Eticidad de la Proconcepción
Capítulo VIII
FERNANDO SANCHEZ TORRES
La esterilidad, es decir, la incapacidad para procrear, puede residir en el hombre o en la mujer.
Durante muchos siglos se creyó que la hembra era la única culpable de la esterilidad conyugal. De ahí que fuera despreciada y repudiada por su esposo, y aun por toda la sociedad. Según San Lucas, isabel, esposa de Zacarías, era estéril; por eso era mirada con ojos de oprobio1.
En la antigua Mesopotamia al varón le era permitido adquirir una segunda mujer cuando la primera era estéril. En la Grecia clásica, al decir de Pausanias, la esterilidad era producto de la cólera de los dioses2. Fue necesario que se hiciera luz en torno de la reproducción para que se aceptara que el hombre también podía estar comprometido, aunque en épocas primitivas ya existían tribus que intuían ese compromiso.
Entre nosotros, antes de la llegada de Colón, habitaba en la región de San Juan de los Llanos una tribu, los saes, que mantenía la costumbre de que si dentro del primer año de matrimonio la mujer no quedaba embarazada. Podía separarse y buscar 6tro marido; y si tampoco lo lograba, buscaba otro “hasta que tope quien la empreñe”, como escribe el cronista Fray Pedro de Aguado3. En 1750, von Gleichen Rusworm (1717-1783), con gran criterio científico, demostró que la ausencia de espermatozoides era un factor de esterilidad matrimonial. Aún más, estableció una relación directa entre anomalías del semen y 105 defectos congénitos.
Pese a que comúnmente se emplean como sinónimos los términos “esterilidad” e “infertilidad”, vale la pena aclarar que en la jerga médica especializada no son iguales.
La esterilidad, masculina y femenina, significa la imposibilidad definitiva de concebir por causa de una anomalía en la estructura o en la función de los órganos genitales. En tanto que la infertilidad no implica necesariamente la existencia de anomalías o procesos irreversibles (esterilidad relativa).
Hoy día, lo sabemos bien, los aportes científicos y tecnológicos en este campo le hicieron perder a la palabra esterilidad su significado radical y desconsolador. Estas admirables y beneficiosas aportaciones vinieron asimismo acompañadas de conflictos de carácter ético, de los cuales me ocuparé en el presente capítulo.
Definición y objetivos
Utilizo el término “proconcepción”, o reproducción asistida, para referirme a aquellos procedimientos encaminados a favorecer la fertilización del óvulo por el espermatozoide y su consecuente desarrollo dentro del claustro materno.
Digo que “dentro del claustro materno”, pues la proconcepción y desarrollo filera de él, es decir, la ectogénesis integral, no es una idea imposible de realizar. Pero sí descalificada científica y moralmente por su absoluta futilidad.
Lo que buscan quienes se dedican a la proconcepción como disciplina médica, científica, es dar satisfacción a aquellas parejas que por una u otra razón, anatómica o funcional, no han podido lograr su deseo de reproducirse.
Sin duda, es una actividad licita moralmente por cuanto lo que persigue es el bien, la felicidad de otros. Aquí encuentra la ciencia médica la oportunidad de demostrar su papel de defensora de la pareja conyugal y de la sociedad. Como que lo buscado va a favorecerlas a ambas: a aquélla, propiciando su descendencia; a ésta, dándole validez y sentido a la familia, que es su núcleo social primario.
En sus inicios, la Medicina fue en esencia naturalista:
Por cuanto la enfermedad era un designio de la Naturaleza y sólo podía combatirse con la ayuda de los dioses, es decir, con la intermediación de fuerzas superiores a las de los hombres.
Todo intento de enderezar lo que la Naturaleza había desviado era una intromisión abusiva, una sustitución sacrílega, pues sólo las deidades eran las llamadas a subsanar lo malo. Cuando la corrección no ocurría era porque ellas así lo querían y los hombres, por lo tanto, debían aceptar esos mandatos superiores.
Los tiempos fueron cambiando y la Medicina también. El curador pasó a ser un intermediario entre la divinidad y el enfermo, con dispensa para contrariar los desvíos de la Naturaleza.
Más luego, el cultor de la Medicina, ya conocedor experto de la Naturaleza, se liberó de la dependencia divina y asumió, solo, el papel de colaborador de aquella, a veces con la pretensión de ser su sustituto. En esta tónica -colaborador y sustituto- se encuentra hoy el hombre de ciencia transitando los terrenos de la reproducción humana.
La posibilidad de que llegue a ser amo y señor de ellos ha llevado a los guardianes de la moralidad a tocar a somatén, a despertar las conciencias en defensa de valores y principios fundamentales para la preservación de la dignidad del hombre y de la especie.
Dentro de ese marco es donde hay que analizar el tema de la proconcepción; con ánimo objetivo, claro está, pero sin prevención. Espero poder hacerlo así.
Técnicas o procedimientos, Su moralidad.
No quiero detenerme mucho en los aspectos técnicos; en mi libro Ciencia y reproducción humana4 lo hice de manera un tanto extensa, con especial referencia a los asuntos históricos.
Me ocuparé ahora de aquellos procedimientos que suscitan más controversia moral, como son la fertilización in vitro (concepción o siembra en almáciga), la transferencia de embriones y los usos que se les vienen dando.
También tendré que ocuparme de las variantes técnicas y de las posibilidades que ha abierto la manipulación de embriones humanos.
Fertilización in vitro y transferencia de embriones (FivTE)
Con antecedentes experimentales muy antiguos, la fertilización de un óvulo humano por un espermatozoide llevada a cabo en el laboratorio, ocurrió en la década de los 70.
Los británicos Robert G. Edwards (fisiólogo) y Patrick Steptoe (ginecólogo), una vez familiarizados con el comportamiento del embrión humano en sus inicios más tempranos. Se decidieron a implantarlo en el útero de mujeres infértiles por causa de la obstrucción o la ausencia de las trompas de Falopio.
Luego de muchos intentos y fracasos lograron el éxito buscado con el nacimiento de Louise Brown en 1 978.
El embrión fue producto de la unión del óvulo aportado por Lesley Brown con el espermatozoide de su esposo Gilbert John Brown. Semejante acontecimiento conmocionó al mundo, por lo insólito y por abrir inciertas perspectivas en el campo de la reproducción humana.
El atrevimiento de, Edwards y Steptoe fue, como era natural, cuestionado éticamente. No hay duda de que este fue uno de los hechos biológicos que sirvieron para consolidar la Bioética como disciplina defensora de los valores morales de la especie humana frente a los eventuales desvíos de la ciencia.
