Infancia, Salud, Pedagogía y Guerra en Colombia

(Presentado en la Audiencia Especial, Atención a la Niñez, en el marco del Proceso de
Paz Gobierno – FARC-Ep, Los Pozos, San Vicente del Cagúan, el 19 de Agosto de 2001)

Dr. Hugo A. Sotomayor Tribín

Como no es posible tener una justa visón del presente sin tener una perspectiva histórica, el breve análisis que voy a hacer aquí sobre la guerra actual y su relación con los niños, partirá de unas verdades de a puño sobre nuestra historia.

Lo primero que hay que dejar ver, es que la actual guerra que libramos los colombianos no es más que la continuación de lo que hemos venido haciendo desde la Declaración de la Independencia: ejercer el debate político de nuestras diferencias a través de las armas, primero con los enfrentamientos entre los centralistas y los federalistas, luego con el sin número de guerras civiles del siglo XIX, que remataron con la mayor de ellas, la Guerra de los Mil Días; posteriormente, en el siglo XX, con los enfrentamientos entre los bandos liberales y conservadores y la lucha subversiva a lo largo de todo el período de la Guerra Fría y por último la confrontación armada actual, realizada bajo los tiempos del narcotráfico internacional.

Lo segundo que tenemos que ver es, lo obvio de todas las guerras, cómo los efectos de todas ellas no se miden sólo y principalmente por las lesiones físicas infligidas por las armas, sino que la pobreza, el hambre, la desnutrición , los trastornos emocionales, las enfermedades infecciosas, la destrucción de las familias y la orfandad son el peor de todos sus efectos a corto, mediano y largo plazo, y que la guerra actual es, como todas la guerras fratricidas de todos los tiempos y lugares, la fragua de los mayores sentimientos de odio y venganzas y del ejercicio de las más crueles prácticas de “combatir”.

El estudio de nuestras guerras fratricidas deja ver que los fenómenos que hoy son objeto de tanta atención por parte de la opinión pública, gracias al desarrollo del derecho internacional humanitario, como los desplazados, los actos de felonía y cobardía, el asesinato de personas indefensas, el remate de heridos, el asalto a hospitales, la violación de mujeres, los juegos macabros con los cadáveres y el reclutamiento de menores , han sido a lo largo de nuestra historia más la norma que la excepción.

Y así como hoy sabemos que el derecho internacional humanitario se desarrolló de forma importante en el pasado siglo XX , que la atención de cualquiera de los heridos en los combates comenzó a ser una preocupación tras la fundación de la Cruz Roja en 1864, que la preocupación moderna por la educación de la infancia sólo comenzó a desarrollarse desde finales del siglo XVIII y su asistencia médica a principios del siglo XIX, hoy es necesario entender que cualquier paso atrás en el ejercicio de esos derechos, parte de los grandes avances revolucionarios de la humanidad, son un acto claro de reacción contrarrevolucionaria.

Hoy todos los miembros de la sociedad tienen la obligación de respetar esos derechos y de educar a los niños con esos principios y valores.

Y es aquí entonces, donde la historia de nuestras guerras ofrecen además de los terribles efectos ya anotados, uno que empeña el futuro de toda la sociedad, en la medida, que obra como una brasa reproductora de más guerras. Me refiero al efecto de la pedagogía que todas ellas han compartido y comparten con la actual: irrespeto de los más débiles, heridos, prisioneros, mujeres, niños y ataque a civiles desarmados.

Así como la guerra civil de 1841, fue llamada la Guerra de los Supremos, haciendo alusión, a que fue dirigida por ciertos señores, la guerra actual es también producto de los intereses de ciertos señores, y no como éstos, la quieren presentar, amañadamente, como una guerra del pueblo. Parte de la pedagogía perniciosa de estos señores de la guerra actual, al presentar la confrontación como una necesidad ineludible y como una respuesta ante ciertas situaciones políticas y sociales , es la misma de aquellos tiempos del siglo XIX: asume que las ideas que deben prevalecer son las de bando que más violencia cometa, que el espacio pacífico para el debate político está cerrado, que los tiempos, con su desarrollo del derecho no han cambiado, que a la sociedad civil se le tiene que considerar una lisiada intelectual y que sólo unos pueden decidir por los demás. Es la pedagogía del viejo autoritarismo, del más crudo militarismo.

