Comentario del Académico Dr. Efraím Otero Ruiz al Libro “Diabetes en Colombia. Recuento Histórico y Bibliográfico”
Académico Dr. Alberto Jácome Roca
La honrosa designación que me ha hecho la Junta Directiva para comentar el libro “Diabetes en Colombia” me coloca en dos difíciles circunstancias: una, la de tener que excusarme ante Ustedes por haberme convertido en el comentarista consuetudinario de los libros del Académico Jácome Roca, tarea que, por demás, considero como un airoso y obligante reto a mis limitadas capacidades.
Otra, quizás la más importante, la de tener que buscar algo qué decir después de la elegante y somera presentación que de su libro ha hecho el Académico Jácome, amén del enjundioso prólogo que para el mismo ha escrito el hoy Académico Honorario Mario Sánchez Medina otro -y quizás el principal- homenajeado de esta noche.
La única suerte a mi favor es poder hacerlo con el cariño y la amistad que me ligan, con el uno por más de 40 y con el otro por más de 50 años.
Ello justificará mis palabras, que sólo pretenden agregar un pequeño tinte de calidez humana a los homenajes que hoy se tributan a estos dos Académicos y, en su nombre, a la Asociación Colombiana de Diabetes y al medio siglo de la lucha contra la diabetes en Colombia.
Alfredo Jácome, como ya lo he repetido en innumerables ocasiones, es un historiador que escribe su historia con el mismo ritmo didáctico y humanístico con que dictó su cátedra de endocrinología por varias décadas en la Universidad Javeriana. (Ver: Comentario del Académico Germán Peña Quiñones con Motivo de la Presentación del Libro “De la Neurocirugía a las Neurociencias”)
En 118 páginas y 9 capítulos nos lleva desde el papiro de Ebers, el Ayurveda y Areteo de Capadocia hasta la inmunoterapia y la biología molecular del futuro pero deteniéndose siempre en el influjo, desde el clásico hasta el biomolecular, que la especialidad ha tenido en los clínicos y los endocrinólogos colombianos.
Nos relata una disciplina que en el país se fue definiendo y acendrando como tal, la diabetología, pero manteniendo sus nexos firmes con las otras subespecialidades que conforman la endocrinología.
Ello se logró, no por el azar ni por circunstancias equívocas, sino gracias al esfuerzo incansable de cuatro de sus fundadores, Mario Sánchez Medina, Hernán Mendoza Hoyos, Bernardo Reyes y Jaime Cortázar. De ellos sobreviven Bernardo y, por supuesto, Mario, nuestro gran homenajeado de esta noche.
Mi interés por la endocrinología lo despertó Hernán Mendoza en el seminario que sobre la especialidad dictara en el 5o.curso de la Universidad Javeriana en el primer semestre de 1952.
Inquieto, exoftálmico, fumador en cadena, acababa de regresar después de pasarse varios años en el laboratorio de Hans Selye en el Canadá y era como una especie de mesías que nos venía a contar la verdad revelada del estrés y del síndrome general de adaptación.
Su curso (que también impresionó a Jácome, según lo narra en el libro) lo dictaba en sentencias cortas, desprovistas de todo ornamento, pero que iban al punto, a la definición de la entidad nosológica con todo lo que se sabía o se ignoraba de ella, con los datos y las referencias pertinentes pero sin extenderse en hipótesis o en divagaciones etiopatológicas prolongadas.
Aún conservo algunas de mis notas. Por ejemplo: “La diabetes mellitus, debida a la ausencia relativa o absoluta de la insulina, es un trastorno que involucra primordialmente los carbohidratos, pero también los lípidos y las proteínas en el organismo”.
De ahí pasaba a hablarnos con naturalidad del ciclo de Krebs -que apenas recordábamos de nuestra bioquímica de años atrás- y a tejer esa compleja enredadera del metabolismo intermediario en que al final, con el brillo inusitado de sus ojos y de sus esquemas, saltaría la chispa de los glucocorticoides suprarrenales y el otro papel vital de esta glándula en el proceso general de adaptación.
Pero así como a través de su corta existencia Hernán trató siempre de adelantarse a su tiempo con las teorías del estrés, con las explicaciones psicoanalíticas de algunos fenómenos del síndrome general de adaptación, con la contracción del concepto espaciotiempo en los hipertiroideos, con los pioneros estudios sobre población en Colombia y la necesidad de la planificación familiar, también la muerte se le adelantó a su vida fructífera y llena de realizaciones: un cáncer pulmonar segó su existencia a los 48 años no sin que antes, “sentado a la sombra de una bomba de cobalto”, según sus propias palabras, escribiera “Paramitia”, uno de los documentos más desgarradores que médico alguno, con muchos proyectos inconclusos todavía por delante, pudiera escribir.
Resignado a una suerte por demás injusta en que, como echándose la culpa por lo que no pudo realizar, termina diciendo: “Se puede ser como Epimeteo, no sólamente imprevisivo sino también estúpido”.
Muchos manchamos con nuestras propias lágrimas ese escrito, que circuló entre sus amigos poco después de su muerte.
