Ustedes me lo Contaron una Tarde de Noviembre

Dr. Álvaro Monterrosa Castro, M.D

Proemio
Ustedes me lo Contaron una Tarde de Noviembre

I. El Maestro

Señora Lucía, usted me dijo que recuerda perfectamente al doctor Rafael Calvo Castaño. Siempre lo vio llegar en coche, cuando el respetado maestro visitaba la casa de uno de sus más cercanos discípulos, la del doctor Juan Barrios Zapata. una niña de algo más de siete años de edad.

No obstante, le parece que fuera ayer. Vivía con sus padres y sus hermanos en la Calle de la Candelaria del barrio Pie de la Popa, en la calle antes de la subida al Cerro de la Popa, casi en la esquina del amplio sendero donde estaban tendidos unos oxidados rieles, por donde corría hacía el centro de Cartagena o hacia las afueras, un demonio sudoroso que desordenaba el ambiente mientras trepidaba y botaba bocanadas de un humo negro y espeso.

Con los años y mucho más allá de la mitad del siglo veinte, el ferrocarril sería definitivamente cancelado y ese sendero sería convertido en la actual Avenida Pedro de Heredia.

Usted me ha dicho que desde el jardín de la casa, veía venir al visitante en un coche oscuro, muy similar a los coches de turismo que para esta época recorren el Centro Histórico de Cartagena. El vehículo, que era elemento cotidiano de transporte, era tirado por un hermoso caballo y conducido por un cochero que le esperaba hasta el final de la visita.

El doctor Juan Barrios Zapata lo recibía emocionado y compartían unas largas veladas. También usted me ha dicho, señora Lucía, que siempre lo vio llegar impecablemente vestido con un traje entero oscuro, ataviado con un hermoso corbatín y cubierta la cabeza con un sombrero negro de copa.

Hombre de baja estatura, de piel muy blanca, notablemente canoso, con unos espejuelos redondos de fino cristal y sobre los labios un amplio y grueso bigote blanco. Ese hombre era el doctor Rafael Calvo Castaño. Un hombre muy venerado profesionalmente y miembro de la familia Calvo, familia de buenos pergaminos y de larga tradición en la ciudad de Cartagena.

Y ahora que usted me lo ha descrito de esa manera tan definida y puntual, tengo que sobresaltarme de nuevo y de inmediato recordar y contarle los hechos de hace tan solo diez tardes, más exactamente del cinco de noviembre del año dos mil ocho.

Entró caminado lento pero con firmeza, extendiendo la mano derecha para saludar, sonriendo feliz, brillándole los pequeños ojos tras los espejuelos redondos de cristal, y que para que no pensase que era un fantasma o que se había desdibujado de la pintura que llevaba en el bolsillo, me dijo de un golpe:

– Soy Rafael Calvo Atencia. Tengo ochenta y cinco años de edad, nací aquí en Cartagena el veintiuno de mayo de mil novecientos veintitrés y soy el menor de los siete hijos del doctor Rafael Calvo Castaño.

Dr Álvaro Monterrosa Castro y el señor Rafael Calvo AtenciaCuando terminó de hablar y me señaló una foto tamaño carné, donde estaba pintada la figura ya conocida y que usted, señora Lucía, me acaba de describir, no tuve más alternativa que pensar que de veras se había desdibujado, en razón del notable parecido.

No sé cuanto tiempo permanecí perplejo, pero al salir de ello ya estaba sentado, y sin esperar me estaba contando: “mi padre, el Doctor Rafael Calvo Castaño, fue hijo del también médico, doctor Rafael Calvo Díaz Lamadrid.

En el Boletín Historial de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias, volumen setenta y tres, Germán González Porto escribió una amplia nota biográfica de mi abuelo”. Lo comentó sin disimular la emoción e inmediatamente continúo.

“El doctor Rafael Calvo Díaz Lamadrid nació en mil ochocientos diecinueve en Cartagena, dentro del hogar de Juan Antonio Calvo Hernández y Teresa Díaz de Lamadrid.

Realizó estudios de primaria y bachillerato en el colegio del Gobierno: Cartagena de Colombia. Adquirió una extensa cultura y se distinguió por su dedicación a las ciencias. Realizó estudios de medicina en la Escuela de Medicina en Cartagena.

En mil ochocientos cuarenta viajó a Paris a perfeccionar o complementar sus estudios médicos, permaneciendo en esa ciudad hasta el año mil ochocientos cuarenta y cuatro. A su regreso a Cartagena, ya dueño de muchas ideas humanísticas, abrió su consultorio y se entregó de lleno al ejercicio profesional.”

Señora Lucía, usted tal vez sabe que en el libro: “La Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena: su Historia”, el doctor Edwin Maza Anaya, señala: “En enero de mil ochocientos cincuenta, acaso después de algunos años de receso, se reabrió la Escuela de Medicina, bajo la dirección del doctor Rafael Calvo Lamadrid”.

Y escuche, señora Lucía, a su vez González Porto en su artículo, anota: “Para esa época, Rafael Calvo Lamadrid ya era un médico de renombre. Organizó el plan curricular de la Escuela de Medicina y se esmeró en mejorar la calidad de los estudios universitarios, aplicando los conocimientos adquiridos en Paris, sobre didáctica y práctica de la medicina.

