Santiago de Cali

Mónica Bejarano

Santiago de Cali –o simplemente Cali, como es más conocida– es la tercera ciudad más poblada de Colom­bia y una de las ciudades más antiguas en el continente americano. Fue fundada por Sebastián de Belalcázar (1480-1551) dos años antes que Santa Fe de Bogotá, el 25 de julio de 1536, día en que se celebra la fiesta del apóstol Santiago, patrono principal de Europa.

Como reza en su himno, fue “precursora de la inde­pendencia, fiel heraldo de la libertad”, porque el 3 de julio de 1810 proclamó su independencia de la Gobernación de Popayán, 17 días antes del Grito de Independencia en Santa Fe de Bogotá. Los independentistas buscaron apoyo para su causa y la Junta Suprema de Santa Fe de Bogotá envió un contingente al mando del coronel Antonio Baraya, quien derrotó a las tropas realistas en la Batalla del Bajo Palacé el 28 de marzo de 1811. En 1819, después de que el Libertador Simón Bolívar (1783-1830) derrotara al grueso del ejército español en la Batalla de Boyacá, se sucedieron nuevos levantamientos en el Valle del Cauca y los criollos tomaron definitivamente el control de la región. Cali tuvo el honor de recibir al Libertador de América en 1822 y se convirtió en un importante centro de operaciones, ofreciendo un gran aporte humano a la causa independentista.

Después de la Independencia, Cali permaneció como una tranquila villa de hacendados e ingenios azucareros en las proximidades del río Cali. Dos novelas reflejan la realidad del momento: “El Alférez Real” de Eusta­quio Palacios (1830-1898) que inmortaliza la hermosa y evocadora Hacienda Cañasgordas del siglo XVIII, y “María” de Jorge Isaacs (1837-1895), quizá la novela más importante del romance colombiano y latinoamericano, que describe lo que fueron Cali y el departamento del Valle del Cauca durante el resto del siglo XIX.

En 1911, Cali se convirtió en la capital del naciente departamento del Valle del Cauca, el cual se escindió del departamento del Cauca, rompiendo una unidad económica y política de dos regiones que por casi cuatro siglos estuvieron unidas. La apertura del Canal de Panamá en 1914 y la llegada del ferrocarril en 1915 rompieron el aislamiento de Cali con el resto del país y del mundo, convirtiéndola en el epicentro de Colombia sobre el Océano Pacífico.

Esta Sultana del Valle, con una población de más de dos millones de habitantes y un alto porcentaje de población afro-colombiana, que hace de Cali una de las urbes latinoamericanas con mayor población de raza negra (26 %), se ha convertido en el principal centro urbano, cultural, económico, industrial y agrario del surocciden­te colombiano, además de tener una importante oferta turística y recreativa. La influencia afro-colombiana en la cultura caleña es evidente en los aspectos musicales: la ciudad es considerada la “capital mundial de la salsa” y es reconocida por sus orquestas y su famosa Feria de Cali que se celebra desde 1957 entre el 25 y el 30 de diciembre. También ha sido conocida como “la ciudad deportiva de América” pues ha celebrado en tres oportu­nidades los Juegos Deportivos Nacionales de Colombia y ha sido la única ciudad colombiana en organizar los Juegos Panamericanos (1971); su excelente infraestructura deportiva le ha permitido a Cali ser sede de importantes campeonatos mundiales en variados deportes, como na­tación, baloncesto, lucha, rugby subacuático, raquetbol, judo, patinaje y ciclismo.

La historia de la medicina del Valle del Cauca ha pasado por varios periodos o etapas, muy ligados a los cambios en la situación económica, política y social de la región. Poco se conoce de la medicina precolombina; las formas de solucionar los problemas de salud por parte de las poblaciones indígenas correspondían al uso de plantas, las creencias mágicas y el animismo.

Se puede afirmar, entonces, que la historia de la cirugía en América empieza en 1492 cuando el maestro Juan Sánchez, físico y cirujano, se embarcó en la Santa María durante el primer viaje de Cristóbal Colon. A partir de ahí, la mayoría de las expediciones españolas contaron casi siempre con médicos y cirujanos, además de barberos y boticarios, por la reglamentación expedida por los Reyes Católicos en 1497.

