Ética Médica y Ancianidad
Capítulo XIII
Tercera y cuarta edad
En virtud de los progresos de la Medicina y de la aplicación de políticas sanitarias, la población provecta, mejor conocida como “de la tercera y cuarta edad”, ha ido en aumento progresivo. En efecto, de los 36 millones de colombianos, 2.3 corresponden a la (6.5%), que genera el 50 por ciento del total de población anciana definiciones del país1.
Las principales causas de muerte son: infarto (14.9%), otras enfermedades del corazón y circulatorias (10.1%), hipertensión arterial (5.4%), tumores malignos (5%) y enfermedades del aparato respiratorio (49%)2 Los anteriores datos de carácter médico no causan mayor impacto por cuanto están muy de acuerdo con los procesos naturales que se presentan en el organismo humano con el paso del tiempo.
En cambio, conocer las condiciones sociales en que transcurren los últimos días de nuestros ancianos es algo de verdad lastimoso, que invita a reflexionar seriamente.
veamos algunos datos suministrados por el Ministerio de Salud y recogidos por el diario El Tiempo3: El 87 por ciento de los ancianos carece de seguridad social; 41 por ciento vive en condiciones de miseria; 42 por ciento no tiene ingresos y 39 por ciento ejerce oficios en hogares.
“Algunos ancianos -dice el informe- debido a la situación de invalidez y de violencia intrafamiliar, son internados en centros de bienestar donde pasaran sus últimos días enfrentados a situaciones de hacinamiento, pérdida de la intimidad y asistencia despersonalizada”.
Este panorama desolador relacionadc con la situación actual de nuestros ancianos, tiene mucho qu~ ver con la labor y la actitud del personal sanitario, particularmente con las de los médicos.
Conviene, por eso, revisar alguna circunstancias que en el ejercicio profesional pudieran dar lugar a conflictos éticos.
En primer término:
¿Conoce el personal de salud la magnitud del problema? ¿Está preparado para contribuir a resolverlo?¿Las escuelas formadoras de ese personal han ejercitado ‘a conciencia de sus alumnos en relación con el trato ético al anciano? No me atrevo a responder; dejo la inquietud entre los implicados en tan delicado asunto.
Yo me limito a tocar algunos puntos neurálgicos, con el ánimo de facilitar el cumplimiento del deber, que es un compromiso ético de quienes enseñan y de quienes aprenden, pero en especial de quienes ejercen la profesión.
Moral objetiva y ancianidad
Conviene recordar que el actuar ético de las personas está influido por las normas de conducta que la sociedad aprueba, disposiciones que deben ser tenidas como un “imperativo categórico”, es decir, que son de obligado cumplimiento. En relación con la ancianidad, la moral objetiva en Colombia ha quedado registrada en varios documentos, así:
1. Constitución Política de 1991
“Artículo 11. El derecho a la vida es inviolable”.
“Artículo 13. El Estado promoverá las condiciones para que la real y efectiva y igualdad sea real adoptara medidas en favor de grupos discriminados o marginados.
El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancias de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellos se cometan.
“Artículo 46. El Estado, la sociedad y la familia concurrirán para la protección y la asistencia de las personas de la tercera edad y promoverán su integración a la vida activa y comunitaria. El Estado les garantizará los servicios de la seguridad social integral y el subsidio alimentario en caso de indigencia”.
“Artículo 48. La Seguridad Social es un servicio público de carácter obligatorio que se prestará bajo la dirección, coordinación y control del Estado, en sujeción a los principios de eficiencia, universalidad y solidaridad, en términos que establezca la ley”.
2. Ley 100 de 1993
2.1. En relación con el sistema de pensiones:
“Artículo 10. El Sistema General de Pensiones tiene por objeto, garantlzar a la población el amparo contra las contingencias derivadas de la vejez. la invalidez y la muerte, mediante el
Conocimiento de las pensiones y prestaciones que se determina sí en la presente ley. así como propender por ampliación progresiva de cobertura a los segmentos de población no cubiertos con un sistema de pensiones”.
2.2. En relación con el sistema de salud:
“Artículo 152. Los objetivos del Sistema General de Seguridad Social en Salud son regular el servicio público esencial de salud y crear condiciones de acceso de toda la población al servicio en todos los niveles de atención”.
