La Primera Cesárea en Colombia

Fernando Sánchez Torres, M.D

En menos de una página de su tesis de grado titulada “Datos para la cirugía en Antioquia”, el aspirante a médico Dorancé Otálvaro recogió, en 1892, uno de los hechos históricos más sobresalientes en los anales de la cirugía colombiana y latinoamericana. Conozcamos esa lacónica versión, que enriquece la tesis:

“Entre los trabajos de aquella época hay uno muy importante y que lo hacemos notar de modo muy especial: es una operación cesárea practicada por el doctor José Ignacio Quevedo a principios del año de 1844, en la señora Ana Joaquina Echeverría de P., vecina de La América (fracción de Medellín).

Dicha operación fúe salvadora para la madre y para el niño; y por cierto que el fatal pronóstico que entonces emitió el doctor Quevedo para el caso de otra concepción, fúe, por desgracia, fielmente cumplido”12 .

¿Cómo obtuvo esos datos el señor Dorancé Otálvaro, estudiante de la Universidad de Antioquia? Lo ignoramos.

Es probable que hubiera conocido al personaje central del relato, pues éste murió en Medellín un año antes de que apareciera la mencionada tesis, y que él mismo hubiera sido su informador. Lo que es evidente es que en el reducido círculo médico de Medellín existía el convencimiento de que tal proeza había ocurrido.

El doctor Manuel Uribe Angel, que fue su colega y amigo durante media centuria, lo refirió así en la oración panegírica que pronunció durante su sepelio: “Quevedo fue el primer cirujano y tal vez el único que practicó en este territorio de Antioquía, con resultado sorprendente por el triunfo, la difícil y casi siempre mortal operación cesárea13.

Estamos seguros de que Otálvaro no obtuvo la información a través de ningún documento escrito, pues, como sabemos bien, en aquellas calendas no se estilaba elaborar historias clínicas, ni los médicos tenían la costumbre de reseñar los casos que ameritaran ser recordados.

Cuando Quevedo hizo la cesárea no existía en Medellín, ni siquiera en Bogotá, una publicación que diera cabida a las eventuales inquietudes de los médicos por difundir sus conocimientos y sus realizaciones.

No olvidemos que el primer periódico o revista destinado a esos fines apareció en Bogotá en 1852, fundado por Antonio Vargas Vega y Antonio Vargas Reyes. Se llamó La Lanceta.

El relato de Otálvaro es tan sucinto que, analizado con el criterio estricto del historiador, cuesta trabajo acogerlo como un hecho realmente cierto. Sin embargo, no existiendo ninguna otra fuente consultable que permita avalar lo divulgado por aquél, su tesis de grado, para el efecto que nos ocupa, viene a ser punto de referencia obligado, tenido como veraz por la posteridad.

Pero, para darle cuerpo y ambiente a ese relato, hagamos una composición de lugar, es decir, trasladémonos a la época e imaginémonos cómo debieron ocurrir los hechos.

José Ignacio Quevedo Amaya había nacido en Bogotá, en 1817, del matrimonio compuesto por ‘Tomás Quevedo y Aquilina Amaya, ambos españoles. Su padre fue uno de los dirigentes populares del movimiento del 20 de Julio de 1810 y amigo personal del general Santander. Precisamente fue éste quien costeó los estudios profesionales de José Ignacio. En 1827, por iniciativa de Santander, se fundó la Universidad Central de Bogota y anexa a ella una facultad de medicina, donde se formó nuestro personaje.

Es digno de anotar que allí comenzó a aprenderse la anatomía en un anfiteatro, vale decir, en un sitio reservado para la disección de cadáveres. Es que la medicina que se enseñaba y practicaba en la Nueva Granada era demasiado pobre. Es seguro que en cuestiones obstétricas y, en general, en cuestiones médicas, se siguiera el programa diseñado por José Celestino Mutis cinco lustros atrás y puesto en práctica en la Facultad de Medicina del Colegio Mayor del Rosario en 1802.

Para el conocimiento de la ciencia de los partos se recomendaban dos autores: el francés Andrés Levret, que habla publicado en Paris L’art des acoouchements, y el español José Ventura Pastor, autoridad en la materia, según lo pregonaba su libro Preceptos generales sobre las operaciones de los partos, aparecido en Madrid en 1789.

Por supuesto que las lecciones obstétricas deberían ser puramente teóricas, pues no se disponía de un servicio hospitalario destinado a las parturientas.

