Editorial, “El Niño Presente y Futuro de Colombia”

Afligidos y deprimidos por una violencia legendaria y una crueldad sin limites, la comunidad clama por el restablecimiento de un país en paz, con ciudadanos responsables, solidarios, en donde impere la concordia y el diálogo fraternal que lime diferencias y acerque voluntades y propósitos para un mejoramiento y estrechamiento en las relaciones de nuestros ciudadanos.

La Sociedad Colombiana de Pediatría no puede pasar indiferente ante los hechos que comprometen directamente al objeto de sus preocupaciones y desvelos: El niño. Cuando sus derechos fundamentales son conculcados y atropellados ante la indiferencia de un estado, más preocupado en el clientelismo político, en la posibilidad de relación presidencial, en solucionar el problema de instituciones financieras quebradas y desfalcadas por funcionarios corruptos, que en hacer cumplir el derecho a la vida de niños, en donde tres a cinco mueren violentamente cada día en Colombia, o el de seguridad, en un país en donde secuestran a un menos cada dos días, de la educación cuando sólo el 30% de los niños que pretenden iniciar primaria tienen oportunidad de hacerlo, en donde 7 millones de niños sufren algún grado de maltrato, ya sea físico, psicológico, social, abuso sexual y abandono.

Es por tanto nuestro deber denunciar hechos inauditos que deprimen y aniquilan a ese potencial humano que bien conducido es el semillero de un país de gentes solidarias, justas, en donde impere el amor antes que el odio, la amistad antes que la incomprensión, el afecto y la ternura antes que la indiferencia y la paz por encima de la guerra.

Es clara la importancia de dedicar más tiempo a estos problemas sociales, tema de reflexión aún por economistas como el doctor Amartya K. Sen, quien propuso en su tesis, que le mereció el premio nobel de economía de 1998, “que la atención al niño redundará en una mayor productividad de los pueblos”, y nosotros diríamos: la preocupación por los niños nos conducirá a un futuro lleno de prosperidad, de relación fraternal, de amor y paz.

Esta violencia cotidiana banaliza hechos de crueldad que nos insensibilizan ante los destrozos de niños en Nariño, Antioquía, por bombas de insurgentes, que además atentarón con estos actos demenciales contra una clínica de niños en Medellín, grupo de insurgentes que dice luchar por la igualdad, justicia social, moralidad, equidad, igualdad de oportunidades y bienestar de un pueblo al que secuestran, asesinan, aún a niños indefensos, en actos que bien hablan de esa valentía de individuos dotados de las más modernas y mortíferas armas con las que atentan y dan muerte a una sociedad inerme, agobiada y deprimida por el medio y la desesperanza.

La Sociedad Colombiana de Pediatría, si bien rechaza la indiferencia del gobierno ante el horror de la infancia victimizada por la guerra y el incumplimiento de sus derechos, no puede callar ante la infamia de esa mal llamada guerrilla revolucionaria que nada tiene de revolucionaria y menos aún de reinvindicatoria

JORGE EDUARDO LOAIZA CORREA
presidente
sociedad colombiana de pediatria


Cartas al Editor

Santafé de Bogotá, D.C. Agosto 6 de 1999

Doctor

LEÓN JAIRO LONDOÑO VELÁSQUEZ
Editor Revista PEDIATRIA
Santafé de Bogotá, D.C.

Un cordial saludo:

Sabiendo que eres una persona que guarda un gran aprecio y recuerdo por el Hospital Infantil “Lorencita Villegas de Santos”, al igual que todas los que tuvimos algún vínculo con el, he querido enviarte esta colaboración para la revista, que no es un requiem sino una muestra del afecto por el hospital y por todos los que fueron nuestros colegas y amigos, tu entre ellos

Rodolfo De La Hoz C.

Recién llegado de Barranquilla a Bogotá para iniciar mis estudios de Medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, algunos compañeros organizaron un partido de fútbol. El punto de encuentro: la cancha del Hospital Infantil Lorencita Villegas de Santos. Mi primera impresión fue la de encontrarme en cualquier otro sitio menos en un Hospital; unos enormes cipreses y bellos jardines rodeaban la edificación de 5 pisos, toda blanca, resplandeciendo sus ventanales con el sol de la mañana y los niños convalecientes paseando con las enfermeras o familiares. Hoy puedo confesar que fue amor a primera vista. ¿Qué más puede pedir un joven estudiante de medicina que un hospital con cancha de fútbol?!. Pero aquello que inicialmente me impacto pasó a un segundo plano cuando hice mi rotación de pediatría en séptimo semestre.

