Editorial, Sobre el Fin y los Medios

Saúl Rugeles

La mayoría de las acciones humanas se realizan persiguiendo un resultado al que podemos llamar “fin”. Definido como el “objeto o motivo con que se ejecuta algo” 1, necesita el uso de medios para su logro y la planeación de una ruta o sucesión de hechos en una forma, más o menos, ordenada en busca de lograr la mayor eficiencia del proceso.

Los cirujanos no somos ajenos a estos principios generales de comportamiento humano y tenemos en nuestra profesión un fin claro de nuestras acciones el cual es “curar las enfermedades por medio de la operación” 1. Para tal fin, nos valemos de medios que incluyen la historia clínica, el examen físico detallado, el juicio clínico y un inventario cada vez más rico y redundante de tecnología diagnóstica y terapéutica. En busca del fin descrito, un observador probablemente justifique el uso de todos los medios a nuestro alcance, porque es tal la nobleza del fin, que no importan los métodos utilizados para llegar a él.

Sin embargo, podemos hacer un análisis más profundo de este planteamiento. ¿Es nuestro fin la curación de la enfermedad individual solamente?, ¿o también se incluye el compromiso con la salud colectiva de la comunidad y con garantizar el acceso de todos los ciudadanos a la maestría de nuestro escalpelo? Los cirujanos tenemos el deber de ofrecer nuestra ciencia a todos los pacientes sin distinciones y de utilizar los medios a nuestro alcance con racionalidad y eficiencia, sin negar el acceso a los últimos avances de la tecnología, pero utilizando esta tecnología con responsabilidad, con claras indicaciones y con criterios éticos de aplicación y costos.

En nuestro sistema de salud, el trabajo de los médicos no es evaluado por el cumplimiento de tal fin; más bien, por el logro de indicadores de volumen quirúrgico, tiempos, facturación y ventas, y aun por otros menos claros, como ventas de insumos o consumos de medicamentos, que pueden representar beneficios menos transparentes del ejercicio. La confusión en los fines es una enfermedad de la humanidad entera; el capitalismo occidental –que ha llevado a la quiebra de las naciones y al enriquecimiento de las corporaciones– nos impone un ritmo frenético de vida en donde, como dice Kertész, “se mezclan los fines con los caminos que conducen a ellos” 2.

Citando a Kung, la cultura occidental ha logrado cosas muy importantes, aunque no todas buenas 3:

• “Ha logrado Ciencia, pero no una sabiduría capaz de impedir el abuso de la investigación científica…
• “Ha logrado Tecnología, pero no una energía espiritual capaz de mantener bajo control los efectos de esa tecnología…
• “Ha logrado Industria, pero no un equilibrio entre la ecología y la expansión económica desmedida.
• “Y, Democracia, pero no una ética eficaz frente a los intereses particulares de hombres y grupos de poder”.

El ser humano contemporáneo basa su concepto de felicidad en obtener más y mejores bienes: más, mejor, más rápido, son atributos que convierten a las cosas banales e insignificantes en objetivos de vida para muchos y regresan al ser humano del siglo XXI a una nueva esclavitud en la que se sacrifican las libertades últimas a cambio del salario limitante que nos permitirá obtener esos objetos de felicidad. Como en el “mundo feliz” de Huxley, los hombres y mujeres posmodernos obtienen el “soma” reconfortante con cada quincena de su trabajo. Nuestro trabajo, entonces, se ha convertido en una mercancía que negociamos al mejor postor en una confusión cotidiana que nos aleja de nuestros nobles fines. Vale la pena recordar las palabras de Guevara 4 cuando se refería al trabajo de los hombres: “El trabajo es un don que dignifica al ser humano en su trascendencia y labor de ayuda a los demás; el trabajo no es una mercancía”. Esta sentencia con seguridad suena utópica en el mundo actual.

Con razón expresaba Nawal el Saadawi, la poetiza más importante de Egipto: “En un Mundo que miente, nada es más peligroso que la verdad”. Queridos colegas, el mundo miente, porque la civilización, el adelanto científico y tecnológico, el crecimiento macroeconómico, en otras palabras, el progreso, han producido efectos inhumanos alrededor del planeta, aumentando las cifras de pobres y marginados, de suicidios, de disrupción familiar, de drogadicción, de corrupción.

Nuestro modelo económico es un ejemplo de ello y el sistema de aseguramiento de salud de la Ley 100 ha convertido a la prestación de servicios de salud en un sistema capitalista y neoliberal de negocio con ánimo de lucro en el que poderosos actores se enriquecen y corrompen mientras el objetivo final de mejorar la atención pasa a un segundo plano. Nuestra actuación dentro de ese sistema ha sido relegada a la de mano de obra que se compra con una tarifa y nuestra dignidad no ha sido suficiente para resistir el poder avasallador del sistema. Hemos decidido en muchos casos unirnos a las corporaciones, y confusos, convertimos los medios en fines, olvidando nuestra misión fundamental.

El progreso por sí mismo no es malo ni bueno, como no lo son las cosas y las tendencias inanimadas; es la ausencia de un código de valores que acompañe a ese progreso y que haga que el avance de las ciencias y la economía se diseñen para el beneficio de todos los seres humanos, lo que ha producido la tragedia contemporánea. Es imperativo que encontremos valores comunes, transnacionales, transculturales y ecuménicos, que nos permitan forjar una ética mundial, una ética posiblemente de mínimos, pero aceptada por todas las culturas y religiones, y que permita la convivencia pacífica de hombres y mujeres en un planeta sostenible.

Es preciso que recuperemos el norte, que trabajemos cada día para lograr nuestro fin primordial; los beneficios personales llegarán como resultados perennes. Nuestra responsabilidad con el Estado es ineludible, ineluctable y será solamente con nuestra dignidad y responsabilidad que la cirugía recuperará el puesto de honor que ha tenido desde siempre en la historia. En nuestro diario quehacer, la reflexión sobre lo que es lícito, debe preceder a la realización de lo que es factible 5. Debemos mantener la libertad de pensamiento, actuación y reacción como las libertades últimas inalienables del ser humano. La dignidad no es negociable y debe respetarse hasta las últimas consecuencias.

Queridos colegas, nuestro trabajo diario es una lucha difícil, implacable y, sobre todo, interminable; por eso, deben disfrutar cada paso que den en pos de la meta y no solo el resultado de su empresa. Termino este escrito parodiando al doctor José Félix Patiño: la Cirugía es una profesión eminentemente ética. Cada uno de nosotros debe ser un adalid de su práctica hasta el fin de nuestros días.

Referencias

1. DRAE. Fecha de consulta: 6 de agosto de 2011. Disponible en: https://buscon.rae.es/draeI.
2. Kertész I. Yo, otro. Barcelona: Ed. Acantilado; 2002. p. 35. 3. Küng H. Proyecto de una ética mundial. Madrid: Ed. Trotta; 2003. p. 27.
4. Ariet M. El pensamiento del Che. La Habana: Editorial Capitán San Luis; 2011. 5. Küng H. Proyecto de una ética mundial. Madrid: Ed. Trotta; 2003. p. 31.

Correspondencia: Saúl Rugeles, MD, MACC
Correo electrónico: saul.rugeles@gmail.com
Bogotá, Colombia


Profesor titular de Cirugía, director del Departamento de Cirugía, Pontificia Universidad Javeriana, Hospital Universitario de San Ignacio, Bogotá, D.C., Colombia.
Ex presidente de la Asociación Colombiana de Cirugía.

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