“Niño, Estate Quieto No Toques… No Juegues”
El niño es un ser muy activo, y su actividad es virtud e indicio de salud. Mientras más sano esté más energía sentirá para actuar, más impulso tendrá para la actividad corporal. Sólo el niño enfermo juega poco, curiosea poco… siente poco el impulso de la actividad. (Que usted llame «majadero» al niño activo es sencillamente… un mayúsculo error). Cometemos un error al darle medicamentos al niño “hiperactivo” para frenarlo en su empuje.
Francamente, son los padres quienes no dejan vivir a sus hijos y los ponen nerviosos. Les impiden llegar a ser hombres y mujeres cabales. El niño inactivo que no juega y curiosea… el niño nervioso, niño rebelde o, al revés, apático, muy posiblemente es un candidato para en el futuro ser una mujer nerviosa, díscola o abúlica. O un hombre acomplejado.
¿Disminuido? Sí, señor. Disminuido para el trabajo, el esfuerzo y el verdadero estudio. Y para la curiosidad intelectual y la sana alegría; lo que equivale a decir, disminuido para vivir la vida fructífera y feliz. No exagero. Lo que en el niño se siembra —trigo o cizaña— en el hombre florece.
Pero la razón que decide en este grave asunto es de índole práctica. Los padres que residen en la ciudad no dejan que sus hijos vivan de acuerdo con su edad, porque… eso los molesta. Y los molesta porque “tienen a los muchachos siempre arriba”, y los tienen siempre encima porque viven en casitas, cuartos o apartamentos. Y porque a la molestia se une el peligro; hasta el suelo es peligroso por demasiado duro. Y al peligro y la molestia se añade el perjuicio a la propiedad: el niño puede romper un mueble fino o un adorno costoso. Resultado: se somete al niño a la mayor inmovilidad posible.
Las familias del mero campo dejan que sus muchachos sean más activos, porque pueden abrir la puerta de la casa sin mayores peligros. Esta es una de las grandes ventajas del hombre campesino.
—Pero, ¿qué puedo hacer, viviendo «en este par de cuartos», «en este pañuelito… ?»
—Saque a su hijo de esa estrechez lo más frecuentemente posible. Llévelo al parque vecino, y los sábados y domingos a las playas, al campo, y déjelo jugar con sus amiguitos todos los días.
— ¡Ah, pero eso es mucha molestia, eso es una esclavitud! (Lea También: “…Y Le Pego Duro”)
—Evidentemente. Todo eso molesta. ¡Pero si usted supiera cuánto molesta usted al niño y cuánto lo va a perjudicar en el futuro! Por comodidad, la mayoría de la gente los cría mal. Pero ¿vamos a seguir igual que antes?
Impedirle al niño la actividad es quizás el error mayor de la crianza criolla, calcada en lo esencial en la tradición de la clase gobernante española, que nos trajo costumbres feudales o perifeudales “nobles de emigración”. Grave error, porque habitúa a los niños a ser inactivos; perezosos de cuerpo y de mente; poco o nada curiosos. Les hace torpes las manos y cansinos los pies. Los hace parcialmente inútiles, en vez de todo lo útil que pudiera ser.
Las soluciones prácticas favorables al niño, se ha dicho ya cómo pueden ser facilitadas. Yo tomé varias medidas cuando mi hija era pequeña. Quité de su alcance todo lo rompible y peligroso; le hice sitio en la casa, que no era muy grande; la saqué a jugar con la mayor frecuencia, y toleré sin regañarla sus ruidos o interrupciones. Mi mujer y yo nos armamos de paciencia —y en esto teníamos mucho gusto— y en vez de bloquearle la actividad, buscamos la ocasión para que (si ella por sí misma no la encontraba) pudiera de algún modo darle libre salida a ese impulso esencial, que es uno de los más humanizantes, o el que más, de todos los que experimenta el niño.
Las soluciones prácticas favorables a los padres son casi siempre erróneas. La más usual consiste en entretener al pequeño reduciendo al mínimo su actividad por algún medio suave, con el que alterna el regaño y el castigo. Más tarde se echará mano de los muñequitos, del televisor o el computador para mantenerlo sentado largas horas. Sentar a un niño horas y horas, es psicológicamente criminal. Esta manera de “boicotear” la necesidad de actividad acaba por crear una generación que, como la de los viejos manchúes, mueve con torpeza las piernas y las manos.
Dele a la actividad infantil paso libre. Y estimúlela si decayera. Piense en el futuro de sus hijos. Y decídase a cambiar unos cuantos años de “molestias gratas” por muchos años de inefable felicidad.
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