Fue pionero al organizar reuniones con el cuerpo médico de la ciudad para intercambiar experiencias y con ello conseguir criterios más claros y acertados sobre los diagnósticos. Fue director de la Escuela de Medicina hasta mil ochocientos cincuenta y siete. Inmediatamente se reintegró a la cátedra médica hasta el cierre temporal de la Escuela de Medicina a consecuencia de las guerras”.

Fotografía del Doctor Rafael Calvo Castaño“Contrajo nupcias con Teresa Pontón y tuvo un hijo: Juan Calvo. Tras enviudar, contrajo segundas nupcias con Rita Castaño Pereira, concebirían tres hijos y entre ellos nacería el diecisiete de abril de mil ochocientos setenta, Rafael Calvo Castaño, mi padre”.

Señora Lucía, eso me aseveró hace unos días con orgullo Rafael Calvo Atencia, mirándome fijo a través de los espejuelos redondos de cristal, casi idénticos a los que usó su padre Rafael Calvo Castaño y a los de su abuelo Rafael Calvo Lamadrid, y sentí la mirada tibia que está presente en esta foto que usted, señora escrita con el puño y letra del maestro Rafael Calvo Castaño, que dice: “A mi grande y querido amigo doctor Barrios Zapata. Cartagena.

Octubre veintidós de mil novecientos cuarenta y nueve”, dedicatoria escrita solamente cincuenta y tres días antes de su muerte y que es la prueba reina para demostrar la cercanía y la amistad del maestro y su alumno.

Señora Lucía, el artículo de González Porto nos permite saber que “en mil ochocientos setenta la Escuela de Medicina reabrió de nuevo sus puertas, con un notable número de estudiantes y una importante selección de docentes, incluido el Doctor Rafael Calvo Lamadrid. Ellos contribuyeron con su sabiduría y virtudes a la formación de una nueva generación de profesionales.

El Doctor Calvo Lamadrid se desempeñó como profesor en la cátedra de obstetricia y de anatomía descriptiva. A la vez desempeñó funciones como inspector de Hospitales del Estado y llevó detalladamente las estadísticas de mortalidad en la ciudad de Cartagena. Fue el íntimo amigo y Médico personal del Presidente Rafael Núñez, además de ser una de las figuras más importantes de la medicina local en la segunda mitad del siglo diecinueve.

El Doctor Rafael Calvo Lamadrid fue miembro fundador y primer Presidente de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, corporación a la cual se le cambiaría el nombre más adelante por el de Academia de Medicina de Cartagena.

Señora Lucía, usted ahora me está mostrando y entregando esta foto que parece un daguerrotipo y que es una verdadera reliquia. Corresponde a Rafael Calvo Lamadrid y tiene una dedicatoria escrita a mano que dice: “Rafael Calvo. Al Doctor Juan Barrios Zapata, sobresaliente médico y gran amigo, y una de las futuras glorias profesionales de esta patria. Octubre once del cuarenta y siete”.

Señora Lucía, y lleva la firma autógrafa de Rafael Calvo Castaño.Fotografía de Rafael Calvo Lamadrid“El Doctor Rafael Calvo Lamadrid enfermó de manera súbita y grave, falleciendo el veinticinco de septiembre de mil ochocientos noventa y cuatro. En el artículo ya citado de Germán González Porto, se transcribe el decreto de honores doscientos uno del veintiséis de septiembre de mil ochocientos noventa y cuatro, expedido por la Gobernación del Departamento de Bolívar, con ocasión del fallecimiento del doctor Rafael Calvo Lamadrid.

“El Gobernador del Departamento de Bolívar, considerando: Que llevando el señor Doctor Rafael Calvo Lamadrid la profesión médica por irresistible vocación, secundada por felices disposiciones naturales después, de haber destinado a sus estudios con Inteligencia y laboriosidad, nada común, se consagró, con exclusión de toda otra atención, al servicio de la humanidad doliente; Que, no bastando a las inclinaciones de su corazón filantrópico triunfos clínicos del piletico consumado, se dio a la tarea, no menos noble por cierto, de comunicar sus conocimientos con mayor afán, si cabe, que el empleaba para adquirirlos y para aumentarlos de continuo; Que fue así como contribuyó, en gran parte, después de largos años de trabajo, en todas las asignaturas de la Escuela de Medicina, a dar al país distinguida pléyada de Médicos que gozarán eterna memoria del maestro que los inició en la ciencia del diagnóstico y en el difícil arte de la cirugía; Que, dentro y fuera de los hospitales, en los campamentos o fuera de ellos, requerido o no por el gobierno, en las horas de prueba, aquellas que se anuncian por el vapor de las epidemias o por el estruendo de los combates, el Doctor Calvo estuvo siempre a la altura de su misión.

Decreta: Artículo primero. Declárese motivo de fundado duelo por el Departamento en General, y por esta ciudad en particular, la inesperada defunción del señor Doctor Rafael Calvo Lamadrid, ocurrida ayer a las once de la noche. Artículo segundo. Al entierro del cadáver asistirán todos los empleados públicos residentes en la Capital y los alumnos de la Universidad, de la Escuela Normal y de la Escuela del Distrito.

Artículo tercero. Los gastos que ocasionen el acto indicado y la colocación de un retrato al óleo del Doctor Calvo, en el salón de Graduados de la Universidad, serán efectuados por el Tesoro Departamental. Publíquese en hoja volante y en el periódico oficial. Cartagena. Veintiséis de septiembre de mil ochocientos noventa y cuatro. Firmado por Henrique L. Román. Gobernador”.