Tenía que ser así, pues ese aporte se tiene como el más audaz en toda la historia de la reproducción humana. La prensa internacional lo llamó el caso del “bebé probeta”, o “bebé del siglo”, y el investigador francés Jacques Testart el “bebé espectáculo”6. (Lea También: La Maternidad Subrogada o Substituta, Eticidad de la Proconcepción)
En su momento, John D. Biggers, del Departamento de Fisiología y del Laboratorio de Reproducción Humana de la Escuela de Medicina de Harvard, escribió:
“El éxito de Steptoe y Edwards ha atraído la publicidad mundial, alimentando excesivamente la esperanza de muchas parejas estériles. La técnica es todavía imperfecta; aun aceptando que su bondad se incremente con futuras investigaciones. El procedimiento tendrá que repetirse algunas veces antes de que logre ser efectivo en el 50 por ciento de las pacientes.
De ese modo sólo deberá ser usado como último recurso, después de que todos los demás hayan fracasado, sin, embargo, puede ser utilizado en casos en los que las parejas deseen tener su propio hijo y no adoptarlo, o en países donde hay pocos niños disponibles para adopción. Todo hace creer que el peligro de mayores defectos congénitos es alto.
El riesgo parece considerablemente más bajo que el encontrado cuando la pareja con defectos recesivos decide tener un hijo, aun sabiendo que un niño anormal puede nacer.
He transcurrido este concepto de Biggers por cuanto a poco de divulgada la hazaña del mal llamado “bebé probeta” se plantearon muchos interrogantes técnicos y éticos:
¿Es de verdad el bondadoso el procedimiento? ¿Es absolutamente inocuopara la madre y el hijo? ¿No esta el hombre de ciencia contrariando los designios de la Naturaleza? El paso del tiempo, y con él una mayor experiencia. Puso de presente que los riesgos que corre la madre a la que se le siembra un embrión producto de la fertilización in vitro y el eventual daño de éste, no son mayores que los observados en el proceso natural, espontáneo.
Sin duda, el “bebé probeta” fue un triunfo del hombre sobre la Naturaleza, pues fue necesario enderezar o subsanar lo que ella había alterado.
El hombre, con la inteligencia que Natura le dio, es -debe ser- un auxiliar suyo, su mejor colaborador. Por eso la hazaña de Edwards y Steptoe, en mi concepto, no tiene nada de inmoral. Al contrario, es un homenaje a la Naturaleza, un canto a la vida. No obstante, la iglesia católica cuestiona el hecho de que se hubiera utilizado “una vía diversa de la unión sexual del varón con la mujer” para lograr la concepción8. Por eso la rechaza:
Ciertamente -añade – la FWET (fertilization ji’ vitro and embryo transfer) homóloga no posee toda la negatividad ética de la procreación extraconyugal; la familia y el matrimonio siguen constituyendo el ámbito del nacimiento y de la educación de los hijos.
Sin embargo, en conformidad con la doctrina tradicional sobre los bienes del matrimonio y sobre la dignidad de la persona, la iglesia es contraria desde el punto de vista moral a la fecundación homóloga in « vitro»; ésta es en sí misma ilícita y contraria a la dignidad de la procreación y de la unión conyugal. Aun cuando se pusieran todos los medios para evitar la muerte del embrión humano” (Subrayado presente en el texto original)9.
Lograda la posibilidad de satisfacer por métodos poco ortodoxos el anhelo de reproducción de la pareja estéril, el afán inquisitivo condujo a los científicos a pisar terrenos aún más movedizos éticamente.
La FivTE amplió sus indicaciones, pues además de la patología tubárica también comenzó a utilizarse en casos de esterilidad de causa no precisada (idiopática), y en situaciones de esterilidad masculina comprobada.
Vimos ya que los primeros “bebés probeta” fueron producto de la unión de ~metos isoconyugales, entendiendo como tales los aportados por la pareja. Es decir, que el niño así nacido poseía la carga genética de sus padres legítimos. Por lo tanto, se considera como un hijo legítimo.
Dado que en algunas ocasiones la infertilidad es debida a falla irreductible, funcional o anatómica, de ovarios o de los testículos, el deseo de un hijo en estos casos se es posible con el auxilio de un tercero, es decir, de un donante hombre o mujer según la circunstancia. Será un embarazo producto de un gameto héteroconyugal, que equivale a gameto adoptado. Así ha venido haciéndose cuando la pareja acepta esa injerencia, rechazada francamente por la moral católica.
Dice la iglesia: “La fecundación artificial heteróloga es contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho de los hijos a ser concebidos y traídos al mundo en el matrimonio y por el matrimonio”(Se conserva el subrayado del texto original)10.
Y más adelante: “El recurso a los gametos de una tercera persona, para disponer del esperma o del óvulo, constituye una violación del compromiso recíproco de los esposos una falta grave contra aquella propiedad esencial del matrimonio que es la unidad”11.
Sabemos bien que antes de practicar cualquier procedimiento médico, el paciente debe ser informado acerca de él, de manera amplia y veraz, con el fin de obtener su consentimiento.
Este requisito de carácter ético y legal adquiere especial vigencia los procedimientos de reproducción asistida.
Con la pareja deben comentarse y discutirse asuntos tales como los riesgos de la inducción hormonal para producir pluriovulacon los de la laparoscopia para captar los óvulos. El número de óvulos que irán a extraerse, el destino de los óvulos residuales; posibilidades de éxito, los costos económicos, etc. La utiliza de gametos extraconyugales obliga, con mayor razón; consentimiento informado de la pareja.
Sin él no puede pensar en adelantar el procedimiento, pese a que el fin buscado es bueno; el médico que lo practica sin cumplir ese requisito queda expuesto a sanción legal y moral. Ante la imposibilidad bionatural de que el hijo pueda ser concebido por el matrimonio una posibilidad de que pueda ser traído al mundo en el matrimonio es utilizando un gameto extraño a éste, es decir, participación de un tercero, que equivale a un proceso seudonatural.
Si se trata de una pareja de inteligencia madura, estable emocionalmente, que considera que la llegada de un hijo va a proporcionarles felicidad no obstante ser parcial su autoría genética, el médico puede sugerir el procedimiento.
De seguro no va a aflorar en el matrimonio un sentimiento de culpa, ni a ponerse en duda la unidad y respeto conyugal. Nacido “dentro del matrimonio”, el hijo tendrá todos sus derechos. Por supuesto que el anonimato del donante debe estar asegurado para evitar demandas futuras por paternidad, como también para proteger al vástago y a sus padres sociales.
La eventualidad de que el niño llegue a conocer su identidad genética podría derivar en conflictos, menores, sin duda, de los que se presentan cuando se trata de hijos adoptivos, que carecen de vínculo genético. No todo el afecto que se siente hacia los padres, ni el de éstos hacia los hijos, es fruto de la afinidad genética.