“Artículo 153. Equidad. El Sistema General de Seguridad Social en Salud proveerá gradualmente servicios de salud de igual calidad a todos los habitantes en Colombia, independientemente de su capacidad de pago. Para evitar la discriminación por capacidad de pago o riesgo.
El Sistema ofrecerá financiamiento especial para aquella población más pobre y vulnerable, así como mecanismos para, evitar la selección adversa”.
“Artículo 156. Literalj. Con el objeto de asegurar el ingreso de toda la población al Sistema en condiciones equitativas. existirá un régimen subsidiado para los más pobres y vulnerables que se financiará con aportes fiscales de la Nación, de los departamentos. los distritos y los municipios. el Fondo de Solidaridad y Garantía y recursos de los afiliados en la medida de su capacidad”.
2.3. En relación con servicios sociales complementarios:
“Artículo 257. Programa y requisitos.
Establécese un programa de auxilios para los ancianos indigentes que cumplan los siguientes requisitos: a. Ser colombiano; b. Llegar a una edad de sesenta y cinco o más años; c. Residir durante los últimos diez años en territorio nacional; d. Carecer de rentas o de ingresos suficientes para su subsistencia, o encontrarse en condiciones de extrema pobreza o indigencia.
De acuerdo con la reglamentación que para tal fin expida el Consejo Nacional de Política Social; e. Residir en una institución sin ánimo de lucro para la atención de ancianos indigentes, limitados físicos o mentales y que no dependan económicamente de persona alguna. En estos casos el monto se podrá aumentar de acuerdo con las disponibilidades presupuestales y el nivel de cobertura. E
n este evento parte de la pensión se podrá pagar a la respectiva institución. Parágrafo 1. El Gobierno Nacional reglamentará el pago de los auxilios para aquellas personas que no residan en una institución sin ánimo de lucro y que cumplan los demás requisitos establecidos en este artículo. Parágrafo 2. Cuando se trate de ancianos indígenas que residan en sus propias comunidades, la edad que se exige es de cincuenta (50) años o más.
Esta misma edad se aplicará para dementes y minusválidos. Parágrafo 3. i~ entidades territoriales que establezcan este beneficio con cargo a sus propios recursos, podrán modificar los requisitos anteriormente definidos”.
“Artículo 258. Objeto del Programa.
El programa para los ancianos tendrá por objeto apoyar económicamente y hasta por el 50% del salario mínimo legal mensual vigente, a las personas que cumplan las condiciones señaladas en el artículo anterior y de conformidad con las metas que el CONPES establezca para tal programa.
El programa se financiará con los recursos del presupuesto general de la Nación que el CONPES destine para ello anualmente, y con los recursos que para tal efecto puedan destinar los departamentos, distritos y municipios. Parágrafo.
El Gobierno Nacional reglamentará los mecanismos y procedimientos para hacer efectivo el programa de que trata el presente artículo, contemplando mecanismos para la cofinanciación por parte de los departamentos, distritos y municipios. El programa podrá ser administrado y ejecutado de manera descentralizada.
Así mismo, el Gobierno podrá modificar los requisitos dependiendo de la evolución demográfica y la evolución de la población beneficiaria del programa.
“Artículo 259. Pérdida de la Prestación Especial por vejez.
La prestación especial por vejez se pierde: a. Por muerte del beneficiario; b. Por mendicidad comprobada como actividad productiva; c.Por percibir una pensión o cualquier otro subsidio; d. Las demás que establezca el Consejo Nacional de Política Social”.
“Artículo 260. Reconocimiento, administración y control de la prestación especial por vejez.
El reconocimiento de la prestación especial por vejez, su administración y control serán establecidos por el Gobierno Nacional.
Para efectos de la administración de la prestación especial por vejez se podrán contemplar mecanismos para la cofinanciación por parte de los departamentos, municipios y distritos.
Los municipios o distritos así como las entidades reconocidas para el efecto que presten servicios asistenciales para la tercera edad, podrán administrar la prestación de que trata el artículo 258 de la presente ley siempre y cuando cumplan con lo establecido en el artículo siguiente”.
“Artículo 261. Los municipios o distritos deberán garantizar la infraestructura necesaria para la atención de los ancianos indigentes y la elaboración de un plan municipal de servicios complementarios para la tercera edad como parte integral del plan de desarrollo municipal o distrital”.
“Artículo 262. Servicios Sociales Complementarios para la Tercera Edad.
