza de coleóptero, aunque deforma y degrada su cuerpo, parece hacer aflorar en él toda la afabilidad de un ser humano. Su absoluta generosidad, y su preocupación constante por las necesidades de los demás, se destacan con vigoroso relieve sobre el telón de fondo de su espantosa situación.
A ese respecto, afirma Nabokov: “El arte de Kafka consiste en acumular por un lado los rasgos animales de Gregor, con todos los detalles dolorosos de su disfraz de escarabajo, y por el otro, en mantener viva y limpia ante los ojos del lector la naturaleza placentera y delicada de Gregor”.
Dos meses más tarde, los familiares despejan de objetos el cuarto de Gregor, que se oculta bajo un sofá y se cubre trabajosamente con una sábana para evitar exponerse a que lo vean.
La madre, que piensa que el problema de Gregor es una terrible enfermedad, expresa un pensamiento humano, ingenuo pero amable, débil pero no desprovisto de sentimiento, cuando dice: “¿No parece como si le estuviésemos demostrando, al retirar sus muebles, que hemos perdido toda esperanza en su mejoría y que lo abandonamos fríamente a su suerte?”
(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: La Metamorfosis, Parte II y III)
Gregor trata de salvar del despojo un cuadro cuyo marco había fabricado un tiempo atrás; con dificultad trepa por la pared y se aferra al cuadro, pegando su abdomen caliente y seco sobre el cristal frío y sedante.
La madre, al ver “la enorme mancha sobre el papel floreado de la pared, y antes de tomar conciencia de que esa mancha verdaderamente era Gregor, grita con voz alta y ronca: “Dios mío, Dios mío”, y se desploma rendida e inmóvil sobre el sofá con los brazos abiertos”.
Gregor se desprende del cuadro y trata de seguir a su hermana al cuarto vecino en busca de algo para reanimar a su madre, pero al ver al padre entrar en la habitación, “corrió a la puerta de su dormitorio y se agazapó tras ella, a fin de que el padre, tan pronto entrara desde el vestíbulo, viese que su hijo tenía toda la intención de regresar a su habitación, que no hacía falta obligarle sino tan sólo abrirle la puerta para que desapareciese por ella de inmediato”.
Muy poco después, cambia la actitud del padre de Gregor. Ya no es la persona que siempre le acogía, enfundado en su bata y hundido en su sillón, contentándose con levantar los brazos en señal de alegría; aquel hombre que en los raros paseos de los domingos caminaba despacio, apoyándose en su bastón de caoba con adornos de cobre; el que detenía su paso a cada instante obligando a los demás a formar un corrillo en torno suyo.
¿Es realmente su padre el que ve ahora en la plenitud de su poder, “firme y derecho, con un severo uniforme azul con botones dorados como el que suelen usar los ordenanzas de los Bancos ?”
El padre se vuelve con gesto hosco hacia Gregor, y comienza a perseguirlo por la habitación bombardeándolo con manzanas, los únicos proyectiles que encuentra a la mano, una de las cuales penetró literalmente en la espalda de Gregor haciéndole sangrar. Aquella herida que tardó más de un mes en curar pareció recordarles a todos, incluso al padre, que Gregor, pese a lo repulsivo de su aspecto, era un miembro de la familia que merecía respeto, y que el deber fundamental de todos era sobreponerse a la repugnancia y resignarse. Resignarse y nada más.
La tensión entre el padre y el hijo llega sin embargo al límite máximo, al extremo fatal de la eliminación, como si las vidas de los dos se excluyeran recíprocamente. La madre reaparece en la escena, y “con las manos en torno al cuello, le suplica al padre que perdone la vida a su hijo”. La hermana entre tanto, se convierte en franca antagonista de Gregor a quien había querido en otro tiempo, pero que ahora mira con desagrado e irritación, y muestra con sus actitudes que quiere desembarazarse de él. La madre parece sentir todavía un leve amor por Gregor, un afecto dudosamente auténtico, pero también está dispuesta a abandonarle.