Dentro de la perspectiva histórica que hemos querido mantener para el presente análisis sobre los efectos de la guerra actual y los niños en Colombia es indispensable remarcar algunas características políticas, logísticas y morales de la actual confrontación. Sobre el primer aspecto hay que decir que, después de haber finalizado la Guerra Fría, la financiación de las fuerzas opuestas al Estado al no poder depender del apoyo de países del bloque socialista, cada vez más ha dependido de su inventiva y su ubicación en los negocios que se han dado en el concierto mundial de la oferta y la demanda. Este cambio político generó entonces un cambio en la logística de las fuerzas opuestas al Estado.

Esta nueva logística al tener que echar mano del fenómeno mundial del narcotráfico, ha debido amparar cultivos de coca y amapola, y crear “impuestos” sobre ellos; esta nueva logística, independiemtente de lo que crean o no sus beneficiarios, lo único que ha hecho es mantenernos en uno más de los muchos sueños de “El Dorado”, que tanto han perjudicado a los colombianos – sepulturas del Sinú, oro de Guatavita, guaquería, caucho, esmeraldas , etc-, y convertirnos, a pesar de sus discursos, en proveedores de materia prima, en este caso de cocaína y heroína, de riqueza para los centros de poder.

Y es aquí donde el carácter inmoral de esta nueva logística, salta a la vista porque ella genera una gran desmoralización popular al permitir que al lado de ella crezcan esos sueños de riquezas, más no de bienestar, de miseria en medio de la abundancia de “billetes”, y mantiene y reproduce el discurso “pedagógico” que desde los tiempos coloniales se nos ha querido imponer : que somos inferiores por tener raíces indígenas y negras, que dizque por vivir en la zona ecuatorial somos de mentes calenturientas o debemos tener “enfermedades tropicales”, cuando estas no son sino de la pobreza y la desigualdad , que nuestra misión económica es la de proveer de materia prima a los países de las regiones templadas, que nuestros problemas deben ser resueltos o ayudados a resolver por blancos europeos – ya nos estamos acostumbrando a ver a un poco de turistas-funcionarios europeos, dichosos de ver guacamayos, loros, arañas polleras, serpientes y a hombres y mujeres colombianos- y en general a remarcar nuestra condición de periféricos, tan cara, para los centros de poder. Todo esto lo que ha hecho es construir en la mente de muchos de nuestros niños , que somos un país sin futuro, de gentes “subdesarrollada”, o que , como muchas veces se ha dicho, un país de cafres. Recuerden que a finales del siglo XIX y bien entrado el siglo XX , el mundo académico colombiano, atrapado en la ideología desarrollista y racista de la época, habló de la necesidad de traer razas superiores, blancas nórdicas, por supuesto, dizque para lograr el progreso.

Las necesidades logísticas de las guerrillas han activado un fenómeno que los colombianos pensábamos habíamos superado desde el año de 1851, la esclavitud, en la medida que ellos convirtieron el secuestro, en una triste realidad nacional. Las razzias esclavistas europeas en el África, se convirtieron en las razzias de las guerrillas secuestradoras en nuestras país. La pedagogía del secuestro es la de hacerles ver a los niños , que lo que importa es hacer rendir económicamente al esclavo, al secuestrado, que la dignidad humana no importa, que lo que importa es la imposición de nuestros criterios a punta de pistola.

Si comparamos los efectos de la actual guerra , en términos de mortalidad, morbilidad, desplazados, huérfanos con los mismos efectos que han ocasionado los más recientes desastres naturales, comenzando por el de Armero, siguiendo con los efectos del fenómeno del Niño, no nos queda sino decir que estos últimos son pálidos reflejos de los ocasionados por la acción de los señores de la guerra, guerrilleros y paramilitares.

Si bien la enfermedades son acompañantes naturales del hombre, también es cierto que lo que llamamos los patrones epidemiológicos, es decir el tipo de enfermedades reinantes en un momento dado, cambian con los tiempos y las sociedades. Así como en los tiempos prehispánicos las comunidades americanas nativas no conocieron enfermedades infecciosas como la fiebre amarilla, el dengue, la malaria, la viruela, el sarampión y la gripe entre otras, como tampoco el hambre, como expresión de fenómenos sociales de desigualdad y explotación, los tiempos actuales , gracias a los progresos sociales , a la mejor higiene y al desarrollo de los conocimientos sobre las enfermedades tienen una situación sanitaria muy superior que la que se vivió bajo el régimen de servidumbre y esclavitud impuesto por los españoles y al que se vivió en el primer siglo y medio de nuestra vida republicana.

