Discurso de Bienvenida y Comentario al Trabajo ¿Hay Una Crisis en la Medicina en los Estados Unidos? Del Académico Honorario Augusto Sarmiento Rosillo
Académico Efraim Otero Ruiz
La invitación que me han hecho, tanto la Junta Directiva como nuestro excelso homenajeado para que sea yo quien haga el comentario y el exordio del trabajo que nos ha presentado esta noche, me llenan de la satisfacción de poder cumplir con un elemental deber de amistad y de paisanaje, antes que con el inmerecido honor que me delega la Academia.
Porque sólo en contadas ocasiones han accedido a la membresía honoraria colombianos ilustres que hayan contribuido efectivamente a la ciencia universal, cuyos nombres se mencionan asociados a síndromes clínicos, a procedimientos especializados o a aparatos, utensilios o adminículos de uso corriente en la práctica médica o quirúrgica.
Y que a través de sus epónimos, repetidos hasta los cuatro confines, enaltecen a Colombia y la hacen destacarse por encima de la leyenda negra tejida en torno a nosotros, de la que los hombres de bien podríamos decir como se dijo a propósito de los desmanes ibéricos de la conquista: “Culpas fueron del tiempo y no de España”.
Y es que mi vida, como en esos meandros en que navegan los macondianos personajes del Nobel colombiano, se ha acercado y alejado de la vida de Augusto Sarmiento en tres épocas fundamentales: la niñez, el inicio de la edad madura y ahora en la senescencia, si queremos emplear un eufemismo para nuestros ya largos años.
Nos conocimos en la niñez y en la adolescencia por ser mi padre colega y cercano amigo del suyo, ambos abogados íntegros que jamás supieron del dolo, del lucro o de las patrañas leguleyistas.
Además por asistir nosotros al Colegio de San Pedro Claver y compartir desde la preparatoria las enseñanzas de nuestros maestros jesuitas, aventajándonos Augusto dos años en el bachillerato a mí, a su hermano Héctor y a su primo Reynaldo.
Con dos de sus compañeros, Carlos Ardila Lulle y Jorge Trillos Novoa, hoy prohombres de nuestra sociedad, fueron los alumnos más sobresalientes de ese primer grupo de bachilleres de la segunda etapa del Colegio, reinaugurado después de una suspensión política y administrativa de varios años.
Las alumnas de los vecinos colegios de la Presentación o las Franciscanas admiraban a Augusto, más que por su talento, por su gallarda estampa como tambor mayor de la banda de guerra del Colegio, que se lucía en los desfiles olímpicos y cívicos, tan de moda por esas épocas.
Luego, en el sexto año de mi carrera de medicina, lo volví a encontrar (junto a otro paisano tempranamente desaparecido, Fernando Serrano) ya de salida como brillante interno en las clases de ortopedia que nos daba el profesor Enrique Botero Marulanda en el antiguo Hospital Militar de San Cristóbal, a las siete de la mañana.
Como Botero y mi tío Enrique, el radiólogo de dicho Hospital, eran muy buenos amigos, yo hacía trampa estudiándome a deshoras las radiografías de los casos, con tan buen éxito que Botero trató, infructuosamente, de hacer de mí un ortopedista.
De ahí Augusto se fue a hacer su entrenamiento ortopédico en Nueva Jersey Carolina del Sur y la Florida, donde ascendió meteóricamente su carrera investigativa y académica que lo llevaría, años más tarde y cuando estaba en Los Angeles, a ser el único científico de fuera de Estados Unidos que haya presidido la Academia Americana de Ortopedia, alejándose nuestras vidas por varios lustros.
Hasta que se volvieron a acercar cuando el gobierno del Presidente López Michelsen le otorgó en 1978 la Cruz de Boyacá, acto al cual fui invitado como Director de Colciencias, pero al que no pude asistir por estar ausente en una reunión internacional.
Y vengo a encontrarlo ahora, cuando desde el año pasado secundé entusiastamente la propuesta del Académico Roberto Serpa Flórez de elegirlo como Miembro Honorario de nuestra Academia, cuya posesión cumplimos emocionada y solemnemente esta noche.
Ya el señor Presidente encargado, colega suyo de especialidad y prolífico escritor de obras médicas, ha resumido el prodigioso curriculum de Augusto el cual, de sólo leerlo, nos hubiera tomado la totalidad de esta sesión.
Básteme destacar que él se distinguió, entre los primeros (quizás al tiempo con José Félix Patiño recién regresado de Yale, entre nosotros) en convencer a centenas de sus alumnos que el cirujano, antes que operador, debe ser un biólogo de los tejidos.
Por eso, siguiendo la inspiración de sus mentores norteamericanos, especialmente su amigo McCullough, se dedicó a observar e investigar sobre el comportamiento del cartílago y los efectos que sobre el mismo y sobre la formación del callo óseo ejercía la inmovilización, particularmente en fracturas del miembro inferior.