El amor y la consideración recibidos y prodigados son los ingredientes que despiertan de verdad el afecto. Por eso los hijos adoptados, cuando se los suministran, aman entrañablemente a sus padres adoptivos.
En la circunstancia de la pareja estable, bien avenida, que acepta conscientemente la intervención de un tercero no conocido para satisfacer el vehemente deseo de poseer un hijo, no puede interpretarse como una infidelidad matrimonial pues ésta, en realidad, no se configura, ya que se conserva la exclusividad sexual mutua.
Es cierto que con la participación de un tercero se desvirtúa la línea genética, raíz o linaje que ha sido tenida como un elemento de alto valor psicológico, legal y médico12. Sin embargo, la pérdida parcial de ese linaje no debe mirarse como inmoral en todos los casos. En el que arriba he descrito como ejemplo, tiene atenuantes morales válidos, que al ser reforzados con las precauciones que puedan obviar eventuales conflictos de carácter jurídico, el hijo no sufrirá daño moral alguno.
Como en el proceso de la reproducción asistida no sólo interviene el querer de la pareja -su autonomía-, sujeto a sus propios principios y valores morales, sino también la determinación ética del médico, ¿puede considerarse aceptable moralmente su intervención en los casos de fertilización in vitro y transferencia de embrión, tanto con gametos isoconyugales como héteroconyugales? Su actuar ético es producto de muchos factores, según lo señalé en el capítulo 1 de este libro.
En tratándose de la reproducción asistida, su decisión puede verse influida por situaciones derivadas de la técnica misma, de cada uno de los cónyuges, de la familia, la sociedad, la ley y ‘a religión13 14.
El análisis de todas ellas le permitirá deducir qué es lo más conveniente para la pareja que a él ha acudido en demanda de ayuda, como también para alguien que ninguno de los tres conoce aún pero que no debe ser ignorado.
Si su colaboración va a contribuir a que ocurra “lo más conveniente”, actuará en conciencia y, por lo tanto, su comportamiento será ético.
Al tiempo que se preserva el principio ético de “no hacer daño” se exalta el de “beneficencia”, como que al lograr un hijo deseado se está favoreciendo la felicidad del matrimonio. Dándole su verdadero sentido social y afectivo, que de otra manera se habría visto sustituido por la adopción de un hijo sin ningún nexo genético, o, lo peor, criando un perro o un gato.
En caso de no estar casada la pareja, ¿debe negarse el médico a prestar sus servicios? Aun cuando el ideal moral es que toda pareja con deseo de descendencia esté casada, no tendría buen recibo que el médico rehusara la asistencia profesional por ausencia del vínculo matrimonial.
El médico, en cumplimiento de su compromiso moral de hacer el bien, no puede excusar en principio. Piénsese que la legalidad del matrimonio no es una prenda de garantía que asegure la estabilidad conyugal.
Claro está que por no tratarse de casos de urgencia, de vida o muerte, puede no acceder, silo solicitado es contrario a sus propias normas morales. Probablemente haya especialistas en reproducción asistida que rechacen parejas que no están unidas en matrimonio. Otros, por el contrario, las aceptarán al, considerar que ese es un asunto de competencia privada, sobre el cual no debe intervenir el médico.
De todas formas, cada caso amerita una reflexión ética particular. Si la pareja justifica su solicitud con la tesis de que desea un hijo para darle sentido a la vida conyugal. Para hacer realidad el ideal de familia, el médico debe investigar si se trata en verdad de una pareja estable, compuesta por personas conscientes y responsables. A lo estrictamente técnico, el médico debe sumarle ingredientes sociales y, por supuesto15 éticos. Si no lo nace actúa como un simple comercian-te, carente de conciencia humanística.
Para que su juicio médico-ético sea lo más correcto posible, podrá ser recomendable el concurso de otros profesionales; por ejemplo, un psicólogo o una trabajadora social.
Atrás registré el pensamiento de la iglesia católica, que puede incidir en la determinación de la pareja y del médico, si profesan ese credo.
En cuanto a la ley civil colombiana, aún no existe legislación específica al respecto, pese a que no han faltado intentos para conseguirla. Por ejemplo, en 1985 el Ministerio de Salud dictó la Resolución 1949 por la cual se creó una comisión encargada de elaborar un proyecto reglamentario. Disposición que careció de resultados prácticos. Sólo se han promulgado normas sobre el funcionamiento de los bancos de gametos, embriones y unidades de fertilización en el Distrito Capital (Resolución 1628 del 27 de abril de 1994, emanada del Servicio de Salud de Santafé de Bogotá). Sin embargo, la Ley 23 de 1981 (normas sobre Etica Médica) recoge algunas disposiciones que, sin ser especificas, deberán ser tenidas en cuenta. Helas aquí:
“Artículo 30- El médico dispensará los beneficios de la medicina a toda persona que los necesite, sin más limitaciones que las expresamente señaladas en esta ley”. -“Artículo 6 El médico rehusará la prestación de sus servicios para actos quo sean contrarios a la moral…, -“Artículo 54.
El médico se atendrá a las disposiciones legales vigentes en el país y a las recomendaciones de la Asociación Médica Mundial, con relación a los siguientes temas: 7) inseminación artificial; 9) Los demás temas de que se ocupan las disposiciones legales vigentes sobre la materia o las recomendaciones de las Asambleas de la Asociación Médica Mundial. Parágrafo primero.
En caso de conflicto entre los principios o recomendaciones adoptadas por la Asociación Médica Mundial, y las disposiciones legales vigentes, se aplicarán las de la legislación colombiana”.
Pues bien, con ocasión de la 39a Asamblea reunida en Madrid, España, en octubre de 1987, la Asociación Médica Mundial adoptó la siguiente declaración sobre la fecundación in vitro y el trasplante de embriones :
“La fecundación in vitro y el trasplante de embrión constituyen una técnica médica que se utiliza en muchas partes del mundo para tratar la esterilidad. Puede beneficiar tanto a los pacientes individuales como a la sociedad en general. No sólo porque corrige la esterilidad sino también porque ofrece la posibilidad de evitar los desórdenes genéticos, y de intensfficar la investigación básica sobre la reproducción y contracepción humanas.
La AMM insta a los médicos a actuar conforme a la ética y con el debido respeto por la salud de la futura madre, y por el embrión, desde el comienzo de la vida. Con el fin de ayudar a los médicos a identificar y cumplir sus obligaciones éticas, la AMM ha promulgado esta declaración.
La asistencia médica en materia de reproducción humana se justifica, desde un punto de vista ético y científico, en los casos de esterilidad que no responden al tratamiento farmacológico o quirúrgico, especialmente en casos de:
a) incompatibilidad inmunológica, b) obstáculos irreversibles al contacto entre gametos masculinos y femeninos, c) esterilidad por causas desconocidas.
