El Mundo Psicológico de Kafka: Carta al Padre, Parte I
Cap 4
I
La célebre y conocida “Carta al padre” es uno de los mejores documentos de que se dispone para intentar aproximarse al universo de Kafka.
Fue escrita a finales de 1818 en la pequeña ciudad de Schlesen, en donde el escritor pasaba un tiempo de descanso, pocas semanas después de conocer el diagnóstico de la tuberculosis pulmonar que siete años más tarde le causaría la muerte. El documento, de enorme trascendencia desde el punto de vista psicológico, describe con dolor y tristeza la relación anormal que Kafka tuvo con su padre y la obsesionante enemistad entre los dos que duraría para siempre. Es una narración impregnada de intenso tono emocional, propio de una vida como la suya, plena de angustia, de tristeza y de sentimientos de culpa.
La “Carta”, que nunca fue entregada a su destinatario por obvia prudencia de la madre, contiene relatos de incidentes que al parecer ocurrieron en épocas diferentes a las señaladas en ella, y además, múltiples distorsiones de la realidad como sucede a menudo cuando se rememoran sucesos acaecidos mucho tiempo atrás. Seis años antes, Kafka había expresado dudas acerca de la confiabilidad de sus recuerdos en una nota de los “Diarios” de enero de 1812 que dice así: “En una autobiografía, es inevitable que donde se debería escribir “una vez”, se escriba “a menudo”. Porque uno es siempre consciente de que el recuerdo se extrae de la oscuridad, que se hace añicos con las palabras “una vez”, y que con las palabras “a menudo” queda, si no totalmente protegido, al menos conservado en opinión del que escribe…., a tiempo que transporta al autor a instantes que quizás nunca existieron pero que reemplazan los acontecimientos que no son posibles de alcanzar en el recuerdo ni siquiera con la adivinación”.
La lectura de la “Carta” permite descubrir algunos de los hechos psicológicos que más influyeron en el desarrollo de la personalidad y en la formación de su carácter, y que por sus características especialmente sensibles lograron dejar huellas indelebles en su alma.
Permite además vislumbrar los mecanismos psíquicos que posiblemente actuaron para transformar la tremenda carga espiritual que habitualmente le agobiaba en un inmenso impulso creativo, a pesar de las situaciones psicológicamente no resueltas que le afligieron desde niño.
La lamentable relación que tuvo con su padre durante la niñez y en su adolescencia, habría de adquirir caracteres francamente patológicos en la edad adulta en razón a su inestabilidad emocional. Parecería que sus emociones se hubiesen detenido en etapas muy tempranas del desarrollo psicológico, en tanto que su evolución intelectual progresaba sin tropiezos. El miedo irracional al padre, por ejemplo, que conducía al niño a hablar “de manera atropellada y tartamudeante” y a “paralizarse” en su presencia, aparece ya en las primeras lineas de la “Carta” y habrá de mantener su expresión infantil a todo lo largo de la vida.
El progreso desigual del desarrollo intelectual y emocional de Kafka, tenía que reflejarse en los actos de su vida cotidiana y advertirse, desde luego, en su producción literaria. Kafka expresaba con frecuencia sus propias experiencias vitales a través de sus personajes y sus vicisitudes. En varios de sus libros se encuentran frases y párrafos que coinciden casi textualmente con los de la “Carta”, lo que revela la trascendencia emocional que tuvieron muchos de los acontecimientos, reales o fantásticos, acaecidos en su temprana juventud. Al incorporar en su obra literaria personajes y episodios de la vida real, su genio de escritor supo darles el nuevo nacimiento que les permitiría vivir en adelante, imperturbables y seguros, en el mundo mágico de las letras.
(Lea También: El Mundo Psicológico de Kafka: Carta al Padre, Parte III y IV)
II
Kafka inicia la “Carta al padre” haciendo alusión directa a los aspectos positivos y negativos de la herencia genética paterna, e indicando además, escuetamente, que los rasgos heredados de Julie influyeron más en la formación de su carácter que los de su progenitor.
