La Perseverancia y la Vocación en el Cuidado de Enfermería 

Narrativa 

Herramientas de Éxito en el Cuidado De Enfermería 

Perseverance and vocation: successfulness tools in nursing care

Maldonado Gutiérrez Martha Liliana

La narrativa donde la perseverancia y la vocación fueron herramientas para obtener un cuidado con resultados favorables en la recuperación total en un paciente con Guillain-Barré.

En esta narrativa cuento mi experiencia como enfermera, que permitió fortalecer los lazos de amor entre el paciente Don Ricardo y su esposa Diana; donde la perseverancia, el trabajo en equipo y la vocación generaron resultados positivos en ellos.

En el mes de noviembre, durante la jornada de la tarde en la unidad de cuidado intensivo (UCI) de la Fundación Santa Fe de Bogotá, ingresó al cubículo 4040, Don Ricardo, un señor de 1.80 metros de altura, delgado, piel morena, de 45 años de edad, junto a su esposa Diana, una señora de 1.60 metros de altura, piel trigueña, de 43 años de edad. Don Ricardo fue remitido de la ciudad de Ibagué con diagnóstico de Guillain-Barré a estudio, para valoración por la especialidad de Neurología.

Lo salude a él y a su esposa, me presenté y les informé que los acompañaría durante el turno de la tarde; a lo cual respondieron amablemente. Al trasladarlo de la camilla a la cama de la UCI, observé el esfuerzo y debilidad en sus piernas al levantarlas; utilizamos la sábana de movimiento para ayudarlo en el traslado e iniciamos la monitorización observando sus signos vitales conservados.

En ese momento, los ojos del paciente llamaron mi atención – siendo inolvidable -, y la incertidumbre y el miedo doblaron mi corazón al ver sus ojos brillantes acompañados de una mirada perdida, con movimientos oculares constantes y lágrimas que caían por sus mejillas.

Don Ricardo, con voz temerosa y cortante refería: “no sé porque mis piernas están cada día más débiles, si solo tenía gripa”. Quedamos en un silencio profundo y nuestras miradas se cruzaron.

Me le acerqué al oído izquierdo y le expliqué que íbamos a tomar exámenes de laboratorio e imágenes diagnósticas, y que el especialista asistiría para poder confirmar el diagnóstico de Guillain-Barré e iniciar su manejo médico de manera rápida. Asimismo, resalté que se encontraba en las mejores manos, y pude notar como su cuerpo se relajaba como un signo de tranquilidad.

Los médicos ordenaron los exámenes de laboratorio e imágenes diagnósticas, se comunicaron con el neurólogo de turno y le informaron la condición de ingreso del paciente y la alta probabilidad del diagnóstico. El médico especialista llegó a la unidad y entré con él a la habitación. Valoró a Don Ricardo, y le informó a él y a Doña Diana los signos de alarma tales como debilidad más severa, falta de control de esfínteres, dolor abdominal, dificultad respiratoria, debilidad en brazo; así como la necesidad de iniciar tratamiento con la inmunoglobulina por un acceso central. Preguntaron sobre la efectividad del tratamiento y los posibles resultados, y resolvieron dudas. Don Ricardo y Doña Diana afirmaron entender

la información brindada asintiendo con la cabeza. El médico especialista salió de la habitación, me quedé con ellos y observé como el paciente con un llanto constante y un suspiro profundo abrazó a su esposa, y con voz suave le manifestó: “Es un camino largo, pero todo va salir bien”. Ahí comprendí el poder de la fuerza del amor en estos momentos de dificultad y la confianza que Don Ricardo depositaba sobre nosotros.

Me despedí de ellos con una sonrisa en mi rostro, sin darme cuenta que mi turno ya hacía 30 minutos había terminado. Les resalté los signos de alarma y el llamado de enfermería ante cualquier necesidad.

Salí de la institución y llegué a mi casa con la preocupación latente por la situación de Don Ricardo. Al siguiente turno, en la entrada de la unidad me encontré con Doña Diana, la saludé y pude notar su ceño fruncido, lágrimas en sus ojos, los dedos cubriendo su boca y su voz muy triste; entonces me dijo: “se puso muy mal, las piernas anoche no tenían más fuerza y empezó a respirar de forma rápida y lo van a intervenir”. En ese momento, yo sabía que su enfermedad avanzaba. La abracé y le expliqué la situación; y yo aún seguía pensando que todo iba a salir bien y que los síntomas no iban a aumentar, ya que su tratamiento se había iniciado a tiempo.