El Estado a través de sus autoridades y entidades, y con la participación de la comunidad y organizaciones no gubernamentales prestarán servicios sociales para la tercera edad conforme a lo establecido en los siguientes literales:
a) En materia de educación, las autoridades del sector de la educación promoverán acciones sobre el reconocimiento positivo de la vejez y el envejecimiento.
b) En materia de cultura, recreación y turismo, las entidades de cultura, recreación, deporte y turismo que reciban recursos del Estado deberán definir e implantar planes de servicios y descuentos especiales para personas de la tercera edad.
c) El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social promoverá la inclusión dentro de los programas regulares de bienestar social de las entidades públicas de carácter nacional y del sector privado el componente de preparación a la jubilación”.
3. Resolución 13437 de 1991 del Ministerio de Salud.
Hace referencia a los “Derechos del paciente”, algunos de cuyos postulados tienen particular relevancia en tratándose del paciente anciano, tal como veremos mas adelante.
Moral subjetiva y ancianidad
Al igual que los niños, los ancianos constituyen un grupo vulnerable que obliga a que se les dé un trato preferencial; así lo interpreta la moral objetiva” revisada arriba. ¿Supone ésto que también se les dé un trato paternalista, en tratándose de su salud? Gabriel García Márquez nos ayudará a dar respuesta a este interrogante. Para ello me sirvo de algunas páginas de su hermoso canto al amor entre proyectos titulado El amor en los tiempos del cólera.
Refiriéndose al doctor Juvenal Urbino, describe así un pasaje de su vida diaria:
“Ya para entonces se bastaba muy mal de sí mismo, y un resbalón en el baño que pudo ser fatal lo puso en guardia contra la ducha. La casa, con ser de las modernas, carecía de la bañera de peltre con patas de león que era de uso ordinario en las mansiones de la ciudad antigua.
El la había hecho quitar con un argumento higiénico: la bañera era una de las tantas porquerías de los europeos1 que sólo se bañaban el último viernes de cada mes, y lo hacían además dentro del caldo ensuciado por la misma suciedad que pretendían quitarse del cuerpo.
De modo que mandarón a hacer una batea grande sobre medidas, de guayacán macizo, donde Fermina Daza bañaba al esposo con el mismo ritual de los hijos recién nacidos.
El baño se prolongaba más de una hora, con aguas terciadas en las que habían hervido hojas de malva y cáscaras de naranjas, y tenía para él un efecto tan sedante que a veces se quedaba dormido dentro de la infúslón perfumada.
Después de bañarlo, Fermina Daza lo ayudaba a vestirse, le echaba polvos de talco entre las piernas, le untaba manteca de cacao en las escaldaduras, le ponía los calzoncillos con tanto amor como si fueran un pañal, y seguía vistiéndolo pieza por pieza, desde las medias hasta el nudo de la corbata con el prendedor de topacio.
Los amaneceres conyugales se apaciguaron, porque él volvió a asumir la niñez que le habían quitado sus hijos. Ella, por su parte, terminó en consonancia con el horario familiar, porque también para ella pasaban los años: donnía cada vez menos, y antes de cumplir los setenta despertaba primero que el esposo “4.
Por supuesto que no todas las personas de la tercera o de la cuarta edad regresan a la época infantil.
Algunas mantienen lucidez mental y pueden valerse por sí mismas, es decir, conservan su capacidad de autodeterminación. Con ellas el médico no tendrá mayores dfficultades. En cambio, con otras, con las que han llegado a la situación del doctor Juvenal Urbino, la relación médico-paciente y médico-familia podrá ser conflictiva.
Se debe tener presente que el anéiano es un ser humano y que, por lo tanto, debe ser tratado con solícita atención y con la dignidad debida.
No por el hecho de ser viejo, y por falta de paciencia de los que lo rodean, debe ser segregado de su entorno familiar para confinarlo en el Cuarto de San Alejo, como se hace con las cosas inservibles e insensibles, para que se las coman la polilla y el olvido. Sin duda, el problema de la vejez, mas que un problema de salud pública, es un asunto de carácter social y como tal debe ser encarado.
Corresponde, pues, no tanto al personal de salud como sí a la sociedad y al Estado propiciar los mecanismos que brinden seguridad social a los ancianos y les permitan que la etapa final de la existencia transcurra de una manera tranquila, ojalá viviendo de manera útil, gratificante.
