La Crianza Humanizada: Boletín del Grupo de Puericultura de la Universidad de Antioquia

Juan Fernando Gómez Ramírez
Álvaro Posada Díaz
Humberto Ramírez Gómez

Diez propuestas para animar a su hijo a formularse un proyecto de vida valioso

1. Tenga en cuenta que su hijo solo está listo para comenzar a pensar en un proyecto de vida a partir de la adolescencia. Antes de eso no tiene el conocimiento, la experiencia, ni la estructura mental apropiada para formularlo.

2. Recuerde que cada uno de nosotros tiene derecho a tener su propio proyecto de vida, incluso su hijo. Así que permita que él formule el suyo. No decida por él.
3. Si su hijo aún es muy pequeño para considerar lo que quiere hacer con su vida, no tiene que sentarse a esperar que crezca. Mientras tanto le puede ayudar a explorarse a sí mismo: su forma de ser, de ver el mundo, de comprender las cosas, de sentir, sus intereses, deseos, inclinaciones y habilidades. Esos son los ingredientes que va a necesitar más adelante, cuando esté listo para diseñar su proyecto de vida.

4. Revise su propio proyecto de vida, lo que ha logrado de él, lo que le queda pendiente y lo que puede corregir. Eso le servirá de ejemplo a su hijo y le servirá a usted de experiencia para orientarlo en ese sentido.

5. Entre los 7 y los 11 años, los juegos de los niños suelen mostrar sus tendencias y habilidades. Ayude a su hijo a observar con atención las características de sus juegos y el disfrute que obtiene con ellos. De esa observación podrá deducir posteriormente qué es lo que quiere hacer con su vida cuando sea adulto.

6. Explore con su hijo la clase de juegos que más disfruta: los que exigen concentración, o movimiento, o expresión artística, o manejo de público… Esa será una pista fundamental para que él descubra en qué se quiere y puede desempeñar apropiadamente cuando sea adulto.

7. Ayude a su hijo a elaborar una lista de las características que tienen en común los sitios en donde más le gusta jugar. Ello le dará pistas sobre el espacio en el cuál se podrá desempeñar con mayor éxito y satisfacción cuando sea adulto.

8. Estimule en su hijo la capacidad de soñar y de soñarse. Propicie la representación de roles y funciones que le ayude a clarificar sus sueños. Eso permitirá que pueda definir un objetivo claro para su proyecto de vida.

9. Fomente en su hijo la capacidad de análisis crítico, la búsqueda de relaciones entre causas y efectos. Eso le ayudará a desarrollar una visión de futuro coherente con el presente.
10. Establezca un equilibrio entre su interés por conocer el proyecto de vida de su hijo y el respeto por su intimidad. Cuando un adolescente ha sido capaz de concebirlo, el interés de sus padres representa un reconocimiento a su capacidad para valerse por sí mismo y para hacerle frente a la vida, mientras que el respeto por su intimidad le permite asumir sus propias responsabilidades.

María Piedad Puerta de Klínkert

La Educación de la Voluntad

Diana Patricia Palacio P. Licenciada en Educación Preescolar. Orientadora Familiar.

La voluntad es la capacidad de querer, que es un querer que significa decidir. Es diferente desear que querer: desear es pretender algo desde el punto de vista afectivo y sentimental y querer es aspirar a una cosa anteponiendo la voluntad. Muchas personas se quedan en un quisiera o me gustaría, y nunca terminan nada importante en sus vidas por indecisos. La persona de voluntad es decidida; la decisión es el sí de la voluntad, de tal modo que lo haré es actuar, es hacer lo que se sueña.

En distintas encuestas los objetivos principales de unos padres preocupados por la educación de sus hijos han sido:

  • Que sea brillante académicamente.
  • Que sepa muchos idiomas.
  • Que termine una carrera.

Como se puede ver, todos los objetivos son basados en el saber, pero para saber hay que querer saber. Actualmente se han replanteado estos objetivos, centrándolos en el querer, es decir, que los hijos:

  • Quieran estudiar.
  • Quieran ser obedientes.
  • Quieran ser responsables.

De este replanteamiento surge la necesidad imperiosa de educar la voluntad de los hijos como tarea fundamental de los padres, lo que significa que hay que ayudarlos a querer, a comprometerse, a actuar reflexivamente.

El querer tiene su sede en la voluntad, pues con una voluntad sana y fuerte es más sencillo alcanzar lo que uno se propone. La voluntad crece con un ejercicio continuado de actos repetidos una y otra vez, ejercicio al que se da el nombre de formación de hábitos.