Entré a la unidad y confirmé la situación de Don Ricardo.

Pude ver a mis compañeras enfermeras corriendo por los medicamentos vasopresores, sedación, relajante muscular; otras asistiendo procedimiento de gastrostomía, intubación orotraqueal y la ventilación mecánica. Me acerqué a los residentes de la unidad quienes me comentaron que Don Ricardo había presentado falla respiratoria y deterioro hemodinámico.

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Recibí turno, entré a la habitación, valoré al paciente, evalué las infusiones, y llamé a Doña Diana para que acompañara a su esposo.

Le expliqué sobre la sedación, el uso de la ostomía y le resalté que era el primer día de su tratamiento. Ella entró, acercó la silla a la cabecera del paciente y se sentó junto a él, apoyó su cabeza en la cama y le hablaba en voz baja. Dos semanas pasaron, y llegaba más temprano a turno para saludar a Don Ricardo. En este tiempo los parámetros ventilatorios habían mejorado y el soporte vasopresor estaba disminuyendo.

Al momento del baño abría los ojos, colaboraba con los procedimientos, realizaba movimiento con la cabeza al afirmar o rechazar los cambios de posición en la cama o de cama a silla y sonreía al escuchar la voz de su esposa que lo acompañaba día y noche. Al séptimo día de su ventilación mecánica, ordenaron la realización de traqueotomía y posterior traslado a la unidad de cuidado intermedio.

Don Ricardo, mejoraba satisfactoriamente, había completado la dosis de la Inmunoglobulina, los síntomas se redujeron, enfermería seguía acompañándolo 24 horas junto a Doña Diana, le realizaban terapia física y de fonación por turno. Continuaba con traqueotomía, ventilación mecánica, gastrostomía con soporte nutricional y el sistema muscular continuaba débil, aun así, se realizaba cambio de cama a silla y se paseaba en una silla neurológica hacia una ventana cerca a la unidad, donde recibía la luz  del sol, y podía observar vegetación y parte de la ciudad.

El 20 enero los médicos intensivistas hablaron con Doña Diana y don Ricardo, y les informaron sobre el traslado al servicio de hospitalización cerca a la UCI.

Sonrieron y se abrazaron al ver que su salud iba mejorando a pesar de las limitaciones sensitivas y motoras que vivían. Al otro día, Don Ricardo se trasladó al cuarto 3022 y cada día en su terapia física pasaba por las puertas de la UCI donde nos saludaba y nos llamaba. Salíamos dos o tres enfermeras, lo saludábamos y nos hacía reír en sus cortas visitas. Al mes, me di cuenta que Don Ricardo ya no paseaba por la unidad, salí y me acerqué a mi compañera de hospitalización y le pregunté por el paciente; me informó que a Don Ricardo le habían dado salida para la casa. Me sentí emocionada y feliz por esa gran noticia.

A las semanas, me encontraba en el stand de enfermería cuando vi una sombra en el piso, y sentí que alguien se acercaba por mi espalda. Me tocaron el hombro y me llamaron por mi nombre. Me volteé, y que grata sorpresa, ¡Era Don Ricardo! caminando sin ninguno apoyo, le sonreí y lo abracé; nos mostró la cicatriz de la traqueotomía y gastrostomía, las cuales eran mínimas. Y al final, al despedirse, con lágrimas en los ojos agradeció por lo que habíamos hecho por él.

Lo más importante que resalto de esta experiencia, es la presencia de enfermería en las situaciones críticas, donde las familias necesitan alguien que los oriente y los ayude a comprender todos los procesos de la enfermedad para una mejor transición; donde el amor, la vocación, la perseverancia y el trabajo en equipo sobresalen como herramientas de éxito en el cuidado.


Enfermera especialista de Cuidado intensivo Adulto. Enfermera de la Unidad de Cuidado Intensivo Adulto HUFSFB. martha_liliana85@hotmail.com

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