En todos estos casos, el médico sólo puede actuar con el pleno consentimiento informado de los donantes y los receptores, y debe siempre actuar en el mejor interés de la criatura que va a nacer por este procedimiento.
El médico tiene la responsabilidad de suministrar a sus pacientes, de manera comprensible para ellos, suficiente información sobre el propósito, métodos, riesgos, inconvenientes y desilusiones inherentes al procedimiento, y debe obtener de ellos su consentimiento informado sobre el citado procedimiento.
Tal como sucede en cualquier tipo de procedimiento electivo, el médico debe poseer la formación especializada adecuada antes de asumir la responsabilidad de aplicar el procedimiento.
El médico debe actuar siempre conforme a las leyes y reglamentos en vigor así como a las normas éticas y profesionales establecidas por su asociación médica nacional y por otros organismos médicos competentes de la comunidad. A la vez, los pacientes tienen derecho al mismo respeto del secreto profesional y de la vida privada que se requiere para cualquier otro tratamiento médico.
Cuando las técnicas de FW producen un exceso de óvulos que no van a ser utilizados para el tratamiento inmediato de la esterilidad, su uso debe determinarse de acuerdo con los donantes. Los óvulos en exceso pueden ser: a) destruidos, b) crioconservados, c) fecundados y crioconservados.
El conocimiento científico de los procesos de maduración, fecundación, así como de las primeras etapas de desarrollo pluricelular está todavía en sus comienzos. Por ello, conviene continuar el estudio y la experimentación de los fenómenos físicos y químicos en este campo, respetando estrictamente los principios de la Declaración de Helsinki y con el acuerdo escrito de los donantes.
Investigación
La técnica de la fecundación in vitro y el trasplante de embrión puede igualmente ser de utilidad en el campo de la investigación cuyo fin es tener una mejor comprensión de cómo se originan y se trasmiten los defectos genéticos y cómo se les puede prevenir o tratar. T
anto para el médico como para el paciente pueden surgir profundas implicaciones morales y éticas. El médico no puede violar sus propios principios morales y debe ser sensible a los principios éticos y morales de sus pacientes y respetarlos.
El médico tiene el gran deber de hablar con entera franqueza con los pacientes que van a participar en la investigación, y el consentimiento informado de dichos pacientes no sólo debe ceñirse a lo que exige la ley sino también estar a la altura del nivel especial de responsabilidad profesional establecido por las normas éticas.
Los principios de la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial se aplicarán a toda investigación clínica en materia de fecundación in vitro y de trasplante en embrión, así como también a todos los problemas que puedan surgir de dicha investigación clínica.
La Asociación Médica Mundial recomienda a los médicos abstenerse de intervenir en los procesos de reproducción que permitan elegir el sexo del feto. A menos que sea para evitar la transmisión de enfermedades graves relacionadas con el sexo.
Donación
La técnica de la fecundación in vitro y el trasplante ( embrión posibilita la donación de óvulos, semen y embriones, de manera que los donantes biológicos pueden no ser los padres de la criatura producto de este procedimiento Esta utilización de los gametos o embriones donados (puede plantear serios problemas jurídicos, morales éticos, tanto para los pacientes como para los médicos entregados a tales procedimientos de fecundación in vitro y trasplante de embrión.
El médico debe observar todas las leyes en vigor y todas las normas de ética impuestas por la Asociación Médica Nacional u otros organismos médico pertinentes.
El médico también debe tomar en cuenta ~ respetar los principios morales y éticos de sus pacientes y abstenerse de utilizar los gametos o embriones donados cuando ello pueda entrar en conflicto con las normas legales o éticas, o con los principios morales de los pacientes.
Y el médico tiene el derecho dé rehusar cualquier intervención que considere inaceptable.
La técnica de la crioconservación aumenta la disponibilidad de gametos y embriones para donación. Cuando es permitido, si uno o más donantes de gametos, o los donantes de un embrión no asumen las funciones de padres de la futura criatura. El médico debe asegurarse de que los receptores acepten plena responsabilidad por la criatura por nacer, y que los donantes renuncien a todos los derechos o reivindicaciones sobre la futura criatura, sin perjuicio de los derechos de ésta después de nacer.
En el caso de una mujer adulta que no tiene útero:
El recurso al método de maternidad subrogada o por sustitución es posible mientras este método no esté prohibido por las leyes en vigor o las normas éticas de la Asociación Médica Nacional o de otros organismos médicos apropiados.
Se debe obtener el consentimiento libre y claro de las partes que participan en cualquier forma en este método de maternidad subrogada o por sustitución.
El uso de este método presenta repercusiones legales, éticas y morales y el médico debe conocerlas y tenerlas en cuenta en toda decisión de recurrir al mismo.
El párrafo anterior no pretende apoyar el llamado acuerdo de los “padres sustitutos” mediante el cual una mujer acepta, por una determinada suma de dinero. Ser inseminada artificialmente con el semen de un hombre con el fin de concebir una criatura que será adoptada por tal hombre y su esposa.
“Todo acto comercial por el cual óvulos, semen o embriones sean objeto de compra o venta es expresamente condenado por la Asociación Médica Mundial”.
Variaciones de la FivTE y de la inseminación artificial
La FivTE, como ha sido registrada líneas atrás, es una forma de inseminación extracorpórea, en el laboratorio, mediante manipulación o asistencia. Desde hacía mucho tiempo se venía utilizando la “inseminación artificial”, término que se empleó hasta hace poco para significar la introducción instrumental de semen en la vagina o en el útero. Con el fin de propiciar la fecundación 111 corpore.
Pues bien, una variante novedosa de ese procedimiento consiste en sembrar el semen en la cavidad peritoneal a través del fondo de saco posterior de la vagina para que los gametos vayan al encuentro del óvulo. Se han informado buenos resultados en casos de parejas aquejadas de infertilidad inexplicable o debida a oligospennia16.
Dado que la técnica de la FivTE como la propusieron Steptoe y Edwards, sus pioneros, era muy engorrosa y exigente, se ensayó una forma de inseminación artificial intratubaria. Abriendo el abdomen y colocando óvulos y espermatozoides juntos,en la luz de la trompa de Falopio, que es donde normalmente ocurre la fecundación.
Los resultados fueron exitosos en muchos casos17.
A ese procedimiento se le bautizó GiFT (gamete intra fallopian transfer). Tal método se simplificó depositando los espermatozoides en la luz de la trompa mediante un catéter introducido a la cavidad uterina por vía vaginal; es lo que se conoce como viTi (vaginal intratubal insemination)18. Si a los espermatozoides se les suma un par de oocitos maduros, el procedimiento se denomina Tv-GiFT (Transvaginal gamete intra faliopian traxisfer)19.