Diplomado para ejercer la medicina, Quevedo Amaya permaneció en Bogotá, protegido todavía por el general Santander. Formó parte de la junta médica que asistió, en 1840, al Hombre de las Leyes en su postrer enfermedad. En ella también participaron José Félix Merizalde, Antonio María Silva, Juan Crisóstomo Uribe, Eugenio Rampón y Ninian Ricardo Cheyne.

Para describir la calidad de la atención profesional que le fue prodigada al ilustre paciente, el médico historiador Antonio Martínez Zulaica comenta: “(…)ni Merizalde ni sus colegas que atendieron la enfermedad de Santander, analizaron la orina o la sangre, usaron el estetoscopio, palparon el hígado o el bazo, percutieron o auscultaron el corazón o los pulmones, midieron la fiebre o valoraron el pulso físicamente… No lo hicieron porque no se lo habían enseñado, porque jamás antes nadie les recomendó hacerlo”14.

No obstante la explicable pobreza de su bagaje científico, esos médicos sobresalían por su generoso sentido humanitario. De ahí que Pedro María Ibáñez, el primer historiador de la medicina colombiana, cite a José Ignacio Quevedo como uno de los seis médicos que “se hicieron acreedores a la consideración del gobierno y a la gratitud pública” por los invaluables servicios que prestaron durante la devastadora epidemia de viruela que azotó a Bogotá en 184115.

Desaparecido su mecenas, Quevedo viaja a Medellín en busca de mejores perspectivas profesionales, y allí se radica en 1843. Al poco tiempo contrae matrimonio con doña Rafaela Restrepo, nieta del patricio José Félix de Restrepo.

Detengámonos ahora en el episodio que permitió a Quevedo Amaya figurar en los fastos de la medicina patria: la práctica de la primera cesárea, que a la vez se constituyó en la primera laparotomía.

Esto, como ya anotamos, ocurrió en los inicios de 1844, en una localidad muy vecina a Medellín. Ignoramos las circunstancias obstétricas, técnicas, que condujeron a tan insólito hecho. Sabemos, en cambio, que Quevedo jamás había practicado esa intervención; aún más, nunca la había visto realizar.

Es probable que tan solo recordara los dibujos que ilustran el capítulo correspondiente en el libro de Ventura Pastor, quien, al decir de Usandizaga en su Historia de la obstetricia y la Ginecología en España, nunca ejecutó la intervención que recomendaba16. Por esos antecedentes podemos estar seguros de que nadie antes se había atrevido en la Nueva Granada a practicarla en mujer viva. Hay constancia, sí, de que se llevó a cabo en estado postmortem, como atrás dijimos.

Si oteamos hacia otros horizontes nos encontraremos con que la primera operación abdominal ejecutada in vitam en Latinoamérica estuvo a cargo del médico español Alfonso Ruiz Moreno en la localidad de Cumaná, Venezuela, en el año de 1820. Doña María del Rosario Olivera Ortiz, que así llamaba la enferma, murió dos días después de la intervención; el niño vivió hasta 190017.

Mirando más lejos quedaremos sorprendidos al saber que hasta 1876, cuando el profesor alemán Spáth operó su primer caso, todas las operaciones cesáreas que se habían hecho en el Hospital de Maternidad de Viena, resultaron mortales.

Así mismo, en la Maternidad de París, hasta 1879, los resultados eran igualmente desastrosos. No obstante, el 20 de mayo de ese año, el legendario profesor Tarnier ejecutaba su primera intervención cesárea.

Conociendo los anteriores hechos históricos debemos aceptar que, sin saberlo, el joven e inexperto José Ignacio Quevedo Amaya (apenas tenía 27 años de edad y no más de cinco de ejercicio profesional) realizaba una verdadera hazaña mientras extraía por vía abdominal al hijo de doña Ana Joaquina Echeverría. Lo más probable es que se tratara de un parto infructuoso, imposible por vía vaginal debido quizás a una distocia obstructiva, bien por estrechez pélvica o por una presentación de hombro.

En efecto, según recomendaba el francés Andrés Levret, fúente obstétrica donde abrevaron nuestros primeros médicos, “la imposibilidad absoluta del parto es un caso por desgracia bastante común Y uno de los más decisivos para la operación cesárea, practicable en muger viva18.

