Hospital Infantil “Lorencita Villegas de Santos”, 35 Años
ALVARO LOPEZ PARDO M.O.
Miembro de Número de la Academia Colombiana de Medicina Presidente de la Academia de Historia de Bogotá
El doctor Eduardo Santos visita el Hospital Infantil Lorencita V. de Santos. En la foto aparece también el doctor Alvaro López Pardo, primer director y organizador del hospital.
Algunos colegas académicos han tenido la gentileza de solicitarme que escriba unos apuntes sobre la iniciación de labores de esta gran obra que ha contribuido en forma def,initiva al progreso de la pediatría en nuestro país y a la salud de la infancia colombiana. Por creer que puede constituir un aporte a la historia de nuestra medicina, he aceptado relatar algunos de los hechos que, como primer director del nosocomio, me ha parecido que pueden ser de interés general.
El 13 de mayo de 1955, con gran pompa y mucho movimiento de ejército, el entonces presidente de la República, general Gustavo Rojas Pinilla, inauguró el Hospital Infantil del Norte, como se le llamaba entonces. Concedió la Cruz de Boyacá a su síndico, don Camilo Sáenz y a la iniciadora y propulsora de la entidad, doña LorencitaYillegas de Santos. Tres días más tarde, el 16, se abrieron las puertas al público, que esperaba ansioso, desde tempranas horas y haciendo una fila de varias cuadras, la atención de sus pequeños hijos en el nuevo y flamante hospital.
Pero, llegar a esas fechas no fue fácil, como no lo ha sido continuar la labor por 35 años. En 1939, siendo presidente de la República el doctor Eduardo Santos, un grupo de personas de buena voluntad, entre quienes se encontraba doña Elisa Copete de la Torre, se unieron a la primera dama, doña Lorencita Yillegas de Santos, con el objeto de fundar un hospital infantil en el sector norte de la ciudad, que completara los servicios que con tanta abnegación prestaba el Hospital de la Misericordia, fundado por la familia Barberi.
Doña Lorencita, ese ser extraordinario, por su inteligencia, dinamismo y don de gentes, se dedicó a cristalizar esa idea; así como lo hi~o con muchas otras obras de gran trascendencia social, que perduran. Ella entendía que su labor como primera dama no podría ser sólo decorativa; tenía en sus manos el poder suficiente para realizar obras importantes y era, además su deseo hacerlas.
Los terrenos donados por la familia Copete en el centro de la ciudad, fueron vendidos y se inició la construcción él lo. De marzo de 1941, en el lugar que actualmente ocupa, encargándosela al arquitecto Pablo de la Cruz, el más famoso de la época, quien se basó en el anteproyecto que hizo el arquitecto norteamericano Hugh M. G. Garden. Las dificultades económicas hicieron que la obra marchara muy lentamente y, como consecuencia, fue necesario hacer variaciones al proyecto inicial, de acuerdo con las normas cambiantes de la técnica arquitectónica hospitalaria.
Cuando doña Lorencita me hizo el honor de llamarme, en 1 954, a pedirme que me encargara de la dirección del hospital, me manifestó que la Junta Directiva había decidido poner en servicio lo que ya estaba utilizable de la obra, pues pensaba que 14 años que llevaba la construcción eran ya demasiado tiempo. Con anterioridad había prestado, transitoriamente, algunos servicios de consulta externa, que se habían suspendido por diversas razones. Vale la pena mencionar que en ese momento la Junta Directiva estaba compuesta por: Doña Lorencita Villegas de Santos, José Vicente Huertas, Jorge Andrade, Alvaro Copete, Alberto Fergusson, Daniel Brigard, Camilo Sáenz y Arturo González.
La mayor parte de la edificación se encontraba en obra negra, sólo estaban terminadas las áreas de servicios generales, la consulta externa y las dos primeras plantas, que eran las únicas que tenían vidrios. Este hecho se debió a una circunstancia muy curiosa que se justifica relatar.
En la época de la viokncia comenzaron a desplazarse, de los campos a la ciudad, grandes cantidades de personas, que no había dónde alojar. Algunos funcionarios del gobierno llamaron a la junta del Hospital a pedirle que les facilitara el edificio, que no tenía utilización hasta ese momento, para recibir allí a los refugiados. Según me relató años más tarde el doctor José Vicente Huertas, entonces encargado presidente de la Junta, él les contestó que no odían ocuparlo porque la edificación no tenía vidrios; prontamente el gobierno se los hizo colocar.