La cátedra tenía en nuestra facultad la fama de ser una de las mejores y más organizadas y a fe que era merecida. Al frente de ella estaba el Doctor Gonzalo Franco Ramírez, quien le había impreso su sello de organización y empeño y como Director del Hospital el Doctor José Tomas Posada, hombre de enorme carisma y distinción, excelente neurocirujano pediatra. Pero de todo lo aprendido en el Hospital Infantil, el servicio de infectocontagiosos se volvió mi pasión. Debo reconocer que parte de ello se debió a la ayuda de un colega que en ese entonces se encontraba haciendo residencia, el Doctor Gabriel Llano García. Mi amor por el Hospital se volvió convicción, ser pediatra y trabajar en el Hospital Infantil.

En mis vacaciones intersemestrales sabía que en el Hospital tenía las puertas abiertas, especialmente en el Servicio de Infectología. Para ese entonces en la primera edición del Usuario Pediátrico encontrábamos la solución de primera mano para resolver la mayoría de los problemas pediátricos, texto que hacía simple y práctico lo que de otra manera parecía dificil. Con Gabriel recién llegado de realizar entrenamiento en infectología en Buenos Aires comencé, en mi residencia, a profundizar en las patologías infecciosas más frecuentes en nuestro medio. El servicio contaba con camas de aislamiento para sarampión, tosferina, polio, tétanos, bronconeumonía y tuberculosis. Eran nuestros textos obligados el de Krugman, Kumate el profesor mexicano, Youmans como nuestra biblia en tuberculosis y la primera edición del libro de inmunología del doctor William Rojas, ciencia en pañales a finales de la década de los setenta.

Las vicisitudes económicas del Hospital a principios de los ochenta hicieron su primer recorte de camas y el servicio de contagiosos no fue la excepción; de algo más de 30 camas se pasó a solo 14. Las donaciones recibidas permitieron reconstruir el área para su adecuación y construir el servicio de neumología a cargo del doctor Emilio Posada y con la colaboración del doctor Gustavo Aristizabal quien recién había terminado su postgrado En esta década de los ochenta muchos médicos del Hospital buscaron otros horizontes, con lo cual uno de los elementos más importantes del Hospital sufrió un enorme desmedro. Las patologías infecciosas también sufrieron cambios importantes. Hubo una notable disminución de los casos de sarampión y tétanos, dejamos de ver la polio, se redujeron los casos de tuberculosis, pero paralelamente a estos cambios se produjeron otros. Aparecieron los primeros pacientes con enfermedad de Kawasaky, la Cándida spp, exótica, fue adquiriendo importancia como agente nosocomial, en la medida que la alimentación parenteral se utilizó más frecuentemente y aparecieron las cefalosporinas de tercera generación; la Serratia spp pasó de ser una bacteria inofensiva a ocupar el primer puesto como patógeno nosocomial en neonatos, exhibiendo patrones de sensibilidad complicados; la tosferina se convirtió en síndrome coqueluchoide; el estreptococo del grupo A ya no produjo escarlatina pero la enfermedad invasiva fue su manifestación más temida; las bronquiolitis desplazaron a las diarreas como primeras causas de ingreso y lo que es peor, lo que a mediados de la década era solo informes en las publicaciones extranjeras nos tocó: el SIDA pediátrico. Y así terminó la década de los ochenta.

La década actual ha estado marcada por un aumento en la morbimortalidad de las enfermedades respiratorias y el incremento de resistencias bacterianas, pero también por aspectos muy positivos, ya no tenemos polio, el sarampión prácticamente está erradicado, la vacunación contra H influenzae tipo B ha reducido considerablemente la enfermedad invasiva por este germen, las posibilidades de tratamientos antivirales se ha multiplicado enormemente, la aparición de nuevas vacunas como varicela, hepatitis A, rotavirus y E coli abren horizontes insospechados. Pero ¿qué pasó con mi hospital? Ahí está, cerrado, silencioso como un testigo mudo de todo lo que vio suceder en sus 50 años de existencias, 25 de los cuales compartimos juntos. De su cancha de fútbol solo queda el negro asfalto del parqueadero; aún lo rodean algunos viejos cipreses pero ya no alberga niños enfermos ni se pasean por sus jardines los estudiantes de medicina y afines. Razones: muchas. La mediocridad y falta de compromiso de los integrantes de sus juntas directivas, aves de paso a quienes les faltó ese sentimiento de pertenencia tan necesario en instituciones como lo fue el Hospital; la ambición y altanería de los que integraron las juntas directivas del sindicato y por último la arrogancia y la falta de brújula de la última administración que en sordera y petulancia no quiso oír voces de alarma

Sé que todos y cada uno de los que pisamos el Hospital, así fuese transitoriamente, guardamos un hermoso recuerdo y reconocemos que gracias a él atesoramos un bien que nadie nos podrá quitar: experiencia.