Señora Lucía, usted me ha contado que el periodista Jorge García Usta, en su libro “Retratos de Médicos” dijo que “Sus funerales fueron una explosión de gratitud ciudadana, y los discursos de sus discípulos elogiaron por igual su saber y su austeridad”. Usted también me dijo que en una columna de prensa, un periodista en el anonimato señaló: “El doctor Rafael Calvo Lamadrid fue un letrado que dejó gratas remembranzas en los círculos intelectuales de la Cartagena del siglo diecinueve”.

Mosaico de 1910, Réquiem por un viejo HospitalGracias, Señora Lucía, por hacerme saber que dos años más tarde, y en agradecimiento, el Honorable Concejo de la Ciudad de Cartagena, por acuerdo número veintiuno de mil ochocientos noventa y seis bautizó una de las calles del Centro Histórico, la calle donde está el Claustro de San Agustín y sede de la Universidad de Cartagena, con el nombre de calle de la Universidad o de Rafael Calvo Lamadrid.

Gracias por informarme que diez años más tarde, ya en el siglo veinte, para dar asiento a la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales, para que se desarrollase el contenido de las asignaturas y los estudiantes cumpliesen con sus practicas, la Gobernación del Departamento de Bolívar mediante decreto quinientos treinta y cinco del veintiuno de abril de mil novecientos seis creó una policlínica, que inicialmente estuvo ubicada en la parte baja del edificio de la Universidad de Cartagena, bajo el nombre de Policlínica “Rafael Calvo Lamadrid”, en homenaje al ilustre médico que prestó grandes servicios a la comunidad, a su patria y a la ciencia.

El cuatro de julio de mil novecientos seis, oficialmente se inauguró la Policlínica “Rafael Calvo Lamadrid”, con presencia de importantes personalidades de la vida pública, de los médicos que ejercían en la ciudad de Cartagena y de los directivos, así como de los catedráticos de la Universidad de Cartagena.

Allí presentes, ya con investidura de profesores y empezando a destacarse en lo profesional como en lo personal, estaban dos jóvenes médicos que serían los grandes impulsadores de la enseñanza y la atención de la Ginecología y la Obstetricia en la buena parte del siglo veinte: Teofrasto A. Tatis, quien se encargaría en la policlínica de dirigir la clínica de Ginecología y Rafael Calvo Castaño, que tendría bajo su tutela la Clínica de Vías Urinarias.

A la vez, el Doctor Rafael Calvo Castaño fue designado como el primer director de la Institución. Desde el inicio de sus actividades, dejó en claro, ser un digno sucesor de su padre. La Policlínica “Rafael Calvo Lamadrid” fue un importante centro de entrenamiento medico sin embargo no hay datos hasta cuándo estuvo en funcionamiento.

Señora Lucía, escuche: “Muy pronto mi padre brilló por su calidad profesional y por su dedicación a la medicina”. Eso me lo dijo en tono de advertencia, Rafael Calvo Atencia, allí sentando ante mí y mirándome sin despabilar siquiera, como para ayudarme a fijar por siempre en mi memoria la expresión dulce congelada por el destello fotográfico e impresa para siempre en el papel que aun tengo entre manos. Y, señora Lucía, él abrió una pequeña bolsa, extrajo un libro, unas hojas y me entregó un recorte de periódico del quince de diciembre de mil novecientos setenta y nueve. El texto estaba solamente titulado: “Rafael Calvo Castaño”.

Sin advertirme que sabía de memoria el contenido, me fue contando de inmediato: “Entre los muchos costeños sobresalientes cuya savia intelectual y de servicio fue útil a sus semejantes, descolló el médico y profesor universitario Rafael Calvo Castaño, a quien se rinde homenaje recordatorio, al cumplirse hoy quince de diciembre el trigésimo aniversario de su fallecimiento. El doctor Calvo Castaño, ejerció su apostolado en esta ciudad, luego de terminar sus estudios en la década de mil ochocientos noventa, con vocación congénita, fue dado en perfeccionar sus estudios.

Viajó al exterior, a la vieja Europa, cosa que hizo multitud de veces. En su primera etapa, de regreso a la ciudad se incorporó al servicio del gobierno constituido de entonces, y al estallar el conflicto político, sofocado por las armas en la guerra de los mil días, hizo camaradería en las campañas sanitarias de la capital de Bolívar, al lado de otros galenos y colegas adictos al gobierno federal.

Al sobrevenir la paz política, Rafael Calvo Castaño viajó de nuevo al “Viejo mundo” y en la Universidad de París hizo profundos estudios de perfeccionamiento en Ginecología y Obstetricia con el profesore Legé y el cirujano Gosset, así como estudios de Otorrinolaringología, con el profesor Pier Sebileaux y otros docentes de aquellos famosos hospitales.

Al regresar, sus actividades profesionales fueron puestas al servicio de la ciudad y fue así como adquirió resonancia como especialista. Rafael Calvo Castaño fue el fundador e iniciador de la Obstetricia en el Hospital “Santa Clara”. En la Universidad de Cartagena se desempeñaba como sabio profesor. Ocupó varias jefaturas de Cátedras, creándolas o perfeccionándolas, como lo hizo con el antiguo y destartalado anfiteatro anatómico.

