Conferencia Magistral del Doctor Efraim Bonilla Arciniegas

“LA INFANCIA ES EL LUGAR DONDE VIVIMOS
EL RESTO DE NUESTRAS VIDAS”
El Corazón Tártaro

Rosa Montero

El hombre sabe donde ha nacido, pero no sabe donde le toca morir; en esta frenética travesía, entre las encrucijadas de angustias y remansos de sueños y quimeras el vivir se nos vuelve el oficio de morir poco a poco; mientras nos atropellan los acontecimientos impensados, que llamamos destino, suelen ocurrirnos las más extrañas situaciones, como este homenaje de muertos que se me ha concedido por obra y gracia de la desmesurada generosidad de mis amigos y colegas y que recibo con una emoción que no puedo ni quiero ocultar. Al escudriñar en los vericuetos de mi vida no pude encontrar hitos que pudieran hacerme digno de tan extraordinaria distinción, la que por antonomasia suele otorgarse como obituario, para exaltar la memoria de un ciudadano ejemplar ya fallecido, y al ser violada esa tradición me siento aquí entre ustedes como vivo sustraído de la muerte.

Pero sí, en esa búsqueda de méritos inexistentes, me encontré con la Cirugía Pediátrica, que he ejercido con una pasión y devoción de enamorado impenitente; con ese pasaporte llego hasta este estrado ya sin sentirme como un impostor y poder proclamar que este homenaje no es para mi sino para la CIRUGÍA PEDIÁTRICA COLOMBIANA, en cuyo nombre tengo el inmenso honor de recibirlo. Este es pues un homenaje para los que creyeron en ella desde sus albores, para quienes con mística inquebrantable la han engrandecido a lo largo del país y es también para ustedes, pediatras de Colombia, que la entendieron, la consintieron y la defendieron como causa propia, en estrecha y bienhechora convivencia.

Aliviada así mi vergüenza por la ausencia de merecimientos, amablemente exagerados por mi amigo el Doctor Mizrahinn Méndez M. Contagiado de la desmesura caribeña, en su empeño por hacerme parecer como digno de este galardón, he llegado una vez más a esta mi querida tierra samaria, para rebuscar en los entornos de su magia seductora el rescoldo de mis lares, como juguete nostálgico de viejo, que tampoco puedo ni quiero olvidar. Vengo de la Capital cosmopolita en el altiplano que escogió mi voluntario exilio, para recordar que de aquí salí para hacerme médico, con un largo adiós, silenciando el tiempo para preparar el regreso, siempre anhelado, dejando enredada en la dulce música del viento y de las olas mi dolido madrigal de amor; llego hoy, como tantas otras veces, en peregrinación y penitencia por mi destierro, para reencontrar aquí la esencia de mi vida, las, las raíces de mis genes transplantados desde las montañas tolimenses a esta tierra encantadora; aquí están mis muertos, aquí aprendí la amistad, aquí encendí el amor primero y último de mi vida, que ni la muerte ha podido apagar; aquí aprendí a soñar, alucinado y delirante y a encontrar en los gestos cotidianos de la gente la alegría de vivir; aquí los almendros se me volvieron emblemáticos en el umbroso patio del Liceo Celedón, mi alma mater de Bachiller ansioso de salir ileso en el descomunal combate por ingresar a la universidad; los mismos almendros del antiguo camellón, punto de llegada y de partida de la ciudad, para escuchar frente a su mar el rumor de lejanas tempestades en el atónito silencio de la noche cómplice, bajo el dosel de estrellas titilantes y de lunas trasnochadas; aquí volví orgulloso con mi título de médico como credencial de matrimonio para mi novia de siempre y de aquí partimos juntos para las tierras del quetzal y los nopales, para hacerme pediatra, como ustedes, y encontrar finalmente en la cirugía de los niños mi vocación definitiva, con la cual regresaría para trabajar con la Universidad Nacional en el Hospital de la Misericordia, que me lo dieron todo y a los que tanto he dado.