De manera simultánea, y por diferentes vías, los españoles exploraron la región occidental de nuestro actual territorio. La medicina española en América vivió un proceso de organización territorial, mientras en los siglos XV y XVI se caracterizó por consistir en prácticas de guerra que acompañaban las huestes con­quistadoras; desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, se caracterizó por ser una medicina urbana destinada a intervenir en los cuerpos de los habitantes de los asentamientos citadinos con, al menos, tres tipos de practicantes del arte de la medicina: los médicos, los cirujanos y los boticarios, a los que se sumaron los protomédicos y los barberos.

La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, apro­bada por el papa Pío V en 1572, permitió fortalecer los hospitales ya fundados o establecerlos donde no había, gracias a su organización y estabilidad, pero sólo lle­garon a la región en el siglo XVIII, con la fundación de un hospital en Cali, en parte, porque algunas zonas del occidente neogranadino se hallaban relativamente aisladas y la población española era muy reducida para justificar la intervención de los hospitalarios.

A finales del siglo XIX se produjeron los cambios traídos por la Independencia, entre ellos, los nuevos avances a partir de la ilustración y el racionalismo, especialmente con la llegada a la ciudad de un grupo de médicos graduados con la noción de una medicina científica, varios egresados en las primeras promo­ciones de la recién creada Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Bogotá. Entre ellos, el doctor Evaristo García desempeñaría un importantísimo papel en la región desarrollando conceptos modernos sobre la salud pública, la investigación sobre lepra, beriberi, mordeduras por ofidios y paludismo, y la práctica clí­nica, como la realización de la primera esplenectomía del continente en 1882.

Los primeros cincuenta años del siglo XX trajeron enormes transformaciones en la región, como el surgi­miento de pueblos y ciudades con vías de comunicación, intercambio comercial y avances tecnológicos, como la electricidad y los medios de comunicación. En el campo de la salud se introdujeron nuevos desarrollos. Precisamente, la Facultad de Medicina de la Universidad Industrial del Valle fue creada el 29 de mayo de 1950 por medio del Decreto 641, siendo gobernador el doctor Antonio Lizarazo. Inició actividades docentes el día 12 de octubre de 1951 con un grupo de 50 alumnos, bajo la decanatura del doctor Gabriel Velázquez Paláu, con cuatro departamentos de ciencias básicas, cinco depar­tamentos clínicos y un departamento de salud pública. Desde su origen, hizo una propuesta curricular inno­vadora, implementando un programa con énfasis en el modelo curricular “flexneriano” que había modificado radicalmente la manera de enseñar y practicar la medicina en los Estados Unidos de América, en contraste con el modelo francés de enseñanza dominante en la mayoría de los países de América Latina pero tan criticado por la Misión Médica Unitaria en el llamado Informe Humphrey (1948). Con ello, se produjo una verdadera revolución en la educación médica de Colombia, la cual se extendió rápidamente a toda América Latina.

En 1954, por medio de la Ordenanza N° 10, se le dio el nombre de Universidad del Valle. Luego de la segunda guerra mundial, con el afianzamiento del po­derío estadounidense y la avidez de sus capitales por abrir nuevas fronteras y entrar y hacer presencia en las regiones más apartadas y atrasadas, llegó la ayuda de las agencias norteamericanas que en buena cantidad y sin resistencias aportaron el dinero, el apoyo logístico y el recurso humano necesarios. Con la colaboración de Benjamin Horning, para entonces director de la División Latinoamericana de la Fundación Kellogg, la Facultad tuvo su más grande impulso y en 1955 la Universidad del Valle inauguró el edificio de la Facultad de Medicina. En agosto de 1956 se abrió precipitadamente al servicio el Hospital Departamental Universitario del Valle, a raíz del desastre del 7 de agosto cuando alrededor de 1.100 personas murieron al explotar siete camiones cargados de explosivos para el ejército, los cuales estaban estacio­nados irresponsablemente en medio del área urbana; en 1959 tomó el nombre de Hospital Universitario “Evaristo García”. Su rápido e importante desarrollo se debió a la estrecha relación que se estableció con la Universidad y su Facultad de Salud, hasta asumir el liderazgo como principal centro asistencial del suroccidente colombiano.