Al llegar al decanato de la Facultad de Medicina y dirigirlo por muchos años, hizo una labor fructífera. Fue el primer director de la Policlínica “Rafael Calvo Lamadrid”, anexa a la Universidad de Cartagena, fundó la Clínica de Obstetricia y de Maternidad, asistido por la recordada partera señora Carmen de Arco de la Torre, nacida y residente en el barrio de Getsemaní, de grata recordación para los estudiantes de la década de mil novecientos veinte. También contribuyó a colocar los cimientos para la creación de la primera Facultad de Odontología en mil novecientos nueve.

En el decanato de la Facultad de Medicina tuvo especial cuidado en ampliar el pénsum de estudios, adaptándolo a la usanza de las demás Facultades extranjeras. Fue el fundador de la primera Escuela de Enfermeras, y fue el primer médico en realizar con éxito una cirugía de Cesárea en el Hospital Universitario de “Santa Clara” en mil novecientos veintitrés.

“Mi padre también incursionó en la política. Fue nombrado gobernador del Departamento de Bolívar en mil novecientos once, cargo desde el cual se destacó con progresistas reformas administrativas”. Señora Lucía, así finalizó Calvo Atencio, su discurso, haciendo énfasis en sus sentencias y elevando la voz.

Señora Lucía, usted también me dijo que en el libro “Retratos de médicos/, de Jorge García Usta, el autor señala: “Rafael Calvo Castaño fue una de las eminencias médicas de la primera mitad del siglo veinte y uno de los hombres que tuvo mayor poder científico, administrativo, académico y político en la medicina de su época.

Era uno de los sobrevivientes de la importante Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Cartagena, posteriormente llamada Academia de Medicina de Cartagena, que en los últimos años del siglo diecinueve y en los primeros del siglo veinte había impulsado con obstinación la discusión médica en Cartagena”.

El cambio de nombre se realizó por medio de la ordenanza número catorce de mil novecientos dieciocho de la asamblea de Bolívar, impulsada por el diputado y médico con trayectoria en la Ginecología y la Obstetricia, doctor Antonio Regino Blanco. La corporación había sido creada el veintinueve de septiembre de mil ochocientos ochenta y ocho, siendo su primer presidente el doctor Rafael Calvo Lamadrid.

Señora Lucía, usted me cuenta que “el doctor Rafael Calvo Castaño, conocía al dedillo la historia de la medicina local y conocía a los hombres que la hicieron posible.

Era un hombre chiquito, blanco, muy sabio y extraordinario partero”. El doctor Boris Calvo del Rio, ginecólogo y obstetra, profesor de la Universidad de Cartagena y nieto del doctor Rafael Calvo Castaño, me ha dicho que su abuelo “era muy hábil para realizar con prontitud una cesárea corporal y para diagnosticar tempranamente y con acierto un embarazo gemelar, en una época sin presencia de condiciones quirúrgicas adecuadas, sin tecnologías ni ecografías.

El gran valor de lo último, es que en esas épocas era muy difícil hacer el diagnóstico de un embarazo gemelar, estando incluso el embarazo a término”.

Todos hacen una descripción igual a la que usted me ha señalado, señora Lucía. La figura de Rafael Calvo Castaño sigue aún presente en la memoria de muchos, aunque estemos cerca de cumplirse los sesenta años de su fallecimiento. Ya creo tener una visión completa y profunda de este hombre que fue uno de los médicos que hizo grande la enseñanza de la medicina y sobre todo de la obstetricia, en la Universidad de Cartagena, en gran parte de la primera mitad del siglo veinte. Con la historia de los dolores crónicos que padecía, y que usted me ha contado ahora, he podido comprender que pese a la profundidad de sus conocimientos, ello no le permitió liberarse de la debilidad y los temores humanos.

Usted, señora Lucía, me contó que el doctor Juan Barrios Zapata le confesó que en una ocasión el doctor Rafael Calvo Castaño, solicito a una gitana leedora de la suerte, que le revisara en la palma de la mano su futuro.

Esta pitonisa le sugestionó sobre un fuerte dolor que experimentaría en diferentes partes del cuerpo y que lo atormentaría por muchos años. Tiempo después comenzó a presentar los síntomas dolorosos, lo que lo obligó a visitar distintos profesionales de la medicina sin encontrar solución. Para calmar los dolores utilizó en vano diferentes medicamentos sin mejoría. Hasta que comenzó a utilizar morfina para aliviarlos.

En uno de sus viajes a Paris se hizo diferentes estudios y análisis médicos y le dijeron que no tenia nada, sólo hasta entonces se convenció de que no tenía ninguna enfermedad que le causara esos dolores, que estaba totalmente sano, pero le quedó la adicción a la morfina.

Y eso de la adición a la morfina es un hecho real, señora Lucía. He hablado con el abogado Armando Luján Mercado, nonagenario, pero lucido y de habilidad verbal fluida, quien me ha contado y asegurado que siendo estudiante de sexto año de bachillerato del colegio Fernández Baena, por razones de currículo, debía junto con otro compañero hacer un curso de psicología, y el rector del colegio consiguió que se los dictara el Doctor Rafael Calvo Castaño, quien aceptó dictarlo con la condición que los estudiantes fueran a su residencia en manga, en el cordón de San Antonio, a las cuatro de la tarde, tres veces a la semana.

El señor Luján me ha dicho que cuando conoció al Doctor Rafael Calvo Castaño, ya era un señor mayor, aunque activo, siempre en movimiento, no se estaba quieto un solo instante.