De ahí surgió su idea de la rápida movilización y del precoz reemplazo de los rígidos vendajes de yeso por un material más plástico y moldeable sobre el miembro, que permitiera además la movilización temprana del paciente, evitando en lo posible la cirugía.
Esa férula especial, conocida en inglés como “Sarmiento´s brace” y en español como “férula de Sarmiento” ha recorrido y ha sido aplicada en todo el mundo, desde los personajes más egregios hasta los más necesitados, según nos lo recordaba Roberto Serpa en su amena carta de presentación.
De allí desvió su interés a la articulación coxofemoral, por ser la artrosis de cadera y las fracturas del cuello del fémur uno de los problemas que más afectan a la humanidad al alargarse su promedio de vida.
No sólo modificó y mejoró las antiguas y las modernas prótesis sino que con una intervención, la llamada “osteotomía de Sarmiento”, permitió que ellas fueran más adaptables a los osteopénicos y fracturados fémures, hoy, gracias a Dios, también fortalecidos por mis colegas endocrinólogos en su lucha contra la osteoporosis.
El sesudo ensayo que nos ha presentado es un resumen modificado de la exclusiva Conferencia Gallie que dictó como invitado de honor en Montreal ante el Colegio Real de Médicos y Cirujanos del Canadá, que fuera publicada a comienzos del 2000 en los Anales de dicha institución y que tituló justamente:
“Medicina e industria: el que paga, el que toca y el que canta” (en inglés: The Payer, The Piper and the Tune), basando su subtítulo en un viejo cuento alemán, probablemente contemporáneo del flautista de Hamelin (que en inglés se llama “The Pied Piper”) cuyo dicho predilecto (“he who pays the piper plays the tune”) puesto en nuestra lengua vernácula se traduciría mejor como “Aquel que paga el músico es el que primero baila”, sátira al papel dominante de la industria y los emporios económicos sobre la medicina de hogaño.
El trabajo es al tiempo un “exposé” y una denuncia sobre los problemas que aquejan la medicina norteame-ricana por causas y sistemas perversos que a los colom-bianos, que imitamos primero lo malo que lo bueno, nos han tratado de imponer en los últimos diez años. Sus pensamientos coinciden casi exactamente con lo que ha venido sosteniendo la Academia en esta década, a saber:
1. Que el cambio introducido por la medicina gerenciada (las eufemísticamente llamadas “organizaciones de mantenimiento de la salud” o H.M.Os. en la jerga norteamericana), con la comercialización de la atención en salud y el deterioro progresivo de la relación médico-paciente (que el Académico José Félix Patiño ha definido magistralmente como la transición “del mandato hipocrático al imperativo burocrático”) ha llevado progresivamente a la desprofesionalización de la medicina, convirtiendo a ésta en un oficio, al médico en un prestador de servicios y al paciente en un cliente.
Todo ello, según afirma Patiño en su trabajo medular sobre dicha desprofesionalización, publicado en el número de Marzo-Abril de 2001 del Acta Médica Colombiana, debido a la elaboración e imposición “a pupi-trazo limpio” de una Ley 100 de 1993 que fue elaborada (-añado-, siguiendo yo a Stocker y col. de la Universidad de New Mexico en Albuquerque, en su artículo de 1999), por economistas neo-liberales, impulsados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que habían descubierto una mina de oro inexplotada en la seguridad social de los países latinoamericanos.
2. Como resultado se viene insinuando ( piano-piano, lentamente, como en el aria de “La Calumnia”, preferida de los operáticos y melómanos José Félix y Augusto) una crisis moral y ética sin precedentes; tanto que, al menos en los Estados Unidos, “la publicidad y el mercadeo dentro de la medicina han alcanzado niveles obscenos” al decir del autor.
Esa publicidad puede ser descarada, directa ( y en Colombia se ven apenas contados casos de esta última, gracias a las normas de nuestra Ley de Etica Médica o Ley 23 de 1981) o, más bien, indirecta o subliminal, de personas e instituciones a través de artículos seudocientíficos o de congresos o reuniones del mismo tenor.
Quien crea que estoy exagerando que se detenga a mirar el voluminoso suplemento sobre “Belleza y Salud” publicado no más antier martes por “El Tiempo” de Bogotá.
3. A través de la financiación de congresos o de la asistencia a los mismos por parte de los especialistas, amén de los ensayos de medicamentos en fases 3 y 4, la industria de productos farmacéuticos, de instrumentos y de adminículos o implantes, se ha venido adueñando de la educación continuada y de gran parte de la investigación clínica, aprovechando el vacío dejado por el Estado y por las mismas universidades en la financiación de las mismas.
Se observa, agrego yo, la tendencia a apoyarse, para la investigación clínica, en las llamadas organizaciones o centros de investigación por contrato (CRO), ya iniciados también en Colombia.