La novel Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, junto con el Hospital Universitario Evaristo García (hoy Hospital Universitario del Valle), constitu­yó el paradigma de la educación médica moderna. Allí nació el concepto del profesorado de tiempo completo, de la investigación científica como parte esencial de la educación de pregrado, de las ciencias básicas como fundamento de la educación profesional, de la medicina comunitaria, y de los programas formales de posgrado. Gabriel Velázquez Paláu y su equipo pionero de verda­deros educadores médicos, fueron el ejemplo y el motor para la gran reforma de la educación médica que sucedió, para bien de Colombia, en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX.

Históricamente, la Universidad del Valle ha tenido una exitosa relación docente-asistencial con el sistema local de salud, reforzada significativamente desde 1992, con la vinculación del proyecto de la Fundación Kellogg “Una nueva iniciativa de formación de profesionales de la salud en unión con la comunidad”, UNI. Este proyecto estableció la alianza de tres socios: academia, servicios y comunidad. Esto, además de promover la participa­ción activa en los programas y la transformación de los servicios, ajustó el currículo para dar respuesta en forma efectiva a las necesidades de la comunidad. El programa curricular renovado y actualizado, goza de prestigio y trayectoria, reconocidos nacional e internacionalmente.

Sin embargo, después de todo este inmenso impulso inicial empezó a extinguirse el entusiasmo innovador de las fundaciones estadounidenses. El hecho es que paulatinamente se observó una disminución del interés y, por lo tanto, cesó el flujo de financiación para desa­rrollar grandes proyectos en las universidades públicas, y replicar el modelo a imagen y semejanza de la uni­versidad estadounidense. Los profesores visitantes, los fellows y los grants de las fundaciones Rockefeller y Kellogg desaparecieron y se destinaron a otras regiones del mundo.

La globalización, el desarrollo tecnológico, el progreso en las comunicaciones, el internet y la sistematización, han generado más cambios en la región. Es así como de dos facultades de medicina hemos pasado a cinco en la última década. Según las estadísticas anuales de la Secretaría de Salud Pública Municipal (2005), la tasa bruta de natalidad de la ciudad es de 20,2 recién nacidos por cada 1.000 habitantes, un poco menor que la del país (22,0) y el promedio mundial (21,0); la tasa global de fecundidad es de 1,9 hijos por mujer, lo cual es bajo comparado con el promedio del país (2,6), y la tasa de mortalidad infantil de 12 por cada 1.000 niños nacidos vivos, está muy por debajo del promedio del país (26) y, aun más abajo del promedio mundial (54). Los caleños tienen 71,9 años de esperanza de vida al nacer, muy parecida al promedio nacional (72,0) y 5 años más que el promedio mundial, y la tasa bruta de mortalidad es de 6,5 muertos por cada 1.000 habitantes, mayor que la de Colombia (5,0); el 20 % de estas muertes son violentas o de causa externa (homicidios, suicidios o accidentes que involucran vehículos motorizados).

Nosotros también estamos haciendo historia. Por primera vez, la Asociación Colombiana de Cirugía rea­liza el Congreso Nacional “Avances en Cirugía” en la ciudad de Cali y, por otro lado, la Revista Colombiana de Cirugía ascendió a la categoría A en la última reclasi­ficación de las revistas incluidas en el índice Publindex de Colciencias, la cual fue publicada a finales de junio.

Como hija de este hermoso valle, los dos hechos me llenan de orgullo y por eso solo me resta decirles “Bienvenidos a la sucursal del cielo”.

Correspondencia: Mónica Bejarano, MD
Correo electrónico: monicirugia@gmail.com
Cali, Colombia.


Editora asistente, Revista Colombiana de Cirugía
Cirujano General; Jefe de Calidad, Clínica Rafael Uribe Uribe, Corporación Comfenalco Valle – Universidad Libre; Docente de Cirugía General Universidad Libre, Seccional Cali, Cali, Colombia

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