En Colombia, como quedó registrado atrás, se han expedido disposiciones que apuntan en tal sentido; por eso el médico debe contribuir a que se cumplan. Tal contribución es parte de su actuar correcto.
Frente al paciente anciano, el actuar ético del médico habrá de estar sujeto a los correspondientes valores, principios y normas morales que ya conocemos y que adquieren connotaciones propias en tal circunstancia.
Recuérdese que la vida, la salud y la felicidad en la edad provecta pueden no tener el mismo significado que poseen cuando se manejan en la edad juvenil o en la madura, Sin que ello quiera decir que el médico no deba otorgárles los mismos atención y respeto.
El principio de beneficencia, que obliga al médico, hace relación al servicio que debe prestarle al paciente para favorecer SUS mejores intereses que son, sin duda, su vida, su salud y su felicidad.
Sucede, no obstante, que esos, que son bienes preciados para el individuo y valores morales para el médico, pierden valencia y sentido para el anciano, a tal punto que los desdeña, que los mira con indiferencia, o no los quiere conservar.
Una enfermedad insopórtable, o el simple hastío de vivir, son factores que afectan el ánimo del viejo y conspiran desfávorablemente para que el médico cumpla con éxito su labor beneficiosa.
Se trata de pacientes en plena lucidez mental, con absoluto conocimiento de causa, que se niegan a colaborar con su curador y, mejor, imploran que éste les facilite los medios para alcanzar su deseo, que no es otro que precipitar el final.
Aquí entra en juego el discutido “paternalismo”, pues si el médico acatara el principio de autonomía, es decir, la autodeterminación de su paciente, no le quedaría otro camino que complacerlo, bien mediante la eutanasia o bien mediante el suicidio asistido, procedimientos ambos que unos defienden y otros rechazan.
Lo cierto es que frente a este dilema, el médico debe optar por acercarse espiritualmente a su paciente, ser amigo antes que médico, o, mejor, ser amigo-médico, y compartir con él su angustia existencial.
Esa forma de amistad tiene mucho de paternalismo, lo cual puede ser muy útil, pues el sentir la compañía y el apoyo de “alguien” en momentos tan difíciles, es sentirse amparado, protegido, como se siente el niño cuando su padre lo abraza.
Es probable que esta actitud paternalista haga reflexionar al paciente acerca de su deseo fatalista y le incline por otra determinación menos radical. Mitigar el dolor espiritual y hacer cambiar así la decisión, es, ciertamente, una actitud humanitaria, paternalista.
No creo que pueda descalificarse tal proceder, no obstante aparente reñir con el derecho de autonomía, interpretado como un principio categórico, apodíctico. Dice Jay Katz que “el derecho a la autodeterminación es el derecho del individuo a tomar sus propias decisiones sin que otros se entremetan”5.
En circunstancias como las que he venido contemplando, podría defenderse la actitud paternalista aduciendo que una persona adolorida física y espiritualmente carece de autonomía psicológica, la cual es indispensable para reflexionar de manera correcta. El entremetimiento, entonces, tendría validez moral.
Pero, si ese entremetimiento fracasa y el paciente persiste en su deseo de morir, ¿qué debe hacer el médico? No sería correcto abandonarlo a su propia suerte.
Habría entonces que buscar el apoyo de otro profesional (psicólogo, psiquiatra, sacerdote) o de varios a la vez, si se cuenta con recursos para ello. Asimismo, sería prudente la permanencia del enfermo en el sitio más adecuado a su situación, donde encuentre apoyo médico y calor humano.
El manejo del dolor -del dolor fisico- se ha convertido hoy en una especialidad, de gran ayuda en los estados terminales de una enfermedad.
Puede advertirse que en situaciones tales el humanitarismo médico desempeña un papel trascendental. Razón existe para que se lo tenga como la principal virtud de las muchas que debe poseer el personal sanitario.
La enfermedad asociada a la vejez -que de ordinario van de brazo- es, de por sí, un elemento autodestructivo que compromete la esfera interior de quien la padece. De ahí que la muerte adquiera la dimensión de una necesidad sentida. El hombre enfermo, desahuciado, ya no se abre al mundo; es una miseria material y moral.
La muerte, en esas condiciones, es algo bienhechor; explicable, entonces, que algunos la deseen y la imploren. La tentación del suicidio puede llegar a convertirse en una obsesión, la que -como dice el filósofo Sciacca es el vértigo de la libertad, que decide incluso contra toda norma6.
