Medicina como Institución
La enfermera Sonia Echeverri de Pimiento –magíster en bioética- acaba de lanzar en la Academia Nacional de Medicina una obra con este nombre, que lleva como sub-título Entre la voracidad y el suicidio. Se trata de un sesudo análisis de la decadencia de las profesiones de la salud y de la medicina misma, que han alternado periodos de esplendor y de crisis. El nuevo modelo –aceptemos que neoliberal- considera el derecho a la salud como un riesgo, que puede ser asegurado. El negocio asegurador hace énfasis en la eficiencia y en la contención de costos, que se han agravado por las nuevas tecnologías y medicamentos, y por la mayor expectativa de vida.
El libro es para leerlo detenidamente, pues considera todos los aspectos de la problemática y los mira a la luz de la bioética. Quiero sólo transcribir un párrafo que se encuentra en la contra-carátula, que dice lo siguiente: Las transacciones comerciales son frías, calculadoras y rentables. Al introducirle exigencia de rentabilidad a una relación e confianza, de humanitarismo, se está perdiendo el principio que debe primar en la relación médico-paciente sin intermediarios, ganancias económicas, resentimientos ni desconfianza. Se está olvidando que la medicina es un servicio, no es una mercancía y por consiguiente no es susceptible de ejercerse como un comercio. No se vende salud, se vela por la salud.
El editor de Tensiómetro considera que toda profesión es un negocio –el profesional se lucra de ella- pero dentro de unos estrictos parámetros de humanismo, ética y competencia en donde la fiducia (el mejor interés) del paciente (en el caso del médico) va por encima de cualquier consideración y en donde la autonomía del galeno está al servicio de todos estos intereses. Eso se ha perdido y el médico tiene en muchos casos restricciones que no le permiten poner en práctica todos sus conocimientos. La medicina siendo negocio –para otros- y para el colega, un mal negocio.
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