La educación y la investigación así financiadas tienden, dice el autor, a aderezar en cierta forma la investigación, favoreciendo la prescripción y el mercadeo de productos de esa misma industria, pese a los requerimientos de “conflictos de interés” predicados y aplicados por Relman en el New England Journal o Medicine desde finales de los 80s.
Si eso sucede en el gran país del Norte, donde los Institutos Nacionales de Salud y la National Science Foundation, además de innumerables fundaciones privadas, han sido los grandes financiadores de la investigación y de la docencia, qué se podrá decir entre nosotros, en que el Estado viene recortando, en la última década, los aportes a COLCIENCIAS y en que la Ley 100, como lo ha denunciado también esta Academia, no ha dispuesto partidas en los hospitales universitarios ni para investigación ni para bibliotecas y muchísimo menos para informática médica, entendi-da esta tal como la propusimos Patiño y yo con el programa Informed desde 1981.
En mi comentario al libro Historia de los Medicamentos, del Académico Alfredo Jácome Roca, dije yo hace unos meses que la educación continuada en farmacología que recibe la mayoría de médicos del país se hace a través de los vademecum y de los visitadores de los laboratorios.
Y nos vemos continuamente obligados a solicitar, no siempre con éxito, el apoyo de los mismos para congresos y publicaciones científicas. A pesar de todo, como la experiencia académica en premios y jurados nacionales nos indica, es impresionante la cantidad de trabajos científicos de buena calidad que siguen emanando de las universidades privadas y públicas, que ponen muy en alto el talento de los médicos colombianos.
Sarmiento comienza y termina con un llamamiento optimista, basado en su observación benévola de los sistemas de seguridad social de Canadá y del Reino Unido y proponiendo un sistema semejante para nuestros países.
Lo que quizás no se ha dado cuenta es que, a partir de la Ley 100, parecería existir un propósito determinado de parte de los gobiernos para acabar con el Instituto de Seguros Sociales cuyos problemas, al menos en el sector salud, he tenido yo que vivir personalmente como representante de esta Academia en el último año.
Sin hablar de la aguda crisis de las pensiones, que deberán afrontar el Gobierno y el Congreso a través de otra emergencia económica en el próximo trimestre.
Y las concesiones en cuanto a precios de drogas y limitación en la producción de genéricos que nos quiere imponer el Tratado de Libre Comercio (acabando, de paso, con el INVIMA, como lo dicen hoy los diarios) son consideradas por muchos como un arrodillamiento más, que nos tiene erosionadas tibias y rótulas, las cuales van a requerir de tratamiento urgente y heroico, como aquél que inició nuestro Académico Honorario en sus estudios pioneros de los años sesentas.
La Academia en sus diversos documentos sobre seguridad social en salud y sobre educación médica ha venido denunciando esas fallas y su impacto sobre la medicina, preventiva o curativa, a través de los últimos 10 ó 12 años, pero también defendiendo la alta calidad ética y científica de los médicos colombianos, a quienes los políticos de turno repetidamente han acusado de corruptos y de causantes de la crisis, cumpliendo la frase de un burócrata de la época de la dictadura, que predijo ominosamente: “A los médicos de Colombia hay que envilecerlos para después comprarlos barato!”. Muchos nos han tildado a los Académicos de exagerados, de escan-dalosos, de apocalípticos.
Quienes así lo crean, básteles leer los titulares periodísticos de las últimas dos semanas, ratificados en su comunicado de hoy por el Vicepresidente de la Asociación Médica Colombiana : cinco hospitales o clínicas públicas en Bogotá cerrados y uno al borde del cierre; tres hospitales de ciudades importantes, dos de ellos universitarios, cerrados; y cinco hospitales universitarios de capitales departamentales (incluido el de nuestra querida patria chica) en severas crisis que los tienen a punto de cerrarse.
Si eso es el éxito de la medicina gerenciada y de la Ley 100, que nos cambien el modelo, como se lo estamos rogando a los congresistas que desde ayer tienen en sus manos los tres proyectos de reforma de la misma, uno de ellos producido y avalado por esta Academia.
Gracias, de todos modos, Académico Augusto Sarmiento, por sus advertencias y sus premoniciones y por sabernos transmitir un poco de optimismo en esta convulsionada medicina del siglo XXI.
Necesitamos urgentemente de filósofos y pensadores como usted que, siendo contribuyentes reconocidos a la ciencia universal, con su prestigio y su experiencia pueden imprimirle nuevos rumbos a una profesión a la que muchos de nuestros maestros, algunos todavía presentes acá en esta Academia, nos enseñaron a amar a través de su ejemplo de vida. (Ver: Revista de Medicina: Junta, Volumen 26 No. 3 (66))
Aquí lo tendremos a usted, no como un Honorario distante, sino más como uno de nuestras filas, dispuesto a asesorarnos y ayudarnos cuando más lo necesitemos y en que el aprecio y la felicitación, manifestados unánimemente por quienes hoy llenan este auditorio, representen el símbolo de amistad permanente que queremos expresarle al acogerlo como Miembro Honorario de esta corporación.
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