Luego dijo que no tenía luz y se la instalaron, después mencionó que no tenía teléfono y se lo pusieron, y, cuando ya todo estaba listo, se cayó el gobierno y nunca llegaron los refugiados, pero sí quedó el edificio parcialmente utilizable.
Hecho mi nombramiento, volví a México, a ver en detalle la organización del Hospital Infantil de esa ciudad, que bajo la sabia dirección del maestro Federico Gómez,había logrado una merecida fama mundial. Desde entonces las relaciones entre las dos entidades se mantuvieron muy estrechas, con el envío de becados y la venida de conferencistas a los distintos cursos que se organizaron después.
Con los conocimientos allí logrados, a más de los adquiridos en el curso de Administración de Hospitales, que dictaba la Asociación Mexicana de la especialidad, regresé a hacer frente a la ardua labor de dar al Hospital un organización moderna y eficiente en todos sus aspectos.
Desde la consulta externa hasta la lavandería, desde el quirófano hasta la cocina, pasando por todos los servicios administrativos y técnicos.
Debo mencionar los nombres de dos médicos, a quienes no se ha reconocido todo el mérito que tienen por su colaboración durante este proceso de la organización del Hospital. Uno es el doctor Emilio Posada Sarmiento, a cuyo constante apoyo, inteligencia y consagración, se debe mucho de éxito logrado. Otro tanto tengo que decir del doctor Rafael Espinel Soto, quien colaboró activamente en la organización de los aspectos quirúrgicos.
Planeamos todo. Hicimos el reglamento de funciones del personal, diseñamos la papelería, establecimos el estudio social de los pacientes, organizamos archivos y estadísticas, creamos el primer grupo de voluntarias hospitalarias, encabezadas por una gran dama, doña Ana Silva de Posada. Instruimos a las religiosas en el manejo de los servicios administrativos. Junto con el síndico y el arquitecto Alvaro Sáenz, hicimos las adaptaciones necesarias para instalar las salas de cirugía y los esterilizadores, en una zona dt!stinada originalmente a hospitalización. Hasta dibujé el emblema que aún se usa en el hospital, utilizando los colores rojo y oro de la bandera de Bogotá y las iniciales de la institución.
Ya que he nombrado a las religiosas Hijas de San José, quiero hacer de ellas una mención especial. ti primer grupo de esta comunidad, invitada por la señora Lorencita, estaba compuesto por 10 hermanas; venidas unas de España y otras de México, encabezadas por la Madre Nicéfora Beltrán. Cuánto deben el hospital y la niñez colombiana a estas nobles mujeres y a las que les siguieron. La última de este grupo en ser trasladada, fue la hermana Martín Gil, quien ayudó a la organización del servicio de enfermeras y dirigió, con la señorita Polanía, la escuela de Auxiliares de Enfermería Materno-Infantil, que fundamos junto con la Clínica David Restrepo.
Comenzó el Hospital con la colaboración de excelentes profesionales. Las dos máximas figuras de la pediatría nacional en ese momento, los profesores Calixto Torres Umaña y Eduardo Iriarte Rocha, aceptaron encargarse de la jefatura de sendos servicios. Otro tanto hicieron los profesores Jorge Helo, Jorge de Francisco, Valentín Malagón y los doctores Francisco Torres León, Jorge Colmenares, Hernando Ruiz Correal, José Francisco Parra, Jorge González Escobar, Guillermo Lesmes, Ernesto Sabogal, Luis F. Cobas, Sergio A. Castro, Oscar Tonelli, Alejandro Posada, Carlos Perilla.
Así mismo se designan como residentes e internos a los doctores Josué Mendoza, Carlos Clavija, Jorge López Díaz, Gabriel González, Hugo Castro, Alvaro Cabrera, José García, Wilfrido Mathow, Luis Cortés, Arturo Posada, Gilberto Yáñez, Fabio Morales y Bernardo Huertas.
A estos profesionales nombrados se sumaron 34 más, que ofrecieron sus servicios gratuitamente, todos de las más altas calidades científicas, algunos miembros actuales de la Academia. Por ser una lista larga que excede el espacio de esta nota, prefiero no mencionar a unos pocos por no ofender a los otros ya que todos prestaron valiosos servicios.
Conformado el equipo profesional, pensamos en la apertura del nosocomio. Presentamos a la Junta Directiva el proyecto de organización, con un análisis del posible rendimiento de los servicios, todo lo cual fue aprobado, haciéndole solamente algunas observaciones.