El suicidio para dicho pensador “es por sí mismo una valoración de la vida que no implica necesariamente una desvalorización; sólo puede probar que no se le ama por encima de todo, en cuanto existen valores que se aprecian más que la vida”7.
Sin duda, la conservación de la vida es un instinto poderosísimo; cuando pierde su poder es porque algo grave, asimismo poderoso, ocurre.
La eutanasia dispensada por mano ajena y la dispensada por mano propia, es decir, el suicidio, fueron procedimientos lícitos, moralmente aceptados en épocas lejanas y en culturas muy adelantadas, cuando la medicina disponía de muy escasos recursos para vencer la enfermedad y el dolor.
En su Historia Natural, Plinio el viejo aseguraba que de todos los bienes que ‘a naturaleza concedió al hombre, ninguno hay mejor que una muerte a tiempo, y lo óptimo en ella es que cada uno se la pueda dar a sí mismo8.
Tomás Moro en su Utopía trae un pasaje que pone de presente una situación resuelta -según el autor- de la mejor manera, si aceptamos que lo que ocurría en aquel país de ensueño era lo ideal.
Dice así: “Confortan (los utopienses) a los que están afectados de enfermedades incurables sentándose a su lado, hablando con ellos y, para resumir, con toda clase de ayudas que puedan existir.
Pero si la enfermedad es no solo incurable sino llena de continuo sufrimiento y angustia, entonces los sacerdotes y los magistrados exhortan al hombre viendo que no es capaz de hacer ninguna función vital y que sobreviviendo a su propia muerte es perjudicial y molesto para los demás y pesado para sí mismo, a que se decida a no consentir mas esa pestilente y dolorosa enfermedad.
Y viendo que su vida no es para él más que una tortura, que no sea reacio a morir sino mejor que cobre buenos ánimos y se desembarace a sí mismo de esta dolorosa vida como de una prisión o de un potro de tormento, o permita de buen grado que otro le libre de ella.
Y le dicen que obrando así hará sabiamente, viendo que con su muerte no perderá ningún privilegio sino que acabará con su dolor. Puesto que en este acto seguirá el consejo de los sacerdotes, es decir, de los intérpretes de la voluntad y gusto divinos, le hacen ver que obrará como hombre bueno y virtuoso.
Los que son así convencidos ponen fin a sus vidas voluntariamente de hambre o bien mueren durante el sueño sin ninguna sensación de agonía”9.
La decisión fatalista en el anciano tiene también mucho que ver con sus convicciones filosóficas y religiosas.
De seguro no es la misma si se trata de un individuo materialista que si fuera un devoto creyente católico. Los que profesan esta religión suelen aceptar los pesares de manera estoica, estimulados por ‘a promesa de un más allá venturoso.
El dolor físico y el tormento de las enfermedades se reciben como castigo expiatorio por las faltas que en la vida se han cometido. Así lo creía el moralista Balmes10: Para San Agustín el suicidio “no es lícito a los que adoran un Dios verdadero”11.
Para él, “el azote y penalidades con que (Dios) aflige a los justos es para enseñarles a tener sufrlrniento, y que su recompensa sea digna de mayor premio”12. ~ anteriores posiciones frente a la enfermedad y la muerte hacen menos conflictivos para el médico el manejo del paciente anciano, en estado terminal, y en plena lucidez mental.
No fáltará, sin embargo, aquel que ante la perspectiva de un mejor “mas allá” quiera apresurar el tránsito, como lo anhelaba en el siglo xvi Santa Teresa: “venga ya la dulce muerte, 1 venga el morir muy ligero,/ que muero porque no muero.
Tanto el suicidio asistido o ayudado por el médico, a’ igual que la eutanasia directa, están prohibidos de manera absoluta por la moral médica vigente. La vida, ya lo sabemos, es el elemento que encabeza el orden jerárquico en la escala de valores morales que deben regir el actuar ético del médico. En otro capítulo de este libro me ocupo con mayor detenimiento de la eutanasia. (Lea También: Derecho a una Muerte Digna)
Si no es correcto que el médico sea el dispensador de la muerte, tampoco lo es que sea él quien la dffiera, quien la ahuyente cuando la razón hace aconsejable su presencia.