Es de suponer, como lo comenta el doctor Tomás Quevedo Gómez, descendiente del personaje que recordamos, “que en el caso de la cesárea Se vio afrontado a tal situación de emergencia, que en lugar de cruzarse de brazos como lo hacían los médicos de su tiempo, resolvió correr el gran riesgo de obtener un ocasional éxito, que afortunadamente logró”19. De seguro Quevedo Amaya tuvo en cuenta las circunstancias que, al decir del español José Ventura Pastor, debía observar en aquellas calendas el cirujano antes de practicar la operación20. Esas circunstancias eran cuatro: 21.

Estar seguro de su necesidad precediendo el informe y aprobación de otros profesores, á fin de poner en salvo su conciencia y estimación; 22. dar el pronóstico tan peligroso, como lo es en sí esta clase de operación; 23. suministrará la paciente los Santos Sacramentos y demás disposiciones christianas; 24. tener dispuesto el aparato necesario para la operacion, y la curación de la herida”.

El escenario tuvo que ser la misma humilde habitación de la enferma, donde no se tomó ninguna precaución para hacer menos arriesgado el procedimiento. Se estaba todavía lejos de la vigencia de los conceptos y principios de la asepsia y la antisepsia. La anestesia aún no era conocida.

El cloroformo lo descubrió Liebig en 1831 y correspondió a Sir J. Y. Simpson, profesor de obstetricia de Edimburgo, utilizarlo por primera vez, el 4 de septiembre de 1847, como agente para suprimir los dolores del parto. Vale la pena registrar también que file José Ignacio Quevedo el introductor entre nosotros del cloroformo como sustancia anestésica.

Como sugiere Alfonso Bonilla Naar21, es de imaginar que la paciente Ana Joaquina se encontraba físicamente agotada a consecuencia de un parto interminable y que, por eso, no debió ser difícil llevarla a un estado de inconsciencia mediante el suministro de bebidas alcohólicas o preparados soporíferos a base de opio o mandrágorae Conociendo la ilustración que acompaña a la descripción que de la operación cesárea hizo en 1789 Ventura Pastor, es fácil reproducir el dramático episodio: la parturienta, acostada en su lecho, es sostenida y aquietada de los brazos por unas cuantas manos caritativas, mientras el cirujano inicia la intervención.

Se muestra el campo quirúrgico, es decir el abdomen, limitado en su parte superior por las ropas de la paciente y en su parte baja por las cobijas fuertemente extendidas, que mantienen firmes las extremidades inferiores de la mujer.

La mano derecha del médico ya ha abierto el abdomen con un gran bisturí, mediante una incisión paramediana izquierda; la otra mano, haciendo las veces de separador, trata de retraer el borde derecho de la herida.

Puede apreciarse, además, que el operador no se quitó la casca y que los puños de encaje de su camisa sobresalen y recubren el extremo distal de las mangas de aquélla. De la forma como fue abierto el útero y de la manera como fueron cerrados éste y la pared abdominal, no podemos especular.

Lo cierto es que los resultados fueron afortunados, milagrosamente afortunados, pues tanto la madre como su hijo sobrevivieron. Seguramente la técnica quirúrgica fue la misma o similar a la recomendaba por Ventura Pastor22. A continuación transcribimos sus consejos:

“Preg. ¿Con qué método y precauciones se debe executar esta operación?

R. Para este fin, lo primero, se administrará á la paciente una ú dos labativas carminantes para descargar los intestinos. Se la mandará orinar si está en actitud para executarlo, y si no puede por sí y se advierte que la vegiga está muy cargada de orina, la descargará el Cirujano por medio de la sonda.

“Practicando esto, se la situará en la cama tendido el cuerpo con rectitud, y se la sujetarán los brazos y manos por las de dos ayudantes. Estando colocada, se descubre el vientre y se señala con tinta la dirección de la incisión para dirigir por ella el bisturí, la que se debe hacer tres dedos desbiado del anillo umbilical, á el lado de la línea alba, baxando hasta los músculos piramidales, para que finalize tres ó cuatro dedos mas arriba del pubis.

“Señalada que sea, hará la incisión con el visturí recto, separando los tegumentos, los músculos y el peritoneo hasta descubrir el Utero. Y en esta primera incisión se deben observar dos cosas; 1. luego que haya abierto el peritoneo, si se presentan (como es lo ordinario) los intestinos y el omento, debe hacerlos sostener á lo superior por un ayudante para que estas partes no reciban mucha frialdad, ni sirvan de obstáculo para descubrir y abrir el Utero, lo que se conseguirá haciendo que este con sus dos manos comprima medianamente las partes laterales del vientre, y otro haga una semejante presión en su parte superior mas arriba del ombligo, por cuyo medio se consigue también que la parte anterior del cuerpo del Utero, en la qual se ha de hacer su incisión, conserve una firme estabilidad en el tiempo de executarla. 2.