Era un tipo afable, simpático, que les dio las clases alrededor de una pequeña mesa en la que el maestro, con papel y lápiz ilustraba con gran habilidad y destreza el tema correspondiente. Dibujaba todo. Se expresaba dibujando. Dice Luján que hicieron un buen curso, y lo mejor era que cuando terminaban la clase, se quedaban hablando con él de muchas cosas.

Era un inmenso conversador, un hombre muy ilustrado, que hablaba de Paris, de sus viajes, de la universidad y de la historia. Es enfático en señalar que es cierto, que un día estaba el maestro haciendo un dibujo para lo que iba a explicar, y de pronto se levantó, se fue al fondo del salón, rodó la cortina y paso a la habitación contigua. Como la cortina quedó entre abierta, pudieron observar como llenó una jeringa con un medicamento y se lo aplicó en el brazo, ellos supieron ese día que era morfina. Continua su relato del hecho, diciendo que el Doctor Calvo Castaño, regresó, se sentó y al instante se durmió recostado sobre la mesa.

Me ha contado Luján que ellos decidieron quedarse sentados, no hacer nada y esperar a que despertara. No estima que tiempo pasó, pero sí que de súbito, el maestro levantó la cabeza, tomo el papel y el lápiz, miro el dibujo que había realizado y siguió la explicación por donde la había dejado. Como si no hubiese existido un rompimiento en el tiempo. Para el maestro, pese a la morfina, no hubo solución de continuidad.

Señora Lucía, el señor Armando Luján me ha dicho que nació una gran amistad entre el maestro y ellos. Ya que los diálogos y la tertulia le eran placenteros al maestro, en muchas ocasiones despedía o citaba para el día siguiente a las personas que le hacían antesala, para tener espacio para el dialogo y así cumplían unas largas veladas. Y señora Lucía, me ha contado el señor Armando Luján, algo que no esperaba.

Y señora Lucia, mire bien, me ha entregado mire, un ejemplar de El Universal Dominical, edición numero 290, del domingo once de agosto de mil novecientos noventa y uno, donde en la pagina ocho y nueve, está publicado un articulo del mismo señor Armando Luján, sobre hechos históricos importantes que recibió a manera de testimonio oral del maestro de maestros de la Obstetricia, del doctor Rafael Calvo Castaño.

Cuenta y así está escrito en su artículo, que una tarde de octubre de mil novecientos treinta y nueve, mientras caía una larga y pertinaz llovizna sobre Cartagena, ellos hablaban sobre historia. El doctor Rafael Calvo Castaño enseñaba que la historia de Colombia estaba plagada de mentiras y errores, porque ha sido escrita con criterio político.

De pronto les preguntó: ¿Saben ustedes de qué murió el doctor Rafael Núñez? Lujan se aprestó a decir que de muerte natural, pero él replicó de inmediato y dijo que el doctor Rafael Núñez murió envenenado. Luján tiene en su artículo lo que le aseguro Rafael Calvo Castaño y yo se lo voy a decir textualmente a usted, señora Lucía.

“Cuando se enteró de la muerte de Rafael Núñez, mi padre, el Doctor Rafael Calvo Lamadrid, se apresuró a vestirse y se trasladó a la casa del duelo, en el Cabrero; lazos de amistad lo vinculaban a ella y la súbita noticia lo había estremecido. Después de los saludos y los detalles, mi padre, quien era el médico legista del distrito, entró al reciento donde reposaba el cadáver del doctor Núñez, lo observó, le hizo la prueba del espejo y le expresó a Doña Sola, por ciertos signos en el cuerpo yacente como la cianosis la sospecha era de un envenenamiento con arsénico.

La sorpresa y el desconcierto de Doña Sola fue grande y llamó a sus más próximos familiares a darles la mala nueva. “no puede ser” repetían todos sin provocar alarma; al grupo se reunieron algunos amigos políticos, los más allegados, comenzaron el análisis de la situación, considerada como extraordinariamente delicada por las repercusiones que la sola noticia podía desatar en el país. El momento político era tenso, los señalamientos fuertes y contundentes se extendían y en el ambiente rondaba el espectro de la guerra. Todo se analizó pensando en los altos valores de patria y acordaron no aludir al hecho anunciado por el doctor Rafael Calvo Lamadrid, sino acoger el dictamen del médico que lo asistió y lo que consignó en la boleta de defunción.

Mi padre, comprendiendo la realidad y temeroso de algo peor, aceptó borrar de su mente las apreciaciones que había aceptado como posibles. Y falleció una semana más tarde, luego de caer súbita y gravemente enfermo, lo cual causó gran consternación en todos los sectores sociales de Cartagena. González Porto en su artículo del Boletín Historial de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias, señala que la causa de la muerte del galeno guarda relación con la impresión que le produjo la muerte repentina de su queridísimo amigo, el Presidente Rafael Núñez”.

El abogado Armando Luján no sabe si el doctor Rafael Calvo Castaño, dejó un acto o un documento al respecto, pero él si quiso develar el testimonio pasado de padre a hijo, de los prestigiosos galenos cartageneros. Me ha dicho, señora Lucía, que a sus noventa y un años de edad, liberado de un secreto comprometedor que no quiere llevarse, corresponde a otros buscar las evidencias y darle luz de verdad a un hecho decisivo de nuestra historia patria.

