Revista de Pediatría: Editorial, Volumen 39 No. 3

Y se nos fue Rafael Castro Martínez. Pero no se fue por su propia voluntad porque amaba la vida como amaba a su familia, a sus hijos y amaba su profesión, y sabía que tenía aún muchas cosas por hacer. Disfrutó como el que más con todo lo que hizo; irradiaba optimismo y alegría en todos los actos de su vida e igual podía gozar en una consulta, en una reunión de tipo académico o de corte social. Disfrutaba la comida que, dicho sea de paso, sabía escoger a las mil maravillas y la saboreaba con exquisitez envidiable. Hace muchos años nos conocimos. La empatía fue fácil, como es fácil relacionarse con esas almas ingenuas y transparentes que no guardan mezquindad, con esas almas de niño. Rafaelito, como le llamábamos quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de contarnos entre sus amigos, era un niño, por eso era sensible, noble, ingenuo, como se lo dijimos muchas veces y por eso, como los niños, se ofuscaba cuando algo no le salía bien o cuando aquellos a quienes buscaba servir no lo entendían, no se vinculaban, no le aceptaban su generoso entregarse, el dar de sí todo lo que era, todo lo que sabía y todo lo que quería. Trabajaba ya para entonces en el Hospital Militar Central y él y todos los colegas del Servicio de Pediatría del Hospital me hicieron sentir como parte del grupo. Yo era de otra escuela totalmente distinta, pero eso no importó y por eso nació una gran amistad con todos ellos, que aún perdura. Desde entonces, hace ya largos años, fueron muchas las actividades que emprendimos juntos, nos dábamos fuerza e impulso mutuamente.

Esta revista, por ejemplo, en la que siempre colaboró, aunque no fuera el más asiduo de los escritores, aunque no figurara ni en el cuerpo editorial ni en ninguna de las páginas. Creía conmigo en la Sociedad Colombiana de Pediatría. Él creía en mí y yo en él, por eso pudimos trabajar tan de la mano. Durante largo tiempo me apoyó en mi trabajo y, gracias a Dios, algo pude colaborarle en las innumerables iniciativas que permanentemente enfrentaba en su búsqueda por mejorar todos los aspectos relacionados con los pediatras. Le preocupaba el nivel académico de sus colegas y de los pediatras en ciernes, con los que tuvo muchísima relación. Dedicó muchos años de su vida a colaborar en la formación de nuevas generaciones, bien fuera como pediatra, como docente, como encargado de una sección en el Departamento de Pediatría o como Jefe de Educación médica del Hospital, en fin, en varias posiciones, de las que no le interesaba el poder que pudieran significar sino el margen de entrega que le brindaban, para poderse entregar al servicio de los pacientes y de sus colegas. Disfrutaba atendiendo un paciente y gozaba como un niño chiquito cuando lograba poner en marcha cualquier actividad. En su orden, las prioridades en la vida de Rafa eran: la familia, los niños para quienes trabajaba incansablemente _como lo hemos visto en los testimonios de sus pacientes antes y luego de su partida_ y sus colegas.

Muchos sueños tuvo en su vida y era edificante ver cómo gozaba cuando lograba cristalizarlos. Durante varios períodos fue presidente de la Sociedad Colombiana de Pediatría. Tuve el honor de acompañarlo en los primeros cuatro años y a él le debo no solo que me hubiera propuesto como su sucesor sino el apoyo en mi gestión, y así haber podido desempeñar un decoroso papel. Era tanta su fe en la agremiación que aceptó recibirme de nuevo la presidencia con una idea principal: quería que la Regional Bogotá volviera a ser la encargada de organizar el Congreso Nacional de Pediatría. Luchó con ahínco para que la sede le fuera asignada. Gestó la idea de un congreso distinto en el que creyeran todos los que ya poco esperaban de la utilidad de este tipo de certámenes, imaginó una estructura, hizo todos los contactos necesarios, propuso todo el sistema. Lo designó con el nombre de un ilustre pediatra, con los mayores merecimientos, ejemplo suyo y de todos nosotros en la actividad docente, el Dr. Alfonso Vargas Rubiano, quien a la muerte de Rafa, en un gran gesto de nobleza, habiendo ya aceptado con más satisfacción que orgullo, propuso, él mismo, que llevara el nombre de quien venía ejerciendo con tanta capacidad y entrega la presidencia del evento. En sus últimas horas, cuando ya Rafaelito había aceptado, con ejemplar resignación, que tendría que dejarnos, aún seguía con la preocupación de que ya no podría cumplir su compromiso y nos dejó la tarea de hacer realidad ese sueño que lo obsesionaba. Todo tendrá que salir bien y el 24 Congreso Colombiano de Pediatría “Rafael Castro Martínez”, será un éxito inusitado, ese es el compromiso de todos

No es pues fácil aceptar y manejar los designios de Dios y mucho menos cuando nos afectan en forma tan profunda, cuando nos tocan tan directamente las fibras del corazón. Él mismo nos ayudará a entenderlo y a salir adelante, como el mismo Rafa lo hubiera querido. Hasta luego amigo, ¡siempre estarás en nuestra memoria!


León Jairo Londoño V.

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