No más Ética Médica

El concepto de ética ha estado ligado al de medicina desde la antigua Grecia. En Nuremberg, Helsinki y, más recientemente en Santiago y Tel Aviv, la Asociación Médica Mundial ha cambiado una frase aquí y agregado una cláusula allá, a los preceptos hipocráticos centrados alrededor del primum non nocere (ante todo no hacer daño). Tal vez por esa larga existencia nadie se ha detenido a cuestionar la existencia misma del paradigma ético. Debemos aceptar que la medicina ha sufrido varios cambios drásticos en el último siglo. Algunos descubrimientos como la anestesia, los beneficios de la higiene quirúrgica, los antibióticos y los psicofármacos, hicieron del siglo XX una época de gloria y de inusitado optimismo. Pero la Edad de Oro de la medicina ha terminado. El nuevo siglo se abrió con importantes augurios de un rápido declinar del ejercicio médico. La creciente oferta de profesionales -por elementales reglas del mercado- reducirá cada vez más los ingresos y empobrecerá a la profesión. Después de todo, se estima que la mitad de los cincuenta mil nuevos médicos colombianos que se graduarán en los diez años venideros difícilmente podrán ser acogidos por el sistema, y se verán obligados a diversificar su ejercicio profesional, a ser creativos en su manera de competir o, simplemente, a desempeñarse en algo distinto a aquello para lo cual fueron formados.

Los sistemas de salud cambiaron para siempre. De un ejercicio independiente, en lo que toda la vida fue un ejemplo de profesión liberal, el médico pasó a ser primero, parte de una nómina empresarial y luego, más grave aún, ha entrado al sector informal de la economía: pagado al destajo, sin derecho a incapacidad, vacaciones ni prestaciones. Sí, es cierto que la expectativa de vida hoy es unos veinte años mayor que la de hace medio siglo. Sin embargo, no es por los antibióticos, ni los rayos X, ni la cirugía. No es por los hospitales ni por esos pocos medicamentos aparentemente milagrosos. Es por mayor acceso al agua potable, mejor nutrición, mayor salubridad tanto urbana como rural y, sobre todo, mayor cobertura educativa. En comparaciones internacionales, uno de los mejores predictores del nivel de salud de un pueblo es el grado de igualdad de sus habitantes. Es un hecho: mientras mayor sea la brecha entre ricos y pobres más baja será la expectativa de vida y más alta la mortalidad infantil, por no hablar del resentimiento social y su papel en la felicidad.

En resumen, la salud del pueblo no está en manos de sus médicos. Está en las de sus legisladores que, si de veras lo desearan, podrían reducir la desigualdad. Está en manos de los medios de comunicación, que son más importantes que los médicos para determinar los estilos de vida de la comunidad. Está en manos de los publicistas que pueden manipular mejor el comportamiento de la gente (y de mucha más gente) que los consejos en privado de un médico desmotivado.

Ahora, ¿por qué se nos exige a los médicos una entrega altruista y un comportamiento ético que no se considera necesario en los verdaderos protagonistas? No me imagino a los banqueros suizos, ni a las juntas de accionistas de las grandes multinacionales, deteniéndose a analizar las minucias éticas de ésta o aquélla inversión, más allá de los límites legales interpretados, claro está, con la mayor laxitud. Nos piden que asesoremos a nuestros pacientes fumadores sobre los efectos nocivos del tabaco, en intervenciones cuyo beneficio es (y repito el término de los economistas) apenas marginal, mientras que apenas si cuestionan a las grandes mafias tabacaleras y su bien diseñada estrategia para reclutar niños y adolescentes en su macabro negocio. Publicistas, abogados, comunicadores, comerciantes, administradores, por no hablar de los políticos, juegan con otras reglas cuya razón de ser son los rendimientos económicos. Cómo es de triste pagar impuestos cuando uno cree ser el único que lo hace. Qué tonto se siente el ciudadano de bien cuando es el único en detenerse en un semáforo en rojo que nadie más respeta; qué inútil es dar un rodeo en el carro para respetar una flecha que nadie más parece ver. Colegas, somos por formación un grupo apegado a las tradiciones. Pero aceptemos la nueva realidad y entremos de lleno en el siglo XXI jugando las reglas de la globalización: en el planeta en que nacieres haz lo que vieres. Aceptemos con conformismo sumiso esa filosofía neoliberal que permea nuestro sistema de salud y nos orienta hacia ese mismo capitalismo salvaje de nuestros intermediarios. Si somos apenas marginales, no nos demos unas ínfulas que no tenemos y acojamos un nuevo precepto: primum pecuniae, primero las ganancias. ¡Al traste con lo demás!

Diego Andrés Rosselli Cock, MD, EdM, MSc Neurólogo, académico e historiador www.portafolio.com.co

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