Como si fuera poco, se ha ido más allá, pues la FivTE original ha quedado relegada con la inseminación intrafolicular directa (DiFi). Es decir, inyectando espermatozoides dentro del folículo preovulatorio20. De esta manera se capta del foliculo pre-embriones, para sembrarlos acto seguido en el útero.
Puede deducirse de lo anterior que es grande el afán por perfeccionar las técnicas que permitan combatir la esterilidad y la infertilidad en la especie humana.
Precisamente, esa preocupación es un factor que, en aras de la técnica, sustrae al científico del análisis de las consecuencias sociales y morales de su investigación.
El introductor de la FivTE en Francia, Jacques Testard, al darse cuenta de las implicaciones del progreso científico sin control social, interrumpió sus investigaciones sobre reproducción humana. Su libro, L’oeuf transparent, es el testimonio de ello21.
En él se lee: “Más y más artificios sin que jamás se cuestione el fúndamento de su sentido histórico y de su sentido en la vida cotidiana de los hombres”22.
Es cierto que no todos los científicos hacen abstracción de su responsabilidad ética; pero como no faltan quienes se olvidan de ella, el temor que se tiene acerca de lo que puede llegar a ocurrir si no se ejerce vigilancia sobre la investigación en reproducción humana, es grande. De lo realmente provechoso y ético puede pasarse con facilidad a lo fútil, a lo absurdo, a lo que Testard ha llamado “horrores posibles”23.
Piénsese que no es ficción sino “posibilidad posible” la ectogénesis completa, la donación, la autoprocreación femenina, el embarazo masculino, la gestación humana-an~, el banco de tejidos de recambio… Sería, sin duda, la perversión de la FWTE, de algo que con tan buena intención pusieron al servicio de la mujer estéril los británicos Edwards y Steptoe.
La manipulación del embrión
Al lograrse la fertilización del óvulo humano en el laboratorio quedaba a la vista el inicio o nacimiento del embrión humano, lo cual facilita seguir con mirada inquisitiva su desarrollo y -¿por qué no?- su manipulación.
Por las repercusiones de orden biológico y ético que esa intervención del hombre de ciencia tiene en el proceso de la reproducción de su especie, es indispensable analizar con detenimiento el status o estado biológico del embrión, conocimiento sin el cual no es posible un acercamiento a su status o estatuto moral.
A pesar de que en el capítulo 10, el relativo al aborto, se toca el tema, no creo superfluo analizarlo también aquí.
Realizada la fecundación del oocito por el espermatozoide, es decir, la unión de los dos gametos en la trompa de Falopio, el ciclo vital comienza con la fusión de los respectivos pronúcleos, que son las estructuras portadoras de los cromosomas.
Esa fusión se ha llamado “singarnia” (del griego syll que significa junto con, y gámos, matrimonio).
De ese matrimonio resulta una célula, el “cigoto” (del griego zygon: yugo, unión), la cual comienza a dividirse en dos, cuatro, ocho y 16 elementos celulares.
Desde el momento de la penetración de la cabeza del espermatozoide en el oocito hasta la constitución del cigoto han transcurrido entre 22 y 32 horas. La concepción, pues, no ocurre en un instante sino que es un proceso que se extiende por varias horas.
Durante él ha ocurrido un fenómeno trascendente: la aparición de un conjunto genético compuesto de 46 cromosomas, 23 suministrados por el gameto macho y 23 por gameto hembra, y que viene a ser la integración de dos conjuntos de información genética, diversos entre sí pero complementario el uno del otro y dotados de funciones especificas.
Surgen así un nuevo proyecto y un nuevo programa, los cuales permanecen respectivamente delineados e inscritos de manera estable en el genoma del cigoto”24
En efecto, se esboza ya un nuevo individuo con características genéticas propias, que lo diferencian de cualquier otro cigoto o esbozo de individuo.
El cigoto así descrito inicia una nueva etapa:
La de traslación desde la trompa de Falopio hasta el útero, durante la cual ocurre la división mitótica o segmentación y su respectivo incremento del número de células, denominadas “blastómeras”(del griego blastos, gérmen y méros, parte). Cuando el cigoto se ha dividido tres o cuatro veces recibe el nombre de “mórula” (del latín moruin, mora).
Han transcurrido unos tres o cuatro días después de la fecundación y ya el proyecto de ser humano está próximo al útero. Al cabo de cinco días se han formado 16 o más células y el cigoto ya es un “blastocisto” o blástula”.
En virtud de la información que llevan las células, por activación de los genes ubicados en los cromosomas a través del RNA mensajero, comienza la diferenciación histológica y orgánica característica de la especie humana y del individuo que se está formando. El preembrión en estado de cuatro células todavía depende de las proteínas DNA del óvulo no fertilizado.
En estado de ocho células, al desaparecer dichas proteínas, se establece la expresión genética de un ser humano. A partir de este momento el blastocito hace contacto con la pared uterina y comienza a excavar allí su nido. Este fenómeno, o anidación, se cumple a los 14 días después de la fecundación.
Hay quienes consideran que es a partir de este momento cuando comienza el embarazo y cuando debe llamarse “embrión” al nuevo ser en desarrollo. La etapa anterior sena’, pues, un período pre-embrionario26.
Precisamente, esta nomenclatura diferenciada se ha originado en el deseo de darle un status moral propio, distinto, al ~ embrión y al embrión.
En el período pre-embrionario, se dice, todavía no se ha establecido una verdadera individualización biológica, pues no se dan las condiciones o propiedades para que así sea: la unicidad y la unidad, entendiendo por unicidad la calidad de ser único, sin un doble.
Recordemos que en la etapa previa a la anidación, o implantación, es posible que ocurra una división celular que dé origen a gemelos monocigóticos, único caso en que hay identidad genética entre dos individuos27. Por otra parte, la unidad también puede verse desvirtuada, pues es posible que el nuevo ser esté constituido por la fusión de dos cigotos distintos.
El resultado de esta insólita unión conduce a una “quimera” humana, llamada así por analogía con la Quimera de la mitología griega, que era un monstruo animal con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. No es difícil constatar la ocurrencia de quimeras en la especie humana: los individuos que poseen dotaciones cromosómicas diferentes (xx/xY, xx/ xx o xY/xY)28.
La eventual falta de unicidad y unidad ha sido interpretada como una falta de individualidad, la cual no le da al pre-embrión el status definido de nuevo individuo humano. Por lo tanto, no habría obligación de concederle el trato correspondiente. La posición de los movimientos “pro-vida” es la de que la persona existe desde el inicio de la concepción.
