El Mundo Psicológico de Kafka: La Metamorfosis, Parte II y III

Cap 12

ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

II

Una de las primeras impresiones que detivan de la lectura del relato, es el tremendo distanciamiento del protagonista de su medio familiar y social y la absoluta soledad en que se encuentra. Gregor Samsa está aislado en su habitación, separado por paredes y puertas cerradas con falleba de una familia a la que quiere entrañablemente, pero que no logra entender su lenguaje.

A causa de su transformación, vive en un mundo extraño, más separado aún del de sus padres, su hermana y su ambiente de trabajo, que cuando todavía no se había convertido en escarabajo. Las paredes y su dificultad para hacerse entender, simbolizan su extrañeza del medio familiar y del trabajo.

La incomprensión y la falta de reconocimiento por Gregor, se pone en evidencia en las actitudes de los protagonistas.

Una vez superada la sorpresa inicial que todos experimentan por igual, la del padre se torna amenazante y de hecho agresiva. Es evidente que el padre de Gregor simboliza al de Kafka y que la relación con el hijo es similar en ambos casos. Es la misma, además, que el escritor trazó con caracteres indelebles en la “Carta al padre” y que se advierte también en “La Condena”.

En ésta, por ejemplo, el padre de Georg Bendemann se transforma también súbitamente en el hombre vigoroso e impulsivo, que es capaz de atacar y condenar a su hijo a la muerte por ahogamiento.

La actitud de la madre oscila entre la generosidad y la indiferencia.

En la vida real, Kafka había experimentado por su madre sentimientos ambivalentes, afectos estos fáciles de apreciar en algunas de las escasas menciones que hace de ella en sus “Diarios” en contraste con las frecuentes alusiones a su padre.

En un pasaje escrito en el otoño de 1912, Kafka decía: “Mi madre trabaja todo el día; es alegre o triste según los casos, sin querer utilizar su estado para hacer reclamación alguna; tiene la voz clara, demasiado fuerte para la conversación normal, pero es agradable oírla cuando se está triste y se la escucha de pronto después de algún tiempo”. En otro pasaje, menos afectuoso, señala que las comunicaciones con su madre “se producen distraídamente, sin responsabilidad”.

Y en otro más, expresa las dificultades que experimentaba para entenderse con ella porque alguna vez le escuchó decir palabras como estas: “Entonces…., nadie te comprende. Probablemente yo también soy para tí una persona extraña, y también tu padre. Al parecer, sólo queremos tu mal”.

De otro lado, la actitud de Grete pasa de la preocupación por la enfermedad de Gregor al deseo imperioso de desconocerlo como hermano y eliminarlo.

En Grete, Kafka simboliza a su hermana Ottilie, por quien siempre tuvo hondo afecto, sentimiento que vino a perturbarse cuando ésta se puso del lado de su padre en los conflictos de su compromiso matrimonial con Felice Bauer.

La decepción que vivió con su hermana, magnificada hasta la exageración, le impulsó, según alguno de sus biógrafos, a uno de sus intentos de suicidio.

Al examinar las reacciones de los familiares de Gregor, y relacionarlas con el contenido de “La Condena” y “El Proceso”, no es difícil de entender por qué esos relatos se escribieron en la misma época.

Es evidente que Kafka produjo narraciones que tratan de seres cuya historia sólo les pertenece a ellos; pero al mismo tiempo, tratan también del escritor mismo, y de su propia historia que sólo a él le pertenece. Parecería que cuanto más se alejaba de sí mismo, más presente estuviera.

***

Con la transformación, Gregor Samsa no muere. Es un ser que no puede dejar de vivir y para el cual, existir es estar condenado siempre a recaer en su propia existencia. Transformado en escarabajo, sigue viviendo, se hunde en la soledad animal, se acerca a lo más cercano al absurdo y a la imposibilidad de vivir; sin embargo, continúa viviendo; no trata de salir de su infortunio sino que, esperanzado, lucha por su lugar bajo el sofá y disfruta sin angustia sus paseos por las paredes frescas de la habitación y la vida entre la suciedad y el polvo.

Después, muere abandonado y en soledad, casi feliz por el sentido de libertad que la muerte representa. Su existencia se perpetúa en Grete quien despierta a la vida y la voluptuosidad. Grete añade un componente sórdido al relato, con su esperanza de vivir, porque vivir significa escapar a lo inevitable.

La inquietud de los familiares acerca de la naturaleza de la transformación en escarabajo de Gregor, traduce las dudas que tenían sus padres y su hermana acerca de si se trataba de una verdadera enfermedad, lo que sería aceptable en el caso de poderla controlar, o más bien de una condición diferente, incomprensible y extraña, que amenazara la estabilidad y la supervivencia de toda la familia.

Si se trataba de una enfermedad, se excluía del problema el miedo a lo desconocido, porque se creía en esos días que las enfermedades tenían causas naturales bien determinadas. En el caso contrario, la situación podía ser más peligrosa, ya que en el modo de pensar de las gentes de entonces, perduraban ideas y creencias acerca del origen sobrenatural de los males, en cuyo caso, las causas de la transformación bien podrían ser diabólicas.

(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: La Metamorfosis, Parte IV)

La metamorfosis de Gregor en un escarabajo, torpe en sus movimientos y limitado físicamente, no impedía que en el fondo continuara siendo un ser preocupado por la situación de los suyos, a pesar de que éstos le desconocieran y no le comprendieran.