La desintegración de la familia Samsa comienza a hacerse palpable. El padre se lamenta de una situación que no le procura el sosiego merecido en sus últimos años.
Se han quedado sin servicio, han vendido algunas de las escasas joyas que poseían y se ven obligados a aceptar inquilinos para ayudar a sufragar los gastos del diario vivir. Los cambios efectuados en la vivienda les hacen trasladar de nuevo buena parte de los muebles, enseres y cachivaches a la habitación de Gregor, que muy pronto se convierte en un atiborrado depósito.
Un día en que los nuevos inquilinos desean oír a Grete tocar su violín, Gregor, atraído por la música, penetra en la sala “cubierto del polvo que había en su habitación y arrastrando tras de sí, prendidos en su espalda y sus costados, pelusas, cabellos y restos de comida; su indiferencia respecto a todo era demasiado grande como para tenderse y limpiarse restregándose contra la alfombra, tal como antes lo hacía varias veces al día.
No obstante, a pesar de su estado, ningún rubor le impidió avanzar un poco por el suelo inmaculado de la sala”. Al advertir su presencia, los inquilinos se irritan, y asustados, amenazan marcharse “en vista de las condiciones repugnantes que imperan en esta casa y en esta familia”. Y en el momento de partir, anuncian que reclamarán a los Samsa por los perjuicios que han recibido de la extraña familia.
***
Grete mira en dirección a sus padres y con ademán decidido les dice: “No quiero pronunciar el nombre de mi hermano en presencia de este bicho; todo lo que quiero decir es que debemos tratar de deshacernos de él. De lo contrario, acabará matándonos…. Debe irse; no se trata de Gregor.
El que lo hayamos creído así durante tanto tiempo es la causa de todos nuestros males. ¿Cómo puede este escarabajo ser verdaderamente Gregor? Si fuese Gregor, hace mucho tiempo que se habría dado cuenta de que los seres humanos no pueden convivir con bichos semejantes, y él mismo se habría marchado por propia iniciativa. Hubiésemos perdido al hermano pero hubiéramos podido seguir viviendo y honrando su memoria. Este animal nos acosa, ahuyenta nuestros huéspedes y pretende conquistar todo el piso para él dejándonos dormir en el arroyo”.
El hecho de haber dejado de existir como humano y de verse obligado a desaparecer ahora como escarabajo, es el golpe final para Gregor. Pensó en su familia con ternura y cariño, convencido, más firmemente que su hermana, que debía desaparecer. “Y en ese estado de absorta y pacífica meditación se mantuvo hasta que las campanadas del reloj de la iglesia dieron las tres de la madrugada. Todavía pudo vivir las primeras claridades del mundo exterior; después, su cabeza bajó por sí misma hasta el suelo y de su nariz salió un último y tenue soplo de aliento”.
A la mañana siguiente, se encontró su cuerpo muerto y seco, y una cálida sensación de alivio inundó el mundo de su casa.
Horas después, los padres y la hermana insensible “tomaron el tranvía que llevaba a las afueras de la ciudad…. Cómodamente recostados en sus asientos iban enumerando las perspectivas futuras que, bien miradas, no parecían malas en absoluto…. ; querían alquilar un piso más pequeño, más barato, pero también mejor situado y más práctico que el actual escogido por Gregor….
Y mientras hablaban, el señor y la señora Samsa se sorprendieron, casi al mismo tiempo, al comprobar la creciente vivacidad de su hija….. Se sintieron más tranquilos, e intercambiaron una mirada casi inconsciente de pleno entendimiento convencidos de que pronto llegaría el momento de buscarle un buen marido. Cuando al llegar al final del viaje la hija se levantó de primera y estiró sus formas juveniles, pareció que confirmase con ello los nuevos sueños y sanas intenciones de los padres”.
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