Así lo pregona la iglesia católica a través del documento instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación29
Alrededor de los días 15 y 16 de verificada la fecundación, en virtud de las órdenes dadas por los genes respectivos, es posible reconocer la llamada línea primitiva del embrión, que es el momento cuando, al decir de algunos, se comienza a ser un individuo de verdad30.
Para otros, ese momento corresponde al final de la octava semana de gestación, pues es cuando aparece el inicio del cerebro. Si se considera que la vida termina cuando el cerebro muere. Asimismo puede aceptarse que la vida se inicia cuando aparecen las vesículas cerebrales y los primeros esbozos de corteza31.
En mi concepto, las tesis anteriores tienen lógica pero no resuelven enteramente el problema de cuándo se inicia la vida humana.
Por ejemplo, Angelo Serra presenta una antítesis atractiva: la evolución morfológica del nuevo ser es un proceso programado que se inicia a partir de la singamia y que tiene diferentes puntos de llegada. Como serían la línea primitiva embrionaria o la aparición de los rudimentos de cerebro.
Nada es improvisado todo es continuo, dinámico. Es cierto que el preembrión no coexiste con el embrión, ni el feto con éste.
La gradualidad observada “no induce saltos de cualidad, sino solamente enriquecimiento de expresión de la potencialidad ya inscrita en el cigoto” 32
Así las cosas, cuesta trabajo aceptar que los hechos biológicos por sí solos den base para establecer el status moral del embrión y del feto.
Es evidente, de manera científica, que el cigoto en sus primeros estadios no posee toda la información necesaria para llegar a ser una persona.
Pero, ¿esto niega que el cigoto posea un status moral que obligue a que se le tenga consideración y respeto, es decir, que posea un mínimo de derechos? Singer y colaboradores creen que para aceptar o no la fertilización como un determinante del status moral deben tenerse en cuenta los muchos factores que pueden modificar los diferentes estados de desarrollo del embrión.
Para ellos la fertilización sola no proporciona bases adecuadas para el establecimiento de políticas que regulen la tecnología reproductiva.
Por su parte, Cilfford Grobstein ha dicho: “Dada la complejidad y profunda importancia de la reproducción en la sociedad humana, es claro que asignar status a un estado particular del proceso reproductivo apareja múltiples y difíciles consecuencias, algunas de las cuales pueden ser previsibles e intencionales, pero otras no.
Asignar status de manera rígida sobre las bases de una moralidad suscrita solamente por una fracción de la población, parecería arbitraria a las demás y conduciría a una continuada discordia”34.
Expuestos los conceptos que se tienen acerca del status moral del ser humano en sus primeras fases de desarrollo (status biológico), revisemos el destino que puede tener un embrión obtenido mediante fecundación artificial. En primer término, puede ser transferido al útero materno con el propósito de que anide allí.
Es un propósito sano, ético, pues con él se busca el desarrollo que potencialmente tienen los gametos y luego, al unirse éstos, el cigoto. Ese desarrollo en su hábitat natural conducirá, lo más probable, al nacimiento de un hijo que irá a colmar el anhelo de la pareja problema.
Si no es transferido, el embrión quedará en reserva, congelado, bien para ser utilizado en un futuro implante a la misma mujer o a otra distinta (embrión donado), o para ser utilizado en experimentación, o, finalmente, para ser desechado.
Esa situación incierta del embrión de reserva, sobrante, se ha constituido en el asunto más delicado de la reproducción asistida, lo que ha llevado a que algunos países expidan normas que regulen su utilización, pues, como dice el francés Testart, se impone que exista un estatuto del embrión o “huevo transparente”.
Inicialmente existió temor de que el embrión congelado o criopreservado pudiera sufrir daño. Sin embargo, después de varios años de experiencia se ha comprobado que el almacenamiento de los embriones por algún tiempo no afecta su viabilidad ni sus potenciales fenotípicos y genotípicos 35.
Esto, que es sin duda una ventaja y una garantía, a la vez se ha convertido en un conflicto. En Francia, en un censo adelantado en 1992, se descubrió que en bancos de embriones, públicos y privados, se encontraban sin futuro definido 1.800 de ellos38.
Aún más, en la actualidad reposan cerca de cuatro mil embriones en los congeladores del Centro de Estudios de Congelación de Ovulos y Esperma del Hospital Necker, en París, sin que se sepa cuálva a ser su destinación37. Me imagino que algo similar puede estar ocurriendo en los demás centros que en el mundo se dedican a prestar servicios de reproducción asistida. Esos embriones, hijos en potencia, están engrosando cada día la legión de expósitos.
Piénsese que su suerte depende de varias situaciones imprevistas: muerte o incapacitación de uno o de ambos de sus esperados padres; divorcio o separación de los mismos; desinterés de los padres por lograr el embarazo; pérdida de contacto con ellos por parte de los responsables de su custodia; almacenamiento por tiempo indefinido.
El gobierno de la Gran Bretaña fue uno de los primeros que se interesaron por legislar sobre el asunto, como que en ese país nació el primer “bebé probeta”.
En 1982 designó una Comisión para estudiar las implicaciones de dicho procedimiento y para formular recomendaciones sobre la actitud oficial que debiera adoptarse al respecto.
El informe, publicado en 1984 y conocido como “informe Warnock”39, además de recomendar normas para la práctica adecuada de las diferentes técnicas, conceptuó que la fertilización in vitro, con esperma del marido o de un donante, debía estar disponible, a condición de que se sujetara a control.
Propuso que se mantuviera el anonimato de los donantes de semen y óvulos distintos a la pareja, que ésta recibiera, además de información amplia, consejería adecuada, que el consentimiento debía ser por escrito y por ambos cónyuges, que el nacimiento de niños originados en gametos de un mismo donante no superara el número de diez, con el fin de reducir al mínimo las posibilidades de incesto entre dos personas engendradas artificialmente.
En efecto, el empleo de gametos y de embriones con diferencia de una o dos generaciones podría conducir a una especie de concepción incestuosa fuera del tiempo, desfasada. Un padre, o un abuelo podrían ser, ya fallecidos, los villanos incestuosos. Se refiere también el informe a la conveniencia de que el niño sea informado con franqueza de su origen genético.
Otras recomendaciones de la Comisión Warnock fueron: el niño nacido como producto de la intervención de un tercero (donante) debe ser considerado hijo legítimo del matrimonio y la mujer que lo dé a luz deberá ser tenida como SU madre legítima, pese a que ella no haya participado en la conformación del linaje genético.
La maternidad delegada, es decir, el alquiler del útero, es objetada seriamente por la Comisión, habida consideración de sus implicaciones morales y sociales.