Se trata de lo que se ha llamado “distanasia”, descalificada éticamente por servir apenas para alimentar el afán de lucro del médico y despertar falsas expectativas en el paciente y sus familiares. Por supuesto que ese desvío médico sólo se observa con pacientes económica-mente pudientes, ancianos o no. También lo trato con niás atención en capítulos siguientes. La Ley 23 de 1981 (Normas de Etica Médica) a ese respecto prescribe lo siguiente: “Artículo 13.
El médico usará los métodos y medicamentos a su disposición o alcance, mientras subsista la esperanza de aliviar o curar la enfermedad. Cuando exista diagnóstico de muerte cerebral, no es su obligación mantener el fúncionamiento de otros órganos o aparatos por medios artificiales”. “Artículo 17. La cronicidad o incurabilidad de la enfermedad no constituye motivo para que el médico prive de asistencia a un paciente”. Por su parte, en la Resolución 13437 de 1991 (Derechos del Paciente), se lee: “2.
Derecho a disfrutar de una comunicación plena y clara con el médico, apropiada a sus condiciones sicológicas y culturales, que le permita obtener toda la información necesaria respecto a la enfermedad que padece, así como a los procedimientos y Úatamientos que se le vayan a practicar y al pronóstico y riesgos que dicho tratamiento conlleve.’
También su derecho a que él, sus familiares o representantes, en caso de inconsciencia o minoría de edad consientan o rechacen estos procedimientos, dejando expresa constancia ojalá escrita de su decisión”. “10. Derecho a morir con dignidad y a que se le respete su voluntad de permitir que el proceso de la muerte siga su curso natural en la fase terminal de su enfermedad”.
Atrás me he referido a algunas de las situaciones que apareja el manejo médico del paciente anciano, dueño de su capacidad de discernimiento, es decir, de aquel que actúa como lo hacen los adultos normales.
El que se comporta diferente a la manera de los niños por su incapacidad para tomar decisiones, constituye un caso de manejo especial, inteligente y paciente. Sucede que la incompetencia mental o demencia senil obliga a echar mano del paternalismo médico, tan cuestionado moralmente por algunos.
La dependencia progresiva de ese tipo de pacientes compromete más a la familia y a la sociedad que al mismo médico. Esto explica la existencia de instituciones destinadas a su cuidado, donde son las enfermeras y personas voluntarias las más comprometidas en esa labor.
Al médico corresponde revisar sus condiciones de salud y mantener al tanto de ellas a los familiares. Si es necesario emprender procedimientos diagnósticos o terapéuticos (médicos o quirúrgicos) advertirá a los tutores legales, o familiares más cercanos, las indicaciones y riesgos inherentes.
Al juzgar el médico el tipo y grado de incapacidad mental del anciano, deberá tener en cuenta si se trata de una situación permanente (por ej.: enfermedad de Alzheimer) o reversible (por ej.: drogas, infección, trastorno metabólico).
Por eso es grande la responsabilidad de los encargados de aplicar las pruebas de competencia mental, como son las de orientación de tiempo, lugar y persona, las de memoria, cálculo aritmético, comprensión del lenguaje oral y escrito, etc.
La situación de salud de los ancianos tiene también que ver con el principio de justicia, es decir, con la distribución equitativa de los recursos disponibles.
He aquí una situación que pone a prueba el buen juicio, la sindéresis del médico, en particular del médico administrador, pues puede ocurrir que se presente una colisión de principios al tener que privar de la atención a un anciano para suministrársela a un paciente con mejores perspectivas de sobrevivencia.
Dar la orden de “no resucitar”, “no dializar”, “no trasplantar”, “no operar”, supone una previa reflexión ética de quien la dicta, o del grupo de personas encargadas de tomar la determinación, reflexión durante la cual se tendrán que analizar con detenimiento los distintos aspectos, fácticos y teóricos, que rodean una tan delicada circunstancia 1516~ A no dudar, la edad como criterio para dispensar servicios de salud es, en principio, una forma odiosa de discriminación, aunque la discriminación, viéndolo bien, no siempre es injusta o injustificada.
El filósofo norteamericano David Callahan opina que la Medicina, en relación con la edad, podría tener dos metas: una, evitar la muerte prematura que es aquella que precede a la terminación de un periodo natural de vida, y otra, aliviar el sufrimiento, mejor que extender la vida después de que el ciclo natural ha sido completado17.