Obnubilado por tantas emociones encontradas, alcanzo a advertir, apenas ahora, que he caído en la tentación de salpicar este momento con algunas viñetas, a la manera de una impúdica autobiografía, intrascendente por cierto, con lo que solo quería decir que esos son mis exiguos méritos, y que no es por casualidad que estoy en esta reunión de la pediatría colombiana, sino solo por el grande y único mérito de haber nacido en esta tierra y también, porque como hay gente joven con la que no nos habíamos visto antes, me ha asaltado el anhelo eternamente reiterado y siempre inalcanzado del hombre: SOBREVIVIR!! Diciendo ante ellos como el poeta: “UNO SE ACABA DE MORIR CUANDO SE MUERE EL ÚLTIMO QUE LO HA CONOCIDO”.

Pero olvidemos esas disolutas divagaciones, porque fundamentalmente estoy aquí como un palabrero de la Cirugía Pediátrica Colombiana, para contarles que ella es hija natural de la Pediatría con la Cirugía, y si quisiéramos legitimarla, preferiría que la llamáramos PEDIATRÍA QUIRÚRGICA, brazo armado de la Pediatría, como tantas veces lo he repetido.

La Cirugía Pediátrica no es profanar el delicado tejido de un niño con un bisturí o remendarlo con sedas y tripas de gato; no es una especialidad horizontal de sistemas y órganos seleccionados, sino una cirugía vertical: la cirugía de toda una edad, esa que ustedes riegan y cultivan; el cirujano de niños no es un técnico frío que aplica una fría técnica quirúrgica a un frágil cuerpecito, sino que apuesta el corazón a la esperanza de una risa inocente, porque curar al adulto es prolongar la vida, pero curar al niño es permitirle vivir! La Cirugía Pediátrica mas que una APTITUD es una ACTITUD, esa misma actitud del pediatra humanizado que en buena hora este cónclave de ciencia y humanismo propone consolidar como paradigma de nuestra profesión y para ejemplo de las generaciones futuras.

En Colombia, como en tantos otros lugares del mundo, la Cirugía Pediátrica nació al lado de los pediatras, quienes por la necesidad, muchas veces incursionaron en el fascinante campo quirúrgico; así fue como se la vio germinar en el Hospital de la Misericordia, cuna de la Pediatría Colombiana, en Bogotá, junto con el Instituto Materno Infantil; en el Club Noel de Cali; en el Hospital San Francisco de Paul, el Hospitalito, como cariñosamente se le ha llamado, en Barranquilla; en el Hospital Infantil de Manizales; en el Hospital San Vicente de Paul de Medellín; en el Hospital “Lorencita Villegas de Santos”, en nefasta hora clausurado, para citar solo algunos de los antiguos. Allí comenzaron los precursores, en medio de mil tropiezos y dificultades, y aunque citar nombres siempre conlleva el riesgo de pecar por omisiones, involuntarias por supuesto, no resisto la tentación de rendir homenaje especial, mencionando los nombres de los verdaderos pioneros que se encargaron de crear y consolidar en sus respectivas comarcas los logros de esta especialidad que vela por restaurar los desaciertos de la evolución; en primerísimo lugar Bernardo Ochoa Arizmendy, Hernando Forero Caballero, Antonio Duque, Edgar Cantillo Sánchez, Calixto Manotas Pertuz, Juan Jiménez Fonseca y José Benavides Molinares, entre otros muy destacados y conocidos, algunos ya fallecidos. Mi propio trabajo en el Hospital de la Misericordia no hubiera sido posible sin el concurso invaluable de Mizrahinn Méndez Manchola, Gabriel Rozo Rojas y Jorge Hernández Márquez.

Rousseau afirmaba que “el hombre nacía dos veces: la primera para EXISTIR, y la segunda para la SOCIEDAD. Pero ya no nos sorprende asistir a “otro nacimiento”: el de un niño, poco después de haber nacido para existir, “revivido” mediante una operación, antes impensable, para corregir una atresia esofágica, una hernia diafragmática, un ductus arterioso persistente, una atresia intestinal, o una malformación anorectal, que de no haberse realizado le hubiera significado la muerte segura. Para lograr esto nunca perderá vigencia la súplica – oración del niño en palabras de Willis J. Potts, destacado alumno de William Ladd, el padre de la Cirugía Pediátrica en los Estados Unidos y contemporáneo de ese otro coloso llamado Robert Gross, cuando en 1959 escribió: “POR FAVOR, EMPLEE LA MAYOR DELICADEZA EN MIS MINÚSCULOS TEJIDOS Y TRATE DE CORREGIR LA DEFORMIDAD EN LA PRIMERA OPERACIÓN, DEME SANGRE Y LA CANTIDAD PRECISA DE LÍQUIDOS Y ELECTROLITOS; AÑÁDELE OXÍGENO A LA ANESTESIA Y LE DEMOSTRARÉ QUE SOY CAPAZ DE TOLERAR UNA INTERVENCIÓN QUIRÚRGICA DE ENORME AMPLITUD. SE ASOMBRARÁ DE LA RAPIDEZ DE MI RECUPERACIÓN; POR MI PARTE LE QUEDARÉ ETERNAMENTE AGRADECIDO”.