Santafé de Bogotá, D.C. julio 29 de 1999

Doctor
LEÓN JAIRO LONDOÑO VELÁSQUEZ
Editor Revista de la Sociedad Colombiana de Pediatría
Ciudad

Estimado Doctor Londoño:

Con sorpresa leí el artículo del Dr. Pedro Sierra: Calidad de Vida del niño hospitalizado, aparecido en el volumen 34 No. 2 página 129 de la Revista, al encontrar que la base del artículo es la “Carta de Carlitos”, de la cual soy autor, sin que el Dr, Sierra haga referencia alguna en el texto, explicando que la ha tomado para desarrollar sus ideas y solo aparezca al final del texto un equivoco crédito al Comité de Humanización del Hospital de la Misericordia, dando a entender que la carta hace parte de todo el texto, como propiedad intelectual del Dr. Sierra.

La “Carta de Carlitos” la escribí como parte del trabajo en el Comité de Humanización y me alegro que sirva de fuente de sensibilización del trabajo que todos los días desarrollamos, para que el médico, la enfermera, la nutricionista, la aseadora, en fin todos los que participamos de la atención de un niño hospitalizado, lo hagamos con calidad y calidez, pero solicito a usted por favor, se solucione en forma ideal y clara para los lectores, el impase propiciado por el Dr, Sierra al no haber tenido la delicadeza y respeto por la propiedad intelectual y no haber obtenido mi autorización para su publicación.

Cordialmente
Fernando Sarmiento Quintero
Profesor Asistente de Pediatría
Universidad Nacional de Colombia

Santafé de Bogotá, D.C. julio 28 de 1999

Doctor
LEÓN JAIRO LONDOÑO VELÁSQUEZ
Editor Revista de Pediatría
Ciudad

Respetado Doctor:

La presente con el fin de solicitar correción en el error de omisión cometido en el artículo “Calidad de Vida en el Niño hospitalizado” publicado en la Revista de Pediatría volumen 34 número 2 en la página 129, página introductoria en donde describe “La Carta de Carlitos” y la autoria correspondiente esta descrita al final del artículo, y no como nota al pie, como fue enviado en el artículo original para editar.

Por lo tanto quiero aclarar que esta carta introductoria fue realizada por el Doctor Fernando Sarmiento, integrante del Comité de Humanización del Hospital de La Misericordia, por lo anterior solicito que se realice la corrección en el próximo número.
Agradezco la atención prestada:

Pedro Alberto Sierra R.
Docente Departamento de Pediatría Universidad Nacional

Santa Fe de Bogotá D.C.,
12 de agosto de 1.999

Doctor
FERNANDO SARMIENTO QUINTERO
Profesor Asistente de Pediatría
Universidad Nacional de Colombia
Ciudad

Apreciado Doctor Sarmiento:

Como tuvimos oportunidad de conversarlo personalmente, he hecho las indagaciones correspondientes y en efecto logramos aclarar cual fue el origen de el error que se cometió en la transcripción del artículo “CALIDAD DE VIDA DEL NIÑO HOSPITALIZADO”, publicado en la revista PEDIATRÍA, volumen 34 No. 2, página 129, el cual es total y completamente atribuible al proceso de transcripción y diagramación llevado a cabo en al imprenta. La persona que realiza el mencionado proceso hizo una errónea e involuntaria ubicación de la firma de la “CARTA DE CARLITOS”, la cual en el original si aparece como de autoría del Comité de Humanización del Hospital de la Misericordia, pero la colocó al final de todo el artículo, lo cual, como es obvio, cambia completamente la identificación del mismo.

De tal manera que la reclamación hecha por Usted en su comunicación del 29 de julio es absolutamente cierta y quiero pedirle excusas por este impase, del cual la Revista asume la responsabilidad que le compete y ordena, como es de esperarse, que se hagan las correcciones y aclaraciones del caso.

En este orden de ideas he impartido las instrucciones correspondientes para que en el próximo número aparezcan tanto su comunicación, mencionada antes, como la carta que el Dr. Pedro Alberto Sierra R. le dirigió a usted y de la cual, como usted sabe, nos remitió copia a la revista y, finalmente, esta carta aclaratoria.

Sin otro particular y a la espera de que ese desagradable incidente quede aclarado, me es grato suscribirme de usted

Cordialmente
DR. LEÓN JAIRO LONDOÑO VELÁSQUEZ
Editor.

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