Zapatoca Santander no ha Cambiado

Zapatoca

Para dicha de los historiadores y de uno que otro turista es muy poco lo que ha cambiado en el municipio de Zapatoca (Santander) en los últimos 200 años.

Francisco Basilio de Benavides, el fundador de Zapatoca, no era un cura cualquiera. Los documentos de la época le dan el inusual trato de ‘maestro’ y de ‘doctor’ por su formación académica.

Según consignó en su testamento, al morir este sacerdote español era poseedor de una valiosa biblioteca de 138 volúmenes, así como de una colección de 23 óleos de temas religiosos.

Benavides había sido nombrado párroco del poblado indígena de Guane, no muy lejos del actual Barichara, hacia 1730, y desde los primeros días a cargo de esa extensa parroquia que llegaba hasta el Magdalena había mostrado interés en esta meseta de clima benévolo pero difícil acceso que estaba situada al otro lado del río Suárez.

Incluso hoy es complicado llegar a Zapatoca. Una opción es seguir la carretera que todos los gobiernos han prometido pavimentar, para llegar por el norte desde Bucaramanga.

Ello implica descender al profundo cañón del río Sogamoso. O, si se prefiere, se puede entrar desde el Socorro o San Gil, por el suroriente, serpenteando por los costados del cañón del río Suárez.

Vale recordar que es la unión de los ríos Suárez y Chicamocha, en los confines de este municipio de Zapatoca, la que forma el río Sogamoso, uno de los principales afluentes del margen derecho del río Magdalena.

Para completar la insularidad zapatoca -porque aquí lo que diferencia el nombre del pueblo de su gentilicio es únicamente la mayúscula inicial está la serranía de los Yariguíes al occidente, que desciende hacia las selvas del Magdalena medio.

Vale decir que en estas tierras de Zapatoca ya vivían a la llegada del padre Benavides numerosas familias españolas, conviviendo con familias criollas llegadas de San Gil y de Girón.

Fue así que para oficiar la misa de fundación, el 13 de octubre de 1743, el padre Benavides había tenido que negociar, mediante una permuta de tierras, el terreno más apto para ese pueblo que él se había empecinado en fundar.

Bastante trabajo les había costado tanto a él como a los vecinos de estas tierras obtener la autorización del arzobispo de Bogotá para establecer aquí un pueblo con el rango eclesiástico y civil de vice-parroquia.

112 fueron las familias que se beneficiaron de esa repartición inicial de lotes. Hoy las calles del pueblo de Zapatoca siguen los trazos que definió con su cabuya el padre Francisco Basilio, quien dejó también como herencia una profunda religiosidad.

Fue así, por ejemplo, como en 1854, el juez Narciso Rojas ofició el primer matrimonio civil en Zapatoca, siguiendo los lineamientos del gobierno central que lo imponía como obligatorio. El domingo siguiente, desde el púlpito, el padre Joaquín Roldán declaró fuera de la Iglesia al juez y a su secretario, así como a los contrayentes y sus testigos.

Ante esto, el juez Rojas ordenó capturar primero al sacerdote, que liberó bajo fianza; y luego a su anciano padre que en una de las tiendas de la calle real despotricaba de la liberalidad de la justicia. Los hermanos del cura lograron rescatar a su progenitor, y buscaron refugio en la casa cural.

No es el caso detallar aquí los hechos que siguieron. Basta con decir que se requirió de la intervención del ejército provincial, que el mismo gobernador tuvo que hacerse presente para acallar el tumulto; y que por las calles de Zapatoca desfilaron -por separado claro está; los cortejos fúnebres del alcalde y de uno de los hermanos del cura, muertos los dos en la refriega.

A ese Zapatoca de ideas conservadoras que habría de merecer el epíteto de ‘ciudad levítica’ fue a donde llegó en 1860 el ciudadano alemán Geo von Lengerke.

Nacido luterano, pero librepensador y libertino, este teutón habría de desencadenar todo tipo de amores y odios en la sociedad santandereana. Lengerke, pionero de la influencia alemana en Santander, fue un destacado comerciante que al tiempo que exportaba sombreros de jipa y corteza de quina; traía todo tipo de mercancías europeas a sus negocios en Bucaramanga y en Zapatoca.

Fue Lengerke, el protagonista de la novela del escritor de origen zapatoca Pedro Gómez Valderrama La otra raya del tigre; quien construyó un puente sobre el río Suárez que habría de servir durante noventa años. Construyó también el camino de Zapatoca a Barrancabermeja; en fecha que corresponde con el inicio de la edad dorada de este pueblo santandereano.

La construcción de ese camino selvático, iniciada antes de la llegada del alemán; fue en palabras del historiador zapatoca Saulo Toledo Plata una triple lucha contra las enfermedades, las fieras y los indios.

Por aquel camino se trajeron a la hacienda de Montebello, entre otros muchos bienes; un cañón cuyo estruendo señalaba los momentos exultantes de Lengerke; así como un famoso piano de cola de Hamburgo, que hizo su viaje desde el Magdalena a hombros de dos docenas de porteadores; al ritmo inverosímil de unos pocos metros por día.

Fueron famosas las fiestas del recinto de Montebello así como fueron numerosos los descendientes que Lengerke dejó en estas tierras. Al morir en Zapatoca, en 1882, para enterrarlo fue necesario construirle un anexo en el cementerio; que es hoy quizás el principal atractivo turístico del pueblo.

Para el cambio de siglo, y durante buena parte de la primera mitad del siglo XX; Zapatoca fue capital de la provincia de Galán, que incluía, entre otros; a los hoy municipios de Barichara, Betulia, Barrancabermeja y San Vicente de Chucurí.

La población del municipio según el censo de 1886 resultó ser muy similar; a la que encontrarían 120 años más tarde en el censo del 2005. Ya en Zapatoca no se fabrican sombreros de jipa y sus más ávidos comerciantes e industriales han emigrado a otras tierras.

Pero el clima, el ambiente calmo y la calidez de sus gentes no han cambiado para nada; desde cuando Francisco Basilio de Benavides llegó a esta meseta con su fardo de ilusiones.

Hernando Franco Ruiz
Director encolombia

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