Dado que al momento de rendirse el informe (1984) era muy corta la experiencia en el manejo de embriones criopreservados, la Comisión recomendó la revisión periódica de los depósitos de gametos y embriones. Fijando un periodo máximo de diez años de almacenamiento, al cabo de los cuales el derecho a utilizarlos o disponer de ellos quedaría en manos de los responsables del depósito.
La Comisión manifestó asimismo su desacuerdo con la fertilización póstuma, es decir, la llevada a cabo después del fallecimiento de uno de los cónyuges.
Al no ser utilizados los embriones por la pareja interesada, quedarán a cargo de los dueños o responsables del banco respectivo.
¿Qué hacer con ellos? He aquí el dilema ético. Para la iglesia católica “los embriones humanos obtenidos in vitro son seres humanos y sujetos de derecho”. Por lo tanto, “es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como «material biológico» disponible” (subrayado en el texto original)40.
Por su parte, la Comisión Warnock, por lo menos la mayoría de sus miembros, conceptuó que no debía prohibirse la investigación sobre embriones producidos in vitro, a condición de que ella estuviera sujeta a control y vigilancia estrictos.
Cualquier empleo no autorizado de un embrión debería ser considerado “delito criminal”. Algo muy importante: las investigaciones no podrían adelantarse en embriones mayores de 14 días, que debe ser la edad máxima permitida para los embriones obtenidos mediante manipulación.
Este limite se explica en razón a que durante ese periodo el status legal y moral del óvulo fecundado es considerado por algunos como carente de individualidad.
Howard W. Jones Jr., uno de los investigadores más autorizados en el campo de la reproducción asistida, opina que la fertilización se inicia con el primer contacto del espermatozoide con la superficie externa de la zona pelúcida del óvulo maduro, sin poderse establecer cuándo termina; quizás cuando el material genético de los dos aportantes ha terminado de mezclarse en una misma membrana celular.
Para Jones el estado de pre-cigoto es aquel que va desde el inicio de la fertilización hasta cuando los cromosomas maternos y paternos se organizan en el huso antes de la primera división celular (8lngamia).
El pre-embrión, por su parte, sería el estado que va hasta la aparición de la “línea primitiva”, que de ordinario ocurre entre los 12 a 16. Para él, tanto el pre-cigoto como el pre-embrión, por no ser aún individuos humanos, requieren una legislación especia’, distinta a la del embrión, el feto y el recién nacido.
Lo que debe hacerse con ellos deben decidirlo los padres; la compraventa, es decir, su comercialización, debe estar prohibida.
En concepto suyo, cuando ese material vivo (por llamarlo de alguna manera) no va a ser utilizado por la pareja o padres genéticos, podría tener uno de los siguientes destinos: cederlo a otra pareja para ser adoptado de manera anónima; cederlo para estudio histopatológico como cualquier otro tejido humano descartable; eliminarlo sin estudios adicionales, y, por último, entregarlo a investigadores autorizados por un comité institucional41.
En artículo previo42, el mismo Jones afirmaba que la evaluación moral del pre-embrión es importante. Si se acepta que el status moral no es equivalente al del adulto, los procedimientos o manipulaciones sobre el pre-embrión (por ej., criopreservación, investigación, diagnóstico genético) no tendría ninguna objeción ética.
Atrás me he ocupado del informe Warnock con especial atención por cuanto él ha servido como punto de referencia para redactar la legislación pertinente en los países que lo han hecho (Estados Unidos de Norteamérica, Australia, Francia, España, entre otros), como también para orientar a quienes se dedican a prestar servicios de reproducción asistida en naciones que carecen de esa normatividad, como ocurre en Colombia.
La necesidad de legislar no sólo apunta a que a los embriones humanos se les trate con el debido respeto y consideración; también se oyen reclamos para que a la mujer se le dé trato similar.
Diana Serrano y Ana María Linares, funcionarias de la Organización Panamericana de la Salud, en Washington, han llevado la vocería de la mujer en tal sentido43. Según ellas, “parecería que la profesión médica hubiera sido investida en forma tácita, o a veces explícita, con la autoridad ética y práctica para decidir el curso de aplicación de procedimientos, tales como los relativos a la reproducción humana asistida”.
Razón las acompaña cuando denuncian que en ocasiones la donante de óvulos ignora que una porción de los que le han sido extraídos para su propio tratamiento se destinan a la investigación o se venden para solucionar el problema de infertilidad de otras mujeres.
Se trata, como ellas la llaman, de “donantes sin saberlo”~, es decir, sin dar su consentimiento. Critican asimismo la comercialización de óvulos extraídos a cambio de una retribución monetaria, lo cual involucra a la mujer en el tráfico de gametos.
Más adelante habré de citar sus reclamos en relación con las “mercenarias de la maternidad”, las que comercian con su vientre, alquilándolo en aras de favorecer el deseo de maternidad de otras.
La maternidad cuestionada
La posibilidad de lograr la maternidad en mujeres casadas y estériles por procedimientos contranaturales, dejó abierta la posibilidad de que ese milagro lo usufructuaran asimismo otro tipo de mujeres: solteras, viudas, lesbianas, menopáusicas…
Ante la solicitud de ayuda por parte de una mujer con deseo de maternidad, el médico, como vimos atrás, deberá conocer las motivaciones que se tienen para ello, como también las condiciones de vida de la persona interesada.
En el caso de la mujer soltera o viuda deben analizarse circunstancias muy particulares, que aparejan importantes connotaciones éticas. invocando el principio de autonomía o el derecho a la autodeterminación, la mujer sin esposo o compañero solicita el auxilio de la ciencia para lograr un deseo vehemente: tener un hijo sin intermediación directa del varón, es decir, sin mediar el acto sexual, sin comprometer a otro.
El fin buscado es gestar un hijo de su sangre, de su entraña, de su estirpe; una reproducción extramarital. A primera vista es un fin bueno, pero… Las normas y las costumbres aceptadas por nuestra sociedad prescriben que los hijos deben nacer de padres conocidos dentro de un hogar estable. No basta el simple deseo, la autodeterminación.
Para tener validez ética deberá estar guiado por la razón y no ser producto de emociones o compulsiones; además, deberá tener en cuenta las normas de moral objetiva, es decir, las que prescribe la sociedad. Analicemos las variantes técnicas que podrían utilizarse para darle cauce al anhelo maternal de la soltera o la viuda y deduzcamos las implicaciones legales y morales que se derivarían de ellas.
La fertilización manipula podría hacerse con óvulo de la interesada y espermatozoide de donante desconocido.
El producto de tal unión astida será ante la ley, es decir, ante la sociedad, un hijo sin padre. Sobra comentar la situación legal y emocional que en el futuro le esperarla.
