Obituario: Academico Dr. Vladimiro Álvarez Hernández Capítulo de Nariño

Académico Dr. Jaime Erazo López

(Palabras del Dr. Jaime Eraso López ante el féretro del
Académico Dr. Vladimiro Alvarez, en La Iglesia de San
Andrés de Pasto el 19 de octubre de 2006).

Mi amistad con el Dr. VLADIMIRO ÉLVAREZ, orgullo de mi existencia, se remonta a la década de los años 60 cuando luego de hacer su especialización en Tisiología y Cirugía del Tórax en Bogotá, siendo oriundo de Líbano, Tolima, es vinculado al Hospital civil por el Dr. Luis Adalberto Eraso, para atender el pabellón antituberculoso, viniendo acompañado de su esposa entrañable, la señora Erika Tremel de Álvarez, y de su hijo Ricardo Álvarez, médico también, como su padre.

En alguna forma tengo un pequeño aporte para evitar su partida de nuestra capital, en ese entonces, por lo que le doy gracias a Dios.

Sucedió cuando me desempeñaba como Jefe del Servicio de Salud de Nariño (hoy Instituto Departamental de Salud) y corría el año 70, cuando una mañana llego a mi despacho y me dijo estas palabras: “Dr. Jaime, así me trato siempre, vengo a despedirme después de permanecer 3 años en el Hospital Civil porque me voy definitivamente de Pasto, puesto tengo otras perspectivas en Bogotá que posiblemente son mejores”.

Yo le respondí: “Usted no se puede ir de aquí. Pasto y Nariño lo necesitan. Usted es un Cirujano Neumólogo excelente, único en nuestro medio y está sirviendo a la comunidad como Dios manda, déjeme vincularlo al Servicio de Salud”. (Ver: Resolución de Duelo: Académico Dr. Julio Alfredo Lozano Guillén Capítulo del Tolima)

Y así lo hice sin demora, justificando ante Bogota sus imprescindibles servicios. Solo así logré desistirle de este propósito. Procedía así, luego de haberle valorado como todos los médicos de la época, durante unos 3 años, su calidad humana y profesional en su consultorio, en el Hospital Civil, en el Pabellón Antituberculoso y en encuentro de tres amigos que se hicieron frecuentes, al calor que deja la ambrosía, en compañía de Eduardo Zarama Luna, el Gerente que fue de la Compañía Colombiana de Tabaco, quien le profesó un inmenso aprecio, el cual era recíproco.

El Dr. Vladimiro con una inteligente voluntad y una probidad diamantina edificó su admirable existencia, siendo recio y probo, dulcificando su bondad y su bello corazón de hombre bueno. Como uno de esos fuertes hidalgos castellanos que desde Cervantes hasta Azorín ilustran la crónica del solar español, Vladimiro entendió la razón de ser médico como la persecución de un ideal. Un clásico escritor médico, Félix Martí Ibáñez, hacía referencia a los cinco deberes éticos que deben guiar la vida del médico acorde con su conciencia moral:

deberes hacia vuestros maestros, hacia la sociedad hacia vuestros pacientes, hacia vuestros colegas y hacia vosotros mismos.

Tales preceptos cumplió con creces nuestro querido amigo, dedicado como el que más, a hacer bien su trabajo, con responsabilidad incancelable, con la misma constancia y la misma inteligencia de siempre.

Con este enorme bagaje intelectual y moral, fue para nosotros, los miembros del Capítulo de Nariño de la Academia Nacional de Medicina, un altísimo honor ser sus compañeros, habiéndolo elegido Presidente en alguna ocasión, que desempeñó por corto tiempo, por razones de su precaria salud.

En él, entre las ideas de la mente y los movimientos de la conciencia, había una fuerte asociación, es decir del criterio filosófico y del moral, del pensamiento y de la ética; en él, estas no eran fórmulas que se escriben simplemente para anunciarlas como acontece de ordinario.

El Dr. Vladimiro fue un hombre de conciencia, austero, de una agresiva e implacable pureza. Siempre agradecido, siempre sonriente, siempre alegre, sobre todo cuando nos deleitaba con sus famosos cuentos.

Aún cuando después del primer infarto del miocardio, que padeció hace veinte años, se volvió diferente, lo invadió la serenidad y su acercamiento a Dios. Señores Médicos jóvenes, aquí tienen un ejemplo de lo que significa el ejercicio noble de nuestra profesión.

El fue además un incomparable miembro de familia, supo hacer de su hogar un asilo de todas sus ternuras, de todas sus bondades. Con cuanto dolor acompañamos a Erika, a Ricardo y demás familiares. El fue siempre el compañero nobilísimo de todos sus momentos.

Sincera y honda pesadumbre nos invade ahora cuando se ha eclipsado una de las conciencias que hacían la guardia sagrada de la ética, espontáneamente, sin proponérselo, simplemente como pasó por la vida, haciendo el bien a sus semejantes. Que Dios en su infinita bondad premie a este justo.

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