Debe poner la mayor atención en no herir la vexiga, sobre cuya región se ha de concluir la incision; para cuyo fin, luego que el Cirujano haya empezado á executarla, introducirá dos dedos de la mano siniestra por la parte superior del visturí, á efecto ir levantando los tegumentos y músculos, segun los vaya cortando, y desviando con sus extremidades aquellas partes y vísceras que no deben tocarse, como son los intestinos, el omento y la vexiga.

(Lea También: Historia de la Ginecobstetricia en Colombia, Otras Cesáreas)

“Preg. Hecha esta primera incisión, y descubierto el Utero; ¿qué se debe practicar?

R. ará en él, y con el mismo visturí recto, una pequeña abertura para introducir después el visturí denticular, con el que concluirá la incision en esta víscera siguiendo la misma dirección que la de los tegumentos, y la que debe tener la misma longitud, ó poco menos; advirtiendo en este caso, que no se aproxime dicha incision al mismo fondo del Utero, donde comúnmente está pegada la placenta, porque hallará un grande embarazo para executarla, y á fin de evitar la emorragia de sangre de los grandes y numerosos vasos que se hallan en este sitio; sino en la parte media y anterior de esta víscera, mas inclinada á lo superior que á lo inferior.

“Estando hecha, y descubiertas las membranas, las romperá con las uñas, si ya no lo están y sacará la criatura por la cabeza con preferencia á otro miembro; la hará bautizar por un Sacerdote si estubiese á propósito, y si no lo executará el mismo, y consecutivamente hará la extracción de la placenta, despegándola con las extremidades de los dedos de la mano derecha, tirando muy suavemente del cordón umbilical, el que tendrá asido con los de la izquierda, habiendole separado antes de la criatura.

“Peg. ¿Con qué método se ha de apuntar y curar la herida?

R. Practicada la incision en el Utero, extraída la criatura y la placenta, con una esponja fina 6 cantidad de ilas, se enjuagan las aguas que contenían las membranas, y aquella primera sangre que derraman los vasos que quedan abiertos por la despresion de la placenta. Inmediatamente y sin pérdida de ningún tiempo, executará el Cirujano la sutura Gastroraphia enrrollada ó emplumada en el abdomen, que es la que comunmente se practica para operación Cesárea, y la que se diferencia muy poco en lo manual de ella, de la que se practica para las heridas penetrantes del vientre, particularmente para aquellas de excesiva magnitud, y en donde se ha producido la expulsión de mucha porción de los intestinos ó el omento.

“Solo en la incision que se hace en el abdomen es donde se practica la sutura Gastroraphia; porque la union de la incision que se executa en el cuerpo del Utero se dexa al beneficio de naturaleza, á causa de que inmediatamente que esta entraña se halla desocupada de la criatura y secundinas, Se contrae su cuerpo insensiblemente y por grados, y se reúnen y consolidan los labios de la incision por si propios.

“Para executar la Gastroraphia en esta operación Cesarea, tomará el Cirujano con la mano derecha dos agujas de Gastroraphia las quales deben estar enhebradas en un sólo y mismo torzal, compuesto de cinco ó seis hebras de seda enceradas y colocadas de modo que entre todas ellas formen una estrecha cinta; para que se igualen y anivelen con los músculos y tegumentos:

Aproximará la punta de una aguja á la extremidad del dedo índice que está intruso en la herida, á fin de colocarla en la parte por donde se debe introducir para que salga á lo exterior, lo que se logrará apretando con fuerza la aguja por su ojo, y apoyando las extremidades de dos ó tres dedos de la mano izquierda exteriormente, un poco apartados de donde debe salir la punta de dicha aguja; executado esto, se practicará lo mismo con la otra aguja compañera en el otro labio de la herida; lo mismo con otras dos agujas, y asi Sucesivamente se harán tantos puntos quantos sean necesarios segun la longitud de la incision, guardando la distancia de dos pulgadas de un punto á otro.

“Se quitan despues las agujas de los hilos; se abren estos y se separan en dos porciones iguales sucesivamente, entre cuyos medios se coloca uno de los rollos de lienzo encerado. ‘Ibmará cada dos porciones de estos hilos, y hará con ellos un nudo y lazada simple en cada uno y por su orden; despues tomará los hilos del otro lado, y abriéndolos y separándolos en porciones iguales, colocará en sus medios el otro rollo de lienzo encerado haciendo un nudo y lazada en cada uno, apretando lo suficiente para que los labios queden exactamente reunidos, lo que conseguirá con mas facilidad mandando á un ayudante que los apriete y reuna con sus mismos dedos.