La fertilización podría también hacerse con óvulo de la interesada y espermatozoide de donante conocido, pero que no autorizó el procedimiento. Sería entonces un hijo no reconocido, de padre conocido, con implicaciones asimismo legales y emocionales.
Finalmente, la fertilización podría hacerse con óvulo y espermatozoides de donantes desconocidos, obtenidos (comprados) en un banco de gametos, o simplemente la gestación tendría su inicio con la transferencia al útero de un embrión abandonado o cedido por una pareja cuya identidad sólo conocen los que manejan los registros del banco de embriones.
Se trataría de una maternidad “de útero” únicamente, gestacional, o de una adopción sui géneris, pues, sin existir ningún vínculo de linaje o raíz genética, ese hijo adoptivo sería gestado y parido por la mujer adoptante. Con criterio pragmático, el proceso de gestación y parto, que expone a la madre a posibles riesgos, no siempre previsibles, puede considerarse fútil, innecesario.
Hubiera sido más lógica la adopción corriente de un neonato expósito, no autorizada en algunas legislaciones por tratarse de una madre que asume sola la responsabilidad de la crianza y la educación.
Por lo expuesto atrás, no queda duda de que la reproducción asistida en mujer soltera o viuda -concepción extramaritales posible técnicamente, pero susceptible de ser cuestionada moralmente.
El médico que la lleve a cabo dejará a la vista que en ¿1 puede más el afán de lucro que su responsabilidad social igual podría decirse del que la practica para complacer el querer de una pareja de lesbianas, no obstante haya quienes defiendan el derecho que tienen los homosexuales de llevar su vida a su manera y de buscar los medios para lograr su felicidad.
Si se analiza la situación con simple criterio utilitarista, esa posición’ podría ser válida moralmente. Dado que lo que buscan con la maternidad la mujer soltera, la viuda y la lesbiana es lograr su felicidad, la reproducción asistida estaría justificada. Pero como se halla de por medio otra persona -el hijo-, con la maternidad no se estaría buscando propiamente su felicidad.
Es de suponer que, por ausencia de medio familiar adecuado, sería un hijo lleno de problemas legal y emocionales, ya que el grupo familiar carecería de la diada marital compuesta por madre-padre, complemento importante de la denominada “red psicosocial”.
Como es bien sabido, la nueva tecnología en el campo de la reproducción humana ha hecho necesaria una revisión de los conceptos tradicionales de familia, padre, madre, hijo.
Los legisladores, en particular, han encontrado dificultades para armonizar las leyes con las nuevas circunstancias, pues además de las connotaciones biológicas y morales, se han visto obligados a tener en cuenta también otras de carácter subjetivo47.
Así, Carol Levine, citada por Ruth Mackiiri~ propone la siguiente definición de familiares: “Los miembros familiares son individuos que por nacimiento, adopción, matrimonio, o compromiso declarado. Comparten lazos personales profundos y se consideran obligados mutuamente a dar y recibir apoyo de diferentes clases, dentro de sus posibilidades, especialmente en tiempos de necesidad”.
Este concepto amplio de familia abarca muchas situaciones, entre ellas la que deriva del hijo nacido o adoptado por mujer soltera o por lesbiana.
Sin duda, dentro de ese marco conceptual cabrían todas las posibilidades o modalidades funcionales y disfuncionales de la familia, sin que eso signifique que todas llenen los requisitos para ser tenidas como el ideal de familia. No basta el criterio subjetivo.
Para serlo debe tener un soporte moral, el cual lo da la seriedad de su constitución, la forma de su composición, la raíz biológica de sus componentes, la existencia de una Jerarquía de poder, la diferenciación de funciones, derechos y obligaciones; en fin, la unión armónica y estable.
“A lo largo de toda la historia humana -escribe el psiquiatra infantil Francisco Cobos- existe una zona de muy intensa actividad meta individual, la <familia», cuya importancia actual radica principalmente en ser el principal -y prácticamente único- foco de promoción del desarrollo infantil. El aparato psicológico del hombre contemporáneo se forja casi exclusivamente dentro de esa zona de actividad de la red psicosocial general. Lo que le da trascendencia única a la agrupación familiar al hacerla el centro donde se forja la normalidad o la desviación del funcionamiento individual y social”49.
Creo que este autorizado concepto debería ser tenido muy en cuenta por quienes ejercen la reproducción asistida como disciplina médica.
Precisamente, uno de los factores que más han incidido en la crisis que vive la sociedad actual -sobre todo en los países opulentos y buena parte de los capitalistas – es la disfuncionalidad que vive la fámilia, y que se ha prestado para declarar su muerte~.
Continuando con su afán inquisitivo, los científicos han superado su papel de colaboradores de la Naturaleza para ser suplentes suyos; aún más, para contrariar sus designios.
Un ejemplo: permitir la maternidad en mujeres cuya función ovárica haya declinado en razón a su edad avanzada, es decir, en mujeres postmenopáusicas.
Habida cuenta de que era posible lograr embarazos exitosos implantando embriones a mujeres jóvenes cuyos ovarios eran incapaces de producir óvulos (falla ovárica irreductible) y por lo tanto se hacía necesario apelar a oocitos donados51, se experimentó, también con éxito. El mismo procedimiento en mujeres mayores de 40 años52. Se tiene noticia de que se han logrado embarazos en mujeres más que sexagenarias. Son hazañas científicas que fuera de admiración despiertan incertidumbre, desconcierto.
Suceso tal lo registraba la Biblia; en efecto, en el Génesis54 se lee que la anciana Sara, como que “le había faltado ya la costumbre de las mujeres”, tuvo un hijo por voluntad Divina. De ahí que lo sucedido ahora se haya prestado para que algunos moralistas afirmen que esos hombres de ciencia están jugando a ser Dios. Estén o no desempeñando ese papel, lo cierto es que sus hazañas dan pábulo para un enjuiciamiento moral.
Cuesta trabajo aceptar que una mujer sexagenaria pueda comportarse como madre de verdad durante los primeros años de vida del hijo, vale decir, cuando éste más requiere de su presencia y de su apoyo. Siendo precisamente esa la edad en que las madres más requieren el apoyo y presencia de sus hijos; no es lógico. Por lo tanto, que la ciencia se preste para estos desfases bi6lógicos y sociales. Se trata, a no dudarlo, del empleo de la tecnología para complacer el capricho de una persona y para darle, de paso, satisfacción al afán lucrativo del médico.
En este caso no puede invocarse el principio de autonomía de la mujer interesada, pues es bien sabido que la maternidad en edades avanzadas se convierte en un riesgo muy alto para la gestante y para su hijo. Siendo así, ante la posibilidad grande de daño, debe primar el principio de no maleficencia al de autonomía. Será ese el deber prima facie para el médico.
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