Nos dedicamos entonces a hacer que esta maquinaria funcionara armónicamente para que pudiera hacer frente a las demandas cuando llegara el público. Ante las miradas, un tanto burlonas del personal, hicimos que alguien representara a una madre que llevaba a su hijo a consulta externa. Se le hacía una historia social ficticia, lo mismo que una historia médica y se le hacía pasar por todos los trámites hasta la hospitalización. Esto lo hacíamos una y otra vez, hasta que cada quien supiera desempeñar su papel a cabalidad.
Varios días antes de la anunciada apertura, me asaltó la angustiosa duda de si todo ese engranaje que había ideado, programado, revisado varias veces, funcionaría en la práctica. Pero gracias a la colaboración de todos, se pudieron enfrentar con éxito, desde el primer día, las demandas del público. Las innovaciones que habíamos hecho, en relación con la práctica común de los hospitales nuestros, dieron un buen resultado, tanto que fueron rápidamente imitadas por otras entidades. El hospital fue aceptado por la American Hospital Association, distinción que sólo había obtenido hasta ese momento el Hospital Militar.
Nos preocupamos desde el principio porque la entidad tuviera un ambiente científico, benéfico para todos. Se hacían presentaciones de casos y se organizaban conferencias para residentes e internos. Se iniciaron los cursos de actualización, los cuales fueron dictados por profesores nacionales y extranjeros. Se publicó la Revista del Hospital y se trató de organizar una biblioteca. Así mismo se dictaron cursos de pediatría para alumnos de la Universidad Nacional y de la Universidad Javeriana, también se recibieron alumnos de psicología de la Universidad Nacional, en el Primer Servicio de Psiquiatría Infantil en un hospital general.
Para ayudar a las precarias finanzas del hospital se creó un pequeño pensionado, cuyo primer paciente fue una hija del entonces presidente de la República, (doctor Alberto Lleras Camargo), cuya esposa, (doña Bertha Puga de Lleras) se quedó varias noches allí, cuidando a la niña.
Se continuó la construcción de los pisos tercero, cuarto y quinto, con el dinero donado por el gobierno, introduciendo las reformas necesarias a los planes iniciales, para hacerlas más adecuadas a las exigencias arquitectónicas del momento. Esta obra fue adelantada por el arquitecto Alvaro Sáenz.
La institución siguió marchando, todo el personal técnico como el administrativo se iba acoplando a la obra en forma muy satisfactoria, entre este último debo mencionar a nuestro inolvidable administrador, el señor Luis Alberto Amórtegui.
Ese espíritu de solidaridad que se había creado, se puso de presente con un hecho que vale la pena relatar. Una vez se presentó una de tantas crisis económicas. El síndico propuso a la Junta que se disminuyera el personal médico para hacer alguna economía. La Junta me preguntó que quiénes podían ser despedidos. Me rehusé a mencionar nombres pues no creía que se pudiera eliminar a nadie. Reuní a los médicos, les expliqué la situación y estuvieron todos de acuerdo en que era mejor reducir nuestros propios sueldos por un tiempo, antes de que se fuera a suprimir a ningún colega.
Firmamos la carta de autorización a la Junta para hacerlo, y así se salvó el equipo, dando una muestra de solidaridad increíble.
Muchos han sido los progresos que ha logrado la entidad en estos 35 años con la orientación de las diferentes Juntas Directivas y la dirección de los colegas Valentín Malagón, Juan Antonio Gómez, (+) Jaime Pérez N, (+) José Tomás Posada, Jorge García, Jaime Pedraza y, de nuevo, José Tomás Posada. Se le agregó un servicio de maternidad y se vinculó a otras entidades científicas.
Tengo la certeza de que quienes hemos estado y quienes están aún vinculados a la obra, no importa en qué posición, le hemos dado una parte de nuestra vida, de nuestro entusiasmo, de nuestras capacidades y aún de nuestros sacrificios. Así pues, la obra tiene en sí un alma, formada por todos estos esfuerzos; por el espíritu caritativo de sus fundadores; por la fe y la voluntad de servicio de quienes transformamos ese local frío en algo viviente, por el entusiasmo de quienes han continuado. Aboguemos porque esta fecha sea una oportunidad para renovar esos valores, para que las generaciones jóvenes que están tomando las banderas, reciban su compromiso con responsabilidad y valor, teniendo en mente un lema, no escrito, pero sí sentido a través de los 35 años. “Si bien es cierto que la infancia es el futuro de la patria, ese futuro está hoy en manos de quienes tienen la responsabilidad de cuidar a la infancia”.
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