Su naturaleza animal representa las limitaciones de su vida orgánica, pero a la vez, simboliza el alivio de liberarse de su terrible condición de hombre al descender al nivel animal; como si la metamorfosis le hubiese salvado de la condición de culpable que implica el sólo hecho de ser un ser humano.

Todas estas vivencias acentuaban la in-mensa y cósmica soledad de Gregor. Kafka resalta con maestría el distanciamiento del protagonista de su medio ambiente, la incomunicación con sus seres queridos y la gran incomprensión de éstos para con él. Y pone además de manifiesto su dolorosa soledad, para resaltar en esa forma los elementos básicos que caracterizan su tragedia existencial.

A estas vivencias, se agrega otro elemento que surge del análisis más pro-fundo del escrito. Kafka quiere señalar, no sólo la soledad del hombre frente a su mundo circundante, sino la soledad del hombre frente a lo Absoluto, la soledad del ser frente a su Dios.

En la concepción religiosa de Kafka, derivada de su condición de judío, el término Hombre y el término Absoluto están sentenciados a no encontrarse nunca. Ambos constituyen en la simbología de Kafka, dos tipos bien definidos de soledad: un alejamiento de lo que nos rodea de un modo inmediato, y una extrañeza frente a nuestro ser último, a nuestro destino final. “Estos dos planos”, afirma Lancelotti, “se entremezclan en la realidad, de un modo tal, que los hace casi siempre in-distinguibles.

Kafka nos muestra su juego con patética fidelidad. Si se tiene en cuenta que en su concepción la soledad sería la consecuencia de un pecado original, en la interpretación de su obra el análisis puramente teológico es tan indispensable como el existencial”.

***

Cinco años antes de escribir “La Metamorfosis”, y cuando se ocupaba de su cuento “Preparativos de Boda en el campo”, Kafka mencionaba, medio en broma y en serio, lo que significaba para él la dicotomía del uno y el yo. Decía así: “Se trabaja en la profesión tan exageradamente, que después uno está demasiado cansado para aprovechar bien las vacaciones. Mas, a pesar de todo el trabajo, uno no adquiere el derecho a que todos le traten con amor; uno está solo, es un verdadero extraño y objeto sólo de curiosidad.

Y mientras digas “uno” en lugar de “yo”, no pasa nada y el cuento se puede relatar, pero en cuanto admitas que eres tú mismo, entonces quedas materialmente espantado”. Y se refiere en seguida a las fantasías de aquellos días que constituyen un anticipo a “La Metamorfosis”, con las siguientes palabras: “Me parece que cuando estoy tendido en la cama tengo la forma de un gran coleóptero, de un ciervo volante o de un escarabajo. De un escarabajo de gran tamaño, eso es. Hago como si se tratase de un sueño hibernal y aprieto mis pequeñas piernas contra el cuerpo tripudo….”

Kafka dejó dormir durante largo tiempo sus fantasías de transformación para luego retomarlas, darles buena forma, y plasmarlas cinco años más tarde en una de las obras maestras de la literatura universal.

III

La idea de que el hombre pudiera transformarse en animal es muy antigua en la historia de la Psicología. Oribasio de Pérgamo, en el siglo IV, se refirió a la metamorfosis del hombre en lobo y reconoció la existencia de un síndrome al que llamó Licantropía. Este término pasó después a convertirse en una denominación genérica para toda idea delirante de conversión del hombre en animal.

Varios siglos más tarde, en la Edad Media y en el Rena-cimiento, florecieron los elementos del folclor que asumían la existencia real del hombre-lobo, y abundaron en ese entonces breves menciones a la licantropía en los libros científicos. Las autoridades médicas renacentistas consideraban que la licantropía era una forma de ”Melancolía ocasional” y señalaron su condición de verdadera enfermedad.

Thomas Willis, un clínico sagaz experto en la anatomía de los centros nerviosos, concebía la existencia de un alma racional, inmaterial, inmortal y peculiar al hombre, y un alma corporal, de naturaleza material similar a la de los animales. En 1673 afirmaba: ”El alma corporal cambia ocasionalmente sufriendo metamorfosis y tomando diferentes formas”; y añadía en el peculiar estilo de su tiempo: ”Cuando se destempla el alma corporal con una larga melancolía y la mente se ciega, ésta se aparta totalmente de sí misma y también del cuerpo, y los sentimientos y todo lo que en ella se halla, asumen realmente una nueva imagen o condición”. Y William Cullen, otro de los médicos más importantes de su tiempo, identificaba la enfermedad como una forma de melancolía definiéndola como “una falsa idea de la naturaleza de las especies”. Para otros científicos de la época, la licantropía, era simplemente ”una deplorable aberración de la mente”.

A comienzos del siglo XIX, se asoció la licantropía con los rasgos depresivos de los melancólicos. En la época en que Kafka escribió su novela, el término ”Insania zooanthropica” aparecía todavía en la literatura psicológica, ya sea como referencia a un síndrome que se encontraba en raras ocasiones, o como colorido de carácter histórico a los informes de casos extraños en los que un enfermo psicótico padecía del delirio de ser un lobo o cualquier otro animal.

En la literatura, la fantasía continuó alimentando los relatos escritos, de igual manera a como enriquecía con el miedo las historias de duendes, ogros y brujas de los cuentos infantiles.

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