Nunca mejor la recompensa ha sido para un cirujano de niños que la sonrisa y las lágrimas de alegría iluminando el rostro emocionado de unos padres también eternamente agradecidos! Como tampoco dejaremos de estar eternamente agradecidos los cirujanos de niños con quienes han propiciado el desarrollo de la cirugía pediátrica, entre ellos ustedes los pediatras y los diferentes especialistas que trabajan áreas específicas de la pediatría, necesarias para la recuperación de un niño operado; así como los que, actuando como mariscales de campo al pie de una máquina de anestesia, a veces injustamente ignorados, hacen posible el acto quirúrgico; lo mismo que para las abnegadas instrumentadoras prestas a entregar el instrumento preciso. Y qué decir de la eterna gratitud que guardamos hacia el cuerpo de enfermeras y sus auxiliares que minuto a minuto, sin importar el desvelo, la fatiga y el hambre, se angustian a la par con el médico, con desinteresado amor de madres sustitutas, para detectar presurosas los más mínimos cambios en la evolución postoperatoria.

Repasado así sucintamente el panorama de la Cirugía Pediátrica me atrevería a decir que estamos viviendo la placidez, que no la embriaguez, de las victorias, después del aciago recorrido que desde sus inicios estamos atravesando en medio de la tropelía de varias infundadas oposiciones, deseando pensar ahora, con la serenidad templada en mil batallas, que fueron más dictadas por el afán de preservar esquemas tradicionales de atención que por la mezquindad de defender intereses personales, tan cerca de las secreciones gástricas.

Sin haber logrado satisfacer a plenitud las inagotables posibilidades de nuestra novel especialidad, porque el hombre satisfecho constriñe el espectro de sus ambiciones, recorro el país y me encuentro en muchas capitales y ciudades con numerosos cirujanos pediatras, adiestrados tanto en el país como en el extranjero, trabajando imbuidos con fanática mística y singular empeño, comprometidos en hacer que nuestra ACTITUD HUMANIZADA contagie también a los artesanos de la salud de los adultos, para brindar un mejor trato, con ternura, comprensión y calidez, la misma que reclamaríamos para nosotros mismos en iguales circunstancias, no obstante la tremenda tronera ética que la Ley 100 abrió con el pretexto indiscutible de universalizar los beneficios de la salud a la población desamparada y marginada. Loor a quienes, en medio de tantas vicisitudes, glorían con su esfuerzo y sus propias audacias la medicina colombiana y la dignidad del ser humano!.

Finalmente no puedo sustraerme a otro recuerdo: estamos celebrando que un día como hoy Colón recompuso con su hazaña la estructura geográfica hasta entonces conocida, descubriendo el continente presentido y destinado a la libertad con la invención de la República Moderna. Pero en medio de estas celebraciones también percibimos aterrados los vientos de la guerra que expanden sus turbulencias en los confines que acunaron civilizaciones primarias y que vienen a sumarse a los horrores y errores de nuestra propia guerra , víctimas del eclipse ético de los sembradores del pánico. Confiemos en que el espectro de la muerte con su vendimia de ruina y destrucción pueda ser vencida si caminamos asidos de la mano de un niño, contagiados del prodigio de sus fantasías, para calzar las botas de siete leguas y remontando el espectro de la luz, encontrar al final del puente iridiscente la camisa del hombre feliz, despojado del odio y de maldades, en pacífica convivencia, sin tener que morir en el intento.

EFRAIM BONILLA ARCINIEGAS
Santa Marta, octubre 12 de 2001

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