El Mundo Psicológico de Kafka: La vida de Trabajo, Parte II
Cap 11
II
Wagenbach refiere algunas observaciones de Kafka sobre el trabajo de las fábricas y los peligros a que se exponían en ellas los trabajadores:
“Las cuchillas clavadas con tornillos directamente al árbol, giran con el filo des-cubierto a 3.800 o 4.000 revoluciones por minuto. Se advierte claramente el peligro a que están expuestos los obreros por la gran distancia que queda entre el árbol y la superficie de la mesa. Con estos árboles se trabaja desconociendo el peligro, lo que posiblemente lo aumenta, o con la conciencia de un peligro constante que no puede evitarse…. Es posible que un obrero extremadamente precavido se cuidase de que no sobresaliera de la pieza ninguna falange de sus dedos, pero el peligro más inmediato desafiaba toda precaución. Incluso la mano del obrero más atento penetraba entre las cuchillas en caso de resbalar…. No ocurrían accidentes sin que quedasen seccionadas algunas falanges o incluso dedos enteros”.
Las experiencias anteriores contribuyeron a las visiones terroríficas de su relato, “En la Colonia penitenciaria”, escrito en 1914. En esta narración, Kafka describe con detalle la máquina de tortura empleada para castigar a los soldados condenados por desobediencia e insulto a sus superiores. El condenado, como los personajes de otros de sus cuentos, ignoraba la sentencia a que se había hecho acreedor: “Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia”. Tampoco tenía la oportunidad de defenderse porque el oficial al mando de la Penitenciaría tenía como norma un principio fundamental: “La culpa es siempre indudable”. El condenado aceptaba la sentencia final sin protestar, e incluso con cierta alegría, sin saber que la máquina de tortura inscribiría sobre su piel una corta frase que indicaba la disposición legal que había violado y por la cual merecía ser castigado. Poco a poco, y gracias a la máquina, la frase “Honra a tus superiores”, penetraba lentamente en sus carnes durante varias horas hasta producirse la muerte:
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“Apenas se cerraron las correas, la máquina comenzó a funcionar, la cama vibraba, las agujas bailaban sobre la piel, la Rastra subía y bajaba…. Trabajando silenciosamente, la máquina pasaba casi inadvertida. Más adelante….., casi contra su voluntad, observó el rostro del cadáver. Era como había sido en vida; no se veía en él ninguna señal de la prometida redención; Tenía los labios apretados, los ojos abiertos con la misma expresión de siempre, la mirada tranquila y convencida;….. y atravesada en medio de la frente, la punta de la gran aguja de hierro”.
Un personaje de otra narración, acusado de haber intentado golpear la puerta de un cortijo, y sometido a juicio por ese sólo hecho, dice las siguientes palabras: “Cuando hube cruzado el umbral de la habitación, dijo el juez que se había adelantado y me esperaba allí: “Ese hombre me da lástima”. Pero era evidente que no se refería a mi condición presente sino a lo que habría de ocurrirme. La habitación se parecía más a la celda de una cárcel que a una taberna campesina. Grandes losas de piedra, paredes os-curas y desnudas, una argolla de hierro enmurada en alguna parte; en el medio, algo que era mitad catre, mitad mesa de operaciones. ¿Podía yo disfrutar de un aire distinto al de la cárcel? Esta es la gran pregunta, o mejor dicho, lo sería, si yo tuviera perspectiva de ser liberado”.
***
El sentido de lo macabro y lo sombrío, de que hacía gala al hablar de las máquinas de tortura, se advierte también en su correspondencia. En una carta a Milena, hacía mención de unos dibujos que le había enviado “Para que veas algunas de mis “ocupaciones”, agrego unos dibujos. Son cuatro maderos. A través de los dos del medio pasan dos palos que se atan a las manos del “delincuente”; a través de los exteriores pasan dos palos para los pies. Cuando el individuo ha sido atado, se abren lentamente los palos hasta que el hombre se parte por el medio…. Apoyado en la columna, está el inventor con los brazos y las piernas cruzadas, muy orgulloso, como si el aparato fuera un invento original, cuando en realidad sólo es una copia del carnicero que abre el cerdo destripado sobre su mostrador”.
Para Kafka, el hecho de morir carecía de importancia.
En la mayoría de sus obras formulaba hipótesis acerca de las causas de las cosas, que necesariamente le conducían a la interpretación del destino de los seres humanos, a representarse un mundo que se nos escapa y en el que tal vez haya toda-vía demasiadas cosas por aprehender. Sus textos, como lo señala Blanchot, reflejan “la dificultad de una lectura que trata de conservar el enigma y la solución, el malentendido y la expresión de ese malentendido, la posibilidad de leer y la imposibilidad de interpretar esa lectura”.
En los “Fragmentos póstumos”, expresó los siguientes conceptos: “Tras la muerte de un hombre, irrumpe en la tierra, por un tiempo y en el ámbito del muerto, una tranquilidad especial y bienhechora. La fiebre terrenal ha cesado, no se sabe más cómo continúa el morir, un error parece haber sido solventado. Para los mismos vivientes constituye una oportunidad para respirar libremente; por eso se abre la ventana de la habitación del muerto hasta que todo se manifiesta como una apariencia y comienza el dolor y las lamentaciones”. Estas ideas seguramente le sirvieron al terminar, brillante y dolorosamente, una de sus mejores obras, “La Metamorfosis”.
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