La Alborada de la Historia
Alfredo Jacome Roca, MD*
Internista-Endocrinologo
Asociación Colombiana de Diabetes
Aunque se pensó que la diabetes existiera entre los pobladores amerindios precolombinos:
Los estudios recientes de antropología genética descartan esta posibilidad. Así hubiesen sido susceptibles, la diabetes tipo 2 no podría haber sido frecuente, ya que comían estos indígenas una dieta rica en fibra y en general llevaban una vida físicamente activa, además de que en muchos sitios se trataba de combatir la endogamia, promoviendo las uniones entre hombres y mujeres de tribus diferentes.
En culturas importantes al otro lado del mundo sí se nombra la enfermedad desde épocas tempranas de la historia. En el PAPIRO DE EBERS se mencionan los síndromes poliúricos, los chinos hablan de enfermos con sed extrema, forunculosis y una orina tan dulce que atrae a los perros.
Los compendios médicos (Samhita) de Susruta (siglo V a.C.) y Charaka (época de Cristo), textos básicos del AYUR-VEDA (Ciencia de la Vida) se refieren a la diabetes de una manera más específica. Según la medicina ayurvèdica, en el cuerpo hay cinco grandes elementos, cada uno con su “dosha” (forma activa y productos de desecho).
Los desequilibrios y disfunciones causan las correspondientes enfermedades y en el caso de las “Prameha” (trastornos urinarios persistentes), estos se clasifican en 20 tipos de los cuales dos tienen que ver con diabetes: Hastimeha (D.insípida) y Madhumeha (D.Mellitus). Susruta habla de dos tipos de pacientes con orina dulce, aquellos que tienen una tendencia congénita y los que adquieren la enfermedad por un modo anormal de vida (como comer mucho dulce, tomar mucha cerveza o ser sedentario). Dice el AYUR-VEDA que la orina es pálida, dulce y astringente y pegajosa.
Durante el Imperio Romano también se menciona la diabetes.
Cornelio Celso (contemporáneo de Cristo) describe una enfermedad consistente en poliuria indolora con emaciación. Areteo de Capadocia le da el nombre de diabetes (pasar a través de un sifón), a una enfermedad caracterizada por licuefacción de la carne y de los huesos en la orina.
Galeno tuvo una concepción errada que persistió por catorce siglos, consistente en que el problema era una debilidad renal, y que los líquidos se eliminaban sin cambio alguno. Unos siglos después, el árabe Avicena describió la gangrena y la impotencia en los diabéticos y Paracelso evaporó estas orinas, encontrando cristales que creyó eran de sal.
Entre nuestros conquistadores, Cortázar cita algunos casos como el de don Gonzalo Jiménez de Quesada (quien probablemente presentó complicaciones de su diabetes) y el de Nicolás de Federman quien a través de sus descendientes dejó vestigios auténticos de padecer la enfermedad, ya que en los santanderes y en el noreste de Boyacá, regiones en las que habitan personas con rasgos teutones y nombres o apellidos de origen sajón, es una de las regiones con mayor incidencia de diabetes.
Dice Cortázar que “existen relatos de soldados que sin estar en campaña y en pleno descanso físico, morían de sed y en sueño profundo, habiendo perdido la conciencia en forma progresiva”. Probablemente estos hombres jóvenes o maduros presentaron una acidosis diabética. Del Adelantado se dice que murió septuagenario y leproso en Mariquita; de Federman, que murió ahogado al hundirse su galeón.
Ha sido fácil establecer una secuencia familiar en el caso de los alemanes:
Mas no entre los conquistadores españoles, que iniciaron un mestizaje con numerosas tribus aborígenes. En cuanto a los franceses que colonizaron la costa atlántica a finales del siglo XVII y que se mezclaron con los negros, dieron lugar a familias en las que la diabetes se ha transmitido hasta las generaciones actuales.
Mientras tanto en Europa hubo algunos otros hallazgos en este campo.
En 1674, Thomas Willis probó las orinas de los diabéticos, encontrando que eran “maravillosamente dulces, como embebidas con miel o azúcar”. Dobson descubrió que sin duda se encontraba esta última sustancia. William Cullen, fundador de la escuela médica de Glasgow, acuñó el término “mellitus” para hacer la distinción con la “insípida”, pues por siglos estos dos síndromes poliúricos se consideraron una misma cosa.
La identificación de la glucosa como el azúcar presente en la orina de los diabéticos se debe a Chevreul, sustancia que luego habría de medirse con técnicas como la de Trommer, Fehling y Benedict (de importancia histórica, aunque esta última se usó durante varias décadas del siglo XX), métodos que luego serían reemplazados por las modernas tiras reactivas para glicemia o glicosuria.
(Lea También: Diabetes en la Primera Mitad del Siglo XX)
John Rollo (del siglo XVII) fue el precursor de las dietas hipocalóricas, cetogènicas e incluso emanciantes que hasta Banting usara Allen.
En 1682 Brunner observó polidipsia y poliuria en los animales pancreatectomizados, pero no correlacionó los síntomas con diabetes. En Colombia por otro lado, la independencia hace que se reduzca el número de españoles en nuestro territorio, por lo que la diabetes ya toma unas características definidas que siguen leyes recesivas mendelianas.
Las zonas altas y predominantemente rurales de nuestros enclaves andinos, la prevalencia de la diabetes es notoriamente inferior –aún en los tiempos que corren- a la de las áreas urbanas e industrializadas de los mismos países, o en los hispanos que residen en Norteamérica.
En el siglo XIX se logran grandes avances en el conocimiento de la diabetes. Se afianzó el tratamiento dietético de la enfermedad, a través de Bouchardat, Cantani y Naunyn. El primero recomendaba a sus pacientes comer lo menos posible, y con el fin de que hicieran ejercicio les decía “gánense el pan con el sudor de su frente”.
Este francés también introdujo el término “acidosis” y correlacionó la glicosuria con la hiperglicemia. Cantani, quien con alguna frecuencia encontró atrofia y degeneración grasa del páncreas en los estudios histológicos que practicó en unos mil casos de diabetes, consideraba que sólo se podía comer hasta el límite de la aparición de glicosuria, llegando al extremo de encerrar con llave a sus pacientes con el fin de reforzar su terapia dietética.
Entre 1813 y 1878 vivió Claude Bernard, padre de la medicina experimental y el primero es esbozar el concepto de “Medio Interno”.
El equilibrio de las sustancias humorales en la sangre u homeostasis era de suma importancia y el hígado, una glándula fundamental en este proceso.
Al experimentar, él estableció la función glucoproductora del hígado en los perros alimentados con azúcares o proteínas, y aisló el glicógeno hepático, sintetizado allí (el hígado tendría funciones exocrinas –la bilis- y endocrina – producción de glucosa, siendo la hipersecreción de esta última la responsable de la hiperglicemia en el diabético). También observó que al puncionar el cuarto ventrículo se producía hiperglicemia.
Las plantas que tienen efecto hipoglicemiante han sido utilizadas por décadas en diferentes regiones en el manejo de la diabetes tipo 2.
Por ejemplo, la Karela de la China, el fríjol de racimo indio, la alholva –variedad de agrifolio usado por aborígenes suramericanos, el ajo y la cebolla, usados por largo tiempo en Europa, el copalchi en Cartagena. La más nombrada ha sido la Galega officinalis pues de ella se pudo aislar un alcaloide con efectos hipoglicemiantes. El estudio de la galegina fue realizados por grupos de franceses y alemanes.
Aviso de medicamentos para la diabetes, inicios del siglo XIX.
En 1869 Langerhans estudió la histología del páncreas, la glándula salival del abdomen por su función exocrina, y descubrió los islotes que llevan su nombre, y donde se fabrican diferentes hormonas como la insulina, el glucagòn y la gastrina.
Los griegos consideraban este órgano como un soporte de los órganos vecinos, por lo que lo llamaron páncreas, que quiere decir “todo carne”.
Minkowski había encontrado que en la acidosis se disminuían los niveles de bicarbonato en sangre. Él y von Mering produjeron diabetes experimental al realizar pancreatectomìa en animales. El primer perro que pancreatectomizaron era aseado, pero después de la intervención empezó a orinarse por todo el laboratorio.
Esto hizo que a Minkowski, quien era experto en carbohidratos, se le ocurriera pipetear la orina del animal y así descubrir en ella sustancias reductoras, que por la prueba de Trommer resultó ser glucosa en un 12%. Pancreatectomìas adicionales produjeron más animales diabéticos, por lo que pensó que podía curar la enfermedad si administraba el órgano fresco como alimento o si lo inyectaba por vía subcutánea.
El “abuelo de la insulina” fracasó en sus intentos curativos con dicha organoterapia. Habría que esperar los experimentos de Toronto en el siglo siguiente.
Las complicaciones crónicas son hoy en día el real problema de la diabetes. Estas empezaron a ser estudiadas por Jaeger, quien cinco años después de inventado el oftalmoscopio observó lesiones de retinopatía en un diabético albuminùrico. La retinopatía proliferativa fue encontrada algo después por Nettleship quien encontró aneurismas en preparaciones histológicas retinianas de estos pacientes.
En 1806 Dupuytren había considerado la albuminuria como signo inequívoco de agravamiento de la diabetes; Marchal de Calvi describió la neuropatía diabética y Pavy, un discípulo de Bernard, informó los trastornos de la sudoración e hizo descripciones clínicas de la hiperestesia nocturna.
Dos famosos médicos del Hospital Guy’s de Londres, Addison – conocido por sus descripciones de la anemia perniciosa y de la insuficiencia suprarrenal crónica- y Gull –quien informó por primera vez casos de mixedema- fueron los primeros en describir el xantoma diabeticorum.
En Colombia, estas noticias se tradujeron en la primera publicación sobre diabetes en el año de 1897. “DIABETES AZUCARADA” fue el título de la tesis de grado de Rafael Ucròs Durán (1874-1947).
Este médico huilense estudió la carrera en la Universidad Nacional, y con la presidencia de tesis de su pariente José María Buendía, presentó este trabajo para optar al doctorado en medicina. Dice Ucrós Cuéllar –familiar suyo- en la “HISTORIA DE LA ENDOCRINOLOGÍA COLOMBIANA” que usó la metodología descriptiva francesa según lo acostumbrado en la época, comenzando por la historia, descripción de la enfermedad, actualización de los conocimientos que sobre ella había, que la causa –aunque desconocida- tiene que ver con los hábitos alimenticios y la herencia.
Insiste en la utilidad de los exámenes de orina con el licor de Fehling e incluye 13 referencias bibliográficas en francés e inglés. La parte más importante o “core” del trabajo es la referencia al primer diagnóstico de diabetes azucarada hecho en Colombia, y que correspondió a un señor R.P. que murió de la enfermedad, y que fue realizado por los doctores Andrés Pardo y Ricardo Cheyne. Adicionalmente incluye la descripción, diagnóstico y evolución de cinco casos clínicos más.
Ucròs Durán – según describe Zoilo Cuèllar Montoya, en cuyos ancestros figura el primero – viajó luego a París donde volvió a estudiar medicina y se especializó en ginecología.
En Londres fue por un corto periodo discípulo del famoso cirujano Joseph Lister, padre de la antisepsia, sobre lo que escribió años más tarde un artículo. A su regreso a Bogotá fundó la consulta ginecológica del Hospital San Juan de Dios y fue co-fundador de la casa de salud de Marly.
En 1907 ingresó a la Academia Nacional de Medicina con un trabajo sobre “Pilorectomìa” y en esa corporación fue tesorero, presidente y director de la “Revista Médica”. Ocupó diversos cargos administrativos y políticos, entre ellos el de Gobernador de Cundinamarca.
A pesar de su trabajo de tesis, no continuó su investigación en este tema, y más bien estuvo dedicado a menesteres quirúrgicos y ginecológicos. Al fin y al cabo, fuera de la dieta y de la administración de algunas hierbas, al finalizar el siglo XIX no había ningún tratamiento novedoso para este trastorno metabólico.
Por estos tiempos también era común que los clínicos probaran la orina de los pacientes para ver si estaba “dulce” y así poder hacer el diagnóstico de diabetes mellitus al pie de la cama del enfermo.
No se trataba por supuesto de tomarse el líquido como si se tratara de una limonada; era más bien poner un dedo y pasarlo por la lengua, lo que sonaría algo menos desagradable.
García Márquez describe esta costumbre en su novela “El amor en los tiempos del cólera” cuando cuenta que (el doctor Juvenal Urbino), hijo de médico y de clase social alta en Cartagena, había estudiado en París a la usanza de la época, al lado de los grandes profesores.
A su regreso “trató de imponer criterios novedosos en el Hospital de la Misericordia, pero no le fue tan fácil… pues la rancia casa de salud se empecinaba en sus costumbres atávicas… no podían soportar que el joven recién llegado saboreara la orina del enfermo para descubrir la presencia de azúcar, que citara a Charcot y a Trousseau como si fueran sus compañeros de cuarto…”
Cuenta Ucròs Cuèllar que José María Lombana Barreneche (1854-1928), instruyendo a sus alumnos sobre este hábito, le pidió uno de ellos que pusiera un dedo en el chorro de la orina del enfermo y la probara; cuando el estudiante siguió al pie de la letra las instrucciones de Lombana, este lo llamó aparte y le dijo: “Usted pone un dedo, pero se chupa el otro”. Don Sabas, otro personaje de Gabo en “El coronel no tiene quien le escriba”, es un enfermo diabético.
Así estaban las cosas a comienzos del siglo XX.
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