Este ejercicio consiste en entrenamiento en direcciones determinadas; ejercitarse cada día es vencer, aunque sea en cosas muy pequeñas, con constancia y tenacidad, con la mirada puesta en el objetivo. Por ejemplo, levantarse cada mañana temprano, estudiar ese tiempo cada día, ordenar la habitación, cumplir con diversos deberes, responder por las propias acciones, ser puntual, vencer la pereza…

La persona con fuerza de voluntad es aquella que se gobierna a sí misma, es decir, aquella que domina sus tendencias, instintos y afectos desordenados. Quien se domina a sí mismo no hace lo que más le gusta o lo que es más fácil, sino lo que es mejor para crecer como persona, esto es, la ejercitación de la fuerza de voluntad conduce a la construcción y reconstrucción permanente de la autonomía.

En este proceso, los padres deben estimular más el esfuerzo de los hijos y elogiar menos sus dotes intelectuales. No se trata de formar hijos dóciles que se limiten a ejecutar lo que les dicen: es preciso formar personas de criterio.

Una persona con fuerza de voluntad alcanzará siempre las metas que se propone si estas son claras y posibles; por eso hay que tener en la vida metas precisas y bien delimitadas, pues solamente así se caminará con la mirada puesta en la meta y se renunciará a todo lo que desvía el camino que lleva a conseguir lo que se quiere.

¿Cuándo Hay que Educar la Voluntad?

La educación oportuna se basa en el conocimiento de que los seis primeros años son fundamentales para construir los cimientos sobre los que crecerá la persona, por lo cual estos primeros años son llamados los de los períodos sensitivos.

Esta educación consiste en estimular las mejoras personales en el momento oportuno, que es aquel en el que el desarrollo evolutivo y las capacidades de cada persona facilitan y potencian determinados aprendizajes. En estas edades la influencia de los padres en la forma de motivar hará más fáciles las decisiones de los hijos para querer hacer lo que deben hacer. Las aptitudes y la forma de ser de las personas en su mayor parte no son hereditarias, se adquieren en la convivencia, gracias a los estímulos recibidos durante los períodos sensitivos.

La educación efectiva se apoya en la actitud positiva del educando. Los padres deben generar sinergia positiva (desear el beneficio mutuo) con estimulación positiva sobre una acción positiva en el proceso educativo.

Para que esta se dé los padres deben:

  • Dar la información necesaria para promover los estímulos positivos.
  • Decir las cosas en el momento oportuno y en condiciones adecuadas.
  • Crear un ambiente alegre, tranquilo, de confianza y cariño, pues esto motiva a los hijos para saber por qué tienen que hacer ese acto bien hecho y los mueve a querer hacerlo bien.

La educación preventiva, es decir, es mejor prevenir que curar, consiste en adelantarse en el bien, en llegar antes con el hábito bueno, deseable. A manera de analogía, se puede decir que el cerebro es como una gran sala de teatro: el que llega primero se sienta en la mejor silla; por eso los padres deben llegar a escoger la mejor silla, para que cuando llegue un hábito malo la encuentre ocupada. Teniendo en cuenta que para aprender a educar se necesita una información continua, prevenir es:

  • Saber apreciar la amistad en vez de tener un mal amigo.
  • Conocer el valor del cuerpo en vez de regalarlo y maltratarlo.
  • Saber que con el mal no se dialoga, sino que se debe huir de él.
  • Conocer los efectos de la drogadicción para poder decidir ante la oferta.
  • Saber que hay que estudiar en vez de lamentarse mañana.

¿Cómo Educar la Voluntad?

El primer elemento es la educación con el ejemplo. Los ejemplos más importantes que los padres pueden dar a sus hijos son:

  • Que los vean luchar por ser mejores personas.
  • Que vean los esfuerzos por hacer las cosas cada vez de mejor manera.
  • Involucrarse en los mismos objetivos que les exigen a los hijos.
  • Ponerse metas comunes de progreso.
  • Luchar juntos por mejorar.
  • Ayudarse unos a otros en la familia.
  • Rectificar los errores delante de ellos, y si hace falta pedir perdón, pedirlo.

El segundo elemento es la educación motivada, la cual es el terreno de los premios y castigos, los cuales erróneamente se cree que tienen efecto en la educación de la voluntad, pero no es así, pues ambos, premios y castigos, son estímulos que no van dirigidos a la razón y a la inteligencia, que son el asiento de la voluntad.