Epílogo
Cierro este capítulo aprovechándome otra vez de la pluma maestra de García Márquez:
“Lo despertó la tristeza. No la que había sentido en la mañana ante el cadáver del amigo, sino la niebla invisible que le saturaba el alma después de la siesta, y que él interpretaba como una notificación divina de que estaba viviendo sus últimos atardeceres. Hasta los cincuenta años no había sido consciente del tamaño y el peso y el estado de sus vísceras.
Poco a poco, mientras yacía con los ojos cerrados después de la siesta diaria había ido sintiéndolas dentro, una a una, sintiendo hasta la forma de su corazón insomne, su hígado misterioso, su páncreas hermético, y había ido descubriendo que hasta las personas más viejas eran menores que él, y que había terminado por ser el único sobreviviente de los legendarios retratos de grupo de su generación.
Cuando se dio cuenta de sus primeros olvidos, apeló a un recurso que le había oído a uno de sus maestros en la Escuela de Medicina: «El que no tiene memoria se hace una de papel».
Sin embargo, fue una ilusión efímera, pues había llegado al extremo de olvidar lo que querían decir las notas recordatorias que se metía en los bolsillos, recorría la casa buscando los lentes que tenía puestos, volvía a darle vueltas a la llave después de haber cerrado las puertas, y perdía el hilo de la lectura porque olvidaba las premisas de los argumentos o la filiación de los personajes.
Pero lo que más le inquietaba era la desconfianza que teula en su propia razón: poco a poco, en un naufragio ineluctable, sentía que iba perdiendo el sentido de la justicia.
Por pura experiencia, aunque sin fundamento científico, el doctor Juvenal Urbino sabía que la mayoría de las enfermedades mortales tenían un olor propio, pero ninguno tan específico como el de la vejez.
Lo percibía en los cadáveres abiertos en canal en la mesa de disección, lo reconocía hasta en los pacientes que mejor disimulaban la edad, y en el sudor de su propia ropa y en la respiración inerme de su esposa dormida.
De no ser lo que era en esencia, un cristiano a la antigua, tal vez hubiera estado de acuerdo con Jeremlah de Saint-Amour en que la vejez era un estado indecente que debía impedirse a tiempo.
El único consuelo, aun para alguien como él que había sido un buen hombre de cama, era la extinción lenta y piadosa del apetito venéreo: la paz sexual.
A los ochenta y un años tenía bastante lucidez para da~e cuenta de que estaba prendido a este mundo por unas hilachas tenues que podían romperse sin dolor con un simple cambio de posición durante el sueño, y si hacía lo posible para mantenerlas era por el terror de no encontrar a Dios en la oscuridad de la muerte”18 .
Referencias
- informe sobre la vejez”. El Tiempo, p.3A. abril 27, 1994.
- ibíd.
- ibíd.
- Op. c¡t.. Editorial La Oveja Negra Ltda. Bogotá. PP. 47.48.1985.
- El médico y el paciente: Su mundo silencioso, Fondo de Cultura Económica, S.A.. México. D.F.. p. 217.1989.
- Muerte e inmortalidad, Editorial Luis Miracle, S.A., Barcelona9 p.301. 1962.
- ibid., p.300.
- Op. cit., traducción de Geronymo de Huerta9 Luis Sánchez impresor9 Madrid, 1624.
- Op. cit. , Ediciones Orbis. S.A.. Barcelona. PP. 162.163.1984.
- Cartas a un escéptico. Editorial Balmes. Barcelona. pp.55. 1945.
- La ciudad de Dios, Ediciones Orbis. Barcelona. p.39. 1986.
- ibid.. p.30.
- Macklin. R. ~The gerlatrlc patlent: Ethical issues in care and treatment”. Biomedical Ethics. Mappes y Zembaty. McGraw-Hill, inc., New York, p.192. 1991.
- veatch RM. “Justice and the economics of terminal illness”. Hastlngs Center report 4:34, 1988.
- “Guidelines br Do not resuscitate~ orden in the prehospital setting”. Ann Emerg Med 17:1.106.1988.
- “Reanimación cardiopulmonar en el anciano”. Un problema logísticoy ético”. iLADiBA febrero/marzo. p.77. 1989.
- “Aging and the ends of medicine”, ibid.. p.587.
- El amor en los tiempos del cólera. pp.60.61
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