Sin embargo y a pesar de esos progresos sanitarios, nuestra situación actual debería ser mucho mejor de la que tenemos si hubiésemos logrado hacer la verdadera revolución que necesitamos, es decir la de haber pasado de la práctica de la intolerancia a la de la tolerancia, y el del irrespeto del otro al del respeto de ese otro, por el simple hecho de ser diferente a uno: indio, negro, blanco, rico, pobre, liberal, conservador, de izquierda o de derecha, del sur o del norte.

Si hubiésemos hecho esa revolución educativa seguro que no se hubieran dado las terribles matanzas de los indígenas en las caucherías, ni el asesinato de los indígenas cuibas, las otrora famosas cuibadas, ni se estaría dando el fenómeno del secuestro, ni haciendo masacres de contradictores políticos.

El no haberse dado esa verdadera revolución, es la razón de que hoy en día, la principal causa de muerte entre los varones colombianos entre los 15 y los 44 años sea la violencia y que detrás de la ilusión de la riqueza rápida, los colombianos hayamos estructurado una sociedad que no tiene miramientos contra la inerme naturaleza, talando sin compasión los bosques, comerciando con fauna silvestre, dinamitando oleoductos y envenenando las aguas y los suelos para que los cultivos de coca y amapola sean más productivos o para destruirlos, según quien use esos venenos.

La guerra que no en poco, es la responsable de que en muchas zonas del país el paludismo y la leishmaniasis sean un serio problema , ha fortalecido tanto el negocio del narcotráfico que ha convertido en años recientes, el comercio de la substancias como la cocaína y la heroína, también en un problema de salud pública entre nuestros adolescentes. Cada día vemos más como la fármaco dependencia entre los jóvenes es un antecedente de suma importancia en el resurgir de la sífilis connatal.

La guerra actual por haber creado grandes masas de desplazados, ha aumentado la tuberculosis y las enfermedades de transmisión sexual – a caballo del hambre y la promiscuidad, respectivamente- y ha dificultado enormemente que los pocos recursos estatales lleguen a los sectores más pobres de la sociedad; la guerra actual, principalmente, en su teatro de operaciones militares del Putumayo, tiene a todos los colombianos ad-portas de que por primera vez al país ingrese la peste existente, ya hace algunos años, en la amazonía peruana y en algunos parajes ecuatorianos.

Y si miramos los efectos de la pedagogía de la guerra actual, que logra perversamente hacerles creer a los combatientes que es un acto de honor y de valentía, volar un oleoducto, matar a un niño, poner una mina en un sitio de labranza, asaltar a una ambulancia, destruir con pipetas los pueblos más pobres, secuestrar, ensañarse en un cadáver, etc, entonces el futuro de los niños colombianos es la reproducción de esos actos cobardes y criminales .

¡Qué pequeña es la actual guerra, con que poca gloria mueren sus combatientes , cuando al compararlos con la Guerra de la Independencia o con el llamado Conflicto Amazónico con el Perú entre 1932 y 1934 ¡ ¿Qué colombiano, se atrevería a comparar a cualquier señor de la guerra actual, con el más pálido y anémico llanero del famoso paso por el páramo de Pisba?

Los señores de la guerra del conflicto actual, ni siquiera están liderando un bando de una de nuestras absurdas guerras civiles decimonónicas, ellos están liderando una guerra contra las súplicas del pueblo, una guerra contra el pueblo.

En esta misma perspectiva histórica es claro entonces que el más urgente acto revolucionario que nos merecemos los colombianos es dejar de hacer la guerra, es el de escoger el camino más difícil , el de la creación, y no el más fácil, el de la destrucción, es el de superar nuestra intolerancia y nuestro autoritarismo, es el de llevar un mensaje de autoestima nacional.

Todo lo demás es reaccionario y contra-rrevolucionario a la luz de la historia.

Los señores de la guerra deben entender que nosotros, el pueblo colombiano, queremos revoluciones verdaderas y no tomas del poder para hacer lo mismo, deben entender que los colombianos desarmados, sabemos que uno sólo puede dar lo que tiene, y que por esto mismo reconocemos que ellos no nos pueden dar ni paz, ni democracia, ni dignidad, porque ellos no han vivido sino en guerra y en el más severo autoritarismo militar y han practicado el secuestro.

Nuestra gran revolución debe estructurarse sobre una nueva pedagogía y una nueva educación y el primer paso de esta gran revolución, es renunciar a la guerra. ¡Démosles a nuestros hijos la oportunidad de vivir una verdadera revolución!

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