El otro gran pilar de la endocrinología y de la Asociación fue Jaime Cortázar, muerto a comienzos de este mes, el mismo día de Ronald Reagan y casi con los mismos años de ausencia del mundo cognoscitivo que afectaron al presidente norteamericano.
Para mi formación Jaime fue más que pilar una brújula y un orientador y un apoyo en esos momentos en que uno se ve forzado a pasar de la adolescencia del pregrado a la madurez de la vida profesional. Mi amistad y mi devoción por él la he dejado consignada en varios de mis libros y en muchos de mis escritos.
Mario Sánchez en su prólogo y Alfredo en su libro consagran cómo ellos dos, pero yo diría que sobre todo Jaime, se preocuparon por hacer de la diabetes una preocupación nacional y para ello llevarla precozmente a los estrados políticos.
Lo mismo que se está haciendo ahora, medio siglo después, pero sin la sencillez y la diafanidad que caracterizaron a nuestros pioneros. Jaime aprovechó su reciente designación como Director del Instituto Nacional de Cancerología, en 1955, para visitar continuamente el Ejecutivo y el Legislativo y hacer conocer el problema y promulgar los decretos que apoyaran el Comité Nacional de Lucha contra la Diabetes, que vió su luz ese año y cuya presidencia ocupó.
Su apoyo moral eran la consulta de Endocrinología del Instituto (44.8% de todos los pacientes con alteraciones endocrinas no neoplásicas en los 30 años analizados por Jácome y Mesa en su análisis de dicha consulta, publicado en Medicina el año pasado, fueron diabéticos) y la Asociación Colombiana de Diabetes que, como lo dice muy bien el autor, muy pronto acogió a la naciente Sociedad Colombiana de Endocrinología. ¡La presencia estimulante de Jaime vivirá para siempre en el recuerdo de todos sus amigos!
De consultorios o de apartamentos prestados o alquilados alrededor de la Plaza de San Martín la Sociedad pasó, ya en los sesentas, a reunirse casi de rutina por las tardes y las noches en la casa de la Asociación, en la Avenida 39.
Mario y la inefable Merceditas de Torrado, aquí presente hoy, se esforzaban por atendernos con empanadas dietéticas, bizcochitos y tal cual whisky. Cuando llegábamos, Mario se ocupaba de cuadrar el proyector de diapositivas, un venerable Kodaslide Merit manual de los 50´s reparado a veces con trozos de madera y con una tendencia proclive a desenfocarse.
A veces se anunciaban hechos investigativos importantes o se nos citaba en las mañanas, como cuando comenzaron a hacerse las pruebas de reserva insulínica con clorpropamida; un día, para consternación de todos, el paciente pareció entrar en coma hipoglicémico del que no lográbamos sacarlo ni con los chorros de melado de glucosa inyectados por la vena hasta que alguien produjo, como por encanto, una ampolla de glucagón que nos salvó del desastre.
O se nos mostraban, ya años más tarde, los primeros aislamientos y cultivos de células pancreáticas en intentos por hacer los primeros trasplantes de las mismas. Allí nos reuníamos muchos de los nombrados en el libro de Jácome y otros -muchos ya desaparecidos- como César Mendoza y Luis Callejas Arboleda (ambos precursores de las determinaciones hormonales en nuestro medio) en sesiones o demostraciones que eran festivales de la ciencia y el intelecto.
Pero en que todo se decía en tono menor, sin estridencias ni petulancias y sin que nadie pretendiera o se le permitiera hablar ex-cathedra. Porque Mario supo desde un comienzo, y lo ratificó en sus viajes y presentaciones por todo el mundo, promulgar y vivir la sencillez de los verdaderamente grandes.
En aras de esa misma sencillez tuve que defenderlo y sacarlo airoso a nombre de Colciencias en el proyecto de ácaros ambientales como causa de alergias, cuando un investigador norteamericano de apellido y actitudes de acémila, aportado por la National Science Foundation dentro de un convenio cooperativo, quiso apropiarse como autor principal de un trabajo que había sido ideado, realizado y consumado casi íntegramente en Colombia.
Mi rechazo airado tuvo acogida en Washington, donde supieron destacar como primer autor y dar brillo al nombre de Mario. Y ese brillo lo destaqué también el año pasado, cuando el continente lo homenajeó otorgándole en Buenos Aires la medalla Hagedorn.
Volviendo al libro, serían interminables las anécdotas y recuerdos que su lectura despierta. Es un resumen excelente de lo que ha sido la actividad diabetológica en Colombia, con 150 referencias bibliográficas, la mayoría de ellas de autores nacionales a los que Jácome rinde su debido reconocimiento.
Es, además, un lauro al propio autor, quien ha vivido casi 45 años de esa cronología y se ha destacado en la cátedra o en la Academia (a la que dedica el penúltimo de sus capítulos) antes que prolífico escritor e investigador como un caballero, leal con sus amigos e intachable en sus actuaciones privadas o públicas.
Por eso él comparte también el homenaje que brindamos esta noche a la Asociación y, a través de ella, a la historia de la diabetes en Colombia.
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