Así se expresó, al señalar las diferencias con su padre: “Yo, para decirlo en muy pocas palabras, soy un Lövy, con cierto fondo kafkiano que no se pone en acción como voluntad kafkiana de vida, de comercio o de conquista…… Tú eres, por el contrario, un verdadero Kafka, por tu robustez, tu salud, apetito, humor, facilidad de palabra, autosatisfacción, relación con el mundo, tenacidad, presencia de espíritu, conocimiento de las personas, y…. una cierta generosidad….; pero naturalmente, estas cualidades llevan aparejados todos los defectos y debilidades en que te precipita tu fuerte temperamento y a veces tu irascibilidad”.
Al pasaje anterior añade palabras que revelan su pobre autoestima, los sentimientos de vacío afectivo que le empobrecían emocionalmente y los anhelos infantiles conscientes imposibles de alcanzar. Menciona la ambivalencia del padre en quien encuentra bondad a la par que rudeza y violencia, y se refiere a su propia incapacidad psicológica para satisfacer el deseo paterno de estructurar su personalidad de acuerdo a patrones que, de niño y más tarde de adulto, no podía admitir. Sus palabras revelan irritación hacia su padre e indican sin embargo, añoranza por la relación adecuada que infortunadamente nunca se pudo establecer:
“Yo era un niño”, afirmaba, “temeroso; también era testarudo como suelen ser los niños, pero no puedo creer que fuera especialmente indócil; no puedo creer que una palabra amable, una mano tendida en silencio, una simple mirada bondadosa, no hubieran podido obtener de mí lo que hubieses querido. La verdad es que tú, en el fondo, eres un hombre bondadoso y tierno….., pero no todos los niños tienen la constancia y la intrepidez de buscar la bondad hasta dar con ella. Tú, sólo puedes tratar a un niño tal como te trataron a tí, con dureza, gritos y cólera…….”.
Y en seguida, con amargura, lejana esperanza y el acentuado sentimiento de culpa que se había ido acumulando en su interior desde hacía largo tiempo, afirmaba: “Posees una manera particularmente hermosa, que se ve raras veces, de sonreír con calma, satisfacción y afabilidad; una sonrisa que puede hacer completamente feliz a la persona a quien la dedicas.
No puedo recordar si en mi infancia me obsequiaste alguna vez con ella de modo manifiesto; bien pudo ocurrir que así fuera. ¿Por qué habías de negármela cuando yo te parecía todavía inocente y me considerabas además tu gran esperanza? Tales impresiones amables no han conseguido más que aumentar mi sentimiento consciente de culpa y hacerme el mundo más incomprensible todavía”.
La incapacidad de lograr una identificación adecuada y positiva con su padre, producía en Kafka sentimientos de impotencia e inseguridad, humillación y vergüenza. Poco a poco, y sin que pudiera evitarlo, se generó en él un sentimiento edípico de culpabilidad que tomaba su origen, no en las acciones reales de su padre sino en su propia realidad interior, como lo sugiere el texto siguiente:
“Me sentía oprimido por tu simple corpulencia. Recuerdo cuando a menudo nos desvestíamos juntos en una misma caseta de baños. Yo, flaco, débil, extenuado; tu fuerte, alto, de anchas espaldas. Ya en la caseta, me avergonzaba de mí mismo; y no sólo ante tí sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas. Después, cuando salíamos de la caseta, ante la gente, cogiéndote de la mano como un pequeño esqueleto, inseguro, descalzo…..; con miedo al agua….., me sentía totalmente desesperado y en esos momentos se concentraban en mí, de manera imponente, todas mis malas experiencias en todos los terrenos…..”
***
En “El Proceso”, Kafka describió admirablemente la misma sensación de impotencia experimentada por Joseph K., y simbolizada por su imposibilidad para actuar y por su temor a las aguas abiertas: Joseph K., el protagosista, había asistido a la primera sesión de su juicio; la audiencia se celebraba en una sala situada al fondo de un estrecho corredor en el que dos grupos de personas alternativamente le aplaudían o permanecían en extraño silencio. Al advertir por primera vez lo confuso de la situación en la que es-taba involucrado, Joseph K. sintió la inmensa y oceánica sensación de su desvalimiento y la expresó diciendo:
“Me sentía mareado como si estuviera en el mar; creía hallarme a bordo de un barco que se movía en medio de un mar agitado. Parecía que el agua se precipitaba contra las paredes de madera y que del fondo del corredor procedía un ruido como de agua que golpeaba con fuerza; parecía que todo el corredor se balanceaba a uno y otro lado y que las partes en juicio que estaban aguardando en él, de lado y lado, subieran y bajaran en el balanceo….”.
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