“Preg. Concluida la Gastroraphia; ¿qué se debe practicar?

R. Se aplicará sobre los labios de la herida una planchuela de hilas cargada con la

trementina labada, sobre esta se pondran dos cabezales empapados en vino caliente, y sobre estos otro cabezal mas doble que cubra todo el aposito: se colocará la tohalla ó tira de lienzo circularmente, prendida con los alfileres de modo que todo quede sujeto y estable, porque esta ligadura contentiva, contribuye también á la reunion de la herida.

“Preg. ¿Qué otras circunstancias se deben observar despues en el resto de la curación?

R. 1. Levantar el aposito cada veinte y quatro horas;

2. afloxar el torzal del punto inferior en este tiempo, para dar salida á los coagulos de sangre que pueden haberse formado entre la herida del Utero y los tegumentos y tambien para óbservar si hay alguna supuración en las Partes internas; y si la hubiese, se hará esta misma diligencia por mañana y tarde para facilitar la expulsión de las materias, y qualquiera Otra clase de líquidos que pueda haber extrabasados, y volverle apretar despues;

3. se aplicará todos los días sobre el vientre una improbación con el aceyte rosado, el de lombrices, y el de yemas de huevo, y sobre esto un paño de vino blanco remudandole cada tres horas;

4. si la inflamación se declara con algún exceso, se hará sangrar á la paciente una ó mas veces del brazo, segun las fuerzas y los síntomas que ocurran;

5. se la suministrará cada segundo día una lavativa emoliente, porque es preciso en este caso que el vientre vaya libre; 6 y ultima, se la procurará el buen uso de las cosas no naturales, hasta la perfecta curación”.

El prestigio de Ignacio Quevedo Amaya como médico ftie grande y bien consolidado. Fue uno de los fundadores de la Academia de Medicina de Antioquía y su Presidente Honorario Perpetuo.

En la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquía ocupó las cátedras de Materia Médica, Terapéutica y Farmacología. Practicó el primero entre nosotros la resección subperióstica de la tibia, siendo la segunda operación de este tipo en Latinoamérica.

Pese a su justificada fama nunca los honorarios profesionales le proporcionaron holgura económica; lo demuestra el hecho de que la Asamblea Legislativa del Estado Soberano de Antioquía expidió, el 14 de junio de 1884, un decreto de honores por medio del cual se auxiliaba al doctor Quevedo con dos mil pesos, destinados a reconstruir su casa, que se hallaba en deplorables condiciones.

El 18 de noviembre de 1891 murió en Medellín, comarca en la que, al decir de Manuel Uribe Angel, el arte de curar lo tuvo como a su padre legítimo.

Finalmente, y como dato curioso, anotamos que Juana, una de las hijas del doctor Quevedo Amaya, siempre mostró una irresistible inclinación hacia las disciplinas médicas. Los naturales prejuicios de la época le negaron la posibilidad de hacerse médica; de ahí que se viera obligada a ejercer la profesión de manera ilegal, pero con mucho éxito, especialmente tratándose de quehaceres obstétricos23.

Referencias

12. Op.cit., Medellín, 1892.
13. “Discurso leído ante el cadáver del doctor Quevedo” Anales de la Academia de Medicina, Medellín, 12: 371, 1891.
14.Cólicos republicanos. Ediciones “La rana y el águila”, Tunja, p. 205, 1978.
15.Memorias para la historia de la medicina en Santafé. Imprenta de vapor de Zalamea hermanos, Bogotá, p. 84, 1884.
16.Op.cit., P. 243.
17.Gutiérrez, p.A y Archila, R. Historia de la obstetricia en Venezuela. Edit. Rangón, C.A., Caracas, 1955.
18. Tratado de partos. Imprenta de Pedro Marín, Madrid, p. 119, 1778.
19. Quevedo-Gomez, T. “Historia de una vocación. Seis generaciones de médicos Quevedo”. Conferencia dictada en la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, Bogotá, septiembre, 1 982.
20.Preceptos generales sobre las operaciones de los partos, Madrid, p. 181, 1789.
21.Precursores de la cirugía en Colombia, Edit Antares, Bogotá, p. 41, 1954.
22. Preceptos generales…, pp. 184-191.
23. Quevedo Gómez, T. “Historia de una vocación…

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