El doctor Rafael Calvo Castaño, falleció en la ciudad de Cartagena el quince de diciembre de mil novecientos cuarenta y nueve, cuando contaba los setenta y nueve años de vida. Vivó mucho tiempo en el barrio de Manga, y la calle donde está la que fue su vivienda, hoy es conocida como Calle Rafael Calvo.

Usted también ha sido amable al contarme que nueve años después de su muerte, fue reabierta la Clínica de Maternidad de Cartagena, y rebautizada como Clínica de Maternidad “Rafael Calvo”, en su memoria. No hay precisión sobre de quién fue la propuesta de dicha denominación, es muy probable que haya sido del alumno preferido, del doctor Juan Barrios Zapata, quien había heredado de su maestro la jefatura de la cátedra de Obstetricia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena, y quien de paso ingresó para ser el primer director de la naciente institución de atención a mujeres gestantes pobres, Clínica que pese a todo ha permanecido abierta y disponible desde entonces, sin cerrar un solo día y sin rechazar una sola de las pacientes que acuden en búsqueda de atención.

Usted, señora Lucía, con acierto me ha dicho que con esa determinación, el nombre de Rafael Calvo Castaño quedó inmortalizado. Yo puedo aseverarle que las investigaciones científicas, los logros y el esfuerzo de varias generaciones de docentes y estudiantes de Ginecología y Obstetricia de la Facultad de Medicina, así como lo desarrollado por profesores y estudiantes de otras Facultades de la Universidad de Cartagena, han llevado a que el nombre de la Clínica de Maternidad “Rafael Calvo”, y por tanto la memoria y el recuerdo de nuestro insigne profesor y maestro, doctor Rafael Calvo Castaño, esté presente en ponencias y en escritos que se presentan en medios científicos exigentes, tanto nacionales como internacionales e incluso en estrados de lengua inglesa.

II. EL ALUMNO

Señora Lucía, usted también me ha contado que en el año de mil novecientos treinta y nueve, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena se graduaron cinco médicos. Uno de ello fue el doctor Juan Barrios Zapata, alumno preferido del doctor Rafael Calvo Castaño, quien se dedicó por completo al ejercicio de la obstetricia hasta dos meses antes de su muerte. Usted me ha señalado el original de su tesis de grado, titulada “Distocias”, la cual tuvo como presidente al doctor Rafael Calvo Castaño. El doctor Barrios Zapata había nacido en El Guamo, Bolívar, el primero de julio de mil novecientos siete, y falleció a los ochenta años de edad, pletórico de felicidad, el veintiocho de junio de mil novecientos ochenta y siete.

Usted recuerda y me cuenta cómo a diario, incluso teniendo ya mucho más de setenta años de edad, asistía a su consultorio que tenía ubicado en la Casa de la Acción Católica en el barrio Pie de la Popa, justo al frente a la Ermita de ese mismo barrio. Siempre tuvo una elevada clientela, la cual no solo era de la ciudad. No se especializó en el exterior como lo hicieron algunos médicos de su época, se formó totalmente en el Hospital Universitario de “Santa Clara”, alcanzando un gran dominio en sus manos, y se hizo dueño de una reconocida habilidad quirúrgica y una gran destreza en las maniobras obstétricas. Muchos de sus colegas le reconocieron su supremacía en la especialidad.

Señora Lucía, usted es clara en afirmar que fue un buen docente, gozo del respaldo de sus alumnos, por su conocimiento, sus capacidades y cualidades humanas. Poseía una gran sensibilidad, siempre dispuesto a servir, le gustaba aconsejar, era un hombre de una gran nobleza.

Un hombre sin apasionamiento, gustoso de dar una segunda oportunidad para que sus alumnos se superaran. Le gustaba analizar la capacidad médica de sus alumnos. Los quería y se convertía en el papá del alumno.

Le gustaba compartir sus casos con sus alumnos. Para llegar a ser profesor titular de Clínica Obstétrica debió participar en un concurso, y aunque al parecer no tenia gran respaldo entre los miembros del jurado, se batió en buena lid, logrando demostrar su superioridad; fue el mejor calificado, como consta en el oficio número 994 de la Secretaría de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad de Cartagena, fechado el dieciséis de mayo de mil novecientos cincuenta.

El cinco de junio de mil novecientos cincuenta recibió una carta de los alumnos de sexto año de medicina donde le comunicaban que habían acordado brindarle un agasajo como reconocimiento a sus meritos como profesor y jefe del servicio de Maternidad del Hospital Santa Clara, coronado una vez finalizado el concurso verificado para tal fin.

El acto se llevó a cabo el miércoles siete de junio de mil novecientos cincuenta, a las ocho de la noche en el salón de recepciones del restaurante Chop-Suey. La comunicación está firmada por Darío Cabrera Meléndez, David Lorduy y Mironel Herrera.

Señora Lucía, usted me ha dicho que el doctor Juan Barrios Zapata era un gran impulsador de la parte clínica del ejercicio profesional del médico. Defendió por siempre la importancia de hacer un detallado análisis de los síntomas y de las manifestaciones de la paciente, buscando siempre la llegada al diagnóstico.

También me ha dicho con claridad, que desarrollo su actividad profesional en una época en que si bien no existía la ecografía, sí existía el deseo de conocer previo al nacimiento el sexo del próximo bebe por nacer.

Usted me ha contado señora Lucía, que ha escuchado muchas veces entre risas, que el doctor Juan Barrios Zapata, luego de valorar y examinar con detalle el abdomen crecido de la gestante, decía, por ejemplo, con acento fuerte y en voz alta: “es varón”.Inmediatamente iba a un librito donde anotaba sus vaticinios y escribía el sexo contrario. Al nacer el niño, si nacía varón la señora lo felicitaba y él con jocosidad se enorgullecía por el logro.

Si nacía niña y los padres reclamaban o se lamentaban de lo fallido del vaticinio, él se aprestaba a asegurar que había dicho lo correcto, que tal vez no escucharon, y también con jocosidad y sentido del humor, buscaba el libro y demostraba no haberse equivocado. Siempre acompañaba el instante de risas, gozaba con sus pacientes la triquiñuela y gozaba la broma. Llevaba siempre consigo otro librito, donde estaba anotado el record de sus pacientes.

Hospital Universitario “Santa clara”. 1957

Señora Lucía, a usted le brillan los ojos y se le dilata la pupila cuando me dice que el doctor Barrios Zapata fue médico y sobre todo un profesor muy humano, generador de mucha confianza con sus alumnos, le sirvió de guía a muchos, esforzándose, dándoles lo mejor de sí.

Fue presidente de muchas tesis, lo cual en esa época era una designación altamente honorífica. Era frecuentemente escogido por los estudiantes, ya que era muy confianzudo y permitía que los estudiantes se le acercasen sin limitaciones.

Usted no tiene certezas de en qué año fue jefe de Clínica Obstétrica, pero sí sabe que mujeres de todo el Departamento de Bolívar e incluso de otros departamentos de la Costa Atlántica, venían atraídas por su renombre y por la gran fe que le tenían muchas personas de la región. Usted no se cansa de repetirlo, señora Lucía, que atendió su consultorio hasta dos meses antes de su muerte.

Hospital Universitario de “Santa Clara”

También me ha dicho con una sonrisa, señora Lucía, que el doctor Juan Barrios Zapata, era un profesional experimentado y hábil. Usted me ha contado que muy frecuentemente escuchó decir a varias personas que apoyaba a otros colegas con casos difíciles. Usted ya me repitió muchas veces que el doctor Rafael Calvo Castaño lo quería como si fuera un hijo, y también me ha repetido sin cansarse que el doctor Barrios Zapata lo estimaba de sobremanera y para él era un orgullo haber heredado la dirección de la cátedra de Clínica Obstétrica.

Por más de catorce años fue profesor de Obstetricia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena, y estando con éxito al frente de la Unidad de Obstetricia, en el año de mil novecientos cincuenta y nueve, cuando estalló la huelga contra el doctor Napoleón Franco Pareja, renunció solidarizándose con su amigo, compañero y colega, como lo hicieron muchos otros profesores. Señora Lucía, me han dicho que el doctor Napoleón Franco Pareja fue un médico eminente, el mejor cirujano ginecológico de su época y le sirvió mucho a la ciudad. Tal vez, la comunidad y la misma ciudad estuvo a espaldas de él cuando se presentó la huelga. Y es que en esa huelga había muchas presiones políticas en el fondo.

El doctor Napoleón Franco Pareja era visto por los estudiantes como alguien muy bravo, cuando en realidad era una excelente persona, era alto y lo más parecido a un quijote. Fue el Fundador de la Casa del Niño, la cual manejó con buen criterio y honradez. Era muy apasionado en sus ideas, políticamente un liberal, tal vez hasta revoltoso, y lo que es cierto, un gran directivo. Para apoyarlo, el doctor Juan Barrios Zapata dejó todo, renunció a la cátedra de Obstetricia y a la dirección de la Clínica de Maternidad “Rafael Calvo” para siempre. Usted me dice que había una solidaridad en bloque que hoy no tienen los profesores ni los médicos.

Usted lo añora, señora Lucía, lo recuerda como un gran aficionado al béisbol, y es que de veras para esas épocas se jugó en Cartagena el mejor béisbol de todos los tiempos. Usted me ha contado que casi siempre iban en familia al estadio, y en varias ocasiones por el alto parlante del once de noviembre, escucharon decir que el doctor Juan Barrios Zapata es solicitado en la puerta principal del estadio.

Me ha contado usted, que él las dejaba recomendadas con algunos que estuvieran cerca que conocía y se iba a mirar a su paciente. Gran aficionado al béisbol, también aficionado al boxeo y siempre presente en los combates de Pambelé, pero su principal atracción era el béisbol. Y claro, señora Lucía, de seguro que lo disfrutó mucho, tal vez intuía que le había tocado la época dorada y grande del béisbol de Cartagena.

(Lea También: La Mulata de los Ojos Grises)

Señora Lucía, a su memoria llegan ahora los recuerdos de las veces que lo acompañó a los hospitales donde ingresaba sus pacientes. Para usted era una fiesta y todo un paseo ir a la Clínica de Maternidad “Rafael Calvo”, en Amberes, a la casita de maternidad que justo lleva el nombre de su maestro y amigo. Usted recuerda la Clínica, era sumamente pequeña y el doctor Barrios Zapata se esforzaba por tratar de aumentarla, para que los servicios que se prestaban fueran mejores. Usted, señora Lucía, recuerda que logró hacer otra sala de parto.

Era muy difícil el acceso a la entrada de la clínica, debido a las condiciones de la calle, así que hizo construir una rampa de acceso para los vehículos. Era muy intensa la presencia y el manejo político. Intentaron retirarlo en alguna ocasión, pero los trabajadores y las enfermeras se opusieron. El doctor Juan Barrios Zapata tuvo muy buenas relaciones con sus empleados y era como un padre para ellos. También usted recuerda emocionada la época del Hospital de Manga, donde tenía su centro de mayor atención de pacientes.

También iba muy frecuentemente a la Clínica de la Madre Bernarda, a las afueras de Cartagena. Me ha contado que en esas épocas los obstetras tenían parteras y enfermeras que les apoyaban y les acompañaban en la atención de las pacientes. Señora Lucía, usted recuerda que la partera que le acompañaba en el Hospital “Santa Clara” era Candelaria Zambrano y la partera del Hospital de Manga era Olga Sotelo.

Ellas vigilaban y controlaban a las pacientes mientras él llegaba. Las trataba con familiaridad, eran de mucha confianza y se comunicaban de tú a tú. En esa época las enfermeras y parteras tenían gran presencia, recuerda usted a la “la seño Almeida”, porque frecuentemente lo llamaba. El doctor Juan Barrios Zapata generó en la población que le frecuentaba una gran fe y credibilidad.

No escribió nada, no dejó nada escrito, no era aficionado a la escritura, me ha dicho usted, y también me ha contado que sí era un gran lector. Vivía a diario actualizándose. Siempre señalaba que el médico nunca debía dejar de estudiar. Lo recuerda sentado leyendo por horas y horas revistas de MD, y es que señora Lucía, esa era la revista que traía la mejor información científica por esos años; en ella se nutrían de conocimientos médicos los profesionales de la década de los setenta del siglo veinte.

Usted me ha dicho, señora Lucía, que era enemigo de la desconexión o esterilización, y especialmente si la mujer era muy joven. Hacia siempre consejería para evitar ese método radical en mujeres jóvenes. Usted sostiene señora Lucía, con inmensa emoción, que, el doctor Juan Barrios Zapata era un gran consejero, siempre observó la dedicación y la presteza en la atención de sus pacientes, de allí que tuviera muchos, muchos ahijados.

Usted, señora Lucía, al dejarme entrar sin reservas a revisar las páginas de su álbum familiar, y al contarme con detalles tantos hechos, me ha permitido ver el resplandor científico de Rafael Calvo Castaño en el desarrollo cotidiano de su labor de obstetra y de profesor de Obstetricia.

En las páginas ya amarillentas de este libro de portada azul, donde el doctor Juan Barrios Zapata recopiló y dejó congeladas para siempre muchas de las actividades de profesores y estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena, he podido ver la aureola mítica de una Escuela de Medicina que creció con los años y se fortaleció con el empuje de docentes y estudiantes, que fueron capaces de seguir el ejemplo de su antecesores, sobre todo de aquellos que se atrevieron a arar el terreno y sembrar las semillas de la ciencia. Usted, señora Lucía, me ha permitido ver la siembra que hicieron muchos grandes, entre ellos el doctor Rafael Calvo Castaño.

Celebración y Brindis. Fecha no definida
Hospital Universitario “Santa Clara”. 1936

Hospital Universitario “Santa Clara” 1948.

Ceremonia de Grado. 1948

Reunión de Médicos el 4 de noviembre de l949

Posible ceremonia de Grado. 1951

Hospital Universitario “Santa Clara” 1957

Brindis en 1957. Doctores Carlos Esquivia

Cena de celebración. Sociedad Médico Quirúrgica
La verdad Señora Lucía, es que usted sin alternativas se ha pasado muchos días de su vida yendo sin apremios, pero con una gran emoción, desbordada de alegría, a la Clínica de Maternidad “Rafael Calvo”, que se construyó en los terrenos que con una benevolencia infinita donó la señora Josefina Araujo de Sicard, para que por siempre en ellos funcionara una Casa de Maternidad.

Usted ha visto los cambios que con los años se han surtido en la edificación, ha visto cómo se cambiaron las calles, cómo el polvo y el barro fueron cubiertos por el pavimento y como el entorno también se modificó, apareciendo nuevas construcciones. Ha visto entrar y salir profesores, estudiantes, enfermeras, y de seguro que a sus oídos han llegado los gritos y los gemidos de las mujeres en trance de parto.

Tantas y tantas veces ha atravesado el umbral para llegar al interior y ver el palo de mango que crece en uno de los jardines centrales. Lo sorprendente y extraordinario, señora Lucía, es que usted nunca ha trabajado allí.

En dos épocas muy distintas, con bastantes años de diferencia, ha ido a buscar a dos hombres sin que estuvieses casada con ninguno de ellos. Tal vez usted a todo lo largo de la historia de esa Clínica, de la Clínica de Maternidad “Rafael Calvo”, la casita institucional que todos llevamos en el corazón y por siempre, ha sido la única mujer que ha tenido la dicha de ir al final de la jornada, a buscar a su padre que era el Director de la Clínica y muchos años más adelante, también al final de la jornada, ir a buscar a su hijo que realizaba sus estudios de especialización en el Departamento de Ginecología y Obstetricia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena. Claro es que usted, señora Lucía, es una de las hijas del obstetra doctor Juan Barrios Zapata y es la Madre del también obstetra, doctor Antonio Javier Chamat Barrios.

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