Los premios son superfluos y negativos; conceder un premio por hacer algo es lo mismo que declarar que ese algo no merece hacerse por sí mismo, por lo que el mejor premio a una buena acción es la acción en sí misma. Los premios pueden llevar a que el niño crea que si hace lo que el adulto significativo dice, ganará siempre un premio, lo cual está muy lejos de la necesaria formación de hábitos en la educación de la voluntad.
El castigo es el recurso más fácil, pero menos educativo, para aplicar a las personas que comenten una falta. El adulto suele recurrir al castigo cuando el niño no responde de la manera esperada, es decir, cuando se tiene que confesar que el acompañamiento no ha permitido una adecuada ejercitación para la formación de hábitos. Como ya se dijo, el castigo no educa, sino que genera miedo con el fin de no repetir la falta.

Pero como de todas maneras no es fácil erradicar estas prácticas de crianza tan arraigadas, es necesario decir que los premios y castigos pueden ser contraproducentes y pueden llevar a conseguir lo contrario de lo que se pretende. Antes que premiar o castigar hay que reflexionar sobre la importancia de enseñar a los hijos a que hagan las cosas libremente y porque son buenas, buscando hacer el bien en sí mismos y en los demás. Por otra parte, hay que decirlo enfáticamente: el castigo nunca debe ser físico (palmadas, golpes, correazos…).

El tercer elemento es la educación personalizada, que consiste en conocer bien a cada hijo y luego aprender a educar a cada uno según su forma de ser. Si es claro que todas las personas son diferentes, educar de igual forma a hijos distintos es perjudicar a unos en beneficio de otros. Algunas causas que determinan las diferencias personales son la herencia, las circunstancias en la gestación, los estímulos recibidos, el temperamento, las enfermedades padecidas y el lugar que se ocupa en la familia. Para poder juzgar bien la forma de ser de cada hijo es necesario conocerle a fondo, lo cual requiere acompañamiento y convivencia estrecha que dé cuenta de:

  • Cómo es un niño de esa edad.
  • Cómo es él en realidad.
  • Cuáles son sus gustos.
  • Cuáles son sus fortalezas y debilidades.
  • De cuáles oportunidades se pueden valer los padres para ayudar a ese hijo.

Como se ve con claridad, es necesario hacer que cada hijo se sienta importante en casa; si esto se hace desde pequeños, se prepara el camino para una adolescencia llena de confianza, sinceridad y amistad, para lo cual es necesario que los padres siempre tengan presente:

  • Reconocer y estimular las acciones buenas de los hijos: has sido capaz, muy bien.
  • Tener fe en los hijos: que noten lo que se espera de ellos.
  • Potenciar el hábito bueno opuesto al malo.
  • El esfuerzo por mejorar es el mejor ejemplo.
  • La educación es un proceso de mejora continua que debe tener constancia y paciencia.
  • Todo lo que vale cuesta esfuerzo.
  • Enseñar a elegir bien.
  • Los primeros educadores de la voluntad son los padres.
  • Para educar mejor: formación continua.

Como conclusión, para tener una voluntad dispuesta para la lucha es necesario tener entusiasmo y estar motivado. Sin motivaciones profundas no se tiene la ilusión ni las fuerzas para alcanzar algo en la vida. Sin Quien quiere lograr algo grande en la vida se encontrará, sin duda alguna, con dificultades y obstáculos, los cuales estimulan y engrandecen. Quien tiene fuerza de voluntad no se rinde ante las dificultades.

Algunas frases que pueden motivar la voluntad:

  • Sabes que te quiero mucho: amor.
  • Estoy seguro de que eres capaz de hacerlo: soy capaz.
  • Muy bien yo sé que lo harás: soy capaz.
  • Puedes llegar adonde tú quieras: soy capaz.
  • No dudo de tu buena intención: soy bueno.
  • Yo sé que eres bueno: soy bueno.
  • Si necesitas algo, pídemelo: soy amigo.
  • Sé que lo has hecho sin querer: confianza, no lo repetiré.
  • Estoy muy orgulloso de ti: estímulo.
  • Te felicito por lo que has hecho: estímulo.
  • Noto que cada día eres mejor: ganas de serlo.

Lecturas Recomendadas

1. Corominas F. Cómo educar la voluntad. 8ª ed. Madrid: Palabra; 2001.
2. Corominas F. Cómo educar a tus hijos. 6ª ed. Madrid: Palabra; 2001.
3. Ferrer E. Exigir para educar. 9ª ed. Madrid: Palabra; 1999.
4. Castillo G. Preparar a los hijos para la vida. 5ª ed. Madrid: Palabra; 1999.

No creo en la casualidad

ni en la necesidad